Análisis/Política y sociedad latinoamericana
Bolivia en el precipicio
Por Carlos Malamud, lunes, 3 de septiembre de 2007
La situación interna en Bolivia es cada vez más preocupante. Aumento de la conflictividad, movilizaciones sociales de colectivos descontentos con la acción del gobierno o en respaldo de la acción del gobierno, parálisis de la Asamblea Constituyente ya en tiempo adicional, crisis en el Poder Judicial y así podríamos seguir. El problema de fondo es la incapacidad del gobierno de Evo Morales por modernizar unas estructuras políticas obsoletas sin dividir a la sociedad y sin aplicar una clara política de confrontación. La falta de diálogo puede sumir al país en el abismo y son pocos los que tratan de evitar el choque de trenes.
Cuando en diciembre de 2005 Evo Morales y su Movimiento al Socialismo (MAS) ganaron las elecciones presidenciales y legislativas en Bolivia, con unos porcentajes desconocidos en el reciente (pero no único) período democrático en la historia republicana del país, buena parte de la sociedad local respiró aliviada y el optimismo sobre el futuro inmediato se trasladó a la llamada comunidad internacional. Después de años de profunda crisis política, que habían provocado la salida prematura de algún presidente y la convocatoria de elecciones anticipadas, parecía llegado el momento de revertir una situación marcada por la postración y la exclusión de importantes sectores sociales, por la pobreza y la desigualdad. La elección del que erróneamente se calificó como primer presidente indígena de América Latina (Morales no sólo es mestizo sino que el primer presidente indígena de todo el continente fue el mexicano Benito Juárez en el siglo XIX) parecía ser una ventana de oportunidad abierta a la esperanza. Así lo habían entendido los millones de bolivianos que lo votaron (el 54%), si bien es verdad que las motivaciones de unos y otros eran muy distintas.
Hubo, los sigue habiendo, muchos ciudadanos bolivianos que decidieron apoyar no sólo a Morales sino también su proyecto de transformación revolucionaria del país. Pero también hubo otros ciudadanos que esperaban que la elección del dirigente cocalero acabara con el caos en que se había sumido el país, con bloqueos constantes de carreteras y multiplicidad de paros diarios, que golpeaban a un gobierno tras otro. Con todo, no hay que olvidar que en buena medida ese caos era provocado por movimientos sociales y sindicales próximos o afines al MAS, o instrumentalizado por el propio partido con el ánimo de reforzar su posición de poder.
Las expectativas puestas en una transformación pacífica y paulatina de la sociedad, la política y la economía bolivianas, fueron rápidamente frustradas por un gobierno que no ha acertado ni con el rumbo ni con el tono de su gestión pública y cotidiana
Sin embargo, y más allá del voto depositado por numerosos sectores medios (urbanos y mestizos), las expectativas puestas en una transformación pacífica y paulatina de la sociedad, la política y la economía bolivianas, fueron rápidamente frustradas por un gobierno que no ha acertado ni con el rumbo ni con el tono de su gestión pública y cotidiana. Es verdad que la oposición tampoco ha colaborado en la tarea, y que la mayor parte de los políticos que ejercen su tarea de control del Ejecutivo se caracterizan por un estilo que a veces raya en lo ramplón y pendenciero. Por eso no es de extrañar que en más de una oportunidad, tanto en el Parlamento nacional como en la Asamblea Constituyente las discusiones hayan concluido a los golpes y a los chicotazos propinados por sus egregias señorías.
En lugar de la palabra y las ideas se impusieron el radicalismo; la demagogia igualitarista de un discurso excluyente, etnicista y nacionalista; la descalificación y el insulto del contrario; el antinorteamericanismo y, sobre todo, la falta de una voluntad de diálogo y negociación como vía para resolver y solucionar los conflictos. La idea de la mayoría, aunque fuera por un solo voto de diferencia, se impuso a la del consenso. Esto se vio rápidamente en la Asamblea Constituyente, que debía implementar el proyecto estrella de Morales, la CPE (Constitución Política del Estado). Según los términos del referéndum que había propiciado su convocatoria y la reglamentación aprobada, la nueva Constitución requiere una amplia mayoría de dos tercios para salir adelante. Pero el MAS sólo obtuvo poco más del 50% en la elección de constituyentes y eso le obligó a cambiar su estrategia, de modo que ante la falta de acuerdo pasó a impulsar la validez de la mayoría absoluta (50% en lugar del 66%) para sacar adelante sus proyectos. La falta de voluntad de diálogo, de todas las partes implicadas, explica la situación de práctico bloqueo en que vive hoy la Constituyente: 13 meses después de haber iniciado su andadura se ha mostrado incapaz de aprobar un solo artículo y ya ha tenido que prorrogar el tiempo asignado para redactar la nueva Constitución.
Bolivia no es Venezuela y el gobierno boliviano carece de los inagotables recursos procedentes del petróleo que tienen en Caracas
En la práctica el gobierno ha despreciado a la oposición, pero no sólo a la oposición vertebrada en torno a los denostados “partidos políticos tradicionales”, sino también a ese 46% de la población que en su momento no votó por Morales y la que no es tenida en cuenta por los responsables de planificar y gestionar las políticas públicas. Rápidamente se impuso el modelo bolivariano y Hugo Chávez comenzó a ejercer una tarea de tutelaje sobre un presidente, Morales, al que en bastantes ocasiones trata como un hijo (al que, por supuesto, hay que marcar de cerca). El estilo chavista de gobierno supone la crispación y la polarización social, pero Bolivia no es Venezuela y, sobre todo, el gobierno boliviano carece de los inagotables recursos procedentes del petróleo que tienen en Caracas. Esto impide aumentar considerablemente el gasto público, de modo de poder canalizar las reivindicaciones sociales y darles salida, aunque más no sea que con políticas asistencialistas y clientelares. De todas maneras la impronta venezolana es omnipresente en Bolivia, y no sólo a través de las vallas publicitarias de PdVsa (Petróleos de Venezuela). El presidente Morales se desplaza en medios de transporte aéreos (aviones y helicópteros venezolanos), su seguridad es venezolana y buena parte de la inteligencia que maneja el gobierno tiene ese origen. A eso hay que sumar, entre otras tantas cosas, que parte del dinero que sufraga los gastos clientelísticos del ejecutivo boliviano viene de la cooperación venezolana.
Que Bolivia no es Venezuela se observa en un reciente estudio de la Fundación UNIR-Bolivia. De acuerdo con el mismo, Bolivia conoció, en el primer semestre del año, 156 conflictos sociales de todo tipo, lo que supone una media mensual de 26, es decir, a casi un conflicto social diario. De los 156 hechos de violencia registrados los hubo breves, cortos, prolongados y otros de mucha intensidad, con el preocupante saldo de tres muertos y 250 heridos, una cifra que tiende a cuestionar el carácter dialogante de la sociedad y del sistema político bolivianos. De los 156 conflictos, 131 (84%) tuvieron una duración igual o menor a tres días, la mayor parte debido a demandas sectoriales. Otros 25 (16%) fueron prolongados (cuatro o más días) y tuvieron marcados signos de violencia y cuatro alcanzaron niveles graves de violencia y el saldo de tres muertos y más de 250 heridos. La mayoría de estos conflictos afectó el área urbana con 221 días de problemas (61,7%); la segunda área afectada fue la rural con 104 días de conflicto (29.1%) y, finalmente, el área urbano-rural con 33 días (9,2%). La Paz fue el departamento más afectado, con 160 días de conflicto; seguido por Cochabamba, 54 y Santa Cruz, 43.
Agitando permanentemente el fantasma de un golpe contrarrevolucionario orquestado por Estados Unidos el gobierno boliviano intenta mantener galvanizados a sus seguidores
Esta situación se refleja cada vez más en el sentir de la opinión pública, como nos muestran las encuestas de opinión. La popularidad del presidente boliviano cayó del 61 al 57% por ciento entre julio y agosto, mientras que los bolivianos que desaprueban su gestión pasaron del 34 al 39%. Morales sigue contando con un gran apoyo en las ciudades andinas de El Alto (88%) y La Paz (82%), aunque obtiene sendos suspensos en la central Cochabamba (47%) y la oriental Santa Cruz (27%). La figura del vicepresidente Álvaro García Linera también se ha resentido y su índice de aprobación bajó entre julio y agosto del 61 al 54%, mientras su repudio aumentó del 34 al 41%. Los críticos de la Asamblea Constituyente, el proyecto estrella de Morales promete "refundar", aumentaron del 51 al 53%, mientras su apoyo bajó del 41 al 36%. Tanto para el presidente como para el vicepresidente y la Constituyente, son los más bajos índices de aprobación y los mayores de repudio en todo 2007.
Agitando permanentemente el fantasma de un golpe contrarrevolucionario orquestado por Estados Unidos el gobierno boliviano intenta mantener galvanizados a sus seguidores. Pero como muestran las encuestas de opinión, la frustración comienza a asentarse en Bolivia y, por ese camino, va a resultar cada vez más difícil imponer las propuestas de cambio que el MAS apoya. Pese a los cantos de sirena provenientes de Venezuela, que pronostican un alba más venturoso, sería bueno que los seguidores de Morales, incluido su tan ponderado ministro de Exteriores, David Choquehuanca, portavoz de las posturas más milenaristas y telúricas del gobierno, fueran tocados por una buena dosis de realidad y pragmatismo, que los sacara de su actual estado de ensoñación, y que fueran capaces de recuperar la vía del diálogo, tan necesaria para que Bolivia salga del borde del precipicio en que actualmente se encuentra. Pero para esto también se requiere del esfuerzo y el compromiso de la oposición, que también debe asumir su mayoría de edad. Es decir, que sin el concurso de unos y otros, de la mayor parte de los bolivianos, el ensayo incluyente de Morales puede concluir en un nuevo fracaso.