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Luis Miguel Carmona: Robert Redford. El chico de oro (T&B Editores, 2009)

Luis Miguel Carmona: Robert Redford. El chico de oro (T&B Editores, 2009)

    AUTOR
Luis Miguel Carmona

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
España, 1962

    BREVE CURRICULUM
Licenciado en Ciencias de la Información y Guión Cinematográfico. Crítico cinematográfico, en especial de música de cine en revistas del medio. Ha escrito guiones para televisión. Su obra abarca enciclopedias y diccionarios relacionados con el cine y su música. Los últimos libros publicados son Los 100 grandes personajes históricos en el cine (Cacitel, 2006) y Enciclopedia de los Óscar: la historia no oficial de los premios de la academia de Hollywood (T&B Editores, 2006)



Ross, Redford y Newman

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Redford en Las aventuras de Jeremiah Johnson

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Cartel de la película El candidato

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Robert Redford y Barbra Streisand en Tal como éramos

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Cartel de El golpe

Cartel de El golpe


Tribuna/Tribuna libre
Robert Redford. El chico de oro
Por Luis Miguel Carmona, lunes, 2 de marzo de 2009
En la actualidad, más de setenta años contemplan a la última gran estrella en activo que le queda al mundo del cine. Además de un innegable atractivo físico y un fuerte poder de seducción en pantalla y fuera de ella, Robert Redford –Bob, para los amigos–, es ante todo un excelente actor californiano que en cada una de sus películas aporta su personalidad y sus valores ante la vida. Conocido como “Golden Boy” (“El chico de oro”) por su físico de pelo rubio y sus éxitos en taquilla, y también como “Macho Garbo” por su misteriosa forma de comportarse en Hollywood, Redford siempre ha sido un hombre bastante reservando en su vida privada. Es por eso que en los capítulos que componen este libro no sólo se presta la debida atención a su figura en el mundo del cine como actor y director, sino a otros aspectos como su triste infancia y alocada juventud, su paso por el teatro y la televisión, su matrimonio, su status de sex symbol, sus opiniones políticas, su lucha por la ecología, y, por supuesto, su labor al frente del Festival de Cine de Sundance… Siempre recogiendo su visión de la realidad, Redford ha cuidado su carrera a partir de personajes como el bandido simpático de Dos hombres y un destino, el hombre de las montañas en Las aventuras de Jeremiah Johnson, el timador con estilo de El golpe, el romántico escritor de Tal como éramos, el millonario delicado y enigmático de El gran Gatsby, el periodista íntegro de Todos los hombres del presidente (1976), el aventurero de Memorias de África y el vaquero pausado de El hombre que susurraba a los caballos. Películas que nos desvelan una imagen y una marca, la suya propia: Robert Redford, tal como es.

Dos hombres y un destino

Aunque parezca mentira, Redford tardó en darse cuenta que era una estrella. De hecho, durante mucho tiempo no quiso serlo. Todo comenzó a cambiar durante su estancia e España en 1966: «Tras algunos meses de vivir tranquilos y alejados de todo el mundo, me acerqué a recoger el correo a Madrid. Las tres películas que había rodado en Estados Unidos habían sido estrenadas. Recibí un montón de recortes de periódicos con las críticas y comentarios de esos filmes. Tenía un extraño sentimiento acerca de mi persona, y mucho más trataba de tener cautela sobre las críticas».

Desde ese momento su ego salió a la luz. No sólo quería ser ya un actor de cine, sino ser bueno, convincente, una estrella del celuloide y que por su nombre la película funcionase en taquilla. Pero también era consciente de que no podía entrar en la vorágine de otros compañeros de profesión y aceptar cualquier papel. Así que planteó su carrera con sensatez: escogería sólo películas con las que estuviera seguro de poder hacer una buena interpretación; y, además, intentaría participar en la producción de la película. De hecho, la primera palabra que la mayoría de la gente de Hollywood diría cuando piensa en Redford es: “Independencia”.

Esto le permitió tener como compañeros masculinos a algunos de los mejores actores de todos los tiempos, formando con ellos una especial relación en cuanto a películas de colegas se refiere. La primera de ellas fue Dos hombres y un destino, que marca el inicio de un estrellato que mantendría durante todos los años setenta.

Robert Redford y Paul Newman con el resto de la banda en Dos hombres y un destino

Una nueva estrella

Dos hombres y un destino (1966), partía de un guión original de William Goldman, que se basó en un hecho real ocurrido en el oeste americano: la azarosa vida como ladrones de bancos y trenes de Butch Cassidy y Sundance Kid, dos personajes perseguidos implacablemente durante mucho tiempo por la agencia de detectives Pinkerton. Sin embargo, al contrario de lo que indicaban sus andanzas la historia tenía un toque de comedia. De ahí que, una vez la Fox decidiese que una de las estrellas iba a ser Paul Newman como Sundance Kid, lo más complicado fuese encontrar un actor a su altura. Se eliminó a Steve McQueen porque tanto él como Newman querían su nombre primero en los créditos. El jefe del Estudio, Zanuck, quería a Marlon Brando a toda costa, pero era una época de esas en que la estrella no quería ver ni hablar con nadie y como no le cogía el teléfono, se olvidó de su candidatura.

Tampoco Dustin Hoffman parecía lo suficientemente fuerte para el papel. Así que la Fox centró toda su atención en Warren Beatty, que había hecho un papel de atracador de bancos en Bonnie & Clyde (Bonnie and Clyde, 1967), de Arthur Penn, por el que había sido nominado al Oscar.

Ante la elección definitiva existen varias y contradictorias versiones. Es conocido que Paul Newman se estaba empezando a cansar de esperar compañero y no estaba muy dispuesto a aceptar a un rubio recién llegado: «¿Quién es ese chico? No lo va a conocer nadie, y no estoy ahora para descubrir nuevos talentos». Sin embargo, el director George Roy Hill, que estaba empeñado en contratar a Robert Redford, lo cuenta de otra forma: «Teníamos a Beatty en la recámara, pero hice un último intento por contar con Bob. Avancé un paso más en mi lucha y le pregunté directamente a la otra estrella de la cinta, Paul Newman. Él estaba convencido de que Redford era el compañero ideal en este filme, así que finalmente fue el elegido. Pero yo pensaba todo este tiempo en Redford, sentado en su casa, esperando noticias y sabiendo que nadie le quería para la película. Debe ser un golpe muy duro para el ego de un actor. Pero siempre supe que Redford era testarudo y que, de una forma u otra, hubiese luchado por conseguir el papel. A él no le gusta perder».

Y lo que Redford comentó sobre su elección en el filme no concuerda del todo con lo comentado: «La Fox quería un gran nombre para colocarlo junto al de Paul Newman, lo cual me dejaba fuera del proyecto. Entonces, el guionista William Goldman me dijo que por qué no leía lo que había escrito. ‘¿Para qué?, suponiendo que me guste, ¿quién necesita mi aprobación?’. Me parecía ridículo. Pero mis agentes me dijeron que lo leyese y les diese mi opinión sobre qué papel me gustaría más hacer. Aunque no quería participar en este juego, finalmente lo hice. Y me gustaron los dos personajes.

»Es cierto que Roy Hill me quería a mí, pero el Estudio se oponía, y, además, faltaba por conocer lo que quería Newman. Así que, un día, nos fuimos a cenar. Hablamos de carreras de coches, de donde nos gustaría vivir. En cuanto a la película, llegamos a un acuerdo tácito: en caso de que yo la hiciese, cambiaríamos los papeles, él haría de Butch Cassidy y yo encarnaría a Sundance Kid. Si hay algo que adoro y me gusta de este trabajo es la confianza que existe entre algunas personas. Porque nosotros nunca dijimos, ¿qué haría Butch en este caso o cómo se comportaría Sundance? Simplemente, lo hicimos cuando tocaba».

En Dos hombres y un destino, Robert Redford pudo demostrar todo su atractivo y su melena rubia al viento causó sensación entre el público femenino. Aparece en la misma con bigote, con un comportamiento taciturno y rebelde donde parece querer enamorar con cada una de sus miradas. Acababa de convertirse en una fantasía sexual para millones de mujeres y, en un momento determinado del rodaje, contrató a un maquillador personal para que evitase que se notasen en demasía sus marcas de la mejilla derecha.

Por supuesto que le ayudó el tener como compañero a Paul Newman, tanto que esta pareja ha sido denominada recientemente «La más sexy de la historia del cine». Según Robert Redford: «A partir de esta película, supe que lo principal en esta profesión es que hablen de ti». ¡Y vaya si hablarían!

El filme se rodó en el Parque Nacional Zion, en el estado de Utah, y la camaradería entre los actores fue la nota predominante de un rodaje feliz cuyo resultado final queda perfectamente reflejado en pantalla. Ambos se gastaron algunas bromas, como cuando Redford regaló a Paul un porsche casi destrozado y éste lo llevó a la chatarrería y el amasijo que quedó se lo envió a Redford a su casa bien envuelto. Éste aceptó el regalo y lo tuvo en su vestíbulo como si fuese una escultura. Aunque tenían diferentes formas de actuar: la espontaneidad en Redford y “el método” en Newman, su química en pantalla funcionaba a la perfección y, como dijo el propio Bob: «Era un papel que me iba de maravilla. Estaba tan cómodo que me daba reparo incluso cobrar por hacerlo».

Durante la filmación hubo pocos problemas, acaso uno de ellos se produjo en la escena donde ambos son perseguidos por el sheriff Bledsoe y se paran para hablar con él. Más que nada porque Newman pensaba que esa conversación tenía más sentido al final de la persecución y no en mitad de la misma. Sin embargo, Roy Hill creía que debían rodarla tal y como estaba en el guión porque tenía más gracia. Y así estuvieron discutiendo horas y horas hasta que terció Redford y, harto de la discusión dijo: «¿Porqué no llamamos a la jodida película La escena de Bledsoe?».

El filme acaba siendo un hermoso canto a la naturaleza y la amistad, divertida y, en cierta medida, muy acorde con la época pop del momento, con cierta nostalgia sobre el ocaso del western tradicional americano y, sobre todo, apoyada en dos actores que hacen mucho más que traspasar la pantalla, prácticamente se sientan a disfrutar al lado del espectador.

Además de los Oscar antes mencionado, también arrasó en los premios del cine británico conocidos como Bafta, logrando ganar en las categorías de mejor película, director, actor (Redford), actriz (Ross), guión, fotografía y canción. Su banda sonora se convirtió en disco de oro. En 1979 conoció una precuela titulada Los primeros golpes de Butch Cassidy y Sundance Kid (Butch and Sundance: The Early Days), dirigida por Richard Lester y con Tom Berenger y William Katt en la piel de Butch Cassidy y Sundance Kid, respectivamente. La película supuso que comenzasen a circular todo tipo de noticias sobre su persona: desde el porqué de algunas imperfecciones en su rostro, hasta que en los años sesenta ganó una demanda contra la compañía “Lorillard” por utilizar su nombre para un cigarrillo.

Él mismo se extrañaba en aquellos días de que la prensa no tuviera otra mejor que hacer que publicar cosas sobre su persona: «Un periódico de Nueva York escribió que me habían visto por la calle con una extraño sombrero. ¿Es eso una noticia? La pasada semana acudí a dar una charla sobre los diferentes usos de la energía, pero ningún periódico publicó una palabra de ello. Pero mi gorro fue noticia. No sabía que la fama era por este tipo de cosas».

Utah

La primera vez que Redford estuvo en Utah fue en 1961... y se enamoró del lugar. Su esposa, natural de esta zona, le indicó el camino. El actor acababa de rodar el telefilme War Hunt (1962) en Hollywood, y, en un momento, pasar del estrés del asfalto californiano a la relajación de las montañas fue todo un descubrimiento.

Según suele decir: «Cuando no estoy trabajando en una película, lucho por todo lo que supone la conservación del Estado de Utah. Soy consciente de que este retiro voluntario a mi cabaña en las montañas es una de las grandes comodidades de que disfruto en la vida. Soy algo obsesivo con respecto a ello, especialmente cuando estoy haciendo cosas con la familia. Los niños han de tener este tipo de valores de amor a la naturaleza, aunque sé que resulta complicado de asimilar para ellos cuando un compañero de clase les muestran una revista donde aparece una película mía que ellos no han visto o cuando leen una crítica sobre una de mis interpretaciones. Pero creo que también es bueno para ellos porque, aún siendo muy jóvenes, les ayuda a discernir lo que es real de lo que no lo es. Lo que tiene importancia de lo que no la tiene».

Hablemos un poco del Estado de Utah. Fue descubierto en el siglo XVIII por los españoles, hasta que en 1821 pasó a dominio mexicano. En 1849 pasó a depender de Estados Unidos, convirtiéndose en Estado de la Unión cuarenta y siete años después.

Situado al oeste del país, comprende 219.889 kilómetros cuadrados y cuenta con poco más de dos millones de habitantes. Tiene como capital Salt Lake City, limitando al norte con los Estados de Idaho y Wyoming, al Este con el de Colorado, al Sur con Arizona y al Oeste con Nevada. Formado por altas mesetas desérticas, en su fondo abundan algunos lagos de aguas salobres; mientras que en el noroeste destacan la altura de las montañas Uinta. De clima árido, tres cuartos de su población pertenece a la iglesia Mormona.

En 1968, y por 500 dólares, el actor compró unos pequeños terrenos donde pensaba construir un hogar en Provo: «Era un lugar secreto, que no aparecía en ningún mapa. Por eso lo elegí. Estaba lo suficientemente lejos de la civilización como para sentir que podía ser parte de la naturaleza. Como ese espíritu que los pioneros norteamericanos tenían cuando llegaron a este Estado».

El matrimonio decidió que ese era el lugar donde querían educar a sus hijos y disfrutar de la vida. Ese flechazo con el paisaje y la forma de vida del lugar les hizo comenzar su sueño de construir su hogar en un inhóspito lugar de las montañas de Wasatch, una casa alejada de la ciudad más cercana por varios kilómetros y teniendo como paraje natural el lago de Salt City. Desde el principio tuvo muy claro el porqué de su elección: «Casi todos los turistas del país optan por las montañas de Rocky, pero una vez estás en ellas resultan bastante planas; por su parte, las Adirondacks y los Apalaches son algo cansinas. Yo he viajado por muchas montañas de Norteamérica y he de decir que las Wasatch son las más dramáticas y excitantes».

En 1969, gracias al dinero ganado con Dos hombres y un destino, compró más acres de terreno en un lugar semisalvaje en las montañas Wasatch además de la estación de esquí de Timp Haven y todas las propiedades adyacentes. Esperaba convertir el lugar en un sitio turístico, aunque el complejo acceso del público en general no facilitaba las cosas para hacer rentable la inversión.

Preocupado por la naturaleza y la conservación del medio ambiente, nada mejor que practicar con el ejemplo. Así que construyó su cabaña en las montañas trabajando personalmente en la misma con ayuda de los indios locales y cargando troncos durante meses, como si se transfigurase en el personaje de Jeremiah Johnson.

El lugar era ideal para practicar deportes de nieve pero, naturalmente, para ello, necesitaban vehículos a motor y, revisando las consecuencias que este tipo de artefacto podían acarrear al medio ambiente, decidió no usarlos más. Incluso utilizaba estos aparatos para ir a cazar, aunque también dejó de practicar esa actividad, porque creyó que lo que estaba haciendo no era lo correcto y, simplemente, lo dejó.

En 1970, protestó por la construcción de una autopista a través de un Gran Cañón que estaba cerca de sus tierras y que amenazaba con hacer desaparecer el río Provo. Era una rica zona de pesca que podría verse en peligro con esta construcción y el actor entró en una disputa contra los altos cargos intentando que el caso llegase a la gente. Una vez se hizo eco del problema, comenzaron llegar a las autoridades miles de cartas.

Lamentablemente, ellos ignoraron todas estas peticiones de respetar el medio ambiente. Esto no le desanimó y, con su habitual constancia, siguió dispuesto a rebelarse contra la injusticia que significaba la destrucción de ese paisaje natural. Así que, decidido a luchar contra la especulación y la burocracia que dominaba los intereses de la constructora de la autopista, encontró aliados en el Club Sierra y en la Federación de La Vida Salvaje, ambas asociaciones dedicadas a la conservación del medio ambiente. Buscó colaboración ciudadana consiguiendo que grupos escolares presionaran a las autoridades con nuevas peticiones por carta al mismísimo Gobernador. En una medida de presión, organizaron una marcha sobre el Capitolio y Redford se entrevistó personalmente con el Gobernador del Estado. Al ser un personaje famoso podía usar esa condición para convencer a los políticos de que tomasen medidas para la protección del medio ambiente. Finalmente lograron su objetivo y el proyecto se paralizó. El 22 de octubre de ese mismo año el actor tuvo una alegría mejor que una nueva película: el nacimiento de su hija Amy.

Mr. President

Uno de los papeles que estuvo a punto de aceptar Redford fue el de Jefe de la Casa Blanca en El presidente y Miss Wade (The American President), dirigida por Rob Reiner en 1995. No hubiese sido mala idea haberle visto convertido en ese cargo que él siempre creyó debía llevarse con orgullo y dignidad, intentando favorecer a los más necesitados y no ser una marioneta de las multinacionales económicas del petróleo o las armas. Desilusionado desde la guerra del Vietnam y las mentiras de Nixon, comparando los dos mundos opuestos del cinematográfico y el político, Redford ha llegado a la siguiente reflexión: «Hollywod tiene lo que Washington necesita: glamour y el dinero. Washington cuenta con lo que Hollywood quiere conseguir: la credibilidad».

Para darnos una idea de su ideario político hay que retraerse hasta 1968. En ese tiempo vio un debate televisivo entre los dos favoritos a la presidencia de los Estados Unidos: el republicano Richard Nixon –que sería el ganador– y el demócrata Hubert Humphrey. No le gustaron las falsas promesas de ambos, ni que el público aplaudiese sin demasiado motivo impulsados por los “animadores” televisivos. Así que tuvo la idea de hacer una película política lo suficientemente honesta para que el público se diese cuenta de cómo era una campaña electoral. Cuatro años después surgiría El candidato. Según recuerda: «Aquella entrevista era como un Mundo Nuevo Feliz, completamente amañada y sin vida, y la gente lo ‘compraba’. Mientras, puse otro canal y estaba un mago intentando sacar conejos de la chistera. Esa ironía me fascinó, porque, a fin de cuentas, hay una gran diferencia entre lo que se supone que un político representa y lo que engañan intentando hacer que representa».

El cine político ha sido un género bastante propicio en Estados Unidos debido a lo fascinante de su constitución, a su cultura democrática, a la elección de cargos públicos directos y a la complejidad de leyes que rigen los diferentes Estados. La libertad de expresión, la quinta enmienda y todas esas frases que escuchamos en su cine, empujaron a Redford a comprometerse en una película de estas características.

Votante declarado del Partido Demócrata, Bob siempre ha estado preocupado por los asuntos políticos del país. Por ello la idea de un político honesto que descubre las maquinaciones que se suceden a su alrededor, le venía como anillo al dedo para llevar a la pantalla un filme de temática social muy adecuado a sus convicciones.

Redford en El candidato

Para ello volvió a contar con el director de El descenso de la muerte, Michael Ritchie, creando ambos la productora “Redford-Ritchie”. Éste había acabado muy satisfecho de la primera película con el actor, echándole flores como: «Es un tipo normal y agradable. Su condición de hombre felizmente casado es lo que no quieren las revistas de cine, que prefieren noticias sobre estrellas que son unos depravados o que pegan a sus mujeres».

En realidad, Redford tenía muy claro lo que quería hacer, aunque todavía no se hubiese plasmado ni una letra en el guión. De nuevo buscó un productor dispuesto a arriesgarse con una simple idea, pero todos le escuchaban como si, desde el comienzo, ya tuviesen claro que no iban a hacer la película. Pero era una estrella ya consolidada en Hollywood, y no querían ser demasiado groseros con él por si alguna vez le necesitaban como actor. Siempre obtenía la misma respuesta, incluso de Stanley Jaffe, presidente de Paramount, con quien había trabajado en cinco de las diez películas que había hecho hasta la fecha.

Hasta que obtuvo una respuesta positiva de Dick Zanuck, hijo del legendario Darryl F. Zanuck. Una suerte porque Dick, que había sido vicepresidente de la Fox, se había pasado a Warner en 1971 y tenía libertad absoluta para escoger los proyectos que más le interesasen.

Necesitaban un guión sólido, así que Redford y Ritchie estuvieron durante un año entrevistándose con políticos, pero todo lo que éstos ofrecían eran opiniones tópicas, moralizantes y que no les comprometiesen. Así que se olvidaron de la realidad y buscaron otro tipo de tendencias más próximas al personaje de John F. Kennedy.

Para asesorarse en el tema contrataron al senador Eugene McCarthy, un especialista en escribir discursos a líderes políticos. Jeremy Larner fue el elegido como guionista. Éste estaba entusiasmado con el filme y por ello acabó entrando también como productor asociado de la película. Consiguió fabricar un personaje creíble y digno, dentro de una historia de gran calado social que avanza con tensión y talento. Además fue un guión atípico puesto que, a pesar de estar perfilado, prácticamente se escribía durante el rodaje. Porque el rostro en los carteles de Redford se confundía con el personaje, rodando en las calles con la participación real del público, que no se sabía si estaba aplaudiendo al candidato de la película o al actor de la misma.

Para dar mayor realismo a las escenas se presentaba ante la gente aparentando ser un candidato real, y las reacciones del público eran excelentes. Si hubiese sido un candidato real seguro que hubiese conseguido un escaño.

A veces se improvisaba, se organizaba un mitin y aparecía Redford siendo asediado por el público que le preguntaba cuestiones que podrían, perfectamente, servir tanto para él mismo como para el personaje. Según confesó después: «En las escenas improvisadas donde iba en el coche y toda esa gente gritaba y se acercaba, había momentos en que la gente no sabía quien iba dentro del automóvil. O sea, que alguien que va dentro de un coche de lujo, rodeado de escoltas, se supone que es lo suficientemente importante para que una multitud comience a chillar y empujarse unos a otros deseando ver quién va en su interior. Eso demuestra el porqué tenemos esas campañas electorales, cuando lo sustancial no es quién va dentro del coche sino el mensaje que ese hombre es capaz de transmitir».

Para el papel de su padre en la ficción, John J. McKay, se buscaba un veterano actor de carácter y la primera elección de Redford fue, sin duda, la de Melvyn Douglas. Cuando Douglas recibió el guión no le gustó demasiado: «Era un tremendo rompecabezas. Un personaje basado en Ted Kennedy, hermano de Bob y John». Ante sus reticencias, Redford viajó hasta Nueva York para intentar convencerle, algo que logró con una nota que decía: «Conozco sus sentimientos ante este proyecto, y sé que no puedo explicar algunas de las cosas que aparecen en la historia. Pero tenemos un guión que es muy claro en algunos conceptos y puede que vagos en otros. Eso hace que su personaje puede parecer algo escaso, pero es así como está concebido. Lo que estoy seguro es que esta película está hecha con cariño y su respuesta me motivará a seguir». Cuando Douglas se le encontró le dijo: «Hijo, estás hecho todo un político». Y aceptó el papel. También quedó entusiasmado de la profesionalidad de Redford y declararía años después que: «Fue un placer trabajar con él».

El filme se rodó en un tiempo récord de cuarenta días, aunque el montaje tuvo que acelerarse para que el resultado final estuviese listo en la Convención Nacional de 1972. Su personaje, Bill McKay, era un hombre honesto que descubría los sucios entresijos de la política. A medida que avanzaba el rodaje, Bob comprobaba lo terrible que era la realidad de las campañas electorales. Todo era un cúmulo de discursos vacíos con el único objetivo de engañar al electorado. Las mismas palabras, los mismos gestos, las mismas actitudes falsamente espontáneas. Finalmente, la película sería nominada al Oscar como mejor sonido (Richard Portman y Gene Cantamessa), ganándolo Jeremy Larner como mejor argumento y guión original.

El gusto por la política que le dejó esta película –tan amargo como auténtico– hizo que participase activamente en la campaña de Ramsey Clark como senador del Estado de Nueva York en las elecciones de 1974. Consideraba al tal Ramsey como un hombre honesto, aunque nadie parecía darle ninguna opción de ganar. Según Redford: «Era un perfecto ejemplo de lo que la prensa siempre ha estado demandando de un político. Era realmente como James Stewart en Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, 1939), de Frank Capra. Todos conocíamos casos de ladrones en el gobierno. Casos de gente en la Casa Blanca que no estaban capacitados, gente limitada de espíritu y de miras. Así que necesitábamos a un hombre honesto.

»Pero la carrera de Clark para el Senado era el típico caso de buen chico que siempre pierde. Acudí con Clark a Boston y me dispuse a hacerle publicidad, a demostrar a la gente que era el hombre que estaban buscando desde hace tiempo. Pero, durante el coloquio con los electores nadie me preguntó por él. Solo querían saber algo sobre mi carrera en el cine, que les contase cosas sobre Dos hombres y un destino».

Por su parte, para el Estado de Utah también se vio inmerso en la campaña a favor del liberal Demócrata Wayne Owens. Su ideario estaba claro: aun siendo un hombre de mentalidad liberal y en contra de las guerras o el abuso de poder sólo confiaría en su instinto para la gente, no en un sistema político de por sí corrupto que sólo busca conseguir el poder y perpetuarse en él a toda costa.

Durante estos años setenta se consideró la posibilidad de que una estrella de su carisma y compromiso político se presentase a la candidatura Demócrata para competir por la presidencia de los Estados Unidos. Lamentablemente, no fue él sino un mediocre actor de los años cuarenta llamado Ronald Reagan quien llegaría a ser presidente del país en 1981, iniciando una de las etapas más oscuras, agresivas y moralistas de la historia de la política norteamericana.

Solo en la montaña

Según Redford: «Las personas que no van de frente, las que tienen siempre una carta en su manga, las que hablan de moralidad y luego son unos farsantes, me producen mucho recelo. Lo que me gusta de un hombre es que sea independiente, recto y sincero». No es para menos si tenemos en cuenta una parte fundamental de su carrera como actor: los papeles de héroe solitario. Una variante que le encanta repetir una y otra vez mostrándose a sí mismo tal y como es en su vida privada. En sus treinta y cinco películas como actor –e incluso en las primeras–, siempre ha procurado aportar algo de su propio yo a los personajes, algo que es de agradecer porque, así, siempre que aparecía en los créditos, el espectador sabía perfectamente a quién se iba a encontrar en la historia.

Esta honestidad le llevó a actuar de la siguiente manera: «Cuando hice El candidato, los críticos dijeron: ‘Ah, es un muchacho muy pulcro, bien parecido, el papel es perfecto para él’. Cuando me propusieron para el papel de Tal como éramos volvieron a considerarme el prototipo del joven guapo y socialmente intachable. Entonces luché por interpretar a Jeremiah Johnson porque quería cambiar de imagen».

Las aventuras de Jeremías Johnson

Así, como un nuevo desmarque rebelde, Bob rodó Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972) que acabó siendo su filme favorito. El director elegido fue Sydney Pollack, con el que Redford quería volver a trabajar tras el buen recuerdo de Propiedad condenada (1966).

La intención de la productora era rodar la película en tierras españolas, debido a que el coste era mucho menor, pero Redford tuvo muy claro desde el comienzo que esa historia no se entendería sin las montañas norteamericanas. Por ejemplo, la cabaña que aparece en el filme y donde vive Jeremiah Johnson, fue construida en los terrenos que el matrimonio Redford tenía en Utah, cerca de su auténtica casa. A cuarenta y cinco kilómetros de su refugio de montaña y a más de tres mil metros de altura. Para preparar el personaje, Bob se fue a vivir a esa cabaña allí durante cuatro días. Vivía en el pellejo de ese hombre, llevaba puesta su ropa, dormía como él.

Según confesó el actor: «Pasaba el tiempo mirando a la lejanía, y esas altas cumbres que se ven en la película también se pueden ver desde mi casa. Me sentí muy relajado durante ese tiempo, y pude imaginar lo que ese hombre sentía realmente alejado de todo. Pero entonces pensé que esos pioneros no podían tener esa relajación que yo sentía. Cuando tuve un incendio dentro de la cabaña comprendí que esa gente tenía que estar preocupados de tener fuego dentro de un lugar repleto de madera. Ellos tenían que salir cada día y matar un animal para comer. Así que comencé a imaginar la ansiedad que debían de tener en sus vidas, el constante miedo a cualquier cosa que ocurría a su alrededor. Me figuré que aquellos que habían conseguido sobrevivir –y hubo muchos que no lo hicieron–, comenzaban a amar el riesgo que vivían hora a hora, día a día».

El personaje de Johnson estaba basado en un individuo que existió realmente y que habitó en las montañas de Utah. Un ermitaño que sobrevivió, primero como amigo de los indios y después como su mortal enemigo. El año era 1840 y el personaje un hombre que lo único que desea es vivir su propia vida y establecer su propia ética para sobrevivir en una tierra salvaje.

No es un hombre hostil, no es un rebelde, solo quiere vivir en cualquier lugar libre, lejos de los códigos dictados por la sociedad que se llama “civilizada”. En la soledad de las montañas consigue formar algo parecido a un hogar construyendo su propia cabaña y teniendo una india muda y un niño. Viéndose en la necesidad de guiar a un grupo de soldados por un cementerio sagrado Crow, a partir de esos momentos esta tribu india se convierte en su mortal enemigo asesinando a su mujer y a su hijo y, de uno en uno, atacándole a la menor ocasión y en los lugares más insospechados.

Planteado como homenaje a la naturaleza y a las tribus indias que luchaban por su territorio, el filme pasó por numerosos problemas de financiación. La Warner quería rodar en interiores para abaratar costes, algo a lo que Pollack y Redford se negaron en redondo. Sin embargo, como los derechos eran de la productora, le propusieron a Pollack rescindir su contrato, sin ningún coste adicional, y contratar a otro actor y director para hacer el filme. Algo que no desagradó del todo a Pollack y así se lo comunicó a su amigo Bob. Éste reaccionó algo dolido y le dijo al director que le había dejado en la estacada para salvar su pellejo, llamándole traidor y mala persona. Esto hizo reaccionar a Pollack que, finalmente, decidió rechazar la oferta de la Warner y rodar el filme en exteriores ajustándose a un presupuesto de interior. Para ello rodaron en la propiedad antes comentada de Redford, se improvisó el reparto vistiéndoles con ropas compradas en mercadillos y mezcladas de cualquier manera, ¡e incluso se suprimió el catering!

Para complicar aún más las cosas comenzó a nevar copiosamente en Utah y los caballos no podían caminar por esos parajes, y todos los actores tenían que llevar raquetas en los pies. Esto, unido a las bajas temperaturas, hizo que, poco a poco, fueran desertando miembros del equipo. Tanto es así que, el último día, solo quedaban Redford, Pollack y el cámara, que estaba en un helicóptero que tenía órdenes de filmar al actor caminando por la nieve hasta que desaparece de plano. El actor estuvo andando durante horas... hasta que, cuando se paró, comprobó que incluso el helicóptero se había ido. Según confesó: «Desde un punto de vista personal, quería transmitir ese sentimiento que yo tenía cuando me iba solo a las montañas. Trasladar al espectador los sentimientos de un hombre de las montañas de ese tiempo. En ocasiones, cuando estábamos rodando, no sabía dónde acababa mi personaje y comenzaba yo mismo. Me sentí una parte de Jeremiah». Para el papel se dejó crecer la barba, que le sienta estupendamente.

Durante la escena en que el oso le persigue, se suponía que no había ningún riesgo. Todo parecía controlado por los cuidadores y él solo tenía que correr alrededor de un árbol. Fue entonces cuando una cámara se estropeó, el oso se puso nervioso por las indicaciones de los técnicos y comenzó a seguir a Redford de verdad...¡para comérselo! Finalmente fue reducido y el actor se prometió a sí mismo que jamás volvería a trabajar con semejante animal: «Hasta que me pagaron lo suficiente para volver a hacerlo en Una vida por delante».

Además, no sabían como acabar la película y según Pollack: «Escribí la escena final solo seis semanas antes de rodarse. Estaba en una habitación de hotel intentando encontrar un buen final. Finalmente encontré una solución con la ayuda de Edward Anhalt».

Fue el primer western de la historia en inaugurar el Festival de Cannes, y la revista “Los Angeles Times” la incluyó entre las diez mejores películas del año recaudando 22 millones de dólares en Estados Unidos. Tuvo críticas tan positivas como las del célebre crítico Judith Crist: «El filme es una balada épica del hombre y la naturaleza. Una leyenda poética». Aunque otros como Joseph Gelmis en “Newsday” creía que: «Redford es Redford, y no me gusta ni su acento ni su actuación. Y en ocasiones es salvado del desastre por los actores secundarios. Sus ojos azules no son suficiente. No tiene carisma».

Antes de que llegase la auténtica reivindicación de los indios norteamericanos gracias a Bailando con lobos (Dance with Wolves, 1990), de Kevin Costner, Redford ya había mostrado su admiración por ellos en películas como El valle del fugitivo (1969), donde encarnaba a un sheriff que perseguía sin desmayo a un indio Peyote (Robert Blake) acusado de asesinato. Aunque sería en Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972) cuando comenzó a tratarlos con bastante condescendencia. De hecho, una de las críticas que más molestó a Redford fue la de Pauline Kael con respecto a esa escena final en la cual Jeremiah y el jefe Crow se saludan a distancia mostrándose respeto y acabando su lucha. Kael, en tono jocoso, dijo que lo que realmente le mostraba Jeremiah era su dedo índice. Según Redford: «Esta crítica hizo que me llevasen los demonios. Porque era una escena que mostraba mi respeto y sentimiento a los indios americanos. Y creo que es el caso en que una crítica es totalmente irresponsable, una falta de respeto a lo que realmente ocurre en pantalla. Y todo para que no se note en exceso que, en realidad, se trata de un ataque personal. Desgraciadamente».

Por ese tiempo, y basándose en los rasgos físicos del actor el dibujante madrileño Antonio Hernández Palacios (1921-2000) creó a su personaje de “McCoy” en el cómic del mismo título sobre la temática del lejano oeste, en unos guiones escritos por Jean Pierre Gourmelen y editados por Dargaud.

En Las aventuras de Jeremiah Johnson fue la primera vez que el actor de doblaje Manolo García se acercó a la figura de Redford, volviendo a ser su voz en otros trece títulos: El mejor, Memorias de África, Peligrosamente juntos, Habana, Los fisgones, El río de la vida (como narrador), Una proposición indecente, Íntimo y personal, El hombre que susurraba a los caballos, Spy Game. Juego de espías, La última fortaleza, La sombra de un secuestro y Una vida por delante.

Lucha de egos

El corte de pelo de Mia Farrow, los ojos saltones de Meryl Streep, la nariz peliaguda de Barbra Streisand, la mejillas de calavera de Kristin Scott Thomas... por una parte no se puede decir que los romances que Redford ha vivido en pantalla sean con mujeres demasiado exuberantes ni que respondan a cánones de belleza convencionales. Sin embargo, con ellas ha tenido algunas de las historias de amor más imperecederas que se recuerdan en la historia del cine a pesar que estas chicas no parecían pegar en absoluto con el atractivo físico del actor.

Sea como sea, son las películas románticas una de las constantes de su filmografía, respondiendo ante ellas como un gran profesional que, eso sí, nunca se permitió hacer escenas de cama demasiado atrevidas o dar besos con lengua. Quizá por timidez, por vigilancia de su esposa Lola, porque le ponían incómodo ese tipo de escenas o porque, en el fondo, seguía perteneciendo a una estirpe de actor clásico donde el sexo en el cine no era lo más importante. Todo comenzó con un título ya mítico en la historia del cine: Tal como éramos (1973).

A comienzos de los años setenta, Barbra Streisand había ganado un Oscar por su debut en el cine con Funny Girl (1969), de William Wyler, y su poder en Hollywood subía como la espuma. Así que su próxima película, Tal como éramos, fue preparada para ella en exclusiva adaptando la novela de Arthur Laurents: la historia de amor de una mujer revolucionaria e inconformista a través de varias décadas de la reciente historia de Estados Unidos. El director elegido fue Sydney Pollack y ahora solo se trataba de elegir convenientemente su compañero de reparto. Tenía que ser alguien con renombre y que, de paso, no le quitase protagonismo.

Streisand no quiso a desconocidos como Dennis Cole y Ken Howard; mientras que a Pollack le pareció que Ryan O’Neal no aguantaría un melodrama con Barbra después de la imagen que el público tenía de ellos tras la disparatada comedia ¿Qué me pasa doctor? (What´s Up, Doc, 1972), de Peter Bogdanovich. Así que el director sugirió a su amigo Redford, aunque éste no estaba del todo convencido: «No me veo en la misma película que Streisand... creo que somos de diferentes generaciones». La productora del filme, Julia Phillips intentó mediar entre ambos, sin conseguirlo.

Redford creía que su papel sería el de mero comparsa del de Streisand, y que no era un drama romántico que pudiese aportar nada a su carrera. Por otro lado, no quería quedar mal con su amigo Pollack, que le había llegado a confesar que no haría la película sin él. Los acontecimientos se precipitaron cuando el otro productor del filme, Ray Stark, “filtró” a la revista “Hollywood Reporter” que el actor había firmado el contrato. Al día siguiente, ante las protestas de Redford, salió una nota de rectificación. Esto molestó a Stark que, como ultimátum, le dijo a Pollack que si Redford no daba una respuesta, esa misma noche contrataría a Ryan O’Neal. Así que Pollack, en un último intento, habló con su amigo diciéndole que el rodaje se llevaría a cabo en Nueva York –por lo que podría estar con su familia y no tendría que cambiar a los niños de colegio–, que su salario sería más alto que el de Streisand y que, además, cobraría un porcentaje de los beneficios del filme. Ante todo eso, ¿quién podía resistirse?

A medida que se anunciaba el comienzo del rodaje, él se negaba en redondo a tener un encuentro previo con Streisand. Sólo aceptó hacerlo como un favor personal a Pollack y siempre que éste le acompañase. La reunión tuvo lugar en casa de Barbra, y, aún con sonrisas forzadas por parte de los tres participantes, ambas estrellas llegaron al acuerdo de “soportarse cordialmente” durante el tiempo que durase la filmación. Hay que recordar que sus estilos de interpretación eran totalmente diferentes, ya que mientras ella iba de “diva intelectual”, Redford se limitaba a utilizar esa enérgica intuición que tan bien le había ido durante toda su carrera.

Durante la filmación tampoco es que las cosas mejorasen, ya que Streisand tenía la manía de llamar todas las noches al director para comentar la escena del día siguiente. Al pretender hacer lo mismo con Redford, éste le dejó bien claro que solo hablaría con ella el mismo día de rodaje.

La historia parte cuando Katie (Streisand) y Hubbell (Redford) se encuentran en la Universidad y, a pesar de sus caracteres diferentes, se enamoran. Así, mientras ella es una activista judía de ideología liberal, él es un conservador de familia adinerada que sueña con ser escritor. Los distintos acontecimientos que se sucederán en la sociedad americana durante las décadas siguientes harán tambalear su amor ya que, mientras Katie toma partido por las injusticias, Hubbell decide pasar los problemas de largo para que éstos no perjudiquen su carrera. Una de las partes más extensas del film hace referencia a las tristemente célebres “Listas Negras” de los años cincuenta, lo que sirvió a su director para hacer balance de la situación política de Estados Unidos, principalmente en lo referente al comunismo, ideología a la que se supone Katie está cercana.

Basándose en su propia novela, Arthur Laurents escribió el guión original del filme, aunque ayudado por David Rayfiel y Alvin Sargent, que finalmente no fueron acreditados. A Laurents no le gustó que Redford no diese importancia al asunto político de su personaje. Según dijo: «Destrozó mi idea original porque sólo le importaba su imagen de galán, igual que todas las estrellas de cine de Hollywood. Incluso después del primer revolcón con Streisand, desapareció una de sus líneas de diálogo: ‘La próxima vez te prometo que intentaré estar mucho mejor’. Esto fue porque Redford no podía poner en tela de juicio la virilidad ante sus fans».

El guión se centró sobre todo en el personaje de Katie, lo que quería decir que Streisand saldría reforzada del filme. De hecho, el romance con Redford no era sino otro episodio más en la vida de Katie. Ante las protestas del actor, se intentó equilibrar el guión con más diálogo a su personaje lo que llevó al despido momentáneo de Laurents y la contratación de varios escritores para que remodelasen la historia. Por allí pasaron desde Francis Ford Coppola hasta Dalton Trumbo, pero ante la insistencia de Barbra, el defenestrado Laurents volvió al proyecto original con nuevas rencillas ante Redford. «Este tipo es un egocéntrico», llegó a decir.

El rodaje fue bastante complejo, no solo por el comportamiento de diva de Streisand, sino porque el productor Ray Stark controlaba continuamente todo lo que sucedía en el plató puesto que la Columbia necesitaba un éxito de taquilla urgentemente (y lo consiguió llegando a los cincuenta millones de dólares). Ninguno parecía disfrutar de la presencia del otro según la opinión del actor Bradford Dillman: «Redford era más accesible, a pesar que estaba casi siempre hablando por teléfono; mientras que ella era difícil que estuviese con el resto del equipo, y apenas la vi sonreír un par de veces durante todos los meses que estuvimos juntos».

Parte de su filmación tuvo lugar en la Universidad Cornell, contratando como extras a los propios estudiantes que, como en esa época lucían el pelo largo, tuvieron que cortárselo para resultar creíbles como adolescentes de la década de los cuarenta. Eso sí, quienes no tenían mucha pinta de colegiales eran unos talluditos Redford y Streisand.

También hubo ciertas discrepancias entre el director y el productor Ray Stark, ya que éste último veía el negocio de la película en la historia de amor entre ambos actores, mientras que Pollack pretendía hacer un “fresco de los últimos años de la sociedad norteamericana” indagando en el episodio de la “Caza de brujas” como parte clave de la trama algo que, por supuesto, se acabó desechando (incluso se suprimió una escena en que Katie protestaba contra la guerra del Vietnam).

A medida que avanzaba la película, Barbra notó que Redford estaba haciendo una gran interpretación y temió que pudiese robarle protagonismo. Incluso llegó a pensar que director y actor habían tramado una conspiración para dejarla a ella al margen de la gloria. Para tranquilizarla, el productor dijo que la culpa era del cámara, que no la estaba sacando lo suficientemente atractiva, por lo que no tuvo otra ocurrencia que despedirle. En realidad, lo que Streisand quería era tener el control absoluto de la cinta, algo que conseguiría en su etapa como directora, con rodajes igualmente polémicos e infernales en los que impuso toda su voluntad: Yentl (1983), El príncipe de las mareas (Prince of Tides, 1991) y El amor tiene dos caras (The Mirror Has Two Faces, 1996). Ella siempre reprochó a Pollack no haber escuchado sus indicaciones y no haber convertido a Katie en un personaje más sensible.

Una vez terminada, y durante uno de los pases previos, el público asistente mostró su disconformidad marchándose de la sala. Esto hizo que fuese aligerada once minutos en su montaje final. Finalmente la periodista Molly Haskell, entusiasmada, llegó a escribir en “The Village Voice”: «Quizá, el destino de Redford sea ser simplemente una imagen con la que el público disfruta. Hay un tipo de actor que sabes que siempre va a pasar algo cuando la cámara está cerca de él. En pantalla, Redford es una orgía de sensaciones. Puedes sentir el roce de la piel de sus mejillas, ver el resplandor que desprende su mirada, tocar las arrugas que se marcan en su rostro cuando le ciega el sol».

Su sex appeal resultaba notable. Sobre todo porque, por primera vez en su carrera, tenía una auténtica escena de cama con una mujer. El plano donde aparecía desnudo se convirtió en un motivo para que muchas espectadoras fuesen a ver la película en más de una ocasión, transformando su imagen en un ídolo para millones de mujeres. Ese año ganó el galardón “Golden Apple” como estrella de cine masculina del año.

Aunque el crítico Richard Schickel, antiguo amigo del actor, no le trató excesivamente bien: «Es una película penosa para Barbra y Robert. Él hizo una elección consciente de que esto le serviría para mantener su status de estrella, pero podía haber desarrollado su personaje de forma diferente. Es un gran observador de lo que ocurre a su alrededor, y podría haber actuado de cuatro formas diferentes. Pero aparece con una actitud como diciendo: ‘¡Qué les den a todos!’. Nunca vemos esa actitud irónica de sus otros personajes». Esto dolió mucho al actor, que consideraba una traición que alguien que le conocía hace tiempo hiciese estos comentarios tan despectivos.

Presentada como una respuesta a Love Story (1970), de Arthur Hiller, el público respondió con fervor elevándola a la categoría de título clásico entre las historias de amor de todos los tiempos. También los Oscar fueron generosos al conseguir seis nominaciones: Mejor actriz (Barbra Streisand); fotografía (Harry Stradling, Jr.); dirección artística (Stephen Grimes y William Kiernan); vestuario (Dorothy Jeakins y Moss Mabry); canción “The Way We Were”, de Marvin Hamlisch y Alan & Marilyn Bergman; y banda sonora (Marvin Hamlisch). Consiguió vencer en éstas dos últimas categorías en una ceremonia de 1973 especialmente gloriosa para Hamlisch ya que también se hizo con su tercera estatuilla como mejor banda sonora adaptada por El golpe, donde de nuevo volvía a ilustrar las andanzas de un Redford en el mejor momento de su carrera.

La pareja del siglo

Ninguna pareja cinematográfica masculina ha sido tan aclamada como la formada por Paul Newman y Robert Redford. De hecho, en el 2007, la compañía “Universal Home Entertainment” emitió una lista de las parejas con más química de la historia del cine. En primer lugar figuraron Redford y Newman, seguidos de Robert De Niro-Joe Pesci (Toro salvaje, Uno de los nuestros, Casino) y Jack Lemmon-Walter Matthau (La extraña pareja, Primera plana, Dos viejos gruñones). Y pocas han sido tan añoradas y tan premiadas: Dos hombres y un destino ganó cuatro Oscar: guión original (William Goldman), fotografía (Conrad Hall), canción original (Burt Bacharach y Hal David) y banda sonora original para Burt Bacharach. Por su parte, El golpe (1973) se alzó con siete estatuillas: película, director, guión original (David S. Ward), dirección artística (Henry Bumstead y James Payne), montaje (William Reynolds), vestuario (Edith Head) y banda sonora adaptada (Marvin Hamlisch).

El guión de El golpe (1973) estaba escrito para el protagonismo absoluto de Redford tal y como se lo aseguró el director Roy Hill. Sin embargo, los productores decidieron que podrían aprovechar el tirón comercial de Dos hombres y un destino añadiendo a Paul Newman en su reparto en un papel secundario. Ambos cobrarían medio millón de dólares, lo que extrañó a Redford, puesto que el papel de su compañero era sensiblemente menor. Además, el guionista David S. Ward quería dirigir la película sin tocar un ápice de su guión, algo que, por suerte, no ocurrió.

La historia volvía a colocar a los dos actores como unos ladrones, esta vez haciendo de las suyas en los años 30. Todo comienza cuando un estafador de poca monta (Redford) decide unirse a un maestro del timo borracho y acabado (Newman) para vengar la muerte de un amigo. David S. Ward escribió un guión repleto de trampas, pistas falsas y juego sucio, servida por un ritmo trepidante impuesto por Hill e impregnada por la pareja de marras que, como decía el director: «Cuando están juntos en pantalla, hay mucho más que química. Cuando están juntos siempre sucede algo excitante, aunque ni siquiera estén actuando o hablando».

Durante el rodaje ambos volvieron a hacer gala de su buena amistad, y la esposa de Newman, Joanne Woodward hizo un jersey de lana a Redford recordándole lo importante que es ser puntual. Eso sí, Robert Shaw no tuvo una relación nada positiva con Redford, a pesar que éste había intervenido en la adaptación al cine de su novela, Situación desesperada, pero menos, que había sido un fracaso en taquilla. Shaw, que encarnaba al mafioso burlado porque Richard Boone se había negado a hacer el papel, se había hecho daño en la pierna poco antes de comenzar el rodaje, lo que fue aprovechado para que su personaje adoleciese de cojera.

La filmación tuvo lugar en los estudios de la Universal –con una memorable recreación de los ambientes de los años treinta– y, durante tres días, en las calles de Chicago, aunque su alcalde se había negado a que se rodasen películas en la ciudad por un periodo de dos años.

Por el filme, Redford consiguió su primera y única nominación al Oscar como mejor actor, entrando en la terna junto a Marlon Brando por El último tango en París (Last Tango in Paris), Jack Nicholson en El último deber (The Last Detail), Al Pacino en Serpico y el vencedor Jack Lemmon por Salvad al tigre (Save the Tigre). Todos ellos habían tenido relación con Redford a lo largo de su carrera: Marlon Brando porque había trabajado con él en La jauría humana; Nicholson porque estuvo a punto de hacer El golpe cuando Bob estaba dudando su participación en la película; Pacino y Redford fueron dos opciones para el papel de Michael Corleone en El padrino; y Lemmon porque el guionista William Goldman le quería a él para interpretar Dos hombres y un destino. Eso sí, Redford consiguió el premio italiano David de Donatello como mejor actor extranjero del año.

En todas las listas que se hicieron en Hollywood durante ese tiempo, el actor siempre aparecía como uno de los hombres mejor vestidos, tanto dentro como fuera de la pantalla. En el cine trabajó seis veces con diseños de Edith Head, una de las mejores especialistas en vestuario de todos los tiempos. Head (1907-1981), comenzó trabajando en el Hollywood de los años veinte y, durante su larga y fructífera carrera, esta diseñadora de vestuario fue nominada al Oscar durante diecinueve años consecutivos con treinta nominaciones y siete estatuillas. Para Redford diseñó los trajes de seis títulos: La rebelde, Propiedad condenada, Descalzos por el parque, El valle del fugitivo, El golpe y El carnaval de las águilas. Por El golpe, Head ganó su octava y última estatuilla, diciendo en su discurso: «Imaginad, vestir a Newman y Redford, los hombres más guapos del mundo, y además conseguir un Oscar». Años después, en su biografía, dijo sobre el rodaje del filme que ambos actores querían que las corbatas tuviesen un tono azul para que hiciesen juego con el color de sus ojos.

También en su vida privada se ha visto siempre a Redford con bastante buen gusto a la hora de vestir, no sólo con sus chaqués sino por su guardarropa destinado a moderna ropa vaquera. Su imagen sensual permanecía así intacta, algo que se observa cuando la revista “Playboy” le consideró la “Estrella más sexy” durante los años 1973 (El golpe), 1976 (Todos los hombres del presidente) y 1984 (El mejor).


Nota de la Redacción: Este texto corresponde a parte del capítulo titulado "Dos hombres y un destino” del libro de Luis Miguel Carmona, Robert Redford. El chico de oro (T&B Editores, 2009). Queremos hacer constar nuestro agradecimiento a T&B Editores por su gentileza al facilitar la publicación en Ojos de Papel.
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