Su primer trabajo en este terreno es
Norwood (1966),
novela en la que ya muestra su preferencia por ficciones de viajes construidas
con diálogos breves y secos, combinados con observaciones concisas que siempre
hacen avanzar la narración y jamás la demoran o ralentizan.
Norwood fue
llevada al cine en 1970, pero sin el éxito rotundo con el que lo había hecho su
segunda novela,
True Grit (
Valor de ley, 1968), una
película
dirigida por el gran
Henry
Hathaway que le supuso su único Oscar como mejor actor al
mítico
John
Wayne, y que en 1969 fue uno de los films más taquilleros de la
temporada. Espaciadas en el tiempo llegaron tres novelas más.
The dog of the
south (1979),
Masters of Atlantis (1985) y
Gringos (1991). Y
ahora, con la nueva versión de
Valor de ley realizada por los aclamados
hermanos Coen, no sólo el público español y europeo acude en masa a los cines
para contemplar el argumento ideado en su día por Portis, sino que incluso se ha
reeditado la novela (al rebufo de la cinta, claro). Según mis pequeñas
investigaciones en la red (que pudieran ser por completo erróneas, lo adelanto)
de Charles Portis solo se ha publicado en español
Valor de ley, y en
todas las ocasiones como consecuencia del éxito de la película, como de alguna
manera señalan las fechas de edición: Círculo de Lectores, 1968, 1971; Bruguera,
1969, 1970; DeBolsillo, 2011.
Soy de la opinión que sin película no
hubiera habido reedición, y que sin la firma de los hermanos Coen, cineastas hoy
idolatrados por los bienpensantes, no hubiera habido éxito de público y, en
consecuencia, nada de reediciones. Les desafío a apostar cuánto público hubiera
acudido a las salas de cine españolas para ver un
remake de una vieja
película de
John
Wayne si no llevase la
firma de los
Coen o de algún otro cineasta reputado a derecha e
izquierda, tanto monta monta tanto, aunque sea imprescindible que sobre todo
monte a la izquierda. Yo apuesto que pocos, muy pocos. Así que les agradezco
mucho a los hermanos la posibilidad de leer el libro de Charles Portis. Vayamos
con él.
La edición de
Valor de ley de DeBolsillo está diseñada
pensando en que el libro de Portis es literatura de usar y tirar. Libro barato,
con una foto en la cubierta de los actores de la película de los Coen, y un
sello en blanco con la leyenda best seller. Es decir, un libro para leer en el
metro o en las salas de espera de los aeropuertos. Bien, aceptemos las leyes del
marketing iletrado metidos a vendedor de libros.
Valor de
ley es una novela del Oeste. Sí, una novela de
sheriff y vaqueros, de
cabalgadas, disparos, ahorcamientos, persecuciones y duelos. Una novela de
aventuras, sí, evidentemente. Su trama coloca a esta novela, respecto al
habitual público lector, en la estantería de la
fastfood literaria. De lo
que se consume sin grandes expectativas, se digiere y se defeca al poco tiempo
sin ninguna consecuencia. La cuestión es que para los lectores europeos
actuales, sobre todo los de cejas altas, estas características hablan de
defectos, jamás de virtudes. Y el caso es que novelas mucho más endebles e
infinitamente menos interesantes y verdaderas son leías con fruición por ese
mismo público al que me refiero. ¿Qué les diferencia? La trama, la trama
impostada. En nuestra mentalidad nada que tenga que ver con el western puede
tomarse muy en serio, mientras que cualquier zanganada medievalista en la que se
citen en el mismo bote incunables y autores clásicos nos deja con la pose de qué
listo soy y cuánto sé. Paparruchas.