Ya desde que
Cervantes escribiera el
Quijote se sabe que cualquier interpretación individual de la realidad es siempre parcial y aún peligrosa. La lección del
Quijote es que sumando puntos de vista de todos los estratos sociales, desde el loco al “inculto”, desde el bachiller a la prostituta, desde el marqués hasta el morisco, podemos llegar a hacernos una idea del mundo que nos rodea. El punto de vista es esencial a la hora de ofrecer nuevos enfoques de la realidad.
El día 25 de junio ocurrió una escena en un aeropuerto de Israel que todos los medios de comunicación (al menos los conocidos por mí) interpretaron de la misma manera: desde el punto de vista de los poderosos. Un soldado se quitó la vida: para ello escogió un escenario público y unos testigos de excepción. Lugar: el Aeropuerto de Ben Gurion, en Tel Aviv. Testigos: el primer ministro israelí
Ehud Olmert, el presidente de Israel
Simon Peres, el primer ministro de Francia
Nicolás Sarkzy y su esposa la “mediática”
Carla Bruni. Lo que me ha llamado la atención de este “incidente”, “sobresalto” o “susto”, como ha sido calificado por la prensa, es que todos los periodistas (al menos las informaciones que han llegado hasta mí) han adoptado como propio el punto de vista del poder. Ante todo lo que allí ocurrió fue un susto que hizo que la pobre Carla Bruni tuviera que subir la escalera corriendo, un “incidente” que provocó que los altos mandatarios tuvieran que interrumpir la despedida raptados por sus propios guardaespaldas. Luego, afortunadamente (concluyen), las aguas volvieron a su cauce. Los mandamases constataron que se trataba de un mero “incidente” y seguro que lamentarían la pobre imagen tan común hoy en los políticos de que cuando pasa algo que huela a peligro pone pies en polvorosa.
El suicidio suele ser una decisión dramática, mayormente cuando el protagonista es un joven con toda la vida por delante. Cuando se escoge un lugar público suele ser un acto de protesta y pretender expresar un mensaje que tiene mucho que ver con el entorno escogido. A veces tiene consecuencias (recuerdo ahora el de un rumano que se quemó hace unos meses en demanda de empleo y protección para su familia y las autoridades no tuvieron más remedio que hacer el gesto a favor de quienes él dejaba desamparados).
Pues bien, para los medios de comunicación la noticia ha sido el “susto” de la Bruni, no la tragedia del soldado anónimo. Las imágenes no son las del soldado o las de sus compañeros desmayados: son las de los políticos poniéndose a buen recaudo. Pareciera como si el periodismo actual se comportara como mero portavoz y altavoz de los poderosos.
Suicidio durante el acto de despedida de Sarkozy en en su visita a Israel (vídeo colagdo en YouTube por europapress)Creo, sin embargo, que en lugar de ponerse todos en la piel de los políticos, alguien ha de meterse en la del soldado que decidió manchar su uniforme con su propia sangre delante de sus mandatarios. En este caso se habría agradecido la aparición de un periodista "
lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno" como dice Cervantes en el prólogo a su
Quijote. Un periodista que se atreviera por ejemplo con el punto de vista del perdedor.
Claro que no tenemos datos, nadie se ha atrevido a dar el nombre, ni a difundir su imagen, ni mucho menos a contar la historia del soldado. Pero, a falta de información hay que acudir no a la realidad sino a la semejanza de ella ("
las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della", sigue diciendo el bueno de Don Miguel).
Hay que recurrir a la intuición, ya que se nos niega la información. Y mi intuición, tan parcial y tan válida como cualquier otra, me dice que cuando alguien mancha el uniforme con su propia sangre delante de sus mandamases está vengándose (en la forma humilde en que un pobre puede hacerlo) del envilecimiento constante que el poder perpetra contra sus propios soldados (en este caso israelíes) obligándolos a matarse contra otros pobres, más pobres que ellos aún, los palestinos o los libaneses o tal vez más adelante con los iraníes.
No se suicidó en la intimidad, por problemas amorosos. Se quitó la vida frente a dos personajes importantes: Un Olmert que perdió una guerra inútil y sangrienta contra el Líbano, que luchó para que no fuese investigada y que posteriormente fue interrogado por la policía por presunta corrupción financiera.
Pero en el escenario escogido también había otro mandatario: Sarkozy. También investigado por en el caso de corrupción derivado de la venta de fragatas galas a Taiwán en 1992. Un Sarkozy que acusó a los pobres, de la generación del soldado de “chusma” y afirmó hay que “limpiar con desinfectante” los barrios habitados por ellos; bajo su batuta se produjo la muerte de otro joven francés de origen senegalés: el corpulento
Lamine Dieng, de 25 años, falleció el 17 de junio aplastado contra el suelo en un furgón de la Policía, tras ser detenido por seis agentes. Esta muerte y las constantes provocaciones de la policía obligaron a que grupos de vecinos próximos a la Federación de Asociaciones de Solidaridad con los Trabajadores Inmigrantes, tuvieran que organizar “patrullas ciudadanas” para evitar nuevas
bavures (chapuzas) de la Policía, y para proteger de las redadas a los trabajadores extranjeros sin papeles.
Un Sarkozy que se anuncia como el ejecutor del espíritu del mayo del 68 (ejecutor para los demás, porque él disfruta de sus conquistas y si no que se lo digan a la pobrecita Carla Bruni, a su ex Cecilia que tiene un hijo con él y dos con un matrimonio anterior).
En fin, si de este simbólico suicidio, lo que queda es el susto de la pobre Bruni, hay que ir pensando en otra manera de protestar.