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Joaquín Verdú de Gregorio: <i>Senderos en la niebla</i> (Endymión, 2012)

Joaquín Verdú de Gregorio: Senderos en la niebla (Endymión, 2012)

    TÍTULO
Senderos en la niebla

    AUTOR
Joaquín Verdú de Gregorio

    EDITORIAL
Endymión

    OTROS DATOS
ISBN 978-84-7731-526-1. Madrid, 2012. 144 páginas. 12 €



Rogelio Blanco es doctor en pedagogía, licenciado en antropología, en filosofía y letras y diplomado en sociología política (foto gentileza editorial Berenice)

Rogelio Blanco es doctor en pedagogía, licenciado en antropología, en filosofía y letras y diplomado en sociología política (foto gentileza editorial Berenice)


Reseñas de libros/No ficción
El vértigo del sentir. Joaquín Verdú
Por Rogelio Blanco Martínez, miércoles, 5 de septiembre de 2012
Senderos en la niebla es el cuarto poemario de Joaquín Verdú de Gregorio. Le precedieron Orígenes y ritmos, Perfiles del abismo y Alveolos del llanto. Verdú profesor alicantino en Ginebra es un estudioso de la obra de Buero Vallejo, Antonio Machado, María Zambrano, Miguel Hernández, Luis Cernuda y Clarín, autores sobre los que ha publicado ensayos y estudios e impartido conferencias.

Tras intensa actividad académica y vital en espacios próximos a un exilio impuesto y elegido, con cadencias sorprende con poemarios a los que la crítica “oficial” no suele estar atenta, al igual que en numerosos casos, máxime en aquellos cuyos autores no deambulan por cenáculos, jurados o entornos propicios a la deuda o a la devolución de favores o quizá sea necesario el olvido para aquellas creaciones de fondo seminal que necesitan germinar llegado su tiempo.

 

Sin más preámbulos, estamos, en opinión de quien escribe, ante un poemario nacido en el vértigo, en el vórtice de la palabra, principio de quién, desde la quietud o la voracidad del corazón, se abisma cautivado por la misma, perteneciente a quién busca la transparencia del ser entre palabras nacientes o recuperadas, pero todas preñadas de secreta claridad que necesitan de la escritura vehicular para dar rienda al “sentir iluminante” (María Zambrano) propio. “Sentir que es directamente conocimiento sin mediación  –afirma la filósofa- o conocimiento puro, que nace en la intimidad del ser”, un modo o capacidad para actuar sobre la cruda realidad, para liberarla de opacidades o rudezas, para transfigurarla. De este modo “Dejó su mansión,/ la palabra aprendida/ en el claro tardío/ y se aventuró en el laberinto…” (pág. 12), pero “y antes de la palabra/ buscaba la huella de lo incierto/ en su vuelo,/ pues lo cierto/ nos cierne en su frontera…” (pág. 14)

 

En este poemario se intuye cierto derrumbe biográfico, rupturas, revelaciones del otro y visión del propio rostro, pero, a la vez, es irreductiblemente humano y el autor se expone, a través de la escritura, para adentrarse en el territorio de las infinitas posibilidades, donde habitan los indeclinables, goce y dolor, la vida. "Caminabas incierto,/ gaviota perdida,/ buscando, siempre buscando” (pág. 23). Y esta peregrinación se salva y sustancia, para salvarse del abrumador nihilismo, en la palabra, en la memoria. “Desde la nada/ sin nadie/ hacia el silencio/ un obscuro silencio…” (pág 123), pero “…sin palabra/ se eterniza el silencio” (pág. 29). La palabra libera el silencio, recupera la memoria y con la ayuda del dios de la escritura, Toth.

 

Las palabras navegan entre ínsulas extrañas. Es necesario invocar el oráculo de los sentires y una llamada interior flexible cual caña levantina para atraparlas; se precisa un conocimiento sensible o sentiente, quizá en esta comparecencia sea precisa una vez llegada desde Helvetia, en el desierto del exilio, para escucharla y esperar, para interiorizarse en los territorios del recuerdo, de la memoria. “Siempre y a veces/ tornabas a la mar desde tus exilios o en peregrinos hacia tu tierra…/ Paseabas anhelando respuestas/ cuyo murmullo ignorabas…/ Fue un atardecer y en silencio/ acudías a tu memoria”/ (pág. 21).

 

La nostalgia, la tierra, la soledad, el amor y siempre la memoria se asoma a esta palabra transparente y mediterránea devenida desde el exilio para manifestarse como conciencia de lo perdido: “se canta lo que se pierde” (Antonio Machado).

 

Palabra y memoria se aúnan y cosen, se zurcen en poesía matriz y cóncava, pero exigen una lectura de “participación insumisa, una distancia” (José Ángel Valente) para aquietarse en los brazos de Mnemosyne y penetrar en los territorios del olvido, en el magma personal del poeta, quién es potente y distendida voz resuena en ecos ensordecedores. No soporta ni el olvido ni el silencio, (Cfr. “Antes de la desvelación de los abismos”, pág. 109), lugares “donde habite el silencio” (Luis Cernuda).

 

La poesía, se dice, es memoria viva y pura recuerda lo que los poderosos olvidan. Se suele preguntar en la morada del poeta con frecuencia a la hora de la vaciedad y, a través de la palabra, rompe los cercos indefinidos, pues la verdad acucia y no puede ser rehuída, sino afrontada. No es el poeta un cobarde. Se abisma. Se atreve y se acerca a las lindes de la luz y de las sombras. (Cfr. los poemas: “Salía, buscaba”, pág. 12, “Hacia la muerte”-pág 15, y el largo poema “No había nacido el eco”-pág. 129).

 

Todo el poemario resuena pleno y vivencial a jícaras de vida desgranadas en versos que el poeta “no impone, se expone” (Celan) en un descenso a los infiernos- (ínferos es la palabra que Verdú elige)- desde el vasto campo del recuerdo recogido desde la infancia.

 

A través de versos o cordeles anudados Verdú deja que el río de Heráclito, la vida, fluya y no se coagule, pero estos recuerdos y vivencia no caen en la fácil nostalgia sino que procuran ser permanencia, pues atrapa y recurre a todos los radicales de los humanos y nos los dona con su palabra  sentiente.

 

“La palabra es prosa. Los agujeros de la palabra tienen alma” (Juan Gelman). Son seminales, heridas llegadas desde “manantial sonoro y oculto/ que busca su cauce/ hacia la unidad/ de un perdido/ pulso” (pág. 36), “…y sin palabra se eterniza en el silencio” (pág. 29). Es la palabra el acicate para adentrarse en las entrañas. Es taladro de la memoria, que camina desde la identidad a la alteridad utilizando un lenguaje en conflicto y en consuelo, el poema como promesa catárquica: “Desvelo la mudez y en su queja/encarnó su palabra” (pág. 9).

 

Una vez más se cumple el mandato machadiano: “El alma del poeta/ se orienta hacia el misterio” y “mientras haya un misterio para el hombre/ ¡habrá poesía!” (Gustavo A. Bécquer).

 

Joaquín Verdú no teme a los misterios, llegado a la madurez ahonda en el silencio, en la incomprensión, en la deslealtad, en el amor sufrido o el engaño. Estos y otros contenidos los toma y expone, los desvela y guarda, pues es sabedor que si el misterio se desvela en su totalidad desaparece, ya que “llegamos tarde amigo.  Ciertamente los dioses viven todavía, / pero allá arriba, sobre nuestras cabezas, en un mundo distinto” (Hölderlin).

 

No es hora de desprenderse de lo propio de los humanos. Son tiempos de miseria. Los hombres deben rebelarse frente a lo incómodo, sonsacar los demonios, exorcizarse, y, ¡bien lo sabe Verdú! Ya que se atreve a abrir trochas entre la niebla. Nadie le ayuda. Los dioses tampoco, pues "el dios de los poetas ni afirma ni niega, sólo lanza señales"(Heráclito). El amor, el dolor, las amistades, la infancia, Juan Manuel Cobo, el amigo que se fue (pág. 126), David Blanco, el amigo que llegó (pág.54), y otros le rodean y acompañan, el puro recuerdo, en esperanza.

 

El desasosiego y la desazón, la ternura y la expectación navegan en versos íntimos, ajenos al ornato de la palabra, en tono vivencial y desde la intimidad doliente. Este poemario es un fruto maduro, nacido de la serenidad propia de quien brega en la vida y descubre la belleza y sus misterios, el desamor y sus avatares, el ritmo de la vida y sus oleajes.

 

Memoria, silencio, palabra encarnada, nostalgia, desvelos y el "otro", el prójimo está presente tras cada poema y es tratado con piedad, aquella que exigen los maestros de Verdú, Antonio Machado y María Zambrano: ”La piedad es un saber tratar adecuadamente con el otro" (El hombre y lo divino). Piedad con el “otro”, con lo “otro” (las cosas) y el “yo” para evitar el desamor y sus desgracias, para dar paso a la intimidad a fin de que sea lo menos suficiente posible, para amar, aunque este amor se encarne en los cuerpos que el poeta no deja de abrazar.

 

En Senderos de niebla, Joaquín Verdú ordena al poemario en siete apartados aparentemente diferenciados. A todos los unen los sempiternos temas poéticos a los que el poeta no renuncia y bellamente nos propone y expone antes de que retorne nuevamente al silencio para volver al desvelamiento de la mudez y en su queja encarnar su palabra como refiere desde el primer poema.

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