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Julio Camba (1882-1962)

Julio Camba (1882-1962)

    AUTOR
Francisco Fuster

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Alginet (Valencia, España), 1984

    BREVE CURRICULUM
Licenciado en Historia por la Universidad de Valencia (Premio Extraordinario) y Becario de Investigación en el Departamento de Historia Contemporánea de la misma universidad, donde trabaja actualmente en una tesis doctoral sobre El árbol de la ciencia de Pío Baroja y la crisis de fin de siglo en España. Sus actuales líneas de investigación se centran en la relación entre historia y literatura, y en el uso de la novela como fuente para la historia contemporánea

    PUBLICACIONES
Ha publicado ensayos en revistas como Claves de Razón Práctica, Pasajes de Pensamiento Contemporáneo y L’Espill. Durante los últimos años ha ejercido de crítico literario para la revista digital Ojos de Papel



Julio Camba: <i>La rana viajera</i> (1920)

Julio Camba: La rana viajera (1920)

Julio Camba: <i>La casa de Lúculo o el arte de comer</i> (1929)

Julio Camba: La casa de Lúculo o el arte de comer (1929)

Julio Camba: <i>La ciudad automática</i> (1934)

Julio Camba: La ciudad automática (1934)


Tribuna/Tribuna libre
Cincuenta años sin Julio Camba: razones para un rescate editorial
Por Francisco Fuster, miércoles, 1 de febrero de 2012
Decía Julio Camba en un artículo originalmente publicado en el diario El Sol y luego incorporado a su libro Sobre casi nada (1928) que “hoy como ayer, aquí nadie llega a parte ninguna, y que, para obtener el respeto y la consideración de sus conciudadanos, lo primero que tiene que hacer el español es morirse”. Leída en su contexto, una crónica en la que el periodista ironizaba sobre el proyecto de varios concejales madrileños para implantar el coche como medio de transporte de los fallecidos hasta el cementerio municipal, esta afirmación podría parecer una de las boutades a las que este gallego trotamundos nos tiene acostumbrados; sin embargo, y como el propio escritor recordó alguna vez, no hay que tomarse todo lo dicho por Camba completamente en serio, pero tampoco completamente en broma. Y me explico.
Salvando las honrosas excepciones que confirman la regla, la historia de la literatura española que se ha escrito en las últimas décadas ha acostumbrado a pasar de largo sobre determinados autores a la hora de establecer eso que luego se ha llamado el canon: la lista de nombres fundamentales que los alumnos de bachillerato debíamos memorizar para aprobar la asignatura de Lengua y Literatura, para enfrentarnos con garantías a la antigua selectividad. Se solía empezar con el Poema de Mio Cid y se llegaba – cuando se llegaba – a la llamada Generación del 36 (quién no recuerda esa lectura obligatoria de La colmena), pasando a toda prisa por las etapas que todos ustedes pueden imaginar. Como es comprensible, fuera de este recorrido vertiginoso quedaban infinidad de autores considerados de “segunda categoría”, ya fuese por la calidad de sus obras, ya fuese por el género literario al que se habían consagrado; por lo general, teatro, poesía y relato breve siempre supeditados a la preponderancia indiscutible de la novela.

Menos comprensible es que este silencio tan desproporcionado de unos con respecto a los otros se haya perpetuado en la universidad española, donde son pocos los manuales de literatura que se salen de lo establecido para ir un paso más allá y dedicar algo más que una nota al margen (nunca mejor dicho) a lo podríamos llamar – siguiendo esta concepción canónica y exclusiva – los heterodoxos. Si estos autores a los que me refiero se han dedicado a géneros periodísticos – la crónica o el artículo de opinión – cuya naturaleza literaria ha estado siempre cuestionada, el resultado es mucho más fácil de prever. El periodismo español de la primera mitad del siglo XX (y aquí también hay que hacer alguna excepción) ha pasado relativamente inadvertido para los estudiosos de la literatura española que se han dedicado al período que abarca esa “Edad de plata” tan bien estudiada por José-Carlos Mainer, uno de los pocos historiadores que – dicho sea de paso – sí han reparado en estos desheredados de la gloria póstuma; no en vano dedicó su hoy lejana tesis doctoral a Wenceslao Fernández Flórez y ha reservado un espacio a muchos de ellos en los brillantes ensayos de síntesis que ha escrito sobre al período.

La única editorial que ha ido reeditando los títulos más representativos en la obra cambiana es justamente la que más ha contribuido a su difusión nacional e internacional: Espasa Calpe

Sea como fuere, y por razones que merecerían un análisis más profundo y detallado, lo cierto es que en los últimos tiempos hemos asistido al rescate – todavía parcial, eso sí – de una serie de autores olvidados que, merced al buen olfato o gusto de una serie de editores, han vuelto a la palestra de la actualidad y a los estantes de novedades de la librerías de nuevo (siempre han estado en las de viejo, al alcance de nuestra mano pero no al de nuestros ojos). La reedición reciente de las obras más conocidas – y de otras que lo son menos – de periodistas como César González-Ruano, Manuel Chaves Nogales, Wenceslao Fernández Flórez, Julio Camba o Agustí Calvet (Gaziel), por citar solo algunos y no remontarnos en el tiempo hasta Mariano de Cavia (que, por cierto también ha sido reeditado hace poco), ha tenido al menos un par de consecuencias dignas de mención. Por lo pronto, ha refrescado la memoria de aquellos miembros de una generación que quizá no llegó a coincidir en el tiempo con estos autores, pero sí que los leyó en algunas de esas primeras reediciones en “Austral”. Igualmente, ha propiciado que las generaciones más jóvenes descubran que la columna de opinión no nació en España con Francisco Umbral o con Manuel Vázquez Montalbán, autores que si bien es cierto que reinventaron o popularizaron el género, no lo es menos que bebían de la obra periodística de estos antecesores (es conocida la admiración de Umbral por González-Ruano y la más que probable influencia de Camba en la querencia de Vázquez Montalbán por la reflexión literario-gastronómica).

Pero además, la reaparición en escena de estas plumas de periódico nos ha reconciliado con el buen periodismo y nos ha hecho ver que en España hubo en época en que – contradiciendo a Oscar Wilde – el periodismo se dejaba leer. Y no es que antes de esta operación de salvamento editorial nadie leyese a periodistas de la época, pues qué, si no autores de periódico y revistas, fueron Azorín o Josep Pla; es que estas lecturas se limitaban únicamente a los nombres más consagrados y a las obras más sancionadas por el tiempo, a los textos que habían logrado salirse del marco efímero del diario para pasar a formar parte de títulos clásicos – estos sí – integrados en el canon de la literatura española.

De entre todos los que he citado arriba, uno destaca por encima del resto; no el sentido de su calidad literaria, sino en el de lo extraño – por lo repentino – que ha sido este resurgir del interés editorial en su figura. Me refiero, claro está, al periodista gallego Julio Camba (Villanueva de Arosa, 1882 – Madrid, 1962), de cuya muerte se conmemora en 2012 el cincuenta aniversario.

Como sucede con la mayoría de sus compañeros de gremio a los que me referido, a Camba no lo ha rescatado la Academia. Si exceptuamos aportaciones tan valiosas como las de los profesores Almudena Revilla (autora de la única tesis doctoral sobre Camba leída en España), Pedro Ignacio López García, José Antonio Llera, Fermín Galindo, Rafael Alarcón Sierra, Arcadi Espada y Xavier Pericay (estos últimos en su doble faceta de profesores y colaboradores en prensa), el grueso de esta labor de rescate se debe fundamentalmente a una serie de editoriales que han apostado por levantarle esa especie de castigo de la memoria a Julio Camba y por darle a sus obras una segunda oportunidad.

Si hacemos un repaso a la trayectoria editorial de la obra de Camba en el último medio siglo, lo primero que se advierte es que existe un vacío temporal, una interrupción prolongada en el ritmo de reedición de sus obras más conocidas de forma que, en los cuarenta años posteriores a la muerte del periodista, son escasísimas las reediciones con las que pudo contar el lector interesado. De hecho, la única editorial que ha ido reeditando los títulos más representativos en la obra cambiana es justamente la que más ha contribuido a su difusión nacional e internacional: Espasa Calpe.

Como decía, en los últimos años están siendo las editoriales jóvenes o menos conocidas las que están haciendo el esfuerzo para poner a Camba otra vez en órbita

En efecto, el nombre de Camba va indisociablemente ligado al de “Austral”: esa colección en rústica y formato de bolsillo, con sus cubiertas blancas y sus inconfundibles sobrecubiertas en varios colores según el género de la obra, nacida en la sede de Espasa Calpe en Buenos Aires y cuyo primer título – La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset – vio la luz en 1937. “Austral” fue la colección que, sobre todo a partir de los años cuarenta y cincuenta (aunque el primer título de Camba en este sello – Londres, 1916 – aparece ya en 1939) contribuyó a la difusión de la obra del cronista en España y – en mucha menor medida – en América Latina. Cuando las primeras ediciones de su obra ya eran muy difíciles de encontrar, Espasa Calpe fue quien apostó por Camba y lo hizo con cierto éxito, a juzgar por las numerosas reediciones que se hicieron en esta colección de casi todas las obras de nuestro autor. Exceptuando el caso de sus dos novelas breves (El destierro, 1907; y El matrimonio de Restrepo, 1924), de una obra tan especial – por las condiciones en las que fue concebida, muy distintas a las del resto – dentro de la producción de Camba como es Haciendo de República (1934), de algunos de sus últimos libros publicados en vida (Etc., etc…, 1945; Esto, lo otro y lo de más allá, 1945; Ni fuh ni fah, 1957) y de las distintas antologías – incluyendo las Obras Completas en dos volúmenes publicadas por la editorial Plus Ultra en 1948 – preparadas por Camba o por los editores, el resto de títulos que conforman la obra del solitario del Palace, como le bautizó González-Ruano, nos es conocida básicamente gracias a estas ediciones de “Austral”. En esta colección fueron reeditadas durante las décadas de los cuarenta, cincuenta – y ya después de la muerte de Camba – sesenta, setenta y ochenta; si no me equivoco, la más reeditada fue justamente la primera que apareció, Londres: impresiones un español, que llegó a sumar diez reediciones entre las que se publicaron en Madrid y las que aparecieron en Buenos Aires.

Fuera de este interés sostenido en mantener a Camba en circulación, el resto de reediciones han sido casos aislados hasta llegar al presente siglo. En 1968, la editorial Plus Ultra – que ya había publicado las Obras Completas – reedita Haciendo de República (aparecida originalmente en Espasa Calpe) con un prólogo de quien fuera director de ABC durante un período y amigo personal de Camba, Luis Calvo. En 1970 aparece por primera vez en formato libro (la original de 1907 había formado parte de la famosa colección “El cuento semanal”) la novela corta autobiográfica El destierro, publicada por Magisterio Español en una edición de José García Mercadal en la que también se incluyen dos series de artículos inéditos hasta la fecha. La dos únicas obras reeditadas en los noventa son La casa de Lúculo o el arte de comer (1929), de la que se publican varias ediciones durante toda la década, y Esto, lo otro y lo de más allá, publicada por Cátedra en 1994 dentro su colección “Letras Hispánicas” y con edición de Mario Pajarón, quien también hace de editor en Sus páginas mejores (Espasa Calpe, Colección Nueva Austral, 1996), una reedición algo ampliada de la antología Mis páginas mejores (Gredos, 1956), preparada por el propio Camba.

Salvo estas excepciones, el resto son cuatro décadas más bien pobres en cuanto a reediciones que han obligado a los lectores a recurrir a las bibliotecas públicas o familiares y a la búsqueda de esas ediciones de “Austral” ya amarillentas que circulan a precio de saldo en ferias del libro antiguo y librerías de viejo. Diferente situación se ha dado en los últimos diez años, cuando han sido sobre todo una serie de editoriales jóvenes e independientes las que han venido a llenar este vacío editorial con la recuperación de los títulos más clásicos de la bibliografía cambiana. Las primeras en acordarse de Camba como un autor editable para los lectores del siglo XXI fueron, sin embargo, dos editoriales potentes como Espasa Calpe y Destino. La primera publicó en 2003 una excelente y muy completa antología preparada por Pedro Ignacio López García con más doscientos artículos, muchos de ellos inéditos (cuando digo inéditos me refiero a textos publicados en prensa pero no aparecidos en formato libro), y con el título de Páginas escogidas. Por su parte, Destino publicó también en 2003 un excelente volumen titulado Cuatro historias de la República en el que se recuperaban de una tacada, y gracias al buen hacer de Xavier Pericay, quien se encargó de la edición y la introducción general a la obra, cuatro textos – libros o antologías de artículos aparecidos durante el período republicano y la Guerra Civil – sobre la Segunda República escritos por cuatro de los mejores periodistas de la primera mitad del siglo XX: Pla, Chaves Nogales, Gaziel y Camba, de quien se incluyó en este volumen Haciendo de República, con un prólogo escrito para la ocasión por Arcadi Espada.

Pero como decía, en los últimos años están siendo las editoriales jóvenes o menos conocidas las que están haciendo el esfuerzo para poner a Camba otra vez en órbita, aun sabiendo que esas décadas de silencio editorial han hecho mucho daño y que, con la oferta de autores existente, no es nada fácil convencer a los lectores más jóvenes del posible interés de unos artículos escritos en las primeras décadas del pasado siglo. Eso por no hablar de las dificultades que estas editoriales sufren a la hora de competir en medios de promoción con los grandes grupos que intentan monopolizar el mercado. No obstante todo esto, la sensibilidad lectora de estos editores ha hecho que tengamos acceso otra vez a las obras de Camba en ediciones nuevas que sin ser – ni mucho menos – éxitos de venta, sí que van circulando poco a poco entre las manos de los más fieles al periodista gallego y de los que, atraídos por la curiosidad, se lanzan a descubrir por primera vez la prosa de nuestro autor.

Creo que ha llegado el momento de recuperar definitivamente a Camba para nuestras vidas de lectores sedientos de buena literatura, de periodismo de muchos quilates

Una de estas editoriales que más ha hecho últimamente por resucitar la obra periodística de Camba es Luca de Tena Ediciones, la editorial del Grupo Vocento que de la mano de Catalina Luca de Tena ha publicado en estos años dos libros: una reedición de Haciendo de República (2006) que incorpora además una antología de crónicas de los años 1934-1938; y una muy atractiva antología de artículos – con introducción de Almudena Revilla y un artículo de César González-Ruano a modo de prólogo – titulada Maneras de ser español: en la política, en la cultura, en el extranjero y en la cocina (2006), en la que se reúnen varias decenas de crónicas de todas las épocas – algunas ya aparecidas en anteriores libros, otras inéditas – sobre la forma de ver a España y a los españoles en Camba. Otra editorial que ha contribuido muy positivamente con varios títulos al rescate es la catalana Alhena Media, que en solo dos años – 2007 y 2008 – publicó tres de los libros de viaje más significativos en la trayectoria de Camba: Aventuras de una peseta (1923), La ciudad automática (1932) y La rana viajera (1920).

Otras editoriales independientes también han aportado su grano de arena a esta tarea incluyendo en su joven catálogo algún título de Camba. Es el caso de las editoriales Rey Lear, Ediciones del Viento, Libros del Silencio o Reino de Cordelia. En este sentido, es de agradecer la labor del leonés Jesús Egido (editor de Rey Lear y de Reino de Cordelia) y del coruñés Eduardo Riestra (responsable de Ediciones del Viento). El primero de ellos publicó en 2009 Un año en el otro mundo (1917), con prólogo de Ignacio Carrión, y en 2010 una bonita edición de La casa de Lúculo, con prólogo de Eduardo Riestra e ilustraciones de Miguel Ángel Martín. Por su parte, Riestra reeditó en 2007 un pequeño volumen titulado Dos novelas bastante cortas en el que se recogían las dos novelas breves escritas por Camba: El destierro, que no se reeditaba desde esa edición de 1970 que ya he citado, y El matrimonio de Restrepo, una novela corta aparecida en 1924 dentro de la colección “La novela de hoy” que no había sido reeditada hasta ahora. Por su parte, la editorial que dirige Gonzalo Canedo publicó en 2010 otra muy útil edición de Haciendo de República con una breve nota del propio editor a modo de introducción, y con una antología de los artículos publicados por Camba durante el segundo bienio republicano y la Guerra Civil en los diarios ABC de Madrid y de Sevilla, como complemento al texto del libro aparecido en 1934.

En términos cuantitativos, es innegable que todas estas editoriales han hecho una labor inestimable y que si – después de varias décadas sin poder hacerlo – el lector actual puede acercarse a la librería y adquirir una obra de Julio Camba es gracias a la apuesta que estos editores han hecho por él. Sin embargo, no es menos cierto que todavía quedan varios libros de Camba – tanto de los primeros que publicó como de los últimos, de los que no han sido reeditados jamás – a la espera de un editor sensible que se anime con un autor que siempre garantiza horas de diversión y solaz en la lectura. Eso por no hablar de los miles de artículos publicados en varios periódicos que todavía permanecen inéditos (de todo lo escrito por Camba en los diarios solamente una cuarta o una tercera parte vio la luz en formato libro) y susceptibles de integrar nuevas antologías que nos descubran facetas de la vasta y rica obra del periodista de Villanueva de Arosa hasta ahora desconocidas.

Retomando la cita de Camba con la que he querido iniciar esta reflexión, a veces es necesario que algo desaparezca para empezar a apreciarlo. Es ley de vida – o de muerte – que las loas fúnebres siempre son más abundantes – no sé si más sinceras – cuando la persona objeto de ellas ya no se encuentra delante para recibirlas; parece que así es fácil destacar lo bueno y olvidar lo malo. Sucedió con Camba en 1962, cuando a su muerte se publicaron en prensa varios obituarios elogiosos en los que amigos y conocidos se recreaban en anécdotas vividas junto al periodista en alguno de sus viajes por España, Europa o los Estados Unidos. Cincuenta años después de esa desaparición, creo que ha llegado el momento de recuperar definitivamente a Camba para nuestras vidas de lectores sedientos de buena literatura, de periodismo de muchos quilates. Por mi corta pero instructiva experiencia en esto de las conmemoraciones, y por el triste estado actual de depresión económica de muchas de las instituciones españolas supuestamente dedicadas a la promoción de la cultura, imagino que esta efeméride va a pasar sin pena ni gloria. Se podrían hacer muchas cosas, pero preveo – y me gustaría equivocarme – que se harán muy pocas. Lo mismo se podría decir de las grandes editoriales españolas que han renunciado definitivamente a dar cabida en sus catálogos de estos autores situados en los márgenes del canon: entre un clásico de Camba y la última novedad del autor de moda, la elección es bastante previsible.

¿Qué nos queda entonces? Pues nos queda el placer y la esperanza: el placer de la relectura que, como decía Italo Calvino al hablar de los clásicos, siempre es una lectura de descubrimiento como la primera; y la esperanza en que la labor de estos editores valientes tenga una continuidad en el tiempo. La recuperación de una obra como la de Camba debe ser una tarea común, un esfuerzo en el que se impliquen todos sus lectores, cada uno en la medida de sus posibilidades. Las mías no sé si son pocas o muchas, pero de momento se quedan aquí, en esta modesta tribuna que quiere ser a la vez un homenaje y un acicate, un reconocimiento y una sugerencia. Si alguien se da por aludido y quiere colaborar en esta noble empresa, que levante la mano y se suba al barco; a mí me encontrarán allí remando.
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