Análisis/Política y sociedad latinoamericana
El cambio político en América Latina y la política exterior española
Por Carlos Malamud, lunes, 3 de abril de 2006
Es obvio que 2006 será un año de elecciones en América Latina. Frente a los cambios que se pronostican, que según algunos analistas consolidarán una tendencia existente, no sería descartable que en algún caso los excesos populistas que se avizoran pongan en peligro la democracia. Frente a ello, se plantea la duda de qué es lo que debería hacer la diplomacia española.
2006 es un año de una intensa actividad electoral en buena parte de América Latina, que aún es mayor si añadimos las elecciones realizadas en el último trimestre de 2005. Algunos resultados, unidos a otros previos, han llevado a hablar de un “giro a la izquierda” en la región. Pero más allá, o más acá, del tan trillado giro, lo cierto es que estamos frente a una situación inédita, con una serie de cambios políticos. La actual coyuntura muestra no sólo que es posible elegir a gobiernos de izquierda, más a la izquierda algunos, más populistas otros, sino también que la alternancia funciona, pese a que en la mayoría de los casos los oficialismos sometidos a reelección suelen cumplir sus objetivos. La importancia de la alternancia es que da buena cuenta del estado de salud de la mayor parte de las democracias latinoamericanas.
El actual panorama político de la región está signado, de distintas maneras, por la presencia de los Chávez y los Vázquez, de los Kirchner y los Morales, de los Lula y las Bachelet, entre otros. A esto hay que agregar la posibilidad de que candidatos como Ollanta Humala, Andrés Manuel López Obrador o Daniel Ortega ganen las próximas elecciones generales en sus respectivos países. Ante esta situación cabe preguntarse por la actitud que debe tomar la política exterior española hacia América Latina frente a ciertos procesos que se caracterizan por una mayor incertidumbre política que en el pasado inmediato.
La diplomacia española hacia la región ha primado la política del café para todos, lo que implica intentar mantener buenas y cordiales relaciones con todos los países más allá de su situación interior, o del color político o ideológico de su gobierno
Hasta ahora, la diplomacia española hacia la región ha primado la política del café para todos, lo que implica intentar mantener buenas y cordiales relaciones con todos los países más allá de su situación interior, o del color político o ideológico de su gobierno. Esto no es algo nuevo, sino que prácticamente ocurre desde comienzos de la década de los 90, cuando tras la desaparición de las dictaduras militares en la región se impuso la democracia en prácticamente todos los países.
Así ocurrió en Colombia, donde la administración Samper recibió el apoyo español pese a las dificultades que el gobierno de Bogotá tenía con Washington. Posteriormente, los gobiernos españoles de José María Aznar y José Luís Rodríguez Zapatero han respaldado a los sucesivos gobiernos colombianos en su lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, sosteniendo la política europea de declarar terroristas a las FARC, al ELN y a las AUC. En Cuba, más allá del breve giro testimonial dado por el gobierno popular tras la llegada de Aznar al poder en 1996 (tras la creación de la Fundación Hispano Cubana se pasó a la denuncia de la situación de los derechos humanos del régimen castrista), se volvió rápidamente a la política de siempre y así fue como en 1998 el presidente Aznar recibió a Fidel Castro, pese a que no “había movido ficha” en el Palacio de la Moncloa, algo que ya había ocurrido en 1984 con Felipe González.
En un inexplicable error de tiempo, Carmona recibió el apoyo de los embajadores de España y Estados Unidos, lo que provocó la ruptura definitiva en las relaciones entre Hugo Chávez y Aznar
En Venezuela, hasta que ocurrieron los confusos sucesos que permitieron la efímera llegada del impresentable Pedro Carmona al poder, eso que se suele adjetivar como un golpe de Estado, las relaciones bilaterales eran excelentes. En un inexplicable error de tiempo, Carmona recibió el apoyo de los embajadores de España y Estados Unidos, lo que provocó la ruptura definitiva en las relaciones entre Hugo Chávez y Aznar, hasta entonces marcadas por la exquisita cordialidad, que permitía igualmente ciertos gestos tropicales de cordialidad.
Todo esto implica que más allá del color de los gobiernos españoles y latinoamericanos, y de las posibles convergencias o divergencias entre ellos, el principal objetivo de la diplomacia española era tener buenas relaciones con todos ellos. Por eso, sería conveniente plantearnos, de cara al futuro, la pregunta de si es adecuado mantener buenas relaciones bilaterales con todos los países o si, por el contrario, habría que promover y defender la democracia en la región, siendo más selectivo en las amistadas. Es obvio que apoyar una política de este tipo implicaría elegir entre una diplomacia que incluya determinados valores o se concentre únicamente en la defensa de los intereses españoles. Sin embargo, hay que señalar que la defensa de la democracia en América Latina está directamente vinculada a la defensa de los intereses españoles en la región, incluyendo los económicos, y que, por eso, habría que buscar la manera de hacer compatibles ambos extremos.