La sencilla paradoja es que ambas novelas presentan las mismas
características, los mismos ingredientes, los mismos protagonistas (Mikael
Blomkvist y Lisbeth Salander), e incluso comparten muchos de los principales
personajes. Tal es así que, sin ser absolutamente imprescindible la lectura del
primer volumen para seguir con claridad el argumento del segundo, sí aporta
dicha “cita previa” conocimientos (no información) que enriquecen
considerablemente la nueva aproximación al mundo ideado por Larsson. Entonces,
¿por qué es mucho mejor esta segunda entrega? ¿Es mejor, por ejemplo, la trama,
el argumento? No, no creo que sea cuestión de trama o argumento. En esta segunda
novela Lisbeth Salander disfruta de unos días supuestamente tranquilos en el
Caribe, y Mikael Blomkvist, trabaja en el lanzamiento de un número especial de
la revista Millennium sobre un tema candente: una dura y terrible
historia de prostitutas provenientes de algunos países del Este. Bien, este
sería el punto de partida inicial de la trama principal por la que circula la
nueva historia de Larsson, pero hay tantos afluentes, hay tantos asuntos
paralelos, que resulta muy difícil, si no materialmente imposible, recorrer en
pocas líneas todos los recovecos del contenido de la narración que comentamos. Y
además no tendría mucho sentido.
No, como cualquier lector avezado sabe
perfectamente, el interés de un libro no reside jamás del todo en lo que cuenta,
descansando siempre una muy buena parte del interés en cómo lo cuenta. Y aquí es
donde la escritura de Larsson ha madurado mucho en este segundo episodio de la
trilogía. Recordemos que nuestro autor comenzó a escribir ficción en el 2001, y
que, como contó él mismo en la única entrevista literaria que concedió antes de
morir (*), dio el paso por pura diversión, después de llevar pensándolo desde
los años 90.
Larsson empezó entonces a escribir un texto sobre los
viejos detectives Hernández y Fernández, de la serie Tintín. Y dándole
vueltas a cómo escribir sobre la célebre pareja, surgió la idea de crear una
“pareja detectivesca” formada por una chica y un hombre. A la hora de concebir
el personaje de la chica, Stieg Larrson se preguntó cómo sería su compatriota
Pippi Langstrump, y así nació Lisbeth Salander, de veinticinco años, una chica
que se siente como una extraterrestre entre la gente, que no conoce a nadie ni
tiene ninguna capacidad social para relacionarse con
normalidad.
Sí, Larsson, el artesano de la
novela negra, logra en su segunda secuela dentro del proyecto Millennium, que
todo funcione como un reloj de precisión
Luego Larsson creó el contrapunto de su joven Pippi Langstrump
antisocial, Mikael Blomkvist, un periodista de cuarenta y cinco años que es, a
todas luces, un remedo del propio Larsson. Un periodista trabajador, competente,
buena persona, que trabaja en su propia revista, llamada Millennium. En
torno a estos dos personajes principales Larsson construyó algunos mundos
paralelos, con sus personajes emblemáticos, sus escenarios, sus geografías: el
de la revista Millennium, que tiene seis empleados; el de Milton
Security, una empresa de seguridad privada para la que hace trabajos esporádicos
Salander; los policías que llevan las investigaciones, etc…, cada uno de estos
subgrupos se transforma a la vez en coprotagonista de las historias planteadas
en las novelas de Larsson, cada uno constituye un afluente que tras describir
diversos meandros desemboca en la gran corriente narrativa que cohesiona la
novela.
Nuestro autor escribió siguiendo el esquema esbozado tres
novelas antes de morir de un ataque cardiaco. Las dos ya aparecidas, y una
tercera, la última, titulada La reina en el palacio de las corrientes de
aire (que en español se publicará dentro de unos meses), páginas en las
que se acaban entendiendo todos los pormenores y detalles de lo narrado en la
trilogía Millennium, aunque los tres libros son historias que pueden
leerse de forma independiente.
Pero cuál es en mi opinión la causa de
que la serie Millennium haya tenido tanto éxito y haya enganchado a tantos miles
de lectores. ¿Por qué es mejor, más eficaz en el logro de sus objetivos el
segundo volumen que el primero?
¿El resultado? Un entretenimiento
ameno, un juego que atrapa toda nuestra atención e interés, y que, para colmo,
nos enseña que sociedades aparentemente casi perfectas, justas, ricas y
solidarias, como las escandinavas, encierran, como todo compendio humano, lo
mejor y lo peor, en dosis que casi, casi se contrarrestan
Para dar explicaciones a estas preguntas concurren varios
elementos, y casi todos los reveló el autor en la entrevista que concedió. Allá
vamos. Larsson leyó historias de detectives toda su vida, y enseguida supo
discernir qué le gustaba de ellas y qué le dejaba indiferente o molestaba. La
construcción de estas historias frecuentemente tienen que ver con un número de
personas concretas, pero por lo general dichas historias no dicen nada de la
sociedad en la que tienen lugar. Las novelas de Larsson sí ponen de manifiesto
los lados más oscuros, terribles, de la en apariencia tranquila y sana sociedad
sueca: violaciones, drogas, fascismo, corrupción política y económica,
manipulación periodística, trata de blancas, violencia… En un gran número de
novelas de detectives al uso, jamás aparecen las consecuencias de lo que ocurre
en las historias siguientes. En la trilogía de Larsson sí.
Según nuestro
autor escribir novelas de detectives era sencillamente escribir literatura de
puro entretenimiento, nada de perderse queriendo dar con el camino de la
literatura clásica. Pero si además de entretener se dice algo más o menos
importante, mejor que mejor. Escribir novelas de detectives, así planteado, es
artesanía sin mala conciencia, una labor que requiere maña, dedicación y mucho
oficio. Es como hacer zapatos, y espero que se entienda la comparación. El par
de zapatos número doscientos casi necesariamente saldrá mejor que el número uno.
Así, a Stieg Larsson, el estupendo artesano sueco de las novelas de detectives,
manejando los mismos ingredientes en su primera y segunda novela, le salió
mejor, más redonda, más sin fisuras, la segunda entrega que la primera, así de
sencillo, así de fácil.
Sí, Larsson, el artesano de la novela negra,
logra en su segunda secuela dentro del proyecto Millennium, que todo funcione
como un reloj de precisión. Ya se ha dicho que en lo esencial los ingredientes
utilizados son los mismos, y la trama es primo-hermana de la primera, pero en
La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, nos
ahorramos dimes y diretes, elucubraciones al margen, y todo va más deprisa y al
grano, sin dejarle al lector tiempo para el resuello. Larsson construye en esta
novela un puzzle complejo y fascinante de los que tienen miles de piezas.
Larsson las lanza todas sobre la mesa desconcertando al lector, pero con suma
rapidez, no dando un respiro, va colocando las distintas partes del puzzle a lo
largo y ancho de la mesa. El lector sigue desconcertado, pero no puede dejar de
observar con sumo interés cómo las piezas van, a su ritmo, esbozando figuras,
paisajes, delineando una historia compleja y sencilla a la vez. Con habilidad de
prestidigitador, nuestro autor sigue colocando piezas ante un lector que ya no
puede dejar de observar la mesa de juegos, y ante él, todas las piezas, hasta
las de forma más inverosímil, van encajando. ¿El resultado? Un entretenimiento
ameno, un juego que atrapa toda nuestra atención e interés, y que, para colmo,
nos enseña que sociedades aparentemente casi perfectas, justas, ricas y
solidarias, como las escandinavas, encierran, como todo compendio humano, lo
mejor y lo peor, en dosis que casi, casi se contrarrestan.
Lo he pasado
francamente bien leyendo esta nueva voluminosa entrega de Stieg Larsson. Si como
ha demostrado en ella, el oficio va a más, y los productos resultantes se
benefician de la mayor maestría del artesano, sólo puedo decir que espero ya con
impaciencia la tercera y última entrega de Millennium. Ya estoy sentando
esperando!!
(*) Primera y última entrevista con Stieg Larsson, realizada
por Lasse Winkler el 27 de octubre de 2004, y publicada en el número 18/04 de
Svensk Bokhandel.
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