Puerta 7
Atentado contra la
decisión
El mismo lunes.
El armario (a la derecha); la cama (a la izquierda); el reloj (en la pared,
marcando la vida y la muerte); la ventana (al fondo, a la izquierda); la puerta
(a mi espalda, al final, a la derecha); el cuaderno de apuntes (sobre mis
piernas), dos carpetas de papeles importantes, la caja de lápices, el ordenador
y el libro
El peso del mundo
(sobre la mesa de trabajo); la mesa de trabajo (frente a mi) y yo (frente a
la mesa de trabajo) sentado en la silla, jugando a equilibrar mi escritura (y
acaso mi investigación) entre el cuaderno y el ordenador. Máquina y papel
rodeando la vida de un hombre. Y por último (visto y anotado de último) el cesto
de basura (que aguarda los papeles que no siempre le doy).
12:
30 a.m.
Con el plan de encuestas me siento más seguro. O más seguro para excusar ante
los demás mi obsesión por la literatura de Peter Handke (esta tarde iré a La
librería de Bolsillo y le encargaré a Valentín algunos libros de Peter Handke.
Algunos de estos libros los tengo en Venezuela, pero nunca está de más leerlos
de nuevo. Esta investigación se podría llamar El caso Peter Handke o Expediente Handke (encargaré dos libros:
Lucie en el bosque con estas
cosas de ahí y La
doctrina del Sainte-Victoire). Tengo que decidir el título antes de
comenzar a escribir, pues para mi el título funciona como un camino que me lleva
a un lugar. No tener el título significa detenerme ante una puerta cerrada (un
camino truncado, sellado). Por lo pronto tengo el plan de encuestas con mis seis
posibles entrevistados: Vicente Luis Mora, Sandra Santana, Fernando Báez,
Cecilia Dreymüller, Vicente Huici Urmeneta y Eustaquio Barjau. Uno confirmado y
cinco por buscar (mejor pediré tres libros: el tercero será Historia de niños).
Son las 12: 37 del mediodía,
llamaré a Arantxa, así le daré completa la información a Nathalie cuando llegue.
Quizá ella vea con seriedad el proyecto si cuenta con la aprobación de la
agente. Aunque, a decir verdad, Nathalie nunca estuvo muy de acuerdo en que yo
firmara con una agente, ella cree que para representarme me basto yo mismo. Una
opinión parecida me dijo un día Jorge Gómez, el editor de la revista
Letralia.
Hola Arantxa, ¿cómo estás?...
Sí, sí. Tengo buenas noticias… No, por favor… Ya te dije que no me juzgaras por
la novela inédita que leíste. Ya sé que La casa pequeña no es
novela para tu agencia; sea por su estructura anticomercial (recuerdo que un día
ella usó ese extraño término), o por lo que fuese, asumo que La casa pequeña no es
para tu agencia. Ya me encargaré de conseguirle un editor (eso espero). El nuevo
libro en el que estoy trabajando es otro asunto. Este creo que sí te interesará.
Plantea un tema polémico y cuento (eso espero) con la participación de un grupo
de importantes investigadores… Sí, sí, es un tema de primera línea, te lo
aseguro; de primera línea y polémico… ¿Cómo dices?... ¿El tema? Peter Handke es el tema… Sí, Peter
Handke, el escritor austríaco, el autor de Carta breve para un largo
adiós, de La mujer
zurda, de El miedo
del portero al penalty, de El peso del mundo, de…
No, no es una biografía, se trata de una investigación orientada en dos
sentidos… Espera Arantxa, déjame decirte cuáles son esos dos sentidos… Bien, un
sentido indaga en la narración de Peter Handke. Para Handke la narración es un
camino, es un movimiento que busca una imagen (posiblemente pérdida). Handke
muestra (en el camino) la palabra como desgaste y la palabra como despertar,
asombro, descubrimiento. El otro sentido tiene que ver con la pretensión de
algunos sectores de silenciar la obra de Handke… Sí, ya sé que Peter Handke
tiene sus opositores, pero no creo que por ello sea un apestado… Alguna gente lo
quiere… Ya sé que no es política (ni literaria) mente correcto, que rechaza
premios (o se los quitan), que todo lo que dice es usado en su contra (y más),
que seguramente nunca le darán el premio Nobel de Literatura, pero a mi me
parece uno de los escritores que mejor dibuja la incomunicación de la sociedad
actual (tan falsa y soberbiamente comunicada)… Arantxa, Arantxa… pero Arantxa,
escúchame por favor, Arantxa… Me parece que estás siendo muy dura con Peter
Handke (o conmigo… o con los dos)… Peter Handke es un grandísimo escritor y no
se merece que tú lo llames un descatalogado. Además, si ser descatalogado
significa no estar en la estúpida lista de los más vendidos, me alegro por Peter
Handke (por todos los escritores descatalogados del mundo. Y por sus afortunados
lectores)… No Arantxa, no, a mi, definitivamente, no me importa el mercado; a mi me
interesa la literatura… No, yo sí te entiendo. Por supuesto que tengo hijas (y
me importan), pero eso no tiene nada que ver con el enredo que el mercado
financiero le ha vendido al mundo. Lo mío es la literatura y necesito que mis
hijas conozcan los intereses humanos de su padre… No Arantxa, yo tengo bien
definidas las diferencias que hay entre libros leídos y libros vendidos, lamento
que alguien pueda confundir literatura y mercado editorial, pero, en todo caso,
esa es su confusión y su problema… Sí Arantxa, me quedo con la literatura (y con
mis hijas). No, no se morirán de hambre. Si tengo que vender frutas, pues,
venderé frutas (y escribiré por las noches), pero no sacrificaré mi idea de
literatura por la niebla que invade este tiempo mediocre… Sí, yo pienso que este
tiempo es tan mediocre que en el futuro será recordado como la alcabala de la
estupidez… Bien, no hay problema, déjame a mi con mi utopía y quédate tú con tu
escritores funcionarios… Sí Arantxa, como lo oyes, esos “bien peinados” (con
sonrisa de banquero que no da crédito) que tú representas son funcionarios de la
alcabala de la estupidez. Y en esa alcabala yo no me detengo, yo sigo de largo
como un kamikaze armado de
palabras… Sí, no hay ningún problema. Adiós Arantxa (que la explosión de la
alcabala no te alcance).
(Y la volaremos, juro por
Kafka y todos los escritores antifuncionarios del mundo que la
volaremos).
1:20 pm. (Del mismo lunes). Nathalie y las niñas
deben estar por llegar. Yo, pretendido explosivista de las palabras, no puedo
evitar preguntarme si Arantxa no tendría razón en su recomendación de que “la
realidad que hay es la que es (y punto)”.
Dejo el ordenador y camino
rumbo al armario. De una de las carpetas de asuntos importantes saco un papel en
el que copié el poema de Peter Handke (incluido en Cielo de Berlín,
película en la que Handke colaboró en el guión con su amigo el director Wim
Wenders).
Cuando el niño era niño caminaba relajado.
Quería que el arroyo fuera río. Que el río fuera torrente y que este charco
fuera el mar. Cuando el niño era niño no sabía que era niño. Para él todo era
divertido y las almas eran una. Cuando el niño era niño no tenía opiniones ni
costumbres. Se sentaba en cuclillas y se escabullía de su sitio. Tenía un
remolino en el cabello y no ponía caras raras cuando le
fotografiaban.
(Yo y mis papeles, dice
Nathalie. Mis papeles y yo, digo yo. ¿Para qué imprimir si puedes leerlo todo en
la pantalla, recomienda ella. Porque necesito respirar junto al papel, respondo
sin miedo a repetir las verdades de los viejos. Después de todo, desde hace
tiempo me juré ser un viejo rebelde como José Saramago. Bienvenida la vejez con
rebeldía). Aquí está una de las entrevistas que Cecilia Dreymüller le realizó a
Peter Handke. El sólo título me atrae: Escribir es un viaje nocturno. Cuando la
leí por vez primera remarqué una pregunta y una respuesta:
P: La cuestión del tiempo es una constante
que varía muchísimo a lo largo del libro (“La pérdida de la imagen o Por la
sierra de Gredos”) y parece cada vez más importante en su
obra.
R: El tiempo es algo increíblemente
excitante. ¿Qué es el tiempo? No lo sé. ¿Cómo se puede manejar el tiempo sin
hacer trampa? Es una materia que los seres humanos no usan apropiadamente, es
una aventura. Hay que estar alerta, de todos modos, sobre cuándo puede llegar el
otro tiempo. Es como una gran bahía en la historia de la humanidad. Una bahía de
lo utópico, algo que ha desaparecido por completo de la literatura. Yo me
siento, a veces, como el último utopista hoy por hoy-dentro de lo que conozco,
seguramente habrá miles-. La utopía se ha convertido en algo extremadamente
difícil, en especial en la épica; tal vez en el poema sea aún factible. En parte
porque la utopía se confunde fácilmente con la literatura new age o fantasy, con
“El señor de los anillos” y libros por el estilo. ¿Qué se puede hacer cuando mis
proyecciones utópicas, que desde el principio están en la obra, se confunden con
new age o con una religiosidad indebidamente apropiada?
(Yo me siento, a veces, como el último
utopista hoy por hoy-dentro de lo que conozco, seguramente habrá miles…). Es
posible que Arantxa tenga razón. ¿Con qué derecho arrastro a las niñas a ser
hijas de uno de los últimos utopistas del mundo? (Con qué derecho me incluyo en
la lista de los últimos malditos).
(La
trampa)
Era de noche cuando
desperté, era muy tarde pero aún era lunes 6 de diciembre. Y, a pesar de que
enseguida me dormí de nuevo, esta vez hasta el día siguiente, al despertar
recordé algo de lo que me dijeron Nathalie y las niñas durante aquel brevísimo
instante de lucidez. “Papá levántate de la cama, todavía no es hora de
acostarse”. “Edgar, ¿no vas a cenar?”. “¿Qué te pasa papá, por qué te has
rendido?”. No, no, espera Camila,
yo no me he rendido, sólo tengo un poco de sueño, eso es todo. “Pero estás
rendido”. No, no, tener sueño no significa estar rendido. “Sobre el mediodía
llegué del colegio con las niñas y tú no estabas, luego, en la tarde, las llevé
al parque y de regreso te encontramos rendido en la cama”. Ya les dije que dormir no es
rendirse. “¿Qué dices hombre? Ya son más de las nueve de la noche, las
niñas te están esperando para cenar”.
Ya voy. “Llevas rato diciendo eso papá”. Es que me tiene distraído la ventana. Ya
sabes que desde que llego del colegio no puedo hacer otra cosa que no sea ver
por la ventana. “¿Dónde está Edgar?, seguro está en la ventana”; eso dice cada uno de mis seis hermanos.
Los seis se parecen cuando van y vienen del trabajo a la casa (y viceversa), de
la mesa al baño, de la habitación a la sala y del hastío a la televisión (y
retornan a lo mismo: el hastío). Y se acuerdan de mí (que existe un enano que
sólo quiere vivir para ver la vida de los otros): “¿Dónde está Edgar?, seguro
está en la ventana”. “Papá dice
cosas extrañas, parece que está medio loco”. Eso dice mi mamá cuando me llama
para que me cambie la ropa del colegio: “Edgar, esa ventana te va a volver loco,
deja de curiosear y ve a cambiarte la ropa”. Pero yo seguía ahí, como si nadie me
llamara, viendo el ir y venir de la gente. Los muchachos de la cuadra (los
viejos de mañana) escuchan la canción Pedro Navaja de Rubén Blades; la señora
llama al marido para que termine de buscar las verduras en la bodega del
portugués. Y el marido ahí,
detenido en un “ya voy” (que parece la foto de todos los días). Foto que fuera
foto sino no fuera porque el hombre se mueve entre las cervezas y los amigos. La
pobreza es una rueda (“Edgar cámbiate
la ropa”). Nadie se baja a menos que se lance del maldito camión de la
miseria. Y pocos se lanzan por miedo al impacto. El barrio es una rueda (“Edgar
cámbiate la ropa”). Y no hay parada. (“Mañana irás al colegio con la ropa sucia
y arrugada”). Te pudres, viene otro y no hay parada (a menos que te lances a tu
riesgo). A la seis de la tarde el barrio tiene ambiente de fiesta, el volumen de
la música alcanzaría para celebrar cualquier cosa dentro de nuestro apartamento.
En cada esquina un grupo, en cada ventana un curioso. Frente a las primeras
casas se confunden dos largas filas. Una vende lotería y la otra cerveza. El
niño que pasa entre todos dándole patadas a la pelota se parece al marido que
nunca buscará las verduras. Tampoco yo soy muy distinto al resto. Algún parecido
tendré con el ladrón que le arrebata la cartera a la señora que se persigna en
la fila de la lotería. Pero tampoco soy menos ladrón que el maquinista que juega
con los prisioneros de la rueda (¿quién pudiera saltar aún a riesgo de morir en
el intento?). Y los jugadores sonríen sin saberse parte de la trampa: Después de
recorrer el largo hilo que atraviesa el pantano de los extremos, el equilibrista
cree que llega y pisa suelo falso. Y entre cuatro paredes queda encerrado. Viene
uno, viene otro, venimos todos. Nos prometieron la niñez eterna y (como adultos
inexpertos del juego) perdimos la jugada. De niños sin asombro (ni ternura)
pasamos a ser los amargados de una adolescencia congelada. Nace la época del
aislamiento, un cosmos artificial de celdas individuales. Inquilinos sin
entorno, relatadores sin tribuna, cementerio de mensajes. Cuerpos detenidos en
un vacío maquillado de dicha. Títeres de una historia construida de espalda a la
naturaleza. Se acabó el engaño, «no más sueños de ricos y famosos». Ahora nos
dicen que «se acabaron los recursos que una vez fueron de todos» y hay que
convertirse, por siempre, como Dios manda (y hasta que lo hereden los hijos) al
oficio miserable de ser subempleado de la miseria eterna. ¿Quién se atreve a
salir del sillón del cansancio y replantearse la historia? ¿Dónde están los
primeros individuos neoanarquistas de la tétrica dictadura global? (El individuo
como un factor revolucionario que posibilite el cambio de su mundo, el mundo).
La tecnología regula la imaginación, la madre tierra ha sido cambiada por la
madre Red. Triunfa el mayor de los totalitarismos: la realidad absoluta. La
ficción sin aplausos apenas comienza, lo que sigue es perder la calle y la
memoria. Unos pocos observan a la mayoría que a paso atropellado tomó el atajo.
Hay que desenredar la trampa y dar el salto más allá del precipicio (de la
implosión) que se avecina.
“Dale rápido Ramón que llegas
tarde al trabajo”. “¿Qué tal?” “¡Qué tal!” “¿Cómo está la familia?” “¡Cómo está
la familia!” “¡Hoy sale el
414!” “Hoy sale el
414”. “La vida cada día está más cara”. “Sí,
la vida cada día está más cara”. (Una vida, dos vidas, tres vidas, cuatro vidas,
cinco vidas, seis vidas, siete vidas, todas las vidas, ninguna vida). “Papá,
despierta”. “¿Qué tanto ves por esa
ventana?” Lo de siempre
mamá. “Hijo, por favor, cámbiate la
ropa. “Oye Edgar, tú no eres de
esos que se pasan el día en la cama”.
Una ventana no es lo mismo que una cama. “Hijo”. “Papá”. “Edgar”. El marido jamás comprará las verduras,
por lo menos no lo hará en el momento preciso. Lo que no se hace a tiempo deja
de hacer falta. En la rueda todo llega tarde (porque se repite y creo que la
gente, sin saberlo, vive mareada). Vamos rápido pero vamos lento (porque no
vamos a ningún lado por donde no hayamos pasado). “Hijo”. “Papá”. “Edgar”. “Por favor hijo, por el amor de Dios,
cámbiate la ropa”.
Nota de la Redacción: agradedecmos a Ediciones En
Huida la publicación de este este extracto de dos de las
Puertas del nuevo libro de Edgard
Borges, El
hombre no mediático que leía a Peter Handke
(2012) en Ojos de
Papel.