Juan Antonio González Fuentes
Leo la noticia en un diario, e inmediatamente alzo la vista hacia el calendario para asegurarme de que es 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, y que lo que acabo de leer es una inocentada con toque y regusto macabro, una inocentada de esas que antaño poblaban los noticiarios patrios, y que en algunas ocasiones sólo podían calificarse como de verdadero mal gusto. Lo que leo parece estar, indefectiblemente, en dicha onda de inocentada cuartelera y bruta. Pero no, no estamos a finales de diciembre, sino en el comienzo del mes de febrero del año en curso, 2007, y todo indica que no se trata de ninguna broma, más bien estamos ante una “muy feliz idea” a la que no cuesta augurar un gran y brillante futuro, y nunca mejor dicho lo de brillante.
Se trata, por lo leído, de convertir a nuestros difuntos en diamantes. Sí, como lo oyen, o mejor dicho, como lo leen. Las cenizas de los seres humanos contienen el suficiente carbono como para, tras un controlado y costoso proceso químico, obtener una piedra transparente susceptible de ser tallada y engarzada en el oro, la plata o el platino de un anillo, un collar o una pulsera. Y así, no sólo puede uno llevar al querido abuelito, pongo por caso, en el dedo de una mano y sacarlo frecuentemente de paseo. Es que además, el abuelo o la abuela, el padre o la madre, el tío o la tía, el marido o la mujer, el hijo o la hija, hacen un último y generoso servicio a la familia, transformándose no en verbo, espíritu, fantasma o paloma (reconozcámoslo, elementos poco útiles e incluso molestos las más de las veces), sino en algo de lo que poder presumir con legítimo orgullo, en algo además que puede regalarse o empeñarse en el Monte de Piedad, que puede pasar a través de la historia por los diversos dedos de diversas generaciones familiares, y que puede alcanzar un valor seguro (cuenta la noticia) de varios miles de euros.
El milagro de la transformación no se realiza en Transilvania, como podría alguien suponer, sino en Suiza, el país de la bandera roja con una cruz blanca en medio, algo que muchos autores sabios han comentado como la paradoja elevada a trapo representativo.
Si lo pensamos un momento, tampoco debe extrañarnos que sea en Suiza el lugar donde se realice el milagro químico. En ese pequeño país, al margen siempre de todo conflicto, convierten desde hace siglos el cacao y la leche en riquísimo chocolate, el tiempo en relojes fiables, el dinero negro en blanco, y el aburrimiento genético en buena educación y costumbres civilizadas. Ahora, uno coge la urna con las cenizas del ser querido, y en vez de dejarlas tristes y aburridas en una repisa para que acumulen polvo, las enviamos a una ciudad de la confederación helvética. Allí las pesan y las analizan, pues el carbono del polvo que antes volvía al polvo no tiene la misma presencia en todas las cenizas, y el tamaño y calidad de la piedra depende, según cuentan, de la cantidad y calidad del carbono que almacenamos. Y después de operaciones que no deben poder hacerse con los materiales que venían en un vulgar Quimicefa, te devuelven por correo al pariente hecho piedra, y piedra con algún color dominante: azul, rosa…
¡Maravilloso!, el abuelo reencarnado, momificado, "monumentalizado" en diamante. El tamaño de la piedra, ya quedó dicho, dependerá del carbono hallado en las cenizas, así como el color de la futura piedra. Así que veo a los amantes familiares atiborrando de carbono por diversas vías a los moribundos del entorno inmediato, incluso dándoles de beber tintas de colores, buscando que el futuro diamante sea lo más grande y valioso posible, del color que mejor haga juego con el vestuario o el coche de los deudos.
La alquimia siempre ha sido una pasión humana, y la búsqueda de la piedra filosofal un empeño histórico en el que grandes mentes y estudiosos se dejaron los sesos. Todo ha quedado hoy superado por la imparable y ascensional economía de mercado, base de nuestro sistema vital, y además lo ha hecho de la manera más lógica y evidente: nosotros mismos, nuestra carne hecha cenizas, es el oro buscado, el diamante deseado, el tesoro anhelado. El divino tesoro ya no es la juventud, como anunciaba el poeta, el tesoro somos todos nosotros muertos. El círculo se ha cerrado.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .