Análisis/Política y sociedad latinoamericana
Un triunfo contundente
Por Carlos Malamud, jueves, 1 de junio de 2006
El triunfo de Álvaro Uribe en la primera vuelta no deja lugar a dudas sobre el fuerte respaldo que tiene entre la población de su país. La magnitud de la victoria fue tan clara que a poco de iniciado el escrutinio sus principales rivales, Carlos Gaviria y Horacio Serpa, reconocieron su victoria, en un gesto que no sólo los honra como personas, sino también demuestra la calidad de la democracia colombiana. La contundente victoria de Uribe responde a diversas causas y, sin lugar a dudas, abre una nueva etapa en la vida de un país como Colombia, tan golpeado por el terrorismo y el narcotráfico.
En primer lugar, el contundente triunfo de Álvaro Uribe demuestra de una forma incontrastable el amplio respaldo popular que ha recibido la gestión presidencial después de cuatro años de gobierno. El juicio de los periódicos fue unánime, a tal punto que los editoriales de El País y La Vanguardia utilizaron el termino arrasar. Uribe arrasó después de cuatro años complicados en la historia reciente de Colombia y pese a los distintos escándalos de corrupción y a las complicaciones en la gestión de la economía y del orden público. Es decir, que en líneas generales el desgaste de Uribe fue bastante imperceptible.
Por eso, y pese a los diversos argumentos esgrimidos por las distintas oposiciones (desde la armada hasta la democrática, desde la izquierda a la derecha no uribista), su controvertida manera de gobernar ha sabido conectar con la mayoría de los colombianos. No en vano ha recibido un millón de votos más de los cosechados por el mismo cuatro años atrás. Pero no sólo eso, el candidato presidente, como suelen decir en Colombia, cosechó en esta oportunidad un millón de votos más que los logrados el 12 de marzo por las distintas candidaturas uribistas al parlamento. Gracias a ello, el presidente reelecto dispondrá de una gran legitimidad y estará en condiciones de imponer su agenda, y no al revés, al grupo parlamentario afín, mayoritario en el Congreso, lo que le permitirá avanzar rápidamente en algunas de las reformas más comprometidas.
La contundencia del triunfo deja en evidencia que para una parte importante de la población son más las ventajas que le ofrece la gestión uribista que las desventajas
Uribe venció en casi todo el país y su candidatura fue mayoritariamente apoyada por todos los estratos sociales y por todos los grupos de edad. Así fue como se impuso en 32 de los 34 departamentos del país y sólo perdió en Nariño y La Guajira, donde salió victorioso el candidato del Polo Democrático Alternativo (PDA), Carlos Gaviria. La contundencia del triunfo deja en evidencia que para una parte importante de la población son más las ventajas que le ofrece la gestión uribista que las desventajas. Y esto más allá de la continuidad de una violencia que no cesa, de las continuas y repetidas acusaciones (generalmente no probadas) de las organizaciones humanitarias internacionales sobre las violaciones de los derechos humanos por parte de los militares y la parcialidad gubernamental con los paramilitares, de las dificultades para acabar con el narcotráfico o de una estructura social muy poco igualitaria.
Es indudable que las cosas no se ven de la misma manera dentro que fuera de Colombia o incluso entre los “colombianos de a pie” (aunque pertenezcan a los grupos más adinerados del país) y el cenáculo iluminado que una y otra vez alerta sobre los peligros de semejante política. Este divorcio entre opinión pública y opinión publicada muestra que una parte importante de la sociedad colombiana, y no sólo los sectores urbanos o los grupos más acomodados, se ve identificada con la gestión presidencial, especialmente en el desarrollo de la “política de seguridad democrática”. El apoyo cosechado por el presidente, que, como ya se dicho, lo legitima incluso frente a su propio grupo parlamentario, le permitirá impulsar algunos proyectos relevantes, como el tan debatido y polémico Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos. Si en algunos países de la región, como Costa Rica o Perú, el tema del libre comercio fue central en la campaña electoral y llegó a dividir a la población, en Colombia pasó bastante desapercibido, ya que en ningún momento se convirtió en el asunto determinante de la campaña.
La sola posibilidad de volver a modificar la Constitución colombiana de 1991 para permitir una tercera reelección sería un solemne disparate
El Polo Democrático obtuvo el 22% de los votos, lo que le permite colocarse en el segundo lugar, por delante del Partido Liberal. El carácter histórico de este resultado de la izquierda democrática colombiana pone de relieve que su participación en las instituciones no comienza ahora. No hay que olvidar que Luis Lucho Garzón es el alcalde de Bogotá, o que Angelino Garzón es gobernador del Valle, los dos distritos más poblados del país, y que otros representantes del partido gobiernan en otros enclaves colombianos. Por eso chirriaba un poco que a lo largo de la campaña distintos dirigentes del Polo presentaran a Colombia como una democracia a medias, algo incomprensible desde la perspectiva de quienes pueden constituirse en la alternativa política. La consolidación del Polo como alternativa exigirá mucho trabajo a sus militantes y dirigentes, algo que sólo el futuro lo dirá, ya que en el pasado hubo otros estallidos fulgurantes, como el del M-19, que terminaron como fenómenos mucho más modestos. Para que esto prospere, junto a sus planteamientos políticos y sociales, el Polo deberá hacer de la lucha contra la abstención electoral uno de sus caballitos de batalla, ya que podrá pescar en ellos nuevos votantes.
El futuro del Polo incidirá sobre el propio futuro del sistema de partidos colombiano. En muchos análisis postelectorales hemos leído bastantes simplificaciones. Así se dictaminó la muerte del Partido Liberal y con él la del sistema bipartidista. Por un lado, todavía es pronto para dar la extremaunción al Partido Liberal, que tiene una fuerza nada desdeñable en el Parlamento. No vaya a pasar lo que ocurrió con el PRI mexicano después de la victoria de Vicente Fox, en 2000, ya que pese a sus grandes dificultades internas los revolucionarios institucionales siguen gobernando en numerosos estados del país. Por el otro, habría que preguntarse qué pasará con el bipartidismo tradicional, asentado en los partidos Conservador y Liberal y si éste dará lugar a un bipartidismo diferente o será posible el surgimiento de otras opciones políticas consolidadas que aumenten el número de partidos en Colombia.
En lo referente al Partido Liberal sería bueno que mantuviera firme sus posturas políticas en la oposición, evitando los cantos de sirena que llegan desde el uribismo. Su máxima autoridad, el ex presidente César Gaviria, así lo sostuvo. También está en juego el futuro del Partido Conservador. Pero, con independencia de estas cuestiones hoy se abre una nueva etapa en la historia de Colombia, que también puede tener repercusiones en algunos procesos electorales que deben dilucidarse en la región, como Perú, México, Ecuador y Nicaragua. No es que el triunfo de Uribe inaugure un “giro a la derecha” en América Latina, nada más lejos de la realidad, sino que muestre, y para ello habrá que analizar los próximos resultados, que las cosas no son tan lineales como a veces nos las presentan. Una última cuestión. El contundente triunfo de Uribe ha servido para que se destaparan algunas esencias claramente antidemocráticas. La sola posibilidad de volver a modificar la Constitución colombiana de 1991 para permitir una tercera reelección sería un solemne disparate. Es hora que los políticos colombianos que de buena fe intentan marchar por ese camino rectifiquen cuanto antes y que el propio presidente Álvaro Uribe corte en seco semejantes despropósitos.