Una interpretación, que ha sido frecuente entre funcionarios y voceros
oficiales, es que los delincuentes se están matando entre ellos y con eso le
están haciendo el trabajo a las fuerzas armadas. Como casi todas, es una
apreciación no sólo apresurada sino irresponsable, pues detrás de estas
ejecuciones puede ocultarse un problema mayúsculo, ya no sólo para la seguridad
pública –entendida como la que el Estado debe garantizar a las personas en el
territorio nacional– sino para la seguridad nacional, que se ve amenazada cuando
el Estado no puede cumplir con sus funciones básicas, como podría ser el caso.
¿Quiénes son los asesinos y quiénes las víctimas?
Una
posibilidad es que se trate de dos bandas rivales que están en conflicto por el
control de la “plaza” (el puerto o el estado de Veracruz) para la venta de
drogas al menudeo, la extorsión y otras actividades delictivas altamente
rentables. Otra posibilidad es que uno de esos grupos sea de sicarios y el otro
de ex escoltas de empresarios o funcionarios, que decidieron organizarse por
propia cuenta y vender sus servicios al mejor postor, y que se conocen con el
nombre genérico de paramilitares.
De acuerdo con Edgardo Buscaglia, uno
de los más conocidos estudiosos de estos temas, en México operan unos 160 grupos
de paramilitares de élite, cuyos integrantes no sólo de nacionalidad mexicana,
sino de otras varias nacionalidades. Si esto es así –y Buscaglia sabe de lo que
habla– el problema de la violencia en México ha dado un salto cualitativo y
podría haber rebasado la capacidad del Estado para someter a quienes violan el
orden jurídico nacional y ponen en peligro a las personas y sus patrimonios.
Debido a la fuerte acción militar
contra el narcotráfico, sólo quedan tres cárteles con capacidad de trasiego y la
disolución de esas organizaciones empresariales ha dado lugar a la formación de
291 grupos criminales menores pero más primitivos y
violentos
Hace algunos días, en la
presentación de un
libro
sobre la crisis de seguridad en México (1), Ana Laura Magaloni afirmó
que debido a la fuerte acción militar contra el narcotráfico, sólo quedan tres
cárteles con capacidad de trasiego y que la disolución de esas organizaciones
empresariales ha dado lugar a la formación de 291 grupos criminales menores pero
más primitivos y violentos, dedicados a otros delitos.
Según Buscaglia,
en México existen 22 variedades diferentes de crímenes, entre los que se
encuentran la extorsión, los secuestros, la piratería, la trata de personas, el
tráfico de órganos, que afectan directamente a la seguridad de la población
civil. Este es el resultado ominoso de una estrategia dirigida a decapitar a las
grandes organizaciones criminales, que ha provocado una dispersión de los
matones que estaban a su servicio y ha agravado, en vez de resolver, el problema
de la inseguridad pública que existía al inicio del actual gobierno.
En
ello radica el principal desacierto del presidente Felipe Calderón. El combate
al narcotráfico es una prioridad para Estados Unidos, que es el mercado de
drogas más grande del mundo. Para ese país, lo más conveniente es que el
gobierno de México haya decidido volcar “toda la fuerza del Estado” contra los
narcotraficantes en territorio mexicano y con soldados, marinos y algunos
policías mexicanos, a cambio de felicitaciones más o menos frecuentes al
presidente por su “liderazgo” y de un programa de “ayuda” relativamente
marginal, como lo es la Iniciativa Mérida.
El gobierno no está atendiendo los
principales problemas del país y es muy poco probable que reoriente su
estrategia, habida cuenta del rechazo del presidente a toda opinión que no sea
la propia
Este sencillo procedimiento es
consistente con la “Nueva Estrategia de Combate al Crimen Transnacional” que,
según el especialista Javier Oliva, dio a conocer el gobierno de Estados Unidos
el pasado 28 de julio, y que incluye la incorporación de los comandos Norte y
Sur a la persecución del crimen organizado. En esta línea de pensamiento, el
gobierno mexicano se habría adelantado al estadunidense al movilizar a sus
propias fuerzas armadas para combatir a los narcotraficantes.
El
problema es la confusión de objetivos. Para los estadunidenses, la gran
prioridad es que otros gobiernos intercepten los cargamentos de drogas antes de
que ingresen a ese país y además carguen con los costos económicos, el desgaste
institucional y la pérdida de vidas humanas. Para los mexicanos, por su parte,
el objetivo principal es
resolver
nuestros propios problemas, entre los que destacan las
adicciones, que es un asunto de salud pública, y las modalidades de delincuencia
que lastiman directamente a la población, como las referidas por Buscaglia. Y un
tercer problema, que podría alcanzar dimensiones incontrolables: la
proliferación de grupos paramilitares.
El gobierno no está atendiendo
los principales problemas del país y es muy poco probable que reoriente su
estrategia, habida cuenta del rechazo del presidente a
toda opinión
que no sea la propia. Más difícil aún es que se ocupe de
reconstruir el tejido social,
cuyo
deterioro explica la gran capacidad del crimen organizado para el
reclutamiento de jóvenes, y de fomentar la dupla
educación-empleo
que constituye la solución de fondo a largo plazo pero que, precisamente por no
dar frutos inmediatos es inaceptable, dado que el uso de los recursos públicos
para
programas
sociales está destinado a formar clientelas electorales
que sirvan de dique al PRI, cuyo retorno a la Presidencia de la República es
cada vez más probable.
Para el común de los ciudadanos, no queda más
remedio que esperar al primer domingo de julio de 2012 y emitir nuestro voto por
una opción política distinta a la del panismo, cuya estrategia de combate al
crimen organizado ha generado o permitido la muerte violenta de decenas de miles
de personas y creado un clima de tensión, miedo y desesperanza que va cubriendo
espacios cada vez más amplios del territorio nacional.
NOTAS:
(1) Ramírez Saavedra Beatriz Eugenia: La crisis de
seguridad y la agenda de riesgos de seguridad nacional. Editorial Porrúa.
México, 2010. ISBN 978-607-09-0521-6