Quiero animarles a conversar con Antonio El Manitas, con
Juaquin, con Lola, la Sorda o con Cris ahora que están muertos,
mejor que muertos. Quiero que se atrevan a compartir el bocadillo de mortadela
en un parque, el plato de patatas guisadas en un comedor de caridad o las
albóndigas con tomate de la cena en el albergue; el vino peleón resbalando por
la barbilla o la calentura del Dyc arañando la garganta. Quiero invitarles a que
sientan con ellas y con ellos la nostalgia del pasado, a que sufran sus pérdidas
y rían sus alegrías, a que vistan sus ropas y caminen con sus zapatos, a que
vomiten sus miedos y sequen sus lágrimas. Porque, en definitiva, eso es lo que
hacemos los lectores y lectoras cuando nos seduce una obra y eso es lo que busca
el autor cuando nos regala sus palabras.
Y las palabras te permiten
soñar y viajar, pasear por el Madrid más bohemio y artístico o por el más
oculto, duro, cutre y desconocido. La literatura te muestra todos los mundos
posibles, te ayuda a comprender y te genera dudas, te divierte y te entristece,
te entretiene y te puede llegar a aburrir, pero nunca, nunca, te deja
indiferente. En cualquier persona hay mucho de lo que ha leído, ya que en los
libros se aprenden cosas que la vida, limitada y corta, no nos puede
enseñar.
Por esta razón quiero dejar zonas oscuras, paisajes a
medio describir, dramas en suspenso, para que los lectores entren al libro a
buscarlos, a hacer su propio viaje.
El autor muestra gran facilidad para plasmar los tonos de voz a
través de las palabras, lo que provoca en quien lo lee la sensación de estar
asistiendo a las diferentes escenas, no tanto por la descripción física de los
espacios, como por las percepciones no verbales de los mensajes
En esta novela el autor utiliza un
peculiar estilo literario en el que usa frases cortas y directas para dotar de
vida a sus personajes o para describírnoslos de tal modo que parece los
estuviéramos viendo ahí mismo, delante de nosotros. A través de la utilización
de signos ortográficos, admiraciones, interrogaciones, paréntesis, puntos
suspensivos, en ocasiones en combinaciones imposibles, consigue mostrar su
enfado, indignación o ternura. Muestra gran facilidad para plasmar los tonos de
voz a través de las palabras, lo que provoca en quien lo lee la sensación de
estar asistiendo a las diferentes escenas, no tanto por la descripción física de
los espacios, como por las percepciones no verbales de los mensajes.
La
utilización de palabras malsonantes, de insultos y barbaridades, y la
descripción de situaciones escabrosas e incluso escatológicas, no hacen más que
plasmar la realidad social en la que nos ha tocado vivir, sus usos y costumbres.
Ya sabemos que no es exclusivo de las personas sin hogar el uso de palabras
groseras, maldiciones y blasfemias, ésta es la forma cotidiana de expresarse
para muchas personas, maduras y jóvenes. Sin embargo, este tipo de lenguaje se
le hace necesario al autor para plasmar la sordidez de las palmarias situaciones
que relata. Entre ellas, no dejen de deleitarse con el concierto de Siniestro
Total en el Rockola de 1983.
En cuanto al dramatis personae,
podemos decir que se trata de un elenco de seres sin alma, no porque nunca
la poseyeran, sino porque la perdieron en el camino o se les hizo jirones en
algún crítico momento de sus vidas, en el que no contaron con los recursos, las
capacidades o los apoyos necesarios para salir hacia delante.
Cris, tan vulnerable, tan frágil, tan triste... Una
vida deshecha por el trágico final de su gran historia de amor. Esa historia que
se fraguó en los tiempos de La Movida, una época tan divertida, tan noctámbula,
tan musical, tan libre. Pero no todo fue diversión, muchos se quedaron por el
camino, colgados de sus sueños y de sus deseos
Cris, tan vulnerable, tan frágil,
tan triste... Una vida deshecha por el trágico final de su gran historia de
amor. Esa historia que se fraguó en los tiempos de La Movida, una época tan
divertida, tan noctámbula, tan musical, tan libre. Pero no todo fue diversión,
muchos se quedaron por el camino, colgados de sus sueños y de sus deseos. Cris
es la chica de ayer, la que recorre mil calles escuchando música, su única
compañera, sólo ella la consuela... El autor ha querido que nosotros percibamos
su lado bueno entre tanta miseria. Quizás por eso es tan deseada, porque aporta
un cierto frescor, un halo de inocencia y algo de belleza en esa atmósfera tan
cargada.
Antonio Castilla, el Manitas, es el guía que nos lleva
por los distintos escenarios de la pobreza. Con él se abre la novela y a lo
largo de la misma vamos a asistir a su desidia y al abandono final. Es el más
callejero de todos los personajes, el que duerme entre cartones, el que recorre
los bancos, parques y comedores, el que nos hace partícipes de la cara oculta de
Madrid, desconocida para muchas de las personas que estamos aquí, esta ciudad
fea, sucia, egoísta y egotista. Él es el cicerone en nuestro viaje por la
podredumbre y la penuria. Y en ese viaje nos hará incluso sonreír con sus
reflexiones. “Lo bueno de ser un sin techo - dice - es que puedes pararte en
plena calle de Preciados y nadie choca contigo, todos te esquivan, es como ser
invisible”.
Juaquín, el pobre jovencito enamorado... Joaquín no
vive en la calle, tiene su hogar en el Albergue de San Antonio. Es un chico
educado, sensible, sociable y nada problemático. Sus relaciones se reducen, casi
exclusivamente, a quienes residen allí. Es un hombre joven y enfermo que está
dejando pasar la vida sentado en el banco del patio, sin expectativas y sin
deseos, sin autoestima y sin futuro. Es el hombre
vacío.
Por la novela desfilan más
personajes representativos de las diversas categorías de marginados o excluidos
que circulan, cada día en mayor medida, por nuestras calles
El Picolo y la Sorda... Él la sacó de la
calle Montera y ¿qué le dio a cambio? Pobreza, alcohol y más calle, pero en otra
versión. No sabemos si se quieren, pero está claro que se necesitan y que se
utilizan para sobrevivir. Y a pesar de sus discusiones, de sus gritos y de sus
reproches, caminan juntos, como tantas parejas.
El Ministro es la
prepotencia personalizada, el representante en el albergue de ese tipo de
individuos que viven de las apariencias, que abusan de su poder y que son
tratados con respeto sin merecerlo. Este sí que es un pobre hombre…
Por
la novela desfilan más personajes, secundarios pero no por ello menos
importantes, ya que son representativos de las diversas categorías de marginados
o excluidos que circulan, cada día en mayor medida, por nuestras calles. Los
yonkys, como el Yoni que nos lleva en una cunda a conocer el mercado de la droga
y nos hace recordar a esos seres esqueléticos, que caminan con la mirada perdida
-“como zombies” dice el autor - y que dedican su tiempo, todo su tiempo, a
pensar en cómo conseguir la siguiente dosis. Esos seres que poblaban las calles
de Madrid, sobre todo en determinados barrios, y que hoy están en los
cementerios, adonde llegaron desde oscuros sótanos y rincones en los que se
inyectaban veneno en sus carcomidas venas. También están los expresidiarios,
como el Sousa, delincuentes nunca redimidos que no han conocido otra vida
distinta a la de la institucionalización, la represión y la violencia; o los
inmigrantes como el Salami, que vinieron buscando un destino mejor, una
oportunidad para ser libres y disponer de su futuro y que al llegar aquí se
dieron de bruces con el engaño y la cruda realidad.
Y ¿qué decir de los
y las profesionales? Les vemos a través de los ojos de los personajes, que nos
los presentan como gente fea en sitios feos; gente triste en sitios tristes.
Dicen que todo se contagia. El abandono también les afecta, enfrentados día a
día al peor de sus fantasmas: la soledad, la miseria, la pobreza material y
espiritual, el vicio, la adicción, el sometimiento, la renuncia… Llevan mucho
tiempo allí y ya no saben distinguir entre la ayuda y la condescendencia. Hay
quien renunció hace tiempo a seguir luchando. Y con su pasividad, contribuyen a
crear dependencia en personas que, quizás en algún momento, podrían haber
desplegado sus alas para volar libres.
El autor se ha colocado,
deliberadamente, en una postura desapasionada, como observador externo, dejando
que ellos mismos se muestren, se comporten y se manifiesten tal y como son, sin
sentimentalismos ni prejuicios. No pretende buscar víctimas ni verdugos, solo
mostrar una realidad, triste, pero realidad.
(*) Nota de la Redacción: el texto que aparece como recensión
corresponde a la intervención de la profesora de Trabajo Social de la
Universidad Complutense de Madrid Aurora Castillo Charfolet en
la presentación del libro de Miguel Rubio,
Ahora que estamos muertos (Ediciones
Carena, 2008), que tuvo lugar en la Librería Fuentetaja de la ciudad de Madrid
el 16 de diciembre de 2008. Agradecemos a la profesora y al director de
Ediciones
Carena, José
Membrive, la oportunidad de publicarlo en Ojos
de Papel.