POEMAS ESCRITOS EN LOS MUROS DE LA “PLAZA
DE LA PALABRA” (9)
MOSE IBN
EZRA EN SU HUERTO
"Reposamos en el
huerto de los arrayanes."
(Mosé Ibn Ezra)
Allí le podéis
ver, detrás de aquella verja,
en el huerto
encendido de naranjas y mirto,
con la memoria
llena de zéjeles y anillos
y de noches
abiertas a donde toda espuma.
en su frente los
círculos ni se cierran ni escapan
hacia la
primavera. Tiene
la luna y los
jazmines
poblados de
adjetivos, de verano y palomas,
de nubes
delicadas que suben por la fuente
y de una luz
amarga que persiste y deleita.
(Del libro
Pórtico de la memoria, 1994)
LA ORILLA DEL
INVIERNO
Has visto la
tesela sigilosa y el mosaico confuso de los días;
las alcuzas del
sueño, la dura geografía
del dolor, los
pinares, el atrio del tetrarca.
Has visto los
pretorios con luna, las almenas,
las orillas
oscuras y el mirto de los patios.
Eras joven y
había acanto en los adarves
y hogueras en los
puertos orientales. El mundo
bajaba cada tarde
a los huertos de oro
del mar. Eras más
joven.
La vida era una
nave
con las velas
abiertas.
(Del libro La
orilla del invierno, 1996)
LA ALJABA DEL
VIAJERO
¿Estar en otro
sitio…? El viaje verdadero
es aquel que se
emprende sabiendo que ya nunca
volveremos al
punto de partida, a la exacta
certeza de los
puertos que dejamos atrás.
¿Lo demás?
Excursiones y argucias de la niebla.
El viajero cabal
es el que nunca vuelve,
quien rompe las
amarras y atraviesa la leve
espuma blanca y
turbia que le unía al pasado,
el que rasga la
túnica que ayer llevaba puesta.
El viaje
verdadero consiste en no volver.
(Del libro
Cuaderno de Abul Qasim, 2001)
ADA SIN
ARDOR
Este bosque, este
musgo, tu mano, esta mariquita que se ha posado en mi pierna, todo esto no puede
sernos arrebatado. ¿O puede? (Lo sería. Lo fue.)
(V.
Nabokov)
La historia es
conocida y sigue estremeciendo
como el viento
inclemente de las estepas rusas
a las que
pertenece.
Una muchacha aún
siente
el latigazo dulce
del placer en los muslos
y escribe largas
cartas con la pluma encendida
del sol de los
veranos, con la caligrafía
caliente del
deseo,
con la sintaxis
limpia y púber de la carne.
Con la efusión de
cartas que no recibe nadie,
pues van a una
remota dirección clausurada,
la pasión
levantaba un puente de recuerdos,
alimentaba
urgencias de bosques que caducan
por caminos de
hierro y de barro muy negro
que hirieron de
penumbra a ejércitos de bronce.
Cubierto por la
nieve del tiempo y la distancia,
como aquellos
soldados, se desplomó el deseo
Sólo la imagen
queda de aquella adolescente
que viviría en
Moscú y sería desdichada.
Como aquella
muchacha, con su flecha sin rumbo
y una rama
marchita de olivo y esperanza,
seguimos
encendiendo las hogueras azules
en las cumbres
heladas de viento y desamparo.
Seguimos
escribiendo, bajo un cielo de nieve,
en este duro
oficio de aprender a morir,
con la decolorada
tinta del desconsuelo,
cartas
apasionadas que no recoge nadie
a un buzón
cancelado en el sur de Crimea.
(Del libro Las
provincias del frío, 2005)
EL ÁNGEL
NECESARIO
“La lengua es un ojo”
(Wallace
Stevens)
¿Qué significa un
sauce?
¿Llora con los
pastores de Virgilio el paisaje?
El diente de un
león,
¿tiene un
significado además del indicio
de su inquietante
acecho?
Un rabilargo, el
verde feraz de aquella vega,
¿qué símbolos
transitan?
¿Dónde habita el
sentido de las hogueras blancas
más allá del
provecho agrícola del huerto?
¿Surte el arroyo
un canto a la hierba en la orilla?
¿Reside en algún
sitio la expectación de un pájaro?
No.
Sólo el ojo que
mira y una lengua secreta
que convoca en lo
oscuro palabras y metáforas
para explicar el
sueño temporal de la vida,
la luz de la
mañana, las venas, el latido
monótono del
mundo.
En lo que estás
mirando, ¿quién pone pena o pinta
un eje y el
espíritu en la forma desnuda que hiere la retina?
El temblor del
que escribe sin nombre y sin historia
y obedece a una
antigua voz de granito y lava,
el que entra en
la ciudad pensando en un incendio,
el que camina a
ciegas por un bosque extranjero
cuando el sol se
ha callado y el silencio es oscuro
y sube de la
tierra como sube la noche
de la humedad del
tiempo.
Cuando la fiera
asoma
su hocico
estremecido, sus ojos asombrados,
su rampante
estatura al miedo de la luna.
El que vuelve al
insomnio de una voz que no es suya
pero eleva en la
mano un vuelo blanco y ágil,
alto en el
horizonte, lejano en los sonidos
como de otros
planetas de azul desmesurado,
como una luz no
usada y una lengua invisible.
Así escribe el
que habita en lo oscuro, el que a tientas
va cubriendo de
imágenes un mundo que no es suyo,
un mundo que no
entiende,
desordenado y
tierno, perverso y necesario.
(Del libro En
un bosque extranjero, 2006)
POR LA
CALLE DEL AIRE
Que hay un silencio último
más allá del
silencio de la noche.
(César Simón)
Vienes
por una calle
de fuentes y raíces.
Vienes por una calle
de piedras y
de nubes,
de luces verticales,
de la fecundidad
del viento entre las
viñas.
Yo vengo de una noche
de azules conmovidos
por la emoción
del pájaro
que llegaba del frío
con el dolor de un lento
goteo de
las horas.
En una orilla tú,
que vienes de los ríos
vegetales
del fuego,
de los astros en giro.
En la otra orilla yo,
cercado
por la oscura
ausencia de los huertos,
por el eclipse opaco
de la
luz en la sangre.
Por donde no va nadie
vienes tú como viene
el
silencio del sol,
su promesa caliente.
¿Te acuerdas? Donde estábamos
el tiempo era en el agua
un transcurso callado,
una corriente
oscura,
un soplo de silencio.
En la calle del aire
la bajamar
del tiempo
desemboca en el túnel
ingrávido del sueño.
(Del libro
Las sílabas del tiempo, 2007)
ROSA DE LA
MEMORIA
Tú, rosa de silencio, tú, luz de la memoria
(Luis Cernuda)
Mi memoria es a veces la memoria de un río,
la
gramática cóncava de la fiebre en la herida
profunda del paisaje,
el
intervalo oscuro de la sangre.
Como llaga erosiva y minuciosa,
¿nace
o muere la luz en el recuerdo?
¿Sale o se pone el sol
en el ardor sin
llama de la ruina?
Otros días mi memoria se remonta hacia arriba,
sucinta y transitoria, sin puntos cardinales
por el cauce de un río que
yo no he visto nunca.
Tenaz, inapetente,
en sus orillas pasta un
animal tranquilo.
Sus ojos no me ven.
Indiferentes, turbios,
son
los ojos del tiempo.
(Del libro La flor de las cenizas, 2008)
EL MANANTIAL DE LA DONCELLA
Algo me está
buscando entre las hierbas
azules de otra vida.
(J. E. Cirlot)
De eso tratan los cuentos:
de la noche que acaba con el canto del
gallo,
de atravesar el bosque como quien atraviesa
el fuego, el agua, el
río, el día de la piedra
de un duro Dios ausente.
De un canon de
venganza,
de una náusea en las horas más altas de la luz
y de las
confluencias del animal salvaje
con la inocencia púber de las vírgenes.
De eso tratan los cuentos:
de atravesar un bosque peligroso
en
una ceremonia de nieve y manantiales,
de un rito de serpientes que oficia en
el paisaje
la luz de la doncella con su herida callada.
Del espectro
del odio y el día de la venganza
con ramas de abedul y purificaciones
en
la vigencia ardiente de la tarde
o en la hora combustible de la ira.
Como cruzar un puente,
fugaz en la gabela de los sueños,
con un
halcón, con una fuente amarga
y un caballo de sombra en la memoria.
¿Qué llama o sangre viva,
qué rosa o luz de almendro se queda con
nosotros
y renace en el agua transparente del sueño?
¿Qué viento
desolado agita los laureles
y apuñala el costado sin vuelo de los pájaros,
la garganta del perro, el canto de los gallos?
Al fondo canta un
mirlo.
(Del libro Para explicar la nieve,
2009)
HISTORIA NATURAL DE LA POESÍA
D’altri diluvi una colomba ascolto.
(Giuseppe Ungaretti)
Vengo de donde mide su conjetura el aire,
de la raíz antigua de la
piedra y la música,
de las palpitaciones verdes de la madera,
de los
primeros ríos que cruzaron los pájaros.
Yo vivo en la intemperie donde
vive el vacío,
donde crece una nube de granizo
y habita la serpiente,
bajo un cielo sin música que alimenta tormentas.
Antes que los
caldeos enunciaran el número
para cifrar los astros y su oscuro latido,
ya vivía en el agua interior del planeta
y en las germinaciones de una
dura semilla.
Como los temporales, yo vivo en la intemperie
y cruzo
las palabras como quien cruza un bosque,
porque sabe que al fin la luz será
con ellas
y latirá en el pulso primero de los pájaros
y en las
germinativas raíces de los ríos.
Yo vengo de un lugar de baluartes
y
argamasas primarias.
Yo vivo en la intemperie del adverbio,
vivo en la
carne viva de la palabra mundo
y en lo que ella contiene de veneno y
belleza.
Con tiempo y con arena definí los espacios
propicios para
el canto. Y antes de celebrar
el transcurso callado de la sangre en las
venas,
lamenté un pecho inmóvil y unos ojos opacos.
Yo soy el que en
la noche
pesa a plomo el silencio y destila el mercurio,
quien acaricia
el hielo
y espera la llegada del sol por los pinares.
Yo soy el que
alimenta
el silencio parado de un animal que acecha
su minuciosa dosis
de minutos.
Hoy dibujo lo mismo la flor de la vainilla
que el
diluvio en un sauce,
la transparencia azul de la tristeza
lo mismo que
la herida que gime ante la hormiga.
Soy el que guarda el fuego, el que
prende el pabilo,
el que espera cansado
sobre los adjetivos y las
declinaciones
mientras arde en los altos campanarios
la claridad
caliente de la tarde.
Soy el que incendia el pasto al final del verano,
el que pudre los pozos y envenena las fuentes.
Nadie sabe mi nombre.
Soy el insomne, el ciego,
el que no tiene nada y el que nada pretende.
Soy la salmodia amarga de un reflejo,
la letanía de un eco, la
liturgia
vacía del oscuro,
en el fondo del fango, en la penumbra.
Muro de fuego y cólera, vidrio que arde o persiste
bajo la luz del
número en la fragua del tiempo
donde un nueve de lunas convoca sobre el
yunque
su arista de misterio, su ritmo de metales.
(Del libro
Nueve de lunas, 2010)
EL CIELO SOBRE BERLÍN
Estar solos, indefensos.
Dejar que todo ocurra.
(Peter
Handke)
No son legiones, vienen
de dos en dos al mundo sin alas de
los hombres.
Vienen desde la estela,
desde sus claroscuros de hielo
y de grisalla
para encender hogueras de silencio,
contra la lenta luz
nevada del invierno.
Vienen para probar el sabor de la sangre
y el
calor de la herida, para ver cicatrices
o los colores blancos del dolor en
los pájaros.
Son la mano que escribe sobre el tiempo del sueño
las
armonías secretas y azules de su canto
en las estatuas frías de las islas
extrañas.
No duermen, pero sueñan la cruz del sur con lluvia,
las
escalas oscuras del ángel de las lágrimas.
Sueñan con una casa que flota
sobre un lago,
el reflejo de un mundo debajo de otro mundo.
Tan
lejos y tan cerca,
despliegan en el cielo las alas del deseo
y en el
planeo violeta de la tarde,
en el umbral del tiempo,
se paran para oír
las músicas esféricas de las constelaciones.
Coetáneos de los
pájaros, tienen la edad del vuelo,
son los que queman árboles, los que
incendian la orilla
remota de los ríos.
No traen otro mensaje que su
misterio ardiente,
su nada desvalida
de hijos abandonados de los dioses,
En su tierra de nadie sus canciones sin letra
cantan desde el vacío
de sus bocas cerradas
acordes inefables,
la médula del miedo, los
delfines del sueño.
(Del libro Luna y ciencia nocturna, 2010)
SATIE
lo persigue el misterio sonando
todavía
(José María Jurado)
Cuando atardece crezco, como crecen
los árboles:
hacia abajo, hacia el hondo
silencio del paisaje.
Semejante a la lluvia
cae en la tarde la lenta percusión del piano
y el tiempo detenido va describiendo círculos.
Se posa en el minuto
inaugural del mundo
y en el compás entero del acorde.
Semejante a la
lluvia,
busca el lecho profundo de los ríos y el recuerdo.
Baja hasta
las raíces y su alimento turbio
de tierra y sombra verde.
Crezco
hacia abajo y oigo,
desde el hondo silencio,
la monodia solemne,
la
despojada nitidez del mundo;
desde la subterránea desnudez del paisaje,
estambres o pistilos y círculos astrales,
la calma y los acechos
del
sigilo morado con el que entra la noche.
(Del libro Luna y Ciencia
nocturna, 2010)
AÑOS LUZ
¿Quién sabe
de nosotros? Ni árboles ni estrellas.
(R. M. Rilke)
Si alguna
vez, ausente,
ves que pasa la sombra del pasado
sin lluvia ni coartadas
en las que cobijarte.
Si vieras otra vez
dos lunas en un sueño de
playas en agosto
y acequias en la siesta somera de los peces,
acuérdate
de mí sin llanto y sin nostalgia.
Acuérdate de mí,
hija de la
memoria y su oscuro sustrato.
Que busque tu mirada raíces y serpientes
o
bóvedas sin fondo,
auroras boreales o incendios subterráneos.
Acuérdate de mí por montañas con brezo
o arroyos espectrales.
De
mí por las regiones perplejas de los hielos
si detrás del asedio de los
vientos constantes
o en las olas más altas ves la luz de una isla
y en
la espuma del mar la soledad del náufrago,
el mapa de la noche sin árboles
ni estrellas.
Tú, diosa blanca. Tú, dueña de las mareas
y el latido
nocturno del cárabo en el bosque.
Sobre el mar de la noche yo también
oigo ahora
el canto numeroso de los astros.
Veo el imán de la luna, los
puñales del sílice
detrás del aire azul de las galaxias.
Oigo el
silencio blanco de estrellas sucesivas,
veo pozos de penumbra y charcos
subterráneos
donde bate sus alas el pájaro del sueño.
Siento el
vacío sideral del mundo,
el vértigo del tiempo,
los años luz, los años
de las sombras.
(Del libro Luna y Ciencia nocturna, 2010)
UNA CANCIÓN EXTRANJERA
un pájaro de plumas
doradas
en la palmera canta, sin significado humano,
sin sentimiento
humano, una canción extranjera.
(Wallace Stevens)
Desde la
latitud muda de la serpiente
al puro vuelo, al canto
central de llama o
alas,
escribo a tientas: voy
como un pájaro en vuelo
que ignora los
caminos de la tarde
y arde ciego en el aire, en círculos de sombra
antes
de que la cera se funda en alta luz,
en memoria del fuego
y vuelvan a la
tierra
las alas derretidas del poema.
(Del libro Luna y Ciencia
nocturna, 2010)
NOTAS
(1) Santos Domínguez (Cáceres,
1955) es un poeta español cuya obra ha aparecido en numerosas antologías y en
diversas revistas españolas, europeas e hispanoamericanas. Su trayectoria
poética, antologada recientemente en el volumen Plaza de la palabra
(Editora Regional de Extremadura), ha sido reconocida con abundantes y
prestigiosos premios nacionales e internacionales, entre los que destacan el
Premio Gerardo Diego por Tres retratos del frío, el Premio Internacional
Jaime Gil de Biedma y Alba con Díptico del infierno, el Premio Eladio
Cabañero por Las provincias del frío, que fue designado en 2007 por El
Cultural como uno de los mejores libros de poesía del año. Ha sido Premio
Tardor por En un bosque extranjero. Premio Alcaraván por Cementerio
alemán (Yuste), Premio Barcarola de poesía con Las sílabas del
tiempo, Premio Kutxa-Ciudad de Irún con La flor de las cenizas,
Premio Manuel Alcántara por El reino de los hielos y Premio Ángaro con
Para
explicar la nieve. Con su libro Nueve de lunas
obtuvo el Premio Miguel Labordeta a la creación literaria del Gobierno de
Aragón; con Luna y ciencia nocturna, el Premio Alegría del Ayuntamiento
de Santander, y recientemente fue Premio Internacional Villa de Aoiz por Ayer
no te vi en Babilonia y Premio Rafael Morales por El agua de los
mapas.
Forma parte de la selección 25 poètes d'Espagne, una
antología universitaria que reunió a los poetas españoles más significativos de
los últimos cincuenta años y se publicó en Francia en 2008 (Inuits dans la
jungle.) Parte de su obra poética ha sido traducida al francés, inglés,
húngaro e italiano. Su canción Por la calle del aire abre el disco Luz
de Tierra, de Pablo Guerrero.
(2) “Encuentros de lecturas” y
“En un bosque
extranjero”.
(3) Del poema antologado “El cielo sobre
Berlín”
(4) E. Lévinas, in De otro modo que ser o más allá de la esencia.
“Sígueme”, Salamanca, 1987
(5) In La interpretación de las
culturas, Gedisa, 1987.
(6) Acaso convenga recordar la lectura del
penúltimo libro publicado por Santos Domínguez con el título de “Luna y Ciencia
Nocturna”, que recibió el premio “Alegría” del Ayuntamiento de Santander.
(Icaria editorial, Barcelona, 2010)
(7) Aunque pareciera inútil aclararlo,
otra cierta gárrula tradición muy española basada en la calumnia maldiciente me
lleva a aclarar —ça va de soi —que merecen toda mi admiración y respeto
de poeta y lector las hazañas del arte de rimar y medir realizadas por los
clásicos del Siglo de Oro.
(8) E. Jabès, habla en El libro de las
preguntas de la voz creadora, no la voz cómplice que es una voz
sirviente. Jabès buscó siempre su identidad creadora allá donde creía que
todo hombre es extranjero: en “la huella de Dios”; esta postura explícita haría
dudar a Derrida sobre si el propio Lévinas compartiría las propuestas jabesianas
afirmando: De ahí, quizás, a pesar de todas sus precauciones, esta
complicidad equívoca entre teología y metafísica en “Totalidad e infinito.”
(J. D. La escritura y la diferencia, Ed. Anthropos, Barcelona,
1989. Trad. de Patricio Peñalver). Ya hemos visto y leído que el poeta y
pensador Santos Domínguez solo busca “la huella de las lágrimas del hombre” en
la poesía, que resulta ser —si yo no me equivoco—, metafísica cuajada en música
por la palabra.
(9) El título de la Antología procede de un poema con el
mismo título que se detiene en una de las ágoras nacidas en los oasis que marcan
el cruce de caravanas en muchos países orientales: intercambio de mercancías,
músicas y danzas, culturas ajenas, literatura oral, ideas y a menudo política
tribal y sangre. Dicho poema aparece en uno de los primeros libros antologados:
Cuaderno de Abul Qasim, publicado en
2011.