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Opinión/Editorial
Unión, Progreso y Democracia
Por ojosdepapel, lunes, 1 de octubre de 2007
Así se denomina el nuevo partido encabezado y promovido por un grupo salido del colectivo cívico ¡Basta Ya! del que forman parte, como cabezas visibles, Fernando Savater, Rosa Díez y Carlos Martínez Gorriarán. A ellos se ha unido Mikel Buesa, el expresidente del Foro de Ermua, otro grupo cívico de origen vasco que lucha contra el nacionalismo obligatorio, y mucha otra gente que, a título individual o encuadrada en otras asociaciones, creen lógico que la defensa de los derechos ciudadanos está por encima de los colectivos o identitarios.
Pero el partido no ha nacido a causa de la defensa de esos principios básicos, sino principalmente como consecuencia del vacío político dejado por los socialistas en defensa de los mismos. El gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, asentado en su política excluyente, ha incorporado como elementos capitales de su estrategia a los nacionalistas, sobre todo a los más radicales, con lo que ha acabado incentivando su extremismo, como se ve con el Plan Ibarreche II y el activismo fascistoide de los republicanos catalanes, apoyados todos ellos por el grupo ultranacionalista gallego BNG.

La visión sectaria y revanchista del nuevo grupo dirigente socialista, que ha adquirido la forma de un antifranquismo retrospectivo, además, ha puesto en cuestión los fundamentos del pacto de la Transición democrática, un acuerdo de convivencia entre la derecha y la izquierda que fijó el futuro como referente temporal para la construcción de una convivencia civil en paz y el pasado como recordatorio de lo que nunca debería volver a ocurrir. En esta estela de revisionismo insensato, también se ha tratado de remover, por causas de origen táctico y una concepción relativista de los fundamentos en los que subyace la soberanía nacional, la estructura de la organización territorial del Estado, desnaturalizando las bases de la Constitución de 1978 por la vía de los hechos consumados de la reforma estaturaria.

Por último, se encuentra el mesianismo pacifista del presidente del gobierno que se manifiesta en la invocación del pensamiento mágico como mecanismo superador del tratamiento realista de los problemas a partir de la experiencia y el conocimiento que se ha adquirido sobre los mismos, lo que ha llevado a la negociación política con la banda terrorista ETA cuando ésta se encontraba contra las cuerdas, a punto de desmoronarse. Todo el denominado proceso ha estado trufado de mentiras y medias verdades a las que se ha dado cobertura desde el gabinete. La más evidente fue falsear la verificación de que los terroristas tenían la voluntad inequívoca de dejar las armas antes de iniciar conversaciones. La más intolerable, negociar cuestiones políticas capitales (anexión territorial de Navarra y el derecho a la autodeterminación, entre otras) al margen de los cauces constitucionales y a espaldas del pueblo español, el único soberano para decidir sobre estas cuestiones en situación de paz y transparencia.

El largo periodo de negociaciones consentido por el gobierno, pese a que continuó la extorsión, el terrorismo callejero, la reorganización y el revituallamiento logístico de la banda, sólo ha servido para revitalizarla y, lo que es peor, para proporcionarle expectativas renovadas de conseguir sus objetivos últimos, sea a través de la presión con nuevos atentado, sea a través de la reconstitución de un Lizarra II, al converger de nuevo la estrategia del nacionalismo sedicentemente moderado del PNV con la de ETA a través de la convocatoria de Ibarreche para un referéndum sobre el derecho a decidir el 25 de octubre de 2008. De este modo, ha resurgido el frente nacionalista de Lizarra.

En cualquier caso, según se desprende de las declaraciones del presidente Zapatero a RNE, si vuelve a gobernar, en una exhibición de la elasticidad y cintura de sus entrañas, se reanudarán los contactos con la banda terrorista. ¿Es posible hacerlo peor? Posiblemente no (aunque nunca se sabe): con esas manifestaciones lo único que consigue Zapatero es ofrecer seguridades a los terroristas para volver a la mesa de negociaciones tantas veces como quieran o lo necesiten, según las circunstancias (asfixia policial) o políticas (escoltar los avances de Ibarreche hacia la independencia).

El porvenir que presenta la gestión de Zapatero es muy inquietante. La sociedad española está cada vez más dividida; los territorios se enfrentan y de la solidaridad se ha pasado a la pugna codiciosa por el reparto de la tarta presupuestaria; las posiciones de los nacionalistas, moderados y ultras, se han radicalizado todavía más; el peso internacional de España es mínimo pero a cambio de pérdidas humanas máximas; y la lucha por la regeneración democrática ha pasado a mejor vida.

Es en este contexto en el que felizmente surge la iniciativa de crear un nuevo partido, Unión, Progreso y Democracia, que busca recomponer los desastres que están mermando la estabilidad política y social española. Los dirigentes, con una larga experiencia a sus espaldas, han detectado cuáles son los males que socavan el sistema político y han elaborado unas propuestas tan elementales como inteligentes para regenerarlo. Las medidas pasan por la reforma de la Constitución, al objeto cerrar el modelo territorial y reforzar las potestades del Estado para preservar la igualdad real de todos los ciudadanos, rescatando competencias clave como la de educación. La reforma de la Ley Electoral, que sobreprima la representación de los grupos nacionalistas pese a tener comparativamente un escaso número de votos, reduciendo a su exacta proporción la capacidad de influencia de estas organizaciones, al tiempo que se abre la posibilidad de que surjan partidos bisagra que faciliten la gobernación sin el lastre de atender reclamaciones políticas que enmascaran exigencias de privilegios. Por último, se tratará de implementar medidas regeneradoras del sistema, reforzando la independencia judicial y de los organismos reguladores independientes, así como la democratización del funcionamiento interno de los partidos.

Tanto las personas que lo dirigen como el programa del nuevo partido son dignas de confianza. Lo señala su compromiso con las libertades, el capital moral que reúnen muchos de ellos que, sin disfrutar de ningún cargo político, arriesgan su vida todos los días desde hace muchos años en defensa de unos principios que salvaguardan las libertades y la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos independientemente del lugar donde hayan nacido, sin privilegios ni ventajas para nadie.

Las valoraciones negativas de quienes legítimamente discuten los resultados de su acción o la conveniencia o coherencia del proyecto no son de escaso calado. Hay muchos problemas a los que se han de enfrentar, tanto de índole organizativa como programático que irán apareciendo sobre la marcha y pueden resultar fatales, tal y como se ha visto con Ciudadanos. Sin embargo, lo cierto es que la experiencia de esta última organización ha sido muy valiosa para constatar cuáles son las equivocaciones que no se han de cometer y para verificar que existe un claro vacío de representación política en una parte del electorado que está por cuantificar pero que es sustancial.

Por contra, frente a aquellos que los acusan de oportunistas, con tanto estómago agradecido como hay en la prensa y en los partidos que les critican, cabe preguntarse qué se les ha perdido a este grupo de hombres y mujeres, cuando tienen asentadas sus carreras y su futuro profesional está más que asegurado, para embarcarse en un proyecto tan atrevido como arriesgado. La respuesta a esta cuestión es la que da la medida de sus verdaderas intenciones y de la solidez de su compromiso con la libertad, la igualdad y la fraternidad.
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