El nieto de Lola
Sepa ha muerto apuñalado cuando le robaban el móvil. La familia es pobre y no
tiene dinero para pagar un ataúd, o para un letrado que se ocupe de la denuncia.
Pero la abuela está determinada a pedir un préstamo para que su nieto tenga un
funeral decente. Lola Puring quiere sacar a su nieto Mateo, el asesino, de la
cárcel. Para ello necesitará convencer a la familia del muerto de que acepte una
indemnización, aunque ella no tiene dinero. Ambas ancianas se esmeran con
callada tenacidad en hacer lo que creen que deben hacer por sus respectivas
familias.
Mientras, una cámara realista recorre las calles de la ciudad,
entre el sudor, la lluvia y el viento, se adentra en la cárcel, observa la
burocracia y las casas, de una miseria orgullosa, y nos traduce la deslumbrante
energía con la que la gente se enfrenta al día a día empujada por la necesidad
de resistir contra viento y marea, de sobrevivir. Mendoza utiliza el agua,
omnipresente a lo largo de toda la película, como símbolo de vida pero también
como foco de infecciones e insalubridad, un arma de doble filo que se convierte
en castigo para la vida en Malabon. Con Lola el director homenajea a las
ancianas de su país, que como en muchos otros, son el eslabón que mantiene a las
distintas generaciones de las familias unidas, llegando incluso a sustentarlas
ya que frecuentemente los padres están ausentes.
Lola es
una pequeña historia profundamente humana, una historia como debe haber miles
sucediendo en paralelo en todo Manila, una joya durísima y sin concesiones, a la
que no solemos tener acceso fácilmente en las salas de proyección españolas. Al
ritmo pausado de sus protagonistas, dos abuelas octogenarias, Mendoza traza, sin
lamentos ni sensiblería, esta tragedia silenciosa que les ha tocado vivir. El
desenlace terrible, para ojos occidentales, es, sin embargo, un acuerdo tácito
que beneficia a ambas familias.
Tráiler subtiitulado en español
de Lola, película de Brillante Mendoza
(vídeo colgado en YouTube por estamosrodandocom)