UN DEBATE ACTUAL, UNA REVISIÓN NECESARIA
No es un tema fácil, tanto por su enorme literatura como por su carga
emotiva, política e ideológica. No obstante creemos que es muy pertinente el
ofrecer al lector un estado de la cuestión sobre los estudios de las
independencias en toda Iberoamérica.
El consenso historiográfico: patria, pueblo y héroes
A finales de los años cincuenta funcionaba un consenso historiográfico en la
mayor parte de las academias iberoamericanas que, en palabras de Julio Sánchez,
era aceptado por izquierdas y liberales, por «blancos» y «colorados». En algunos
países, como en Argentina, México y Perú se había forjado desde el siglo XIX; en
otros, en años más recientes, en la primera mitad del siglo XX. Pero en todas
las historiografías de estas repúblicas se coincidía en varias ideas centrales.
En primer lugar, el nacionalismo que impregnaba toda la explicación y que se
tradujo en un metarrelato, hegemónico entre los historiadores dedicados a las
guerras de independencia. Para los estudiosos de la lucha entre realistas e
insurgentes, entre gachupines y patriotas, la independencia
era explicada desde el convencimiento de que «analizaban» la gesta nacional, la
forja de la nación. Un discurso que se volvió hegemónico y que tenía el sentido
de unificar la historia de sociedades altamente diferenciadas étnica y
socioeconómicamente, así como con amplios contrastes regionales. Se buscó y se
encontró la «feliz síntesis» étnica, cultural, social y territorial, como señala
Gabriel Di Meglio para el caso de Argentina.
Las guerras de independencia interpretadas desde el nacionalismo se
convirtieron en el sustrato histórico común de las naciones iberoamericanas.
Éstas fueron el inicio de su historia contemporánea. Y, en esto, no hay mucha
diferencia con la Europa occidental.
Y el discurso sobre la nación generó, o al menos alentó, otros corolarios que
asentaron este consenso historiográfico. Aconteció el concepto «pueblo », a la
vez que desaparecieron, o ni siquiera se consideraron, cada uno de los grupos
sociales y étnicos existentes. El «pueblo», ese ente homogéneo y sin fisuras,
mejor, con algunas mínimas fisuras que se identificaban con los «realistas
españoles», fue el que persiguió la independencia de la nación «300 años
oprimida». El «todos a favor». En este sentido, los realistas fueron
considerados durante décadas los «no nacionales», es decir, el término
realistas se adjudicó unilateralmente a peninsulares y en algunos casos
a grupos indígenas que se habían opuesto a la «independencia nacional».
Era una interpretación maniquea de la independencia, entre buenos y malos,
entre patriotas y traidores, también entre vencedores y vencidos. Construcción
de la nación que alumbró la historia patria. Legado de largo alcance. Los
peninsulares estaban en las filas del absolutismo por cuestiones de nacimiento,
familiares, políticas y redes económicas vinculadas al colonialismo: burócratas,
eclesiásticos, militares, comerciantes monopolistas, plantadores, etc.
Prevaleciendo en todos los casos el valor de su nacimiento por encima de los
intereses o vínculos. En el caso de los indígenas era más simple el análisis. La
mayor parte de las comunidades indígenas quedaron al margen de las
independencias porque era una guerra entre criollos y peninsulares, y porque
estaban enajenados, en especial por su ignorancia, «adocenamiento» y alienación
monárquica y católica, fruto de trescientos años de colonialismo.
Y el pueblo y la nación fueron acompañados por los héroes, el otro corolario
del consenso historiográfico. O también surgieron los héroes y del pueblo
emergió la nación. Los dirigentes insurgentes y patriotas tuvieron amplia fuerza
explicativa, al punto de que historiografías sobre la independencia como la de
Paraguay –como recuerda Nidia Areces– se centraron durante mucho tiempo en la
pugna entre francistas y antifrancistas, contando la primera
entre sus adeptos más entusiastas al propio dictador Stroessner.
Pero los héroes no fueron sólo alimento de dictaduras; lo interesante, como
señalamos párrafos arriba, es que también fueron respaldados tanto por liberales
como por conservadores, y en otros países, por escritores e historiadores de
izquierda y de derecha. Éste es un tema difícil de tratar porque desborda el
ámbito académico y se relaciona directamente con el uso que se ha brindado a los
héroes en el mundo político y con el arraigo en la memoria colectiva bien
cimentada por los libros de historia patria durante casi doscientos años. Y para
un caso más que actual, el culto a Bolívar de la Venezuela de Hugo Chávez. Somos
conscientes de que, al presentar en forma general las tres principales ideas
rectoras del consenso historiográfico, podemos sacrificar los amplios matices y
su análisis puntual. No obstante, creemos que es importante asentar estas
generalizaciones para situar los cambios que se produjeron en las siguientes
décadas.
Los años sesenta: le nueva agenda de investigación
A partir de la década de los sesenta comenzaron a ser cuestionadas las ideas
rectoras del consenso historiográfico. Al respecto vale la pena hacer una
pequeña digresión. Cuando convocamos a colegas europeos e iberoamericanos a
emprender un análisis historiográfico sobre el tema de las guerras de
independencia suponíamos que el punto de arranque debería ser en los años
sesenta, cuando –pensamos– se había transformado la concepción histórica sobre
este período. Después de leer los artículos aquí publicados, las suposiciones se
convirtieron en certezas. En los años sesenta se puso en marcha lo que Alfredo
Ávila y Virginia Guedea denominan, para el caso mexicano, la «historiografía
revisionista». En estos años coincidieron muchos factores académicos, pero sobre
todo políticos, económicos y sociales –tanto nacionales como internacionales--,
que tuvieron impacto en los historiadores latinoamericanos, europeos y
norteamericanos que investigaron la guerra de independencia. Aquí sólo apuntamos
algunos de los factores que ayudaron a que enraizara la historiografía
revisionista y los consideramos desde su impacto en la comunidad de
historiadores.
Así, visto desde la perspectiva de las universidades, en primer lugar se
puede afirmar que llegó una nueva generación de historiadores, que ante todo
eran eso, historiadores universitarios que adquirieron el oficio y el manejo de
las metodologías y técnicas historiográficas en las escuelas o facultades de
historia y en los pocos centros de investigación que existían. Esta nueva
generación de historiadores e historiadoras hicieron gala de su oficio y
emprendieron un análisis de las fuentes que habían sido utilizadas para estudiar
la lucha entre patriotas y realistas, lo que les llevó a cuestionar el amplio
margen de maniobra, o para decirlo de manera más directa, la carencia de rigor
con que habían sido utilizados los documentos primarios. Primero el análisis de
fuentes y después las interpretaciones. No creemos exagerar si señalamos que en
estos años se cultivó un positivismo fructífero. Los documentos con amplio
aparato crítico se convirtieron en una de las principales labores emprendidas
por los historiadores. Referentes que a partir de los sesenta serían el punto de
apoyo ineludible para los interesados en investigar las guerras de
independencia.
Y a finales de los sesenta y principios de los setenta también sucedió otro
fenómeno que marcaría el desarrollo de la comunidad de historiadores, en
particular los interesados en el período que se abre en 1808 en la mayoría de
los países iberoamericanos: la multiplicación de alumnos en las carreras de
ciencias sociales, como las de Historia, Antropología, Sociología y Ciencia
Política. Fenómeno demográfico definido como baby boom, que se tradujo
en un mayor número de historiadores con diploma universitario: se aumentaron las
tesis, artículos, libros y reseñas sobre las independencias. Hecho que queda
demostrado en la bibliografía general que acompaña a este número de los
Cuadernos de AHILA.
Y a los iberoamericanos se sumó la oleada de historiadores extranjeros.
También a partir de los años sesenta se multiplicaron los libros, tesis y
artículos sobre la temática de las guerras de independencia escritos por
europeos, en particular franceses y británicos –muy pocos españoles– y
norteamericanos. Dos acontecimientos internacionales, en gran parte, ayudan a
explicar el creciente interés por la historia de Iberoamérica: el proceso de
descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial y el triunfo de la
Revolución Cubana. Es bien sabido que en Estados Unidos, después de 1961, se
destinaron muchos apoyos privados y públicos a las universidades para que se
fundaran o se fortalecieran los Latin American Area Studies. Apoyos que
contaron con una pluralidad de becas para que desde Estados Unidos se estudiara
Iberoamérica o para que los estudiantes iberoamericanos se formaran en las
universidades norteamericanas. La coyuntura política después de la Revolución
Cubana impactó, y de qué forma, en la académica.
También tendremos que destacar que, en esta oleada de historiadores
«profesionales» que comenzó desde los setenta, hubo muchos que se acercaron a
las temáticas de la independencia desde una formación en ciencias sociales,
especialmente antropólogos, sociólogos e, incluso, pedagogos y no tanto desde
una formación stricto sensu de historiadores. Lo cual, evidentemente,
va a incidir no sólo en su método de análisis histórico y conclusiones, sino
también en los temas escogidos: étnicos, raciales, de género, educación,
formación intelectual, movimientos sociales. Si bien es indudable el aporte
general de análisis y contenidos, algunos de ellos adolecieron del manejo
cuidadoso del tiempo y del espacio. Herramientas inherentes a la Historia.
Por supuesto que el incremento sustancial del número de historiadores no es
el dato fundamental que permitiría identificar a una nueva generación de
universitarios con título interesados en la guerra entre realistas e
insurgentes. No es una razón suficiente, pero es un dato que se debe tener muy
en cuenta.
El tema fundamental es que a partir de los años sesenta cambió la agenda de
investigación. Fueron muy distintas las ideas rectoras que guiaron las
investigaciones. Una primera explicación de este cambio de rumbo se encuentra en
los debates generados por la teoría de la dependencia y por las diversas
corrientes del marxismo. Este tema de por sí ameritaría un escrito específico,
que estamos elaborando, por lo que aquí sólo señalaremos consecuencias
relacionadas con el impacto de esa teoría en la agenda de investigación sobre
las guerras de independencia.
Al calor del debate alimentado por la teoría de la dependencia proliferó el
uso, e incluso el abuso, de conceptos como revolución, dependencia, grupos con
intereses enfrentados, clases sociales, grupos y fracciones de clase, etc. Y se
plantearon interrogantes que tocaban los puntos fundamentales sobre la
comprensión de los procesos de las guerras de independencia: ¿de verdad
aconteció una revolución, o sólo fue una reforma en donde primaron las
continuidades coloniales (se empezó a acuñar el concepto de sociedad
poscolonial) con un mínimo cambio político? ¿La dependencia sólo cambió el
vértice de la Monarquía española –simplificada en la voz «España»– a las nuevas
potencias atlánticas? ¿Qué cambió y qué continuó después de la independencia, o,
para ser más precisos con las preocupaciones de los marxistas y los
dependentistas, algo cambió con respecto a las estructuras económicas y sociales
coloniales? El marxismo –o habría que decir los marxismos– calificaban a las
masas sociales como simples actores sociales que seguían pasivamente a los
líderes insurgentes y patriotas, criollos con intereses diferentes a éstas. ¿El
conflicto era de clases, entre criollos –dueños de los medios de producción– y
los grupos populares, en aras de la unidad a favor de la independencia y en
contra de la opresión española?
Así, consideramos que la teoría de la dependencia y los debates de las
distintas corrientes marxistas marcaron en gran parte la agenda de investigación
en los años sesenta y setenta, si se toma como punto de referencia el conjunto
de la historiografía sobre la guerra de independencia. Esta afirmación general
se puede matizar cuando se toma como perspectiva cada una de las historiografías
nacionales editadas en este libro. En Perú, Ecuador, Venezuela, Bolivia y
Colombia, y no se diga en Guatemala y El Salvador, como destaca Xiomara
Avendaño, esas dos teorías marcaron los temas dedicados a la investigación
histórica. En cambio fue muy distinta la situación historiográfica en México. En
este país, el debate se centró en las investigaciones sobre la Revolución de
1910, y la historiografía sobre la guerra de independencia de 1810 siguió otros
caminos hilvanados por otras temáticas.
La lectura de los artículos aquí publicados permite plantear el tema de la
geografía de la recepción, claramente diferenciada en ocasiones de los debates
teóricos e historiográficos en los países de Iberoamérica. O mejor dicho, una
geografía con tiempo, ya que esperamos que los artículos alienten a repensar las
razones de las distintas recepciones en diferentes momentos de los años sesenta
y setenta.
Pero si la geografía de la recepción historiográfica fue diversa, lo que se
constata en estos artículos es que todos confluyeron en cuestionar, aunque
también frecuentemente en rechazar, los principales temas que habían forjado el
consenso historiográfico. Y, en primer lugar, el vínculo insustituible entre
nacionalismo y guerra de independencia. Sobre todo a partir de los años setenta
vinieron a replantear, e incluso a rechazar, el relato nación, el «discurso
providencialista» que consideraba que a partir de 1808 se había emancipado la
nación. Y escribimos con cautela «replantear», «rechazar», «cuestionar», porque
las investigaciones que se emprendieron en estos años no tenían como fin último
acabar con ese discurso que había sido hegemónico.
Del derrumbe, las consecuencias
Desde nuestro punto de vista, cinco vertientes de investigación minaron a la
larga las principales bases de sustento del consenso historiográfico: primera,
la historia regional; segunda, el cuestionamiento de la ineluctable
independencia; tercera, el debate sobre el desempeño productivo de las
estructuras económicas de los siglos XVIII y XIX; cuarta, los aportes de la
historia social, y por último, el «desmonte del culto a los héroes».
La región se va a convertir en un actor central de estudio y de explicación
de las guerras de independencia. Y la visión que surge deja a un lado la frase
unánime de «todos juntos por la nación y la independencia», para dar paso a las
diferencias sociales, económicas, políticas y étnicas de las regiones. Esta
perspectiva historiográfica destaca, incluso a pesar suyo, las diferencias entre
las regiones de Guayaquil y Quito, Maracaibo y Caracas, Guatemala y El Salvador,
la Costa Caribe y la Costa Grande, Buenos Aires y Montevideo. Y de las
diferencias regionales se pasó a la diferencia de los proyectos políticos. No
fue la búsqueda de la independencia y la nación lo que unificó a todos los
grupos sociales y étnicos, ni los mismos contenidos programáticos. Del consenso
se pasó al disenso, de la unidad a la diversidad, o incluso a lo muy diverso, al
punto de poderse hablar, no sólo para Ecuador y Bolivia, de un archipiélago de
la historiografía sobre las guerras de independencia, como coinciden en resaltar
Juan Marchena y Armando Martínez.
Y para desmontar lo nacional se cuestionó su vínculo mellizo, la
independencia. Éste fue el segundo punto de distancia con respecto al consenso
historiográfico. Y como consecuencia se abrieron dos líneas de investigación
concurrentes: una, la que puso en tela de juicio «los movimientos preinsurgentes
», y la otra, la que destacó los proyectos autonomistas de algunos grupos de
criollos que no habían aún alcanzado el rango de «patriotas». En este último
tema se indicó que no sólo eran dos los grupos en la lucha, por lo menos eran
tres, independentistas, realistas y también autonomistas gaditanos. Los dos
últimos grupos existieron y no estaban condenados al fracaso, o, visto desde
otra perspectiva, los independentistas no eran los únicos predispuestos a ganar,
incluso a pesar suyo; lo que se había de explicar era, entre otros temas, por
qué triunfó finalmente el proyecto independentista y por qué los otros dos
proyectos en liza no lo hicieron. En conclusión, se relativizó la independencia,
al quitarle su fin ineluctable, y se consideró con amplias posibilidades de
victoria a los otros dos contendientes.
Aunque aquí volvemos a apelar a la geografía y a los tiempos de la
historiografía de la independencia. Como muy bien señala Carlos Contreras, no es
extraño que en el Perú de principios de los años setenta se retomara el debate
sobre la relación entre criollos e independencia, considerando, primero, que los
realistas habían dominado en el virreinato peruano durante la mayor parte del
tiempo anterior a la proclamación de la independencia, y que en 1971 se
conmemoraban los 150 años de la misma, lo que suscitó la discusión entre la
comunidad de historiadores nacionales y extranjeros. Lo que al mismo tiempo
alentó el debate fue la afirmación de que la elite criolla peruana no estaba
preparada para acabar con un orden que les era muy afín, ya que
«estructuralmente» no podía darse el lujo de terminar con un sistema que le
aseguraba su preeminencia social, política y económica. En Venezuela, el estudio
de los realistas fue de la mano con las investigaciones de historia regional,
como señala Inés Quintero. En las regiones de Coro, Maracaibo y Guayana –las
primeras en declararse leales a la Regencia y las últimas en unirse a la
República– se emprendieron investigaciones que buscaron desentrañar a qué
intereses económicos y sociales concretos y reconocibles respondían los
proyectos políticos de autonomistas y realistas. Si bien en México se publicaron
varios artículos sobre la propaganda leal al gobierno virreinal, el ejército y
las milicias novohispanas, fue a mediados de los ochenta cuando se incrementaron
los estudios sobre los realistas y su participación en los ejércitos de Su
Majestad.
En segundo lugar, lo que nos importa destacar aquí es que el estudio de los
otros proyectos que se defendieron durante las guerras en gran medida vino a
poner en cuestión lo inevitable de la independencia y, con ello, el necesario
proceso de emancipación de la nación.
En tercer lugar, a la historia regional y a los replanteamientos de los
«otros proyectos», se añadieron los debates acerca de los desempeños productivos
de las estructuras económicas de los virreinatos, capitanías y provincias de la
América española a lo largo del siglo XVIII y primeras décadas del siglo XIX. Lo
que ahora nos importa es rescatar de los resultados de estos debates y polémicas
la idea de que también vinieron a relativizar el peso de transformación de las
independencias nacionales. En efecto, observadas desde los resultados de
investigación del siglo XVIII, las proclamaciones de independencia no aparecían
como puntos de ruptura y cambios profundos. Más que una ruptura habrían primado
las continuidades sociales y económicas, que, con todo, eran los fundamentos de
cualquier sociedad. Muy en sintonía con la teoría de la dependencia se comenzó a
hablar de un estado poscolonial, en que las herencias del siglo XVIII eran
notorias en el siglo XIX. E, incluso, en el XX.
En cuarto lugar, los estudios sobre la historia social de la América española
constituyeron otro camino en el que se vino a replantear tanto la relevancia de
los líderes insurgentes como el concepto de «pueblo», otra de las ideas rectoras
del consenso historiográfico, como hemos señalado. Lo esencial era estudiar las
bases sociales de la insurgencia y no sólo a sus dirigentes. Importaba más saber
por qué se habían rebelado los grupos populares que la ideología de los líderes,
que había sido uno de los principales campos de estudio de los investigadores
durante el consenso historiográfico. Las investigaciones se abocaron a indagar
las razones económicas y las contradicciones sociales que permitieron que los
llamados de Bolívar, San Martín, Sucre, Santander, Artigas, Francia y Morelos
tuvieran eco social. Primero había que identificar las «causas estructurales»,
más que precisar, hasta diseccionarlas, las ideas motoras de los Padres de la
Patria. Y también alcanzó mayor relevancia saber quién o mejor dicho, quiénes
eran el «pueblo». Campesinos, arrendatarios, pequeños propietarios, pequeña
burguesía, capitalistas, indígenas, negros, mulatos, zambos, castas, etc. Lo
importante era caracterizar las bases sociales de los rebeldes. Se puso el
énfasis en los grupos socioeconómicos y étnicos, es decir, en la ideología de
las sublevaciones más que en las ideologías de los sublevados. Un tema que será
retomado con fuerza a finales de los años ochenta.
Y con la historia social se empezó a «desmontar el culto a los héroes», como
señala Inés Quintero para Venezuela. Dos fueron las líneas que se siguieron en
las historiografías iberoamericanas. Por una parte, se reformularon las acciones
y las ideas de Bolívar, Artigas, Francia e Hidalgo o Morelos, que, como
señalamos al principio de esta introducción, fueron en algunos países, como en
Paraguay, el eje principal de la historiografía sobre la independencia. No sólo
se analizaron, y reanalizaron, los documentos básicos, como la Carta de Jamaica,
sino que se investigaron, con algunas de las preguntas generadas por los
marxistas y la teoría de la dependencia, la reforma de Artigas, las ideas
ilustradas de Francia o de Miranda. En México, el debate se centró sobre los
referentes ideológicos de Hidalgo. La polémica se prodigó en si sus proyectos
políticos tenían origen en el «enciclopedismo protoliberal » o en la «teología
positivista». No es necesario decir que de esta polémica mayúscula los héroes no
salieron inmunes. Por lo menos estas controversias generaron que la «Historia de
Bronce», como denominó Luis González «al estudio reverencial de las estatuas»,
quedará relegada a un espacio reducido dentro de la historiografía sobre las
guerras de independencia.
En suma, a partir de la lectura de los artículos aquí publicados, queda claro
que los sesenta y, sobre todo, los setenta fueron años en que se produjo la
inflexión historiográfica en la gran mayoría de los países de Iberoamérica. En
países como Argentina, Perú, Guatemala y El Salvador fue entonces cuando se
formularon las agendas de investigación de los años posteriores. Sin duda
leyendo cada uno de los artículos se identificarán con precisión los distintos
ritmos historiográficos, como los de Paraguay, Uruguay y México. Además, fue en
los años setenta cuando se publicaron obras capitales, que hasta la fecha siguen
siendo de consulta obligada, y se replantearon en todos los casos, o se
rechazaron en gran parte, las ideas rectoras del consenso historiográfico.
No obstante es pertinente puntualizar algunas de las consecuencias del
derrumbe del consenso historiográfico, que hasta la fecha siguen gozando de una
fuerza especial. O, contemplado desde otro punto de vista, en las nuevas agendas
de investigación se dejaron de lado diversos temas y propuestas
interpretativas:
1. Se ha producido una reducción del «foco» temático en el estudio de los
grandes hombres, de los grandes héroes, o de los grandes libertadores. En los
últimos, el tema ha sido «rescatado» –y creemos que ésta es la palabra precisa–
por parte de la novela histórica, que ha recuperado la biografía como tema de
análisis histórico. Héroes, con todo, que han dejado de ser «dioses» para
aparecer más humanos. Estudio de los libertadores que también ha promovido el
interés por el estudio de las heroínas.
2. Como hemos planteado anteriormente, la nación, su alumbramiento, ha dejado
de ser el único referente para los historiadores. A ella se suman los procesos
históricos, los sujetos sociales y los grupos regionales ocluidos durante
demasiado tiempo por el manto nacional. Surge el estudio de la región, sus
movimientos particulares, su génesis, y lo hace en muchas de las ocasiones desde
los parámetros antagónicos al nacionalismo triunfante, casi siempre de la
capital. No es extraño que en un contexto en el que los procesos autonomistas de
algunas partes de América –Santa Cruz en Bolivia, Zulia en Venezuela, Guayaquil
en Ecuador– coincidan en este tema de gestación de la nación con explicaciones
periféricas y singulares.
3. También notamos un especial decaimiento de las interpretaciones que
trataban la independencia como una guerra de «liberación nacional». Sin
profundizar, es posible que pueda estar en relación con la desaparición de los
movimientos guerrilleros –a excepción de Colombia– y su propuesta central de
liberación nacional mediante la guerra de guerrillas, al igual que en muchos
territorios de la América hispana doscientos años atrás. Tendremos también que
relacionarlo con el auge –lo explicamos más adelante– de los procesos políticos
democráticos de los ochenta y noventa, y los estudios históricos de los procesos
electorales y el rescate del valor de la ciudadanía.
4. La tesis de John Lynch sobre el «neoimperialismo» como explicación de las
independencias ha sido cuestionada por estudios empíricos que demuestran que las
reformas carolinas fueron más permeables de lo que se interpretó. La irradiación
de las tesis de François-Xavier Guerra, en primer lugar, y el declive de la
causa de «liberación nacional» para dejar paso a otras interpretaciones,
finalmente han ganado la partida a la tesis de Lynch, que, al menos para la
historiografía española y los estudiantes universitarios españoles, fue
hegemónica durante muchos años. Al contrario, paradójicamente, que la tesis de
Guerra, que ha pasado casi desapercibida o tuvo un mínimo impacto en la
península.
Las últimas dos décadas
En parte es cierta esa frase de que menos nos conocemos en cuanto más nos
aproximamos a nosotros, en este caso, a nuestro tiempo. Para los últimos cinco
lustros, esto es, desde la década de los ochenta hasta estos primeros años del
nuevo siglo, es mucho más complicado ubicar la relación entre los múltiples
contextos y el discurso historiográfico sobre las guerras de independencia. Sin
duda los artículos aquí publicados permitirán explicar con mayor claridad las
razones y los conceptos que han guiado la investigación histórica en estos
últimos años. En la última parte de esta introducción sólo nos proponemos
destacar las líneas de investigación que consideramos, a partir de la lectura de
estos artículos y de nuestras propias reflexiones, que han concentrado los
afanes de los historiadores especialistas en este tema, y también enumerar
algunas de las circunstancias que en parte explican la relevancia alcanzada por
aquellas áreas de estudio.
Es indudable que la denominada «ola democratizadora» de finales de los
ochenta y principios de los noventa tuvo un gran impacto en los temas de
investigación, no sólo de la historiografía, sino en general, de las ciencias
sociales latinoamericanas y latinoamericanistas. Cayeron las dictaduras en
diversos países de América del Sur, incluso la paraguaya, y en México, a partir
de 1988, dio inicio la transición política. La vía armada a la revolución fue
descartada, en algunos casos por convicción, en otros por necesidad, por un muy
amplio sector de los movimientos sociales y de los partidos de izquierda. Ambos
fenómenos, no necesariamente relacionados, sí confluyeron para situar en primer
plano la construcción de las instituciones democráticas. Si en 1975 Lorenzo
Meyer, historiador y politólogo mexicano, se quejaba de que el tema de la
democracia era una carencia evidente en la teoría e investigaciones de las
ciencias sociales, la misma cuestión se convirtió en omnipresente a partir de
finales de los ochenta. Lo que importaba era «pensar» la construcción de las
instituciones democráticas y los temas adjuntos más importantes, como la
relación entre instituciones representativas y grupos sociales y políticos o,
para utilizar el concepto que se convirtió en canónico, la sociedad civil.
El colapso de las dictaduras repercutió de manera inmediata en los caminos
seguidos por las historiografías de los países que sufrieron esas plagas. El fin
de la larga dictadura militar en Brasil permitió que el tema de la independencia
perdiera su primario fin utilitario, en este caso de justificación de los
gobiernos militares, y que la comunidad de historiadores pudiera
«desideologizar» su propia práctica académica, como señala Joao Paulo G.
Pimenta. En Argentina también se despolitizó el debate. En Paraguay y Uruguay el
resultado fue que los historiadores se concentraron en investigar la historia
del siglo XX, y ocuparon un lugar secundario las investigaciones sobre la guerra
entre realistas e insurgentes. Por consiguiente, las comunidades de
historiadores fueron diapasones sensibles al derrumbe de los gobiernos
militares, y también a los temas abiertos por la «normalización democrática». En
Perú también fue evidente el replanteamiento por parte de los investigadores de
las ciencias sociales acerca de las instituciones democráticas, pero por otras
razones. Como una reacción a Sendero Luminoso se estudió la «democracia formal»
como un mecanismo «virtuoso» –son palabras de Carlos Contreras– que podían
transformar las estructuras sociales.
En las explicaciones sobre el desarrollo de las historiografías
independentistas de los últimos decenios también será necesario reparar en las
mutaciones teóricas y metodológicas que cobraron fuerza, al menos desde los años
ochenta, en la comunidad de historiadores latinoamericanistas. Nos referimos a
las críticas, que lograron una gran resonancia y aceptación, a los postulados de
la teoría de la dependencia, a los marxismos y a la escuela de los
Annales. Tres teorías que sin duda habían marcado las investigaciones
históricas desarrolladas sobre el pasado de Iberoamérica. Sería temerario y
absurdo por nuestra parte presentar en unas cuantas líneas las críticas,
fundadas muchas de ellas, que se les atribuyeron a esas tres teorías. Nos parece
que un concepto sirvió como resumen de ellas: eran teorías «estructuralistas».
El concepto de centroperiferia había ocasionado que se buscaran las
explicaciones del cambio histórico de Iberoamérica en los vaivenes del mercado
mundial y en la economía de enclave. Tanto los cambios de las relaciones
sociales y políticas, como la configuración del Estado colonial y de los estados
se explicaban como función subordinada de los cambios en la estructura del
mercado mundial. El «economicismo» de los marxistas había considerado, y así se
había investigado el pasado latinoamericano, la estructura económica como la
instancia en «último término», y la superestructura como un epifenómeno de
aquélla. Y la larga duración, la historia «casi inmóvil», se buscó en las series
históricas y en las continuidades de las estructuras sociales y económicas.
Normalidad democrática y crítica a las teorías estructuralistas, si bien son
fenómenos no relacionados, su confluencia y combinación sí que impactó en el
desarrollo de las historiografías independentistas. Por lo menos en un punto
creemos que es evidente el resultado de esa combinación: el regreso del autor,
para utilizar la frase de Alain Touraine, y con ello la historia de «lo
político» entendido como el estudio de las negociaciones, simétricas o
asimétricas, entre «instituciones» y grupos sociales, pueblos, colectivos,
clases sociales o agencias.
Algunos temas de los últimos tiempos
Desde nuestro punto de vista, cuatro líneas de investigación han concentrado
los afanes y debates sobre la independencia. Dos de entre ellas, el liberalismo
gaditano y la ciudadanía-representación política, son temáticas relativamente
nuevas, y las otras dos, realistas e historia de los grupos subordinados, son
áreas de investigación que surgieron a partir de los años sesenta y que
actualmente tienen una renovada y amplia fuerza.
Las elecciones y la ciudadanía han sido una de las temáticas que con mayor
profusión se han prodigado en los últimos tiempos. Hay toda una bibliografía
amplia, plural y consolidada sobre este tema. Especialmente en lo que se refiere
al caso rioplatense y mexicano. Destacan los estudios, por su importancia y
relevancia en el momento de publicación, de Jaime E. Rodríguez, Antonio Annino,
François-Xavier Guerra, José Carlos Chiaramonte, Hilda Sábato y Virginia Guedea,
por citar algunos nombres pioneros. Temática electoral que vino acompañada de la
de la representación y de toda una conceptualización del valor de la ciudadanía,
de la concepción de vecino y su participación política en el nuevo régimen
republicano, etc. Concepto y «prácticas» electorales que se rescataron
temáticamente, en especial en el contexto del liberalismo gaditano y los
procesos electorales que desencadenó.
Para México y Centroamérica, sin ser un tema novedoso, stricto
sensu, sí que en los últimos años ha tenido y sigue teniendo una
revitalización notoria. En este último caso, Mario Rodríguez advirtió de su
importancia en los ochenta y lo rescató el grupo de historiadores que trabajan
con Arturo Taracena. Para el caso mexicano, Nettie Lee Benson fue pionera en la
década de los cincuenta, cuando apreció la centralidad e importancia que para la
historia de la independencia mexicana y su formación como Estado-nación tuvieron
las Cortes de Cádiz y la participación de notorios diputados, tanto en éstas
como en las de Madrid. Fueron sus discípulos, en especial Jaime E. Rodríguez,
quienes prosiguieron su magisterio. Tema y temática que han logrado una gran
consolidación en el panorama historiográfico novohispano, a distancia de otras
historiografías sudamericanas y, por supuesto, de la española, la cual sigue
haciendo prácticamente caso omiso de la importancia que para la historia
«española» tuvieron los «otros» territorios de la monarquía española.
El tema del liberalismo gaditano está siendo recuperado para Sudamérica en
las últimas décadas. A destacar los estudios de Ana Frega para Uruguay o Braz
Brancato y Marcia Berbel para Brasil.
Con todo, habrá que matizar, describir y consensuar el concepto «liberalismo
» para la significación historiográfica en Iberoamérica. Concepto histórico
demasiado impregnado en este territorio de su evolución histórica en el siglo
XIX y especialmente del XX, en donde los análisis de las ciencias sociales y
políticas lo han identificado, con razón, con oligarquía e imperialismo.
Concepto, el de liberalismo, que también fue histórico en nuestro análisis. Y
por lo tanto dinámico, mutable y en evolución, tanto en el espacio como en el
tiempo. Pero como apuntan las investigaciones propias y ajenas, el liberalismo
gaditano impregnó un amplio espectro del proceso de construcción de los
estados-nación. Y su trascendencia no se limitó sólo a la participación de sus
diputados, sino a la aplicación de sus decretos, a la politización de la
sociedad, a la interacción que provocaron sus ondas sísmicas tanto preactivas
–en la insurgencia– como reactivas –en el absolutismo colonial–, a los procesos
electorales que desencadenaron, a la importancia en la organización de
ayuntamientos, milicias nacionales, y –quizá es lo que habrá que investigar en
las próximos años– a la interacción entre esta «tercera vía» y la insurgencia,
porque no hubo compartimentos estancos, ni mucho menos.
Por lo menos, esta línea de investigación ha contribuido a renovar las tesis
historiográficas ancladas en el maniqueísmo dicotómico de insurgentes-realistas,
contribuyendo a enriquecer más el análisis del abanico de posibilidades
históricas. Y, por supuesto, a desechar la tesis de la «inevitabilidad» de la
independencia.
En segundo lugar, en las últimas décadas se ha registrado un creciente
interés por investigar la «otra parte». Aquellos que no formaron parte de la
historia patria, aquellos que no construyeron la nación, ni sus glorias, ni sus
gestas. Es más, aquellos que durante muchos años fueron omitidos y
vilipendiados. Y este interés manifiesto por los «realistas», si bien el término
necesitaría matizaciones, es muy interesante para su rescate y estudio.
Es notorio que en estas últimas décadas se aprecia, en primer lugar, una
superación de la tesis maniquea de la historia patria: no sólo fueron indios y
peninsulares los «realistas», entre las filas de los criollos hubo partidarios
de reformar el sistema absolutista sin por ello continuar con los planteamientos
coloniales ni tampoco llegar a la independencia. Entre el colonialismo y la
insurgencia hubo un crisol de opciones políticas que algunos historiadores
empiezan a matizar y advertir. Es la razón de los estudios de las redes sociales
y políticas que se mantuvieron al margen o constituyeron posiciones intermedias
o autonomistas. Por otro lado, hay un rescate desde la historia social de los
grupos y comunidades indígenas, diversas y heterogéneas, por comprender sus
posiciones políticas en la coyuntura independentista.
Con todo, existe una revaloración de «la historia de los vencidos», y un
interés por estudiar estos grupos diversos, sus problemas, sus conflictos y sus
motivaciones complejas, que evidentemente no se explican sino desde una
complejidad de factores históricos y económicos, más que por el descarte de
tópicos simplistas que unilateralmente los condenaron al olvido bajo el tamiz de
la «traición» o enajenación.
Es evidente que el tema de las clases populares y su condición social, étnica
y racial, está de «moda» y es una de las temáticas que más producción
historiográfica ha tenido en las dos últimas décadas. La preocupación por la
historia social, las historias de la vida privada y cotidiana, los grupos
excluidos, la historia de género y la cuestión étnica y racial, ha dado lugar a
una pluralidad de estudios muy importantes por toda Iberoamérica sobre el papel
de las clases populares en la independencia. Así, los temas sobre las
comunidades indígenas como sujetos y como objeto de estudio se han multiplicado.
Y sus interpretaciones también. Dado que muchos de estos estudios se encaminan a
retratar el posicionamiento activo en la independencia o a justificar su
pasividad, por el carácter de una guerra nacional y no étnica, o a denunciar su
marginación, mayor si cabe, en el posterior estado-nación posindependentista.
Muchos de estos estudios, deudores de la antropología anglosajona, han
conseguido mantenerse fuera de la onda expansiva de ésta, que caracterizaba
bucólica e idealmente a la sociedad india. De ahí, y aunque no sólo por esta
razón, la aversión de parte de esta historiografía al concepto «liberal» o
«liberalismo» como término pernicioso.
Al igual que el rescate de la problemática étnica, al que se han sumado los
actores negros, mulatos y mestizos, completando un arco iris que da mucho más
color a las anteriores historias en blanco y blanco. También es de destacar que
estos estudios han profundizado en la vertiente anticolonial y antiliberal que
se fraguó en la independencia. Es decir, clases populares que intervinieron y se
movilizaron bajo un prisma no necesariamente patriótico o «realista» sino por
intereses concretos pertenecientes a sus grupos y etnias y no encuadradas en un
estereotipo nacional y nacionalista, en donde quien no se incorporaba al
discurso paradigmático de la nación, por fuerza estaba contra ella. Es decir,
tuvieron no sólo una actuación «consciente» sino también «explicable», por no
hablar de legítima. Notorio cambio de interpretación y rescate de grupos
sociales marginados y excluidos, no sólo socialmente sino históricamente. Es un
buen ejemplo de ello el reciente estudio de Eric Van Young para el caso de la
insurgencia mexicana desde la vertiente no social sino desde la explicación
cultural. Como también son de destacar los trabajos de Alfonso Múnera para el
caso cartagenero.
Una conclusión
Para concluir, sólo nos resta decir que estamos satisfechos de publicar
artículos de reconocidos especialistas sobre las guerras de independencia. En
los capítulos de este Cuadernos de AHILA es más que evidente el amplio
y erudito manejo y análisis de artículos, libros y ensayos, y también de tesis
de grado no publicadas. En cada uno de los artículos se identifican las ideas
centrales más importantes que marcaron el debate historiográfico, por los menos
desde los años sesenta del siglo XX. Pero no sólo eso, también se valoran y se
polemiza con los autores aquí revisados, lo que brinda elementos para entender
la labor investigadora e historiográfica de los propios autores de estos
capítulos. En otras palabras, los capítulos editados ayudarán a explicar a los
propios especialistas sobre el estudio de las independencias que aquí exponen
sus razones y argumentos, su toma de posición y sus líneas de investigación. Y,
por último, en cada uno de los capítulos se propone una agenda de investigación
con miras al bicentenario. Estamos seguros de que para investigar es necesario
revisar, repensar continuamente las tradiciones historiográficas, con el fin de
afinar los temas de investigación. Por eso cerramos estas páginas con las
palabras con las que abrimos esta introducción: revisar, para conocer e
investigar.
Nota de la Redacción: Este texto corresponde al capítulo dedicado
al estado de la cueastión del libro de Manuel Chust Calero y
José Antonio Serrano Ortega (eds.), Debates sobre las independencias iberoamericanas
(Iberoamericana Editorial Vervuert, 2007). Queremos hacer constar nuestro
agradecimiento a Iberoamericana Editorial Vervuert por su
gentileza al facilitar la publicación de dicho texto en Ojos de Papel.