Análisis/Política y sociedad latinoamericana
Los problemas sociales de los inmigrantes
Por Carlos Malamud, lunes, 1 de octubre de 2007
Las migraciones ya no son lo que eran en el pasado, cuando el desarraigo, la nostalgia y el olvido eran algunas de las notas características de estos movimientos. Hoy la situación ha cambiado gracias a la mejora en la calidad y en la intensidad de las comunicaciones entre quienes se van y sus sociedades de origen. Tanto el drástico descenso en los precios de las llamadas telefónicas y los billetes aéreos (y su mayor frecuencia) como la explosión de Internet han revolucionado la vida de los inmigrantes. Sin embargo, esta mejora es sólo un aspecto en la vida cotidiana de quienes, por diversos motivos, se han visto obligados a dejar sus países. Ellos, y sus familias, aquí y allí, conocen un gran número de problemas, algunos de los cuales se exponen a continuación.
Las migraciones ya no son lo que eran en el pasado, cuando el desarraigo, la nostalgia y el olvido eran algunas de las notas características de estos movimientos. Hoy la situación ha cambiado gracias a la mejora en la calidad y en la intensidad de las comunicaciones entre quienes se van y sus sociedades de origen. Tanto el drástico descenso en los precios de las llamadas telefónicas y los billetes aéreos (y su mayor frecuencia) como la explosión de Internet han revolucionado la vida de los inmigrantes. Sin embargo, esta mejora es sólo un aspecto en la vida cotidiana de quienes, por diversos motivos, se han visto obligados a dejar sus países. Ellos, y sus familias, aquí y allí, conocen un gran número de problemas, algunos de los cuales se exponen a continuación.
La globalización y sus cambios han permitido la mejora de las comunicaciones interpersonales entre los inmigrantes y sus sociedades de origen. De este modo, los vínculos entre las colonias de inmigrantes latinoamericanos y la sociedad que han dejado atrás, sus familias incluidas, se han hecho más intensos. Pese a las grandes distancias, y al valladar que supone el Océano Atlántico, hoy hay una mayor facilidad para escuchar la radio y ver la televisión de los países de origen, así como para leer la prensa diaria. Por si todo esto fuera poco, está claro que los inmigrantes son un gran mercado y allí done hay abundante masa crítica comienza a desarrollarse una oferta comunicacional “latina” que refuerza la tendencia anterior. La suma de todas estas novedades permite que los lazos con la sociedad de origen sean muy estrechos, que las costumbres y las lenguas nativas sean más fáciles de mantener y que los incentivos para la integración sean menores que en el pasado. A esto se suma la importancia creciente del llamado “comercio de la añoranza”, que permite a los inmigrantes acceder, sin demasiado esfuerzo, a sus bienes de consumo tradicionales, especialmente comidas y bebidas, pero también otros, como la prensa.
Los principales problemas que enfrentan una buena parte de los inmigrantes latinoamericanos en España, y la inmigración en general, provienen de la inmigración ilegal. De ella derivan otras cuestiones de una gran gravedad social, muchas veces agravados por la existencia o la dependencia de grupos delictivos organizados, verdaderas mafias, que viven de las necesidades de los inmigrantes. Así nos encontramos con cuestiones como la marginalidad social; un deficiente acceso a la vivienda, que comúnmente se salda con la ocupación de infraviviendas; la vida clandestina o semiclandestina en la que se mueven los ilegales, que es a su vez causa de males mayores; la dedicación laboral en empleos de mala calidad o pésimamente pagados; la delincuencia, la prostitución y la explotación de menores, etc.
En el caso de los latinoamericanos en España hay una cierta complicidad social y un mayor laxitud en el trato policial que unida a las ventajas de la lengua sirve para “proteger” a muchos ilegales
La falta de documentación en regla somete a los inmigrantes ilegales a un mayor estrés cotidiano, ya que no sólo les impide acceder a una serie de servicios públicos y, en menor medida, privados, sino también en determinadas ocasiones, especialmente si son detenidos por la policía, los puede situar al borde de la deportación. Sin embargo, estas últimas cuestiones dependen de las normas imperantes en los distintos países de acogida y de la nacionalidad de origen de los inmigrantes. En el caso de los latinoamericanos en España hay una cierta complicidad social y un mayor laxitud en el trato policial que unida a las ventajas de la lengua sirve para “proteger” a muchos ilegales, lo que evidentemente no impide que algunos terminen siendo expulsados.
Teóricamente, una migración ordenada y regulada debería evitar bastantes de estos abusos, aunque es difícil reconducir de forma ordenada las corrientes migratorias. La posibilidad de limitar la llegada de inmigrantes está condicionada por la historia de estos movimientos, como prueba la experiencia negativa de países tradicionalmente receptores, como EEUU, Canadá, Argentina o Australia, con sus repetidas regularizaciones y amnistías de inmigrantes ilegales. Además, muchos de los problemas de los inmigrantes legales son comunes a los ilegales.
La idea, falsa pero convenientemente explotada, de que los inmigrantes restan puestos de trabajo a los locales aumenta la xenofobia y el racismo y dificulta el proceso de integración
La mayor parte de los problemas de los inmigrantes comienzan con su llegada a los países de destino y durante su integración a la nueva sociedad, especialmente en los primeros años, ya que al cabo de un tiempo muchos logran una cierta estabilidad laboral. Entre estas cuestiones destacan: 1) El acceso a los servicios sociales mínimos, como sanidad o educación. El conflicto con la sociedad de acogida es doble y pasa por saber quién financia los servicios y en qué medida la mayor demanda de los mismos, ante la presión migratoria, deteriora su calidad; 2) El acceso al mercado de trabajo, condicionado por ciertos factores: el mismo mercado, la demanda laboral, el comportamiento de la sociedad de acogida y su gobierno; 3) La idea, falsa pero convenientemente explotada, de que los inmigrantes restan puestos de trabajo a los locales aumenta la xenofobia y el racismo y dificulta el proceso de integración; 4) La vinculación entre la cultura y los valores de las sociedades de origen con los valores y la cultura de las sociedades de acogida. ¿Es posible la síntesis o la cohabitación entre ambos? En el caso de la inmigración latinoamericana a España, hay mayores alicientes para alcanzarla dicha síntesis, mientras que frente a la ostentación de costumbres extrañas, como el velo islámico, surgen actitudes defensivas, que a veces degeneran en racismo y xenofobia; 5) La relación entre algunos inmigrantes y la delincuencia, una relación que tiende a ser explotada políticamente por algunos grupos de extracción ultraderechista o xenófoba, que tienden a identificar a todos los inmigrantes con delincuentes, dificultando su integración y su inserción en la sociedad de acogida.
Quienes emigran no suelen ser los sectores más pobres ni los menos cualificados de sus sociedades, pero por lo general suele ser gente joven, lo que unido a su potencial y a su mayor cualificación suele provocar una sangría de capital humano en los países de origen. Ahora bien, que los emigrantes no sean los más pobres ni los más desesperados no implica que estén en una situación boyante, sino todo lo contrario. Es frecuente que se vean obligados a realizar un monumental esfuerzo para afrontar la aventura, a veces muy peligrosa y que les puede costar la vida, de la inmigración ilegal. No resulta infrecuente que el esfuerzo económico que conlleva emigrar los conduzca al endeudamiento propio y de sus familiares más cercanos a fin de para afrontar los gastos del viaje. A esto se agrega, en determinadas circunstancias, la subordinación de los emigrantes a bandas o mafias encargadas de introducirlos clandestinamente en países desarrollados. En ciertas ocasiones, especialmente aquellas no exitosas en que los inmigrantes no logran los ingresos necesarios para sobrevivir y hacer frente a sus deudas, el impago puede comprometer seriamente su situación familiar, con mayores deudas o con riesgo para sus vidas y bienes.
El envío regular de una suma de dinero, por más modesta que sea, supera los ingresos monetarios de las unidades familiares y produce una falta de incentivos concretos para acceder al mercado laboral en los países de origen
En los casos exitosos, los familiares (cónyuges, hijos, padres o hermanos) se benefician de las remesas de los emigrantes, ya que reciben unos ingresos que suelen estar por encima del salario mínimo de sus países. Por eso, la cuestión es encontrar la fórmula para convertir las remesas en palanca para el crecimiento y el desarrollo y no sólo una tabla de salvación individual. Las remesas plantean dos problemas más, uno en destino y otro en origen. El primero: los elevados costos de transferencia, asociados al esfuerzo pedido al sistema bancario para disminuir las comisiones a la vez que mantiene las exigencias de seguridad de los bancos centrales, vinculadas al combate contra el crimen organizado (narcotráfico y otros ilícitos) y el terrorismo. La segunda cuestión es más compleja y se relaciona con el funcionamiento del mercado de trabajo local. El envío regular de una suma de dinero, por más modesta que sea, supera los ingresos monetarios de las unidades familiares y produce una falta de incentivos concretos para acceder al mercado laboral en los países de origen. En algunos países de América Latina hay sectores donde la falta de mano de obra comienza a ser un problema, con el consiguiente aumento de los costes salariales y su pérdida de competitividad. Estamos frente a una especie de círculo vicioso que tiende a potenciar la emigración en vez de limitarla.
Los países desarrollados necesitan de los inmigrantes y su presencia en las sociedades de destino no pasa desapercibida. El choque cultural, unido a diversas cuestiones que giran en la órbita de la inmigración, genera una serie de conflictos entre los nacionales de un país y los recién llegados: el acceso a los servicios, su financiación y el mantenimiento de ciertos estándares de calidad; la competencia por el mercado de trabajo, por más que buena parte de los inmigrantes cubra empleos no deseados por los locales; la sensación del aumento de la inseguridad, etc. Estos y otros conflictos no sólo no deben ocultarse sino que deberían incorporarse de forma prioritaria a la discusión pública, haciéndolo de una forma seria y responsable y sin condicionamientos xenófobos.