He mencionado a Charles Portis, autor de Valor de ley, la novela que
quiero hoy comentar y recomendar. Portis es uno de los ejemplos más perfectos de
lo mencionado arriba. Un autor incluso con devotos fans, autor de novelas
aclamadas por crítica, público y compañeros de faena…, un autor sin embargo que
muy probablemente no figurase jamás en un listado breve de grandes novelistas
norteamericanos contemporáneos elaborado por los departamentos de literatura de
las universidades más prestigiosas europeas. ¿La razon? No lo sé con seguridad,
pero seguro que el hecho de que su novela más famosa sea una novela del Oeste no
es un punto a su favor.
Charles McColl Portis nacío el día de los Santos
Inocentes en El Dorado, Arkansas, en 1933. No sé a ustedes, pero a mi haber
nacido en El Dorado ya casi me parece todo un género literario. Portis estudió
periodismo en la Universidad de Arkansas y trabajó para varios periódicos del
estado, aunque antes, me parece, estuvo en la guerra de Corea como marine,
cuerpo en el que llegó a ser sargento. Instalado en Nueva York, trabajó cuatro
años en el New York Herald Tribune, diario del que llegó a ser jefe de la
oficina de Londres. En 1964 dejó el periodismo para dedicarse por entero a
escribir novelas.
Les desafío a apostar cuánto público
hubiera acudido a las salas de cine españolas para ver un remake de una
vieja película de John Wayne si no llevase la firma de los Coen o de algún otro
cineasta reputado a derecha e izquierda, tanto monta monta tanto, aunque sea
imprescindible que sobre todo monte a la izquierda
Su primer trabajo en este terreno es
Norwood (1966),
novela en la que ya muestra su preferencia por ficciones de viajes construidas
con diálogos breves y secos, combinados con observaciones concisas que siempre
hacen avanzar la narración y jamás la demoran o ralentizan.
Norwood fue
llevada al cine en 1970, pero sin el éxito rotundo con el que lo había hecho su
segunda novela,
True Grit (
Valor de ley, 1968), una
película
dirigida por el gran
Henry
Hathaway que le supuso su único Oscar como mejor actor al
mítico
John
Wayne, y que en 1969 fue uno de los films más taquilleros de la
temporada. Espaciadas en el tiempo llegaron tres novelas más.
The dog of the
south (1979),
Masters of Atlantis (1985) y
Gringos (1991). Y
ahora, con la nueva versión de
Valor de ley realizada por los aclamados
hermanos Coen, no sólo el público español y europeo acude en masa a los cines
para contemplar el argumento ideado en su día por Portis, sino que incluso se ha
reeditado la novela (al rebufo de la cinta, claro). Según mis pequeñas
investigaciones en la red (que pudieran ser por completo erróneas, lo adelanto)
de Charles Portis solo se ha publicado en español
Valor de ley, y en
todas las ocasiones como consecuencia del éxito de la película, como de alguna
manera señalan las fechas de edición: Círculo de Lectores, 1968, 1971; Bruguera,
1969, 1970; DeBolsillo, 2011.
Soy de la opinión que sin película no
hubiera habido reedición, y que sin la firma de los hermanos Coen, cineastas hoy
idolatrados por los bienpensantes, no hubiera habido éxito de público y, en
consecuencia, nada de reediciones. Les desafío a apostar cuánto público hubiera
acudido a las salas de cine españolas para ver un
remake de una vieja
película de
John
Wayne si no llevase la
firma de los
Coen o de algún otro cineasta reputado a derecha e
izquierda, tanto monta monta tanto, aunque sea imprescindible que sobre todo
monte a la izquierda. Yo apuesto que pocos, muy pocos. Así que les agradezco
mucho a los hermanos la posibilidad de leer el libro de Charles Portis. Vayamos
con él.
La edición de
Valor de ley de DeBolsillo está diseñada
pensando en que el libro de Portis es literatura de usar y tirar. Libro barato,
con una foto en la cubierta de los actores de la película de los Coen, y un
sello en blanco con la leyenda best seller. Es decir, un libro para leer en el
metro o en las salas de espera de los aeropuertos. Bien, aceptemos las leyes del
marketing iletrado metidos a vendedor de libros.
Valor de
ley es una novela del Oeste. Sí, una novela de
sheriff y vaqueros, de
cabalgadas, disparos, ahorcamientos, persecuciones y duelos. Una novela de
aventuras, sí, evidentemente. Su trama coloca a esta novela, respecto al
habitual público lector, en la estantería de la
fastfood literaria. De lo
que se consume sin grandes expectativas, se digiere y se defeca al poco tiempo
sin ninguna consecuencia. La cuestión es que para los lectores europeos
actuales, sobre todo los de cejas altas, estas características hablan de
defectos, jamás de virtudes. Y el caso es que novelas mucho más endebles e
infinitamente menos interesantes y verdaderas son leías con fruición por ese
mismo público al que me refiero. ¿Qué les diferencia? La trama, la trama
impostada. En nuestra mentalidad nada que tenga que ver con el western puede
tomarse muy en serio, mientras que cualquier zanganada medievalista en la que se
citen en el mismo bote incunables y autores clásicos nos deja con la pose de qué
listo soy y cuánto sé. Paparruchas.
Charles Portis escribe historia de
Norteamerica desde la ficción. Nos habla de los ingredientes básicos que se
dieron en la construcción del gran país, de los ingredientes y de cómo se
mezclaron. Y para no atosigar al lector, pero hacerlo participe de la tesis y de
la hipótesis, Portis le cuenta un cuento
Vamos a ver,
Valor de ley no es una obra maestra de la literatura
universal, pero sí es una excelente novela de entretenimiento, ni más ni menos.
La historia de Mattie está contada por Charles Portis con la agilidad del tigre
y la precisión del halcón. Los personajes son de una pieza, empezando por la
niña Mattie y siguiendo por el gran protagonista, el inolvidable agente de la
ley, el tuerto Rooster Cogburn. El desarrollo narrativo de la historia carece de
florituras superficiales. Desde el principio se va al grano y al pan se le dice
pan y al vino vino. El estilo es la sequedad de las montañas del Arkansas, la
del territorio que es frontera entre la civilización y lo ignoto y peligroso. La
prosa de Portis es de una eficacia sobrecogedora. Y como casi toda la gran
literatura anglosajona anterior a las exquisiteces modernistas y a los
experimentos de Joyce, la historia que se nos narra con aparente sencillez le
sirve a su autor para plantearse con seriedad entretenida, sin adjetivos ni
subrayados inútiles, cuestiones básicas y eternas como el valor de la amistad,
del empeño, de la honradez, de la determinación…, como el valor del valor, del
valor de ley y muchos quilates.
Valor de ley es una novela más sutil de
lo que parece. Nos cuenta una historia de frontera, un ejemplo más de cómo se
construyeron los actuales EE.UU.: violencia y determinación, la venganza como un
ingrediente insustituible en la noción de justicia: quien la hace la paga, así
funcionan las cosas, y la sociedad, la naciente sociedad norteamericana, no
puede tolerar que el crimen quede impune. Y para que esto no suceda vale casi
cualquier cosa: incluso otro crimen en nombre de la ley.
Charles Portis
escribe historia de Norteamerica desde la ficción. Nos habla de los ingredientes
básicos que se dieron en la construcción del gran país, de los ingredientes y de
cómo se mezclaron. Y para no atosigar al lector, pero hacerlo participe de la
tesis y de la hipótesis, Portis le cuenta un cuento. Se trata de explicarle
muchas cosas trascendentales al lector pero sin que éste se dé cuenta de que le
están dando una lección. El jarabe se condimenta de tal forma que se traga sin
pestañear.
Valor de ley es en este sentido un jarabe perfecto: rico,
sabroso y saludable.
Portis quiere contar una historia de frontera,
quiere novelar, insisto, una fase de la construcción de los EE.UU. Y para lograr
su objetivo, se inventa una aventura. La de la niña de catorce años Mattie, la
hija de Frank Ross, a quien uno de sus trabajadores asesina a tiros para robarle
un caballo y unos dólares. El suceso se produce en un territorio en el que la
ley es un ente endeble. El asesino se adentra en territorio indio, en un
territorio mítico, libre, por el que deambulan los fuera de la ley, los fuera de
la Civilización. Pero Mattie, a sus catoce años, no puede dejar el hecho impune.
Debe haber un castigo. Y recurre “pagando” al más implacable y cruel
representante de la ley de la zona, Rooster Cogburn, una especie de vagabundo
con placa con el pasado tan negro como un delirante asesino en serie. Mattie y
Rooster comienzan la persecución, y la aventura cambiará para siempre a los dos
protagonistas. Nada es lo que parece. Esa es la primera conclusión a la que se
llega.
La historia así contada, resumida, desvela su origen y tradición.
Se trata de uno de los asuntos más queridos y utilizados en varias ocasiones por
algunos de los grandes maestros de la literatura decimonónica británica:
Dickens,
Conrad, Stevenson… Me refiero al viaje
iniciático emprendido por un niño o adolescente. Ese viaje en cuyo transcurso, y
a través de todo tipo de experiencias, deja de ser un niño para convertirse en
un hombre. Y en ese viaje, el ejemplo que más deja huella, que mejor ayuda a
revelar la verdadera esencia del muchacho, es de la un hombre mayor con
reputación nada intachable. Podría poner al respecto muchos ejemplos de los
autores señalados, pero me quedaré solo con uno, sin duda el más evidente y
reconocible, el de
La isla del tesoro de Stevenson, en cuyas páginas el
joven Jim Hawkins aprende las principales lecciones de la vida (las dulces y las
amargas) de un viejo pirata con pata de palo llamado
Long
John Silver.
El territorio indio de Arkansas es para Portis
lo que para Stevenson fue la isla del tesoro y el buque La Española. Mattie es
un remedo de Jim, y es muy fácil identificar al viejo y malhumorado Rooster con
el viejo malhablado John Silver. Las dos historias comparten una misma cosa: el
tesoro. Un tesoro que es el descubrimiento dulce y doloroso de la vida. A Jim le
fue un poco mejor en la vida que a Mattie por lo que ellos mismos cuentan en sus
libros, pero para ambos el viaje iniciático emprendido junto a la figura de un
hombre mayor complejo e incalificable, fue lo más memorable de sus
vidas.