UN SER DESLUMBRANTE DE DESEO
En la primavera
de 2006, entregado a un debate que intentaba consolidar en el panorama de la
poesía española una rehabilitación plena del lirismo –esa escritura en la que el
sujeto se juega siempre su destino–, tuve la alegría de dar a conocer a los
lectores españoles la labor investigadora de la gran poeta contemporánea
francesa Martine Broda, al proponer y publicar finalmente con enormes
dificultades mi traducción de su ensayo «El amor al nombre» (1), una lección
magistral sobre la poesía y la lírica amorosa, de la que había quedado prendado
tras su primera lectura.
En aquellas páginas eruditas y repletas de
pasión por la escritura, defendía Broda que «los poemas de amor no se dirigen
casi nunca a un destinatario real, porque la cuestión que plantea el lirismo no
es la del yo sino la del deseo, a través del cual accede el sujeto a su carencia
de ser fundamental: «el deseo del hombre es el deseo del otro» (Lacan) (2). Así,
casi desde los orígenes, lo esencial del corpus de la poesía lírica, está
constituido por la poesía amorosa –el resto por la poesía mística, que es
fundamentalmente lo mismo. Su auténtico problema es el tuteo, esa invocación en
segunda persona que es enviada al otro, considerado como esencialmente ausente,
aunque ese envío sea lo único que produce el sentido» (3). De tal
planteamiento inicial nutría la autora un extenso repaso a una veintena de
creadores a lo largo de la historia de la literatura, desde la antigüedad
clásica pasando por la etapa del Amor Cortés hasta los poetas renacentistas,
para terminar analizando la obra de Nerval, Scève, Aragon, Tsvetáieva,
Baudelaire o Rilke y refutar, finalmente, la ya tan manida definición de la
lírica como «expresión del yo», al tiempo que rehabilitaba el lirismo, el más
duro núcleo de lo poético, mostrando todo aquello que verdaderamente representa
en la tradición.
Como colofón a su valiente alegato, Broda exhibió
entonces una poética combativa, destinada a resultar inmediatamente impopular
entre los acomodaticios y localistas poetas franceses –en actitudes similares a
las de los siempre triunfantes, en cualquier tiempo, lugar y régimen político,
casticistas «figurativos» españoles– contemporáneos, pero que contribuyó a la
necesaria limpieza del aire enrarecido que respiraba la languideciente poesía
francesa, tras la explosión de las vanguardias y el vacío dejado por la guerra,
solamente ocupado por importantes individualidades sin continuidad alguna:
«Lejos de toda insipidez sentimental, el lirismo sigue siendo en su más
elevada exigencia, un modo de afrontar la condición humana, además del enigma
mismo del deseo. Su muerte determinaría la de lo poético, y su reflujo ha
llevado a la situación de crisis actual, lo cual testimonia elocuentemente el
reciente cuestionario aparecido en una revista: La pregunta planteada a los
poetas versaba sobre si la poesía va a desaparecer o debe hacerlo. Hoy en día,
en Francia, la poesía, al perder contacto con su público a medida que renuncia a
toda dimensión existencial, ética y de destino, deriva en una tendencia a
agotarse en juegos paródicos, o incluso a quedarse exangüe, como esa aburrida
«poesía blanca» que se mantiene desde hace un tiempo en el proscenio. La actual
«modernidad negativa» no ha teorizado nunca su práctica, sólo se contenta con
promulgar interdictos, ya que posee, sobre todo, tabúes, y uno de los más
risibles es aquel que sospecha siempre de cualquier emoción, incluso la más
sobria, aun cuando la poesía posea su propio pathos, que es el de la
afasia. Con el pretexto de poner a prueba los límites de la lengua, también se
imita la abstracción minimalista pictórica, movimiento repetido multitud de
veces epigonalmente, sin tener en cuenta que la poesía no puede llegar tan lejos
en su propio despojo como la pintura, en razón del vínculo del lenguaje con el
sentido y el deseo, que no puede cortarse sino a riesgo de perderlo todo. ¿Hay
que erradicar de la lengua todos los nombres del deseo? Mallarmé dijo un día que
la destrucción fue mi Beatriz, y desde entonces un muro entero de la
poesía actual aún no ha podido reedificarse. ¿Es un destino de lo sublime, por
exceso de sublimación, el de devenir solamente negativo, o meramente sublime de
lo impresentable? ¿Es un destino del deseo puro, a fuerza de quemar los objetos,
el de terminar extinguiéndose en un deseo de nada, deseo de muerte?».
Casi al mismo tiempo en que aparecían en castellano estas reflexiones,
la editorial Flammarion de París publicaba «Éblouissements» –Deslumbramientos
en nuestra presente edición en castellano–, la última entrega en verso por
el momento de esta poeta, introductora y traductora pionera de Paul Celan a la
lengua francesa, además de una de sus principales estudiosas al reconocerse ella
misma plenamente en su poesía y sentirse también marcada en las carnes de su
familia –al igual que el gran poeta judío rumano– por el hierro del odio, el gas
y el fuego de la Shoah, el Holocausto. Ambas obras, de maestro a discípula,
tuvieron que crecer en contradicción flagrante con la atroz consigna del
fundador de la Escuela de Frankfurt, quien primeramente pretendió que después
de Auschwitz no se debiera ya escribir poesía, viéndose obligado a
rectificar cuando conoció la obra del mayor poeta contemporáneo del dolor de los
judíos, quien dignificó heroicamente en su poesía la lengua de los verdugos
nazis –hasta que puso fin a sus atormentados días entre las aguas del Sena–,
tensándola hasta lo indecible al drenarla de sus significados más ocultos por
las emociones y la historia, pero sin ocultarla jamás, ni siquiera en sus pausas
verbales de conciencia en blanco y hondo aliento a contraluz, porque Celan
sabía, y así lo pudo transmitir a Broda y a los demás poetas vivos que supieron
escuchar, que el silencio en poesía sólo puede representar a la muerte.
«Éblouissements» venía pues a completar la edición íntegra hasta la fecha de los
poemas de Martine Broda, tras la publicación de la antología de sus primeros
textos dada a conocer por la misma editorial parisina unos años antes con el
título de «Poèmes d’été» (4). El volumen de 2003, abierto con los breves poemas
de «Éblouissements» aquí presentes, comprendía también determinados libros
fundamentales de Broda, como «Grand Jour» y la suite «Tholos», unificando así la
dispersión cronológica de una obra publicada a trompicones a lo largo de la
extensa y apasionada biografía de su autora, aunque latiendo siempre con un
orden secreto. Este libro que palpita por tanto ahora en las manos del lector en
español, condensa muy bien el punto y aparte de una obra poética de excepción
que ha conseguido conjugar un lirismo intemporal –o impersonal, si preferimos–,
con las vastas inflexiones formales de los últimos decenios. Trabajo de amor y
ciencia como de carne y sangre, en el que se inscribe la memoria de un lenguaje
portador de angustia de raíz mística, brotada en savia verbal de humanísima
conciencia laica.
Por todo ello no será ocioso ahora mismo, en agudo
contrapunto a las palabras de Broda sobre el vínculo irrompible de poesía con
lenguaje, citar las palabras del poeta español Antonio Colinas, quien en su
trabajo de clarificación teórica de la poesía española de postguerra, se ha
planteado drásticamente una cuestión que atañe de modo penetrante a los
propósitos críticos y estéticos de nuestra poeta judía francesa. Se pregunta
Colinas: «¿Poética del silencio o poética de la impotencia? ¿Pensamiento débil o
pensamiento de la neoignorancia? ¿Arte pobre o pobre arte? Paradójicamente,
todas estas tendencias engañosas que, como producto más de consumo, nos ofrece
la «postmodernidad» sólo se dan, con toda su verdad y rigor, en los Padres del
Desierto. Ellos sí que sabían dónde estaba el silencio, la debilidad y la
pobreza auténticas. Y lo sabían por asumir una forma radical de vivir» (5).
Veamos pues, al hilo de las palabras del poeta del crujido de la luz
que conduce a la diritta via del deseable reino de la Epifanía, qué
representa para Broda la experiencia de la escritura hacia ese mismo destino,
intentando aproximarnos a tales vínculos que penetran en la verdad y rigor de la
misma radicalidad de vida de los primitivos ascetas que fueron también poetas
–al menos tanto como la unen a la correspondiente expresión formal de su propio
tiempo de escritura: Broda siempre escribe poesía en un movimiento acelerado,
presa de violenta emoción, confesando que en ella la experiencia poética
consiste en una auténtica implosión del éxtasis, estallada formalmente en verso
al encuentro con la palabra. En el ensayo El amor al nombre ya citado,
describe claramente tal vivencia aludiendo a los conceptos de la iluminación
profana (6) aportados por Benjamin a la ontología poética, la Epifanía
rilkeana o el mundo en apoteosis baudelairiano. Sabemos que la
poesía, como la gracia, raramente se presenta en la vida de los hombres, y son
ellas mismas las que deciden si aparecer o no, en un tempo que es preciso
aceptar sin discusión posible, puesto que en él se desgarra y arrebata la
homogeneidad del propio tiempo. Dicha gracia, la inspiración baudelairiana en
apoteosis o el deslumbramiento que sigue al delgadísimo hilo naciente desde el
primer crujido de la luz, se alargaría para Broda en la escritura poética, por
lo que sus poemas adoptan esa forma inmediata y definitiva, moldeada por el
arrebato epifánico: no los trabaja apenas, no corrige nunca: toda la energía
creadora ha sido ya empleada en el primer y explosivo impulso de escritura.
En consecuencia, a la poeta le resultará imposible escribir bajo
cualquier tipo de presión, por miedo a interferir, precisamente, las urgentes
presiones del inconsciente. Mas debemos preguntarnos: ¿obedecería esta actitud
creadora a un automatismo verbal, similar al ya superado por las vanguardias del
pasado siglo, aunque siga practicándose epigonalmente por algunos poetas
trasnochados? Todo lo contrario, puesto que también rechaza toda forma de poesía
que no fuese primeramente experiencia, tal y como querría Rilke. Pero ¿se podría
vivir provocando voluntariamente –como aconsejaba el «poeta-vidente» del Je
est un autre–, ese estado de gracia sin morir de agotamiento, sin
desfallecer en una poesía inane o espiritualmente endógena?: Será entonces, para
llenar de modo creador esas lagunas entre las súbitas «irrupciones» –como
auténticas riadas, avenidas portadoras de lodo creador– de inspiración, el
motivo por el que Broda se entrega, inteligentemente, al comentario y al trabajo
teórico, tareas en las que brilla desde hace años como directora de
investigación del C.N.R.S. (7). Sin embargo, la escritura ensayística resultará
para ella mucho más dolorosa que la poética, ya que en su práctica debe
atravesar numerosas zonas de bloqueo al desear escribir sus ensayos como poemas,
lo cual resulta evidentemente imposible y además produce la frustración
correspondiente tras el ímprobo esfuerzo realizado. Para compensarlo, decidirá
entregarse a la actividad traductora, que consiste siempre en prolongar el gesto
de otro, en escribir en la lengua propia aquel poema que uno admira, pero
también sabe que jamás sería capaz de escribir. Porque, siempre en términos
«benjaminianos», se encontraría presa de aquel doble movimiento, aunque casi
simultáneo, de escribir «sobre», al tiempo que se escribe «con», como ha
resaltado la filósofa Danielle Cohen-Lévinas al referirse a la obra brodiana: el
primero pertenecería a la categoría de la investigación y estudio inherente a la
escritura del ensayo, mientras que escribir con resultaría ser para la
poeta el lugar del absoluto habitus poético. Consecuentemente, el paso de
un estado de escritura a otro ha constituido el nódulo permanente de su vida.
Quizás porque piense –a raíz de tal praxis permanente y exasperante, pero
obligada a asumirla, como ya hemos visto– que «siempre son las grandes obras del
pasado las que nos hacen ser poeta: la poesía no se enseña en ninguna escuela
con maestros, pero estos existen en sus obras, y contraemos siempre una deuda
con ellos, inscribiéndose en tal relación una dimensión dialógica, y por lo
tanto ética». Esta dimensión figura en la base de la actividad ensayística y
hermenéutica de traductora de Martine Broda en su sentido más profundo. Y cree
humildemente que fueron tales prácticas de inmersión en escrituras poderosas de
antaño, las que la empujaron, profundizando en sus mecanismos mediante el
estudio, a mejorar su escritura poética.
Quizás deba confesar ahora por
mi parte que muy bien tuvo que ser esa inusual honestidad primigenia de la
poeta, tal dimensión ética y consecuente de su obra tanto como de su vida,
aquello que me uniera personalmente a su actividad creadora como para
«obligarme» en su día a desear introducirla en España. Su lirismo, de una
apretada intensidad, se ve gobernado en todo momento –en coincidencia con mi
propia práctica como poeta– por lo «innombrable» nacido de la fricción entre lo
que «es» dicho y escrito, y lo que «no puede» ser dicho o escrito, como
distinguiría el propio Adorno en la estela de Wittgenstein, pues la escritura de
poesía estará siempre ligada a la función de lo inconsciente mas haciendo entrar
en liza a la sintaxis al penetrar, acaso de forma bárbara, en territorios
desconocidos hasta entonces. Que en ello exista lo «indecible» o «lo
innombrable», o incluso algo de lo «imposible» en el sentido lacaniano de la
palabra (lo real ) constituye para Broda una verdadera provocación hacia
la escritura: «Se trata de rozar lo imposible, e incluso de transmutar en poesía
todo el horror. Para mí, como para Paul Celan –cuya obra hizo cambiar de opinión
a Adorno, ya que se sigue citando su famosa frase de Prismas ignorándose,
quizás a propósito, que él mismo enmendó su criterio diez años después en su
Dialéctica negativa (8)--, sí que es posible escribir poesía después de
Auschwitz. Esta cuestión, que plantea la posibilidad de la propia poesía inmersa
en el horror, incluso hasta más allá de los tiempos de miseria (9), es
importante para mí ya que soy hija superviviente de la Shoah, recibida como
legado en mi más tierna infancia bajo la forma de un terrible trauma, aunque
este se tomó mucho tiempo para aflorar en mi escritura». En los Poèmes
d’Été, podremos hallar, como ejemplo a contraluz, un poema sobre los campos
de exterminio nazis en el que la palabra misma fue sustituida por un espacio en
blanco que a veces abarca páginas enteras, ya que estos representan en la obra
brodiana lo «innombrable», pero también la omnipresencia del propio Celan. En
paralelo, deberemos también destacar que Broda profesa un hondo amor por la
lengua alemana, tal como lo sintiera el propio Celan para quien fue siempre su
lengua de trabajo, sin que la sombra siniestra de Hitler lograse desfigurarla en
ningún momento, ya que es consciente de que, previamente al desastre, esta ya
fue la gran lengua de expresión de la poesía y la filosofía: «Amo esa lengua
–aclarará Broda por su parte– porque fue la lengua materna de mi propia madre y
porque la aprendí en mi pre-adolescencia. El horror la atraviesa, sí, pero sólo
porque las palabras están ahí aunque no queramos, y permanecen en la memoria
aunque sea a distancia. Se trata de una elipsis de mi propia historia y mi
vivencia».
El encuentro de Martine Broda con la obra poética de Celan ha
dado pues a la historia de la literatura no solamente las mejores traducciones
al francés de la obra del poeta rumano, como «La rose de personne (10)» y un
ensayo fundamental para comprender su poética –no «entenderla», que es algo muy
distinto–, «Dans la main de personne (11)» sino que su propia obra se encuentra
inserta en la raíz boscosa de los ritos de paso de una lengua a otra –esencia
misma de la poesía, presencia de la historia en su contenido más irremediable–
de donde nacerá el tronco vivo de su lenguaje poético personal. Broda habrá de
reconocerlo así, aunque matizando que históricamente su primer poema –Route à
trois voix– fue escrito antes de conocer la obra del maestro, y que aquello
que la convirtió en poeta fue en primer lugar la lectura de Racine en voz alta
en el Instituto, y ya a escondidas, las de Baudelaire y Rimbaud. Sin embargo, en
su vida poética también existen vivos todavía dos grandes amores, aparte del
estro mítico de Paul Celan. Estos son Pierre Jean Jouve, con quien mantuvo una
intensa relación en su juventud y ocupa un lugar importante en sus ensayos –él,
precisamente, que erige a la mujer muerta (12) como objeto amoroso de su deseo
(Pays d’Élène), dando lugar a una desublimación brutal metaforizada de
modo patente en su Materia celeste como fuente de vida– y el poeta
argentino Roberto Juarroz, a quien deberá el regalo de considerar a la poesía
fundamentalmente como celebración: «La poesía es siempre celebración, y lo es
incluso en el corazón de las fiestas del abismo, de las fiestas de la nada», le
confió Juarroz un día tras un encuentro inolvidable. Al morir el autor de
Poesía vertical, Broda le dedicó el mejor homenaje que pueda hacer un
poeta a otro poeta, un ensayo aún inédito en castellano y titulado «Pour Roberto
Juarroz», otro deslumbramiento.
Un buen colofón para estas breves y
necesariamente incompletas palabras sobre una de las líricas que seguramente
marcará el breve pero intenso canon contemporáneo de mujeres poetas
comprometidas junto a los nombres de Nelly Sachs, Tsvetáieva o Julia de Burgos,
entre otras, quizás consistiría en regresar al espíritu de la ética del poema,
anteriormente apuntado, que marca hasta la sangre su forma de vivir la relación
con lo otro y con El Otro. Y para ello, nada mejor en mi opinión que
descender al nivel de la calle donde nace la poesía entre la vida corriente,
aromas de mercado, juegos de niños, gritos, sudor, miedo y basura: «Se trataría,
como me dijo hace unos años un sorprendente taxista mientras me llevaba una
noche a casa, de vivir como poeta, sencillamente, sin contentarse tan
sólo con escribir poemas… Creo que incluso sin la lección de Celan, sin la
lección de Mandelstam en El interlocutor (13) yo estaría siempre abierta
al encuentro con el otro. Nada ilumina tanto como el encuentro con el otro.»
¿Será pues el otro el objeto perdido, como querría su adorado Lacan? ¿Aquel en
cuyo brillo cegador reconocemos la relación con nuestra propia muerte?: Todo
lírico –decía Baudelaire– opera fatalmente, en virtud de su
naturaleza, un regreso al Edén perdido. Broda se sigue preguntando
hoy en día (14) –y el lector tendrá buena prueba en los poemas que siguen, más
los que vendrán pronto a buen seguro y a la luz del hilo tembloroso y
fosforescente de su frágil salud–, qué es aquello que existe más allá de la
melancolía que pudiera resultar de la introspección del objeto perdido hacia un
supuesto e incierto Edén. Para concluir que quizás se trate de la santidad.
Santidad profana, en cualquier caso, como reflejo de la iluminación que impetra
en cada uno de sus versos escritos, ya que «el amor está llamado a durar tanto
tiempo como el hombre, y durará tanto, que este será para siempre un ser
deslumbrante de deseo.»
Rosa de nadie, Martine Broda, extraviada en
tierra hostil o adosada al deslumbrante blanco muro del hortus conclusus,
entre el anhelo y el espanto que asedió a tantos otros místicos que hubieron de
arder en las brasas fundamentalistasde las Shoah de su tiempo o de su
propio corazón, sólo por proclamar que el amor –incluso quizás el propio dios–
es la única medida posible de todas las cosas.
NOTAS
(1) Losada, Buenos aires, 2006.
(2) En el seminario VII de «l’Étique
de la psychanalyse» (Seuil, 1986) Lacan, comentando un texto de Freud, el
Entwurf, introduce el concepto de das ding, la Cosa, como otro
primordial del sujeto del que se desprenderá el objeto del deseo como objeto
siempre recuperado, y que postula por tanto una pérdida originaria. el disfrute
de la Cosa materna, y por tanto, la plenitud, están vedadas por la ley de la
prohibición del incesto.
(3) Las citas conteniendo opiniones de Martine
Broda proceden de su ensayo El amor al nombre, conversaciones privadas y
correo intercambiado entre la poeta y el autor de esta traducción, amen de las
confidencias realizadas en el otoño de 2003 a la filósofa Danielle Cohen-Lévinas
y publicadas en la revista le Nouveau Recueil.
(4) Flammarion, 2000.
(5) Colinas, Antonio, “Nuevo tratado de armonía”, Tusquets, 1999.
(6)
Benjamin, Walter, «La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica»
in «Discursos interrumpidos I», Madrid, Taurus ediciones, 1973, pp. 17-59.
(7) «Centre National de la Recherche Scientifique», equivalente al español
CSIC.
(8) El lector español puede encontrar estas obras de Theodor W. Adorno
en las ediciones de Ariel, Barcelona, 1962, que contiene la versión de “Prismas”
de 1947 en castellano, realizada por George und Hofmannsthal o en la “Obra
completa” publicada por Akal en 2005.
(9)… «¿Y para qué poetas en
tiempos de penuria?», pregunta la 248 elegía de Hölderlin “Pan y Vino”. Quizás
resulte interesante para el lector estudiar la respuesta de Heidegger (cuya
parcial reconciliación con Celan se produjo merced a su encuentro tras la guerra
de la mano de René Char) en “Caminos de bosque”, Alianza, Madrid, 1996, pp.
241-289.
(10) Le nouveau Commerce, 1979, o la reedición revisada de José
Corti en 2002.
(11) Cerf, 1986 y 2002 (reedición aumentada).
(12) En la
vía lacaniana siempre transitada por Broda, la Muerta evoca una
separación del otro materno que puede ser vivida como un homicidio necesario,
condición de acceso al lenguaje. Los motivos del amor por la muerta y del objeto
perdido están inscritos de modo visible en este mito que ha obtenido gran
fortuna en la historia de la literatura, desde Orfeo a Petrarca, Nerval o Scève.
(13) En 1914, Ossip Mandelstam publica ese ensayo aún inédito en castellano,
en el que insiste en que la poesía siempre está dirigida a un interlocutor
desconocido.
(14) Estas líneas fueron escritas unos meses antes de su
muerte, como recuerda la nota introductoria.
BREVE ANTOLOGÍA BILINGÜE DE MARTINE BRODA
Selección de Marta López
Vilar
I
corps posé dans le champ
aigu. yeux
d’alarme.
fermés dans le feu. blanchissant
à l’envers. ouverts:
inondés de blancheur
cuerpo depuesto en el campo
agudo. ojos
alerta.
cerrados a fuego. albeando
al envés. abiertos: inundados
de blancura
II
faut-il encore marcher ébloui
laisser brûler la faim sa longue
supplication
ou tomber dans le jour
avec un gris sourire.
hay que caminar deslumbrado todavía
dejar que arda el
hambre su larga
súplica
o caer en el
día
con una gris sonrisa.
III
l’heure
or sa
palêur
(un flocon traverse le
ciel)
dans la gorge herbe
tiède
ce qui
mourra
été
el instante
o bien su
blancor
(un copo atraviesa el cielo)
en los
pechos hierba
tibia
lo que morirá
estío
IV
l’image avait
changé large et nue
ella avait avalé la lie
des
jours
tremble douleur gelée tremble
venue des cheveux blancs
avec toutes ses eaux mortes.
la imagen había
cambiado ancha y desnuda
había ingerido el poso
de los días
tiembla dolor congelado tiembla
riada de los
cabellos blancos
con todas sus aguas muertas.
V
deuil deuil deuil main de feuilles
trouée par la pensée
duelo duelo duelo
pliego de hojas
horadado por el pensamiento
VI
existence.
toute petite
décolorée
presque sans poids
l’épaule secouée de sanglots
poupée morte au milieu des pensées
la main retombe.
éparpille des roses de cendre
jusqu’où ligotée
par l’espoir
une machine à torturer le temps
existencia.
pequeñita
descolorida
apenas leve
agitan tus hombros los
sollozos
muñeca muerta entre pensamientos
recae la mano.
esparce
rosas de ceniza
hasta dónde maniatada por la esperanza
una máquina
de torturar el tiempo
VII
d’un trop de sommeil
englouties
les villes de la mémoire
à grand effort tu remontes l’eau
la souffrance blême qu’ainsi tu désaltères
tu n’aurais même pu
l’imaginer
vivre persiste et signe un vouloir faible et un
en face
des yeux gelés de l’avenir
sumergidas las ciudades de la memoria
por un exceso de sueño
con gran esfuerzo remontas las aguas
el
pálido sufrimiento cuya sed así tú apagas
jamás lo hubieses podido imaginar
vivir persiste y anuncia una débil y desnuda
voluntad cara a los
ojos congelados del porvenir
VIII
n’est
question. une main
refendue de douleur.
ça monté
qui touche
seulement. tu et cru.
remue terre vivante
no hay duda. una mano
hendida de dolor.
ya ha subido
solamente hasta tocar. callado y
aceptado.
surco de tierra viva
IX
lorsque
le corps vidé
d’avoir pleuré le jour
d’avoir pleuré la joie
(gerbe d’angoisse)
de chaume auréolé
on croise
le
bleu regard qui fait jouir
cuando el cuerpo ya vacío
de
haber llorado el día
de haber llorado la dicha
(gavilla de angustia)
de rastrojo aureolado
cruzamos
la mirada azul que hace gozar
X
avec ce que tu n’as pas dit
j’invente un
jeu des larmes.
con todo lo que no dijiste
invento un juego de
lágrimas.
XI
réveil-fracture
avec ange
saignant:
dans la déception
le corps gire
ébloui bouche cherchant le bleu
l’affreuse
douceur du possible
despertar-fractura
con angel sangrante:
en la decepción
el cuerpo gira deslumbrado
boca en busca del azul
de la horrible dulzura de lo posible
Nota de la Redacción: el texto publicado corresponde a la
Introducción del libro de
Martine Broda,
Deslumbramientos
(Linteo, 2009). Agradecemos a la
Ediciones
Linteo su gentileza por permitir dicha publicación, así
como los poemas seleccionados por la profesora, poeta y crítica literaria
Marta
López
Vilar,
a quien también deseamos expresar nuestra gratitud por su
trabajo.