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lunes, 22 de diciembre de 2008
Adiós, goodbye a la estatua de Franco en Santander
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[6400] Comentarios[0]
La estatua de Franco en mi ciudad tenía que desaparecer, pero no para rescribir la historia, no para ofender a sus partidarios, no para dar gusto a sus detractores. No, la estatua de Franco, como la de cualquier otro dictador del siglo XX, no debe ocupar la calle, el ágora de las ciudades y pueblos de ciudadanos por sentido común, por pura y elemental higiene ética

Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Esta mañana del 18 de diciembre, que es cuando escribo el post, ha desaparecido la estatua del general Franco que desde la plaza del ayuntamiento de Santander vigilaba la cotidianeidad ciudadana desde hacía más de 44 años, exactamente desde julio de 1964. Era una de las pocas estatuas que quedaban del militar, y quizá la única de toda España que ocupaba un lugar tan simbólico y central de una ciudad.

La han empezado a retirar con mucha parafernalia de grúas, operarios y medios de comunicación, a eso de las nueve y media de la mañana. A esa hora, y durante las que la precedieron, el aspecto de la plaza del ayuntamiento era parecido al que se materializa la última noche del año. Es decir, estaba a reventar de gente con cámaras y móviles en mano. Gentes que querían ser protagonistas de la historia, que algún podrán decir eso de “yo estaba allí”.

En contra de lo que muchos pensaron durante años y años, la estatua se ha retirado sin ningún tipo de incidente a reseñar. No ha habido enfrentamientos, ni disputas, ni unas palabras más altas que otras, ni gestos hostiles. Creo que hubo algún que otro nostálgico que mostró alguna bandera de Falange, y alguna que otra sonrisa de satisfacción apenas contenida, pero las aguas no llegaron en ningún caso a desbordarse.

Todo se ha producido con comedimiento, luz, taquígrafos y espíritu tranquilo. A la una de la tarde he dado mi clase de historia, y nada más entrar en el aula varios alumnos me han comentado, hasta nerviosos, que había sido testigos del “acontecimiento”, que algún periodista les había llegado a preguntar su opinión al respecto y que habían notado mucha excitación entre el público observador. Les he preguntado al respecto, y se ha generado un debate que me ha resultado chocante por su singularidad: la inmensa mayoría de los que hablaron, entre los 18 y los 20 años de edad casi todos, estaban en desacuerdo con la retirada de la estatua, pues en su opinión es parte de la historia y no debía quitarse: la historia no puede cambiarse, aseguraban con seriedad y casi circunspectos.

Les comenté que me sorprendía su actitud y opiniones, y les dije que probablemente en una universidad pública el debate hubiera sido muy otro. Admitieron sin problema que la mayor parte de ellos proceden de familias conservadores, y que sus opiniones también lo son. A partir de ahí, volví a asistir a una batería de opiniones y razonamientos construidos desde la dicotomía izquierda versus derecha, o al revés. Y comprobé, un tanto alucinado, cómo se repiten los esquemas ideológicos en España década tras década, y ante mis ojos, una vez más, se pusieron en escena las dos Españas, las mismas que se enfrentaron en la guerra civil, las mismas que se atrincheran para el combate “cuerpo a cuerpo” en los medios de comunicación nacionales de un tiempo (largo) a esta parte.



El Ayuntamiento de Santander retira la última estatua ecuestre de Franco (vídeo colgado en YouTube por GuerraCivilTV)

La cuestión indiscutible es que las estatuas de Franco, las banderas españolas, la memoria histórica y sus leyes..., se utilizan para el enfrentamiento, son armas arrojadizas, elementos de confrontación, de disgusto, de polémica, de discusión, de gritos y puños cerrados.

¿Qué es una estatua de una persona colocada en algún lugar de una ciudad, qué función cumple? Les he preguntado hoy a los chavales. Una estatua pública simboliza un ejemplo ciudadano, viene a recordarle a la ciudadanía de un lugar que la figura de la persona hecha estatua merece ser recordada por las generaciones que le preceden, que deben tener en la memoria colectiva las obras y los hechos públicos de ese personaje y tenerlos como referencia. Por tanto, debe existir un consenso generalizado a la hora de erigir y conservar una estatua, la mayoría debe estar de acuerdo en reconocer al ser humano recordado en bronce como un ejemplo. Es cierto que muchas estatuas provenientes de tiempos ya lejanos no revocan precisamente a personajes que hoy, desde nuestra mentalidad, pueden ser ejemplos edificantes. Pero esas estatuas, pienso en las de los condotieros florentinos por ejemplo, hoy no se conservan por el valor y referencia de los personajes representados, sino por el valor artístico de la obra.

En el caso de la estatua de Franco que hoy ha desaparecido del espacio público santanderino no se daba ninguna de las circunstancias que hacen que una estatua deba existir y conservarse. Desde un punto de vista artístico su valor era muy escaso. Se trataba de una copia lograda a través de un molde creado por algún artesano del que salieron otras completamente iguales. Pero lo más importante es que Franco fue un dictador, un dictador contemporáneo, y un dictador (del signo que sea) no es ejemplo cívico de casi nada, no tiene consenso alguno ni moral ni ético (no lo puede tener por definición), no debe ser un referente a seguir por las generaciones venideras, no ha amalgamado méritos en su obra y acciones como para convertirse en símbolo positivo para la ciudadanía.

En otras palabras, y por pura definición y lógica, ningún ciudadano que se haya impuesto por la fuerza a todos o una parte de sus conciudadanos puede quedar representado para la posterioridad en forma de estatua, es decir, de referente y ejemplo público, puesta en escena para todos de valores positivos. Fidel Castro no debería tener estatua en la Cuba que llegue a la libertad. En Alemania en impensable una estatua de Hitler; Stalin no debería tener ninguna estatua en ningún lugar del globo; Mao no podrá ser ejemplo cívico nunca en una China libre, etc...

La estatua de Franco en mi ciudad tenía que desaparecer, pero no para rescribir la historia, no para ofender a sus partidarios, no para dar gusto a sus detractores. No, la estatua de Franco, como la de cualquier otro dictador del siglo XX, no debe ocupar la calle, el ágora de las ciudades y pueblos de ciudadanos por sentido común, por pura y elemental higiene ética.

***

Reseña de Juan Antonio González Fuentes en el número de diciembre de Ojos de Papel:

-After Dark, libro de Haruki Murakami


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.


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