Análisis/Política y sociedad latinoamericana
¿Rearme o modernización militar en América Latina?
Por Carlos Malamud, miércoles, 5 de julio de 2006
En los dos últimos años algunos ejércitos de la región han acelerado su rearme mediante la incorporación de armas de diverso tipo, que van desde los 100.000 kalashnikovs comprados por Venezuela a Rusia a los aviones cazas F-16 que Chile adquirió a Estados Unidos. Ante este fenómeno, algunos analistas señalan que estamos al comienzo de una nueva carrera armamentística en América Latina, mientras que otros apuntan a que sólo se trata de la renovación de un material que ya estaba bastante obsoleto luego de varios años de contención del gasto militar. De todas formas, resulta curioso en buena medida que este proceso esté impulsado por gobiernos que se reclaman a sí mismos como de izquierda.
Si generalizar sobre América Latina en cualquier aspecto de la realidad es algo complicado y contempla elevados riesgos, esta situación resulta todavía más compleja si nos adentramos en cuestiones vinculadas con la seguridad y la defensa. Desde esta perspectiva, la casuística y las diferencias son notables, comenzando por Costa Rica, un país que desde mediados del siglo XX no tiene ejército. En esta misma línea, Paraguay, en el artículo 144 de su Constitución, ha renunciado de forma expresa a la guerra, aunque mantiene su estructura militar intacta. Por otra parte, mientras numerosos países de la región insisten en la obligación ciudadana de armarse en defensa de la patria, la soberanía o cuando las necesidades públicas lo exijan para defender la independencia nacional (Argentina, Chile y Colombia, por ejemplo), la Carta Magna uruguaya establece que no hay obligación ciudadana de prestar auxilios, sean de la clase que fueren, a los Ejércitos.
Se puede dar un paso más en esta línea y ver qué es lo que ocurre desde el punto de vista organizativo, donde podemos encontrar diferencias similares. Así, en Venezuela se habla de la Fuerza Armada Nacional (FAN), mientras otros países cuentan con varias Fuerzas Armadas, generalmente, aunque no siempre, divididas en las tres armas tradicionales (Ejército de Tierra, Ejército del Aire o Aviación Militar y Marina de Guerra o Armada). Ciertos países han modernizado su estructura y tienen ministerios de Defensa dirigidos por civiles y algunos, no todos, han elaborado y publicado Libros Blancos de la Defensa, que tratan de poner orden en el sector. Por último, en el ánimo de no ser exhaustivos, si Nicaragua prohíbe el establecimiento de bases militares extranjeras en su territorio nacional, otros países, como Ecuador, cuentan con ellas. Es decir estamos frente a una casuística muy amplia y, por lo tanto, a la hora de analizar el gasto militar y su evolución es importante no sacar conclusiones apresuradas y distinguir las diferencias entre los distintos países.
Más allá de ciertos tópicos, debe consignarse que América Latina es una de las regiones del mundo que menos gasta en defensa
El tratamiento de los temas de seguridad y defensa era algo prácticamente tabú para los intelectuales de izquierda, que solían adoptar una postura claramente antimilitarista, similar a la de los partidos políticos del mismo origen. En parte, esto venía justificado por la recurrencia de las dictaduras militares y el peso que las Fuerzas Armadas solían tener en la vida política interna de estos países. En este sentido, eran constantes las alusiones a lo excesivo del gasto militar y a la cantidad de escuelas y hospitales que podían construirse con cada avión militar o con cada carro de combate que se adquiría en el extranjero. Por eso no deja de llamar la atención que algunos gobiernos latinoamericanos conocidos como “de izquierda” (aunque más no sean populistas) apuesten en estos momentos por el rearme o la modernización de sus ejércitos. Sin embargo, este proceso debe analizarse en consonancia con el proceso de reforzamiento del Estado que se está viviendo, en un verdadero golpe de péndulo en relación a lo vivido en los últimos veinte años.
Más allá de ciertos tópicos, debe consignarse que América Latina es una de las regiones del mundo que menos gasta en defensa. En efecto, se pasó de gastar en 1995 el 1,77% del PIB en gastos militares al 1,31 en 2004, en un proceso de descenso constante, con la única excepción de 2001, cuando se subió de 1,50 al 1,58%. Este hecho refleja una realidad importante: el riesgo de enfrentamientos bélicos en la región es bastante escaso, lo que no excluye, que como nunca antes en el pasado, se hallan exacerbado los conflictos bilaterales. Sin embargo, América Latina dista mucho de ser una región poco violenta. La tasa de homicidios (27,5 por cada 100.000 habitantes) es una de las más altas del mundo. Pero esto llevaría a hablar de cuestiones de seguridad pública y también a las misiones que se supone deberían contemplar las fuerzas armadas, como la lucha contra el crimen organizado, el narcotráfico o el terrorismo, cuestiones éstas que suscitan grandes polémicas en la región.
La tendencia decreciente del gasto militar se rompió en 2005, con un crecimiento prácticamente generalizado de los presupuestos de defensa
Llamamos la atención al comienzo de estas páginas sobre las diversidades regionales. Esto también se puede observar en el gasto militar y en los presupuestos de defensa. Por diversos motivos (volumen del PIB, tamaño del país y magnitud de los ejércitos, la evolución de las distintas coyunturas nacionales, conflictos reales o virtuales en los que cada país se halla inmerso, entre otros), el gasto militar como porcentaje del PIB varía considerablemente de un país a otro. Con datos de 2005, los países que dedicaron un mayor porcentaje del PIB a los gastos militares fueron Ecuador (3,67%), Chile (3,54) y Colombia (3,28). Un segundo grupo estaría integrado por Bolivia (2,18%), Brasil (1,84%) y Venezuela (1,66%). Por el contrario, entre los que menos gastan destacan México (0,43%), Guatemala (0,47%) y El Salvador (0,67%). El gasto, medido en términos absolutos, muestra una realidad algo distinta. Brasil es el que más gasta (11.000 millones de dólares), seguido de Chile (3.300 mil millones), Colombia (3.100 millones), México (2.900 millones) y Venezuela (1.800 millones).
La tendencia decreciente del gasto militar se rompió en 2005, con un crecimiento prácticamente generalizado de los presupuestos de defensa. Sin embargo, el incremento presupuestario en este rubro fue mucho más fuerte en algunos casos y mucho más moderado en otros, como Argentina. El caso más significativo ha sido el de Venezuela, con un aumento del 33% en 2006, superando los 2.000 millones. En buena parte, este aumento del gasto se sostiene en los ingentes ingresos petroleros del país y se justifica en el desarrollo del concepto de guerra asimétrica, dados los temores del gobierno venezolano a ser invadido por Estados Unidos. Si el gasto militar no se ha incrementado más no es por falta de voluntad gubernamental, sino por las dificultades de encontrar proveedores en el mercado internacional. Ahí están las dificultades de España y Brasil en vender aviones a la Fuerza Aérea venezolana y las actuales negociaciones con Rusia, a la que ya adquirieron helicópteros de combate y ahora quieren comprar cazas del modelo Sukhoi.
La duda es si estamos frente a una carrera armamentística, que podría tener consecuencias negativas para la región, o sólo ante un proceso de modernización de un material bastante obsoleto
Colombia es el segundo país que más ha incrementado el gasto, un 10% en 2006. En este caso, la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico en el que está empeñado el gobierno colombiano, y las ayudas que en el marco del Plan Colombia y sus modificaciones posteriores recibe de Estados Unidos, explican esta tendencia. En tercer lugar está Chile, con un incremento del 4,5%, cuyo elevado nivel de gasto se sostiene en el aumento del precio del cobre en los mercados internacionales y en la legislación, herencia del pinochetismo, que destina a la adquisición de armamento, una parte fija de esos ingresos. Ecuador y Brasil también aumentan su gasto militar, pero no de una forma tan acentuada.
Frente a esta realidad, la duda es si estamos frente a una carrera armamentística, que podría tener consecuencias negativas para la región, o sólo ante un proceso de modernización de un material bastante obsoleto, después de largas décadas en que el dinero destinado a estos fines era bastante exiguo, ya que la mayor parte de las erogaciones se destinaban a gastos fijos (salarios de personal, mantenimiento de las instalaciones, etc.). En líneas generales creo que estamos frente al segundo caso, aunque habrá que estar atentos a la evolución del gasto en ciertos países (como Venezuela o Bolivia), para determinar fehacientemente el rumbo de los acontecimientos.