José Membrive
Mi hermana fue inoportuna hasta en el día y en la hora de morir: un jueves al oscurecer, aunque a mí me lo comunicaron por teléfono a las 11 de la noche, cuando estaba acostando al niño. Fue mi hermano Adrián el encargado de transmitirme la mala noticia y que, como un débil mental que siempre ha sido, se había dejado avasallar por pensamientos negativos y lloraba entrecortadamente.
-Ha sido un niñato, un niñato de esos que van a toda hostia con el último modelo que le regaló su madre. Claro que Clara no miró al atravesar la calle… y ahora…, ahora ya la llevan desde el hospital… hasta… hasta… el tana... tanatorio.
-Bueno, tampoco hace falta que abundes en detalles macabros que sólo sirven para lastrar el necesario vuelo de tus nobles sentimientos.
-Hermano, hermano, ven con cuidado, si quieres trato de atrasar el entierro hasta el sábado –decía haciendo oídos sordos a mis sabios consejos.
-No, no te preocupes –le corté- mañana por la tarde procuraré estar ahí y ahora perdóname, pero el niño estaba a medio acostar y viene hacia aquí.
-Bien, entonces nos vemos mañana, pero no hagas locuras, tal vez aún puedas coger un tren nocturno o un avión mañana a primera hora. No conduzcas tú sólo, son quinientos quilómetros, cuídate, por dios que con una desgracia familiar hay de sobra.
-No te preocupes, hermano, ya apareceré.
Todo accidente es medio suicidio; según mi maestro oriental, nada sucede por casualidad. Cuando alguien atraviesa la calle sin mirar al sitio adecuado, su inconsciente no ignora la presencia mortal del coche asesino. Siendo así ¿Por qué coño se había querido suicidar mi hermana?
-Papá ¿qué te pasa? ¿por qué hablas solo? ¿quién te ha llamado?
Lo último que se me ocurriría sería desatar una tormenta de negatividad en los sueños de mi hijo. No estaba maduro aún para toparse con la muerte real. Así que le dije que era su madre la que llamaba porque quería pasar el fin de semana con él (esto, genialmente, se me ocurrió sobre la marcha). Yo le he dicho que sí.
-Me extraña mucho –contestó el niño- su novio, el Miguelón no puede ni verme.
-No es que te mire a ti especialmente con malos ojos, es que el pobre es medio bizco. Hasta las sillas se quejarían de su mirada si tuvieran boca. No sé qué ha visto tu madre en él. Bueno sí lo sé. Una manera de joder a cualquiera es acostarse con su peor enemigo y, encima, aparentar ser feliz.
-¿Quieres decir que pasaré tres fines de semana con la feliz parejita, como tú los llamas?
-No, por supuesto, es sólo un intercambio. Dos fines de semana aguantando las comidas que perpetra la mamá y otros dos gozando de pizzas y McDonals magistralmente seleccionados por mí.
-Venga papá, ¿no puedes cambiar de chiste aunque sea por una vez?
-Venga, cariño, sueña con los angelitos.
-Últimamente prefiero soñar con angelitas, papá, olvidas que voy para diecisiete años.
-Anda, anda, los ángeles no tienen sexo… buenas noches, cariño.
La negociación con mi ex no salió del todo mal.
-Mi hermana, mi querida hermana Imelda ha muerto –repetía yo forzando un sollozo.
-Lo siento, lo siento -Ángela parecía conmovida a pesar de que en miles de ocasiones se había negado a que le hablara de mi familia, bueno de mi familia y de todo lo que no fuera el Víctor: nuestro común hijo.
-Entonces ¿me podrás cambiar el fin de semana?, estoy destrozado y tengo que viajar mañana al pue.. pueblo.
-Deja de fingir, cabrón ¿no te da vergüenza? Claro que me quedo con el niño, por respeto a Imelda que era una santa pero para eso no hace falta que te pongas a lloriquear: tú y yo sabemos que tu corazón y tu cerebro son duros como el pedernal.
-Eso era antes. Desde que estoy haciendo un curso de crecimiento personal soy distinto: he aceptado el desafío de Carl Rogers: iniciar “el proceso de convertirme en persona” como cimiento a mi próxima felicidad. Y esta vez voy en serio. He aprendido que “en la búsqueda de la felicidad todos los caminos y métodos son válidos”, y estoy decidido a ser feliz, sea como sea, cueste lo que cueste y pasando por encima de los cadáveres de quienes se opongan. El maestro me ha dicho que lo primero que tengo que hacer es “ocuparme con vehemencia” de aquello o aquellos que impiden mi felicidad, es decir tú y tus circunstancias. Y voy a iniciar la siega ¿Me has entendido o quieres que te lo repita?
-Mañana, a las 5,30 de la tarde espero al niño en casa, adiós.
El pitido del teléfono, más colgao que Alex Ubago no impidió mi sensación de triunfo. Era la primera vez en mi vida que hablaba con la contundencia de una apisonadora. Los cursos de crecimiento personal que secretamente había comenzado el mes anterior y a los que dedicaba sábados y domingos ya comenzaban a surtir efecto.
Habituado como estaba a expulsar la negatividad antes de dormirme, pero respetuoso también con la difunta, mientras me relajaba recreé los primeros años de nuestra infancia y la vi haciéndome hueco entre sus amigas para que jugara con ellas a las casicas con restos de platos rotos, tratando de calmar así mi llanto por la enésima paliza que el Iscariote del vecino, siendo un año menor que yo, me había atizado. Después rememoré el día de nuestra primera comunión y al recibir la hostia del cura, el coro de los arcángeles me transportó a las oscuras regiones de Morfeo.
NOTA: En el blog titulado
Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de
José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.