Juan Antonio González Fuentes
Hasta la fecha, la última película de
Woody Allen estrenada en las salas cinematográficas de nuestro país, si mal no recuerdo en noviembre del pasado año, es
Match Point. Esta película, que ha sido calificada por no pocos críticos como uno de los mejores trabajos del director neoyorkino de los últimos lustros, está rodada por completo en Londres, y ofrece una historia que tiene algo de novela negra de los años cuarenta o cincuenta, y algo también de novela decimonónica, con ascensos sociales, complicados amores interclasistas, etc..., algo digno por ejemplo de un escritor como
Henry James, otro americano trasplantado con éxito a la madre patria británica. Es más, podría precisar un poco y decir que esta película de Allen es deudora, al menos en alguna medida, de historias como las de
El cartero siempre llama dos veces o
Perdición, en las que un hombre es arrastrado hasta el abismo por el sensual e irrefrenable deseo hacia una mujer, y también de una historia como la que narra
Flaubert en
La educación sentimental: el ascenso social en una gran ciudad de un joven sin demasiados escrúpulos ni problemas éticos y morales.
Sí, pero esta trama de historias mezcladas que más arriba se han dejado apuntadas, sirven de marco narrativo para que Woody Allen, en
Match point, desarrolle el asunto de cómo puede influir la suerte o el azar en el devenir vital de las personas. Y para ello utiliza el ejemplo de lo que ocurre con frecuencia en los partidos de tenis: una bola golpea en la zona alta de la red y sube hacia arriba, al caer puede hacerlo en el propio campo, con lo que perderíamos el punto, o en el ajeno, con lo que le ganaríamos. Si el caso se plantea, además, con un punto que signifique la derrota o la victoria en el partido, no hay que dar muchas más explicaciones: puedes perder o ganar por lo que “decide” la suerte en una fracción de segundo.
En definitiva, a mi juicio, Allen plantea un asunto moral, y es en este punto preciso donde han surgido algunos rechazos a la película por parte de cinéfilos cuya opinión me merece mucho respeto, entre ellos, mi amigo
Enrique Bolado, director de la Filmoteca de Cantabria.
No vamos a desvelar los pormenores de la trama, sólo diré que el protagonista de
Match point sale aparentemente indemne de una serie de actos execrables, incluido el asesinato, que ha cometido a lo largo de su historia más reciente para afianzarse en la ventajosa posición social y económica a la que ha llegado, tras un conveniente matrimonio, partiendo de una situación modesta, la de un profesor de tenis que vive dando clases particulares en clubes exclusivos londinenses.
Para algunos críticos, el inmoral desenlace de la película, repito, el protagonista sale indemne al enfrentarse a la justicia después de cometer un asesinato por el que culpan a otro hombre, es de todo punto de vista intolerable, y en el cine clásico de Hollywood, sencillamente hubiera sido imposible rodarlo. No, no es que a los críticos que califican a
Match point de inmoral no les haya gustado cómo está resuelta la trama; saben, claro, que la historia que cuenta la película tiene lugar en la vida real, con sus cientos de variantes, cada dos por tres, incluso es seguro que conocen alguna parecida de primera mano. No, lo que no les ha gustado nada es que la mirada de Woody Allen sea en principio permisiva con lo que cuenta; que en ningún momento parezca que el director toma partido “ético” en la historia que narra cámara en ristre; que Allen no parece dejar claro que, a pesar de que sabe que lo que cuenta ocurre en la vida real, él se posiciona con claridad en contra, lo denuncia, lo repudia, lo rechaza.
¿Se ha limitado Woody Allen a contar un crimen sin posicionarse moralmente en contra? ¿Y si así lo hubiera hecho, invalida tal circunstancia la calidad de su película? ¿Hay que visionar
Match point aceptando que Woody Allen se desentiende moralmente de la historia, y que se limita a narrar plano a plano una historia de crímenes, engaños, dobles juegos, ascenso social, hipocresía, lucha por el poder..., tan común y cotidiana en nuestras sociedades occidentales como el hecho de comer pan? ¿Es Woody Allen un tipo inmoral al igual que en su día así fueron calificados
Sade o
Celine, etc..., o sencillamente rezuma su trabajo una moral distinta a la que aceptamos como habitual?
Dejo aquí planteadas estas cuestiones que muy bien podría multiplicarse por cien y admitir además muchos más matices y retorcimientos. Sólo voy a contar un detalle que a mí se me escapó en el cine, como por otra parte es lógico y normal. Cuando el protagonista de
Match point está a punto de cometer el crimen, Allen muestra distintos planos en los que el joven prepara mecánicamente su futura acción. Vamos viendo cómo prepara todos y cada uno de los pasos, cómo prepara y coloca los elementos de los que se va a servir..., y no pronuncia una sola palabra. De fondo, como banda sonora de la acción criminal, Allen deja que escuchemos un fragmento de ópera, concretamente un dúo del segundo acto del
Otello verdiano, como puede leerse en los créditos finales de la película. Si mal no recuerdo, dos voces, tenor y barítono dialogan entre sí, y el tramo final de la secuencia del asesinato está ocupado sólo por la voz desesperada y triste del tenor.
Repito, no le di ninguna importancia a la banda sonora de la secuencia, sólo que acompañaba con singular eficacia al creciente paroxismo que Allen quería transmitirnos. Pero al poco tiempo, tuve que presentar a alumnos de la Universidad de Cantabria el
Otello que iba a representarse en el
Liceo de Barcelona, gracias a un acuerdo entre el teatro barcelonés y varias universidades españolas para acercar la ópera a los alumnos. Para preparara la clases, leí, escuché y vi todo lo que pude sobre la genial obra de
Verdi y su libretista
Arrigo Boito. En concreto compré el dvd que encontré en el mercado, una representación de los años ochenta en el Metropolitan con
Plácido Dómigo en el papel protagonista.
Viendo y escuchando la ópera, llegué al momento que enseguida reconocí como el utilizado en la secuencia del asesinato por Allen. Se trata, en efecto, del final del II acto, en el que Yago acaba por convencer con sus insidiosas artimañas al débil Otello que de Desdémona le es infiel. Es un fragmento de la ópera que sólo puede calificarse como genial si está bien representado y cantado, pues el público oyente es plenamente consciente de cómo va actuando el veneno de las palabras de Yago en el alma torturada y desquiciada de Otello. Y Otello, ya envenado por completo, ya sabedor de su destrucción completa como ser humano, canta el célebre “
Ora e per sempre addio”, que ahora transcribo como final de estas líneas.
Recuerde en todo momento el lector que Allen utiliza estas palabras como telón de fondo en la secuencia del asesinato del protagonista de
Match Point, quizá de forma en exceso sutil, en exceso encubierta, pero yo sí creo que el cineasta se posiciona a través de
Shakespeare, Boito y Verdi en el drama que nos cuenta, en el drama de su personaje que, a mi modo de ver, dice callado también adiós a sus sueños y queda destruido para siempre por sus actos, como Otello:
“¡y ahora!... ¡y ahora!... Ahora y para siempre adiós, santa memoria. ¡Adiós, sublime encanto del pensamiento! ¡Adiós, tropas resplandecientes, adiós victoria, dardos veloces y alados corceles! ¡Adiós, estandarte sacro y triunfal, y dianas resonantes en la mañana! ¡Clamores y cantos de batalla, adiós! ¡Éste es el fin de la gloria de Otello!”.
Suena el disparo, cae muerta
Scarlett Johansson, tanto, al menos, como su triunfante asesino.