Juan Antonio González Fuentes
Me propongo apuntar la “razón romántica” de la evolución poética machadiana, y hacerlo poniendo el énfasis en la que para mí es una de sus semillas principales, uno de sus rasgos más claramente definitorios. A saber: la poética concebida como reacción al contacto con el mundo, o según ha escrito
M. H. Abrams en su ya clásico trabajo
El espejo y la lámpara (teoría romántica y tradición crítica), la poesía como interacción entre lo interno del individuo y lo externo a él, entre el yo subjetivo del poeta y lo objetivo que emana de lo exterior.
La interacción que aquí planteo, rasgo en su esencialidad radicalmente romántico, debo insistir en ello, no es que estuviera por completo ausente en la obra del primer Machado, pero sí se torna eje medular en la producción poética que fue construyendo en Soria hasta materializarse en 1912 en el libro
Campos de Castilla. Durante su estancia en la pequeña capital de provincia, y en contacto directo con la naturaleza y los paisajes castellanos,
Antonio Machado comenzó a relacionarse de forma completamente nueva con el mundo exterior, y digámoslo así, a tomar singular conciencia de él, a sentirlo necesario y a entenderlo como una objetividad en fructífera y reveladora comunicación con su personal subjetivismo.
Antonio Machado fue a encontrar en la intimidad con el mundo exterior, materializado éste en la reposada contemplación y posterior asimilación trascendida del paisaje castellano, el sendero dialéctico que lo afincó definitivamente en el área del sentimiento frente al de las sensaciones de carácter simbolista; que lo recondujo al terreno de las ideas imbricadas en el mundo y dirigidas a él, en oposición al terreno que anteriormente había vislumbrado de los enigmas elaborados desde el artificio prodigioso (
Rimbaud, Verlaine, Mallarmé), y que el sevillano con el tiempo llegó a definir como algarabía, cosmética y trinar.
En las facciones del paisaje castellano recién descubierto, Antonio Machado parece percatarse de que todo está ya expresado, que todo se refleja, que todo lo que quiere verbalizar se encuentra en silencio allí, sin necesidad de señales, iluminaciones o símbolos especiales y llamativos. El paisaje castellano y su naturaleza, siguiendo ahora las reflexiones sobre paisaje y romanticismo del sociólogo alemán
Georg Simmel, no significan nada de por sí, sino que son lo que pueden llegar a ser, de ahí que en ellos la vida se refleje complejamente entera, madura, vital, conformando un todo relacionado y unido que es a la vez idea y sentimiento, y que respira la tensión entre pasado y realidad, entre lo posible y lo imposible, entre el ideal y el futuro.
A mi juicio, ese es el pulso del romanticismo machadiano, un romanticismo influenciado por los heterogéneos casos de románticos tardíos de la solvencia de
Gustavo Adolfo Bécquer (qué curioso, otro sevillano relacionado íntimamente con Soria),
Rosalía de Castro o
Espronceda, los únicos tres poetas de la tradición lírica española precedente que fueron considerados y apreciados por los poetas de la generación de Machado o
Miguel de Unamuno, como bien ha resaltado adecuadamente el poeta
Ángel González.
Dicho con otras palabras, la comprensión y vivencia trascendente del paisaje y la naturaleza sorianas (llamémosles aquí el mundo exterior), actuaron de estímulo significativo para que el poeta comenzase a elaborar una respuesta poética al mundo desembarazándose, paulatinamente, de las sensaciones y enigmas de raíz simbolista, y configurando dicha respuesta, por el contrario, con ideas y sentimientos dentro de la más depurada tradición romántica. Es decir, Antonio Machado fue soltando “lastre” simbolista y modernista para ir edificando su obra sobre cimientos románticos, volviéndole así la cara a las nuevas corrientes y optando por una tradición poética cuando menos poco novedosa.
¿Fue Antonio Machado un poeta anticuado? Es esta una pregunta pertinente que bien puede plantearse después de todo lo dicho. En sentido estricto sí, pero en dicho sentido Machado fue también, y sobre todo, un poeta y escritor poliédrico con caras tan definidas y defendibles como la ya declarada de autor romántico (“Antonio Machado es un poeta romántico, y eso es todo”, escribió
Vicente Gaos), poeta folclórico, civil, simbolista, político, patriótico, andaluz, castellano, modernista…
Quizá para aprehender la palabra poética de Antonio Machado (breve, en esencia transparente, austera y circunscrita), lo único importante sea desnudarla de todo el ingente número de etiquetas que le hemos ido poniendo, una tras otra, una encima de otra, a lo largo de las últimas décadas. O al revés, aceptar sin ambages vestirla con todas las que se nos vayan ocurriendo, pues esa posibilidad de sumas (nunca restas) expresa la condición polisémica, trascendente, significativa e ilimitada que sólo sobrevive en la gran poesía, la de Antonio Machado, esa que siempre se ensancha a sí misma, y logra denominar tanto lo conocido como lo por venir, lo pasado y lo futuro, siendo epifanía permanente de una verdad, de aquello que nunca se pensó podría concebirse en el cercano país de las palabras.
Otros textos de
Juan Antonio González Fuentes sobre Antonio Machado:
Don Antonio Machado en Soria
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.