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Carmen Plaza

Carmen Plaza

    AUTORA
Carmen Plaza

    LUGAR DE NACIMIENTO
Burgos (España)

    BREVE CURRICULUM
Licenciada en Economía. Escritora de poemas y cuentos. Miembro de l’Associació de Bibliòfils de Barcelona y de la Associació Col·legial d’Escriptors de Catalunya. Participa en ferias del libro, presentaciones y lecturas en Barcelona, Madrid y Nueva York. Ha sido traducida al catalán y al inglés

    OBRA
Autora de los poemarios Fuera del paraíso (Comte d’Aure, 2003); Versos para ir creciendo (Mirarte Cultura, 2005); Breviario para el bolsillo interior (Smara, 2006); Tela que cortar (Torremozas, 2006; Premio Carmen Conde de Poesía); Escuela elemental (Comte d’Aure, 2007); La invención sucesiva (Torremozas, 2009); Amor en vela (Visor, 2009) y Las cuatro voces (Edición de Bibliófilo, 2010)




Opinión/Entrevista
Entrevista a Carmen Plaza, autora de Cuentos de lumbre y pesadumbre
Por Jesús Martínez, viernes, 1 de julio de 2011
La niña que fue Carmen Plaza es la que se ha ido por la puerta de atrás, que se ha escondido debajo del escañil, y, a la vez, es la misma niña que juega con la imaginación en la prisión de la realidad. “Esta mañana iba caminando hacia el trabajo y vi claramente que la carretera por la que pasaban los coches era un largo río, largooooo.” Así empieza un día cualquiera de esta economista-escritora. Por su trabajo, comparte su tiempo con enfermos que aprenden a vencer las dolencias que les aquejan. Carmen Plaza publica Cuentos de lumbre y pesadumbre (Ediciones Carena, 2011), la desmitificación de los cuentos clásicos, en los cuales hurga para desnatarlos y sacarles la porquería que llevan dentro: desde la madrastra mala (porque también hay madrastras buenas) a La Bella Durmiente, porque quienes se supone que son feas también requieren del cariño de un Príncipe, sea azul, sea rojo o sea del color del E.coli. “Nunca me ha gustado perder el tiempo”, arremete como santo y seña de sus heroicos propósitos. En fin, el tiempo, para Carmen, no existe, porque el tiempo implica una suma de magnitudes. Y da cero.
Uno. Tenía nueve años Carmen cuando ganó su primer premio literario. No era un premio digno de ser publicitado. Estudiaba en Barcelona (la familia se trasladó del páramo castellano a la ciudad del azul mediterráneo: “Yo ya soy de este mar”). El poema que ganó el concurso de su clase se titulaba “Las estaciones del año”. “Es el único poema que salvé de la quema, lo he tirado todo”, se adelanta, antes de que le pregunte por aquellos versos. “Si hubiese ido al psiquiatra, me habría sabido decir por qué he ido tirando hasta hace muy poco todos mis escritos, pero no fui…”, se arrepiente, más como una excusa que como el pesar del herrerillo, cuyo canto metálico repica sobre el yunque en la fragua. La madre de Carmen murió cuando ella tenía 17 años, de una afección pulmonar. Maestra de formación, le descubrió el universo de las letras. Cuando falleció, Carmen Plaza se propuso dos cosas trágicas por tremebundas, mortales ambas como un chiscón que arde, y dos cosas que no ha cumplido; como bien dice, “las cosas sólo son cosas”: 1. Que no volvería a escribir, y 2. Que no se casaría.

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Dos. Se casó. “Me casé a los 23 años con un hombre muy persuasivo que me convenció de que la enfermedad no podría conmigo, y que los hijos que tuviéramos no serían huérfanos de madre. No sé porqué, durante mucho tiempo creía que me iba a morir”, asume, con la sospecha detrás de la oreja de quien cruza el río sobre el firme del puente con miedo a que ceda. “Quizá por eso me he dedicado al mundo sanitario.” Tuvo dos hijas, “dos seres encantadores”: La Pequeña. Clara, economista, vive desde hace años en Nueva York (“es una gran aficionada a la fotografía”), y La Mayor. Maite, licenciada en arte y con una preciosa voz soprano. A la hija de ésta, Ainoa, Carmen le debe el hecho de que haya vuelto a las letras con regularidad. A ella le dedicó su poemario Versos para ir creciendo. Al hermano de Ainoa, Daniel, que nació en el 2003, con la guerra de Iraq, le está escribiendo unas cartas que le ayudarán a interpretar, cuando crezca, el mundo que le ha tocado vivir. “Por ahora llevo compuestos 16 poemas…”

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Tres. Escribió. Cuando dormía, escribía, velando sus sueños con liras mientras otros contaban ovejas de tusones blancos; cuando, en reuniones sociales aburridas los demás bostezaban, ella pensaba poemas, y el lápiz lo convertía en una tornadera con la que separaba lo sustancioso de lo puramente anecdótico… “Tenía el diccionario en la cabeza.” Escribía, pero todo lo tiraba, excepto los dibujos de su madre. Ella le inspiró el soneto “A la sierra de la mujer muerta”: “Mujer muerta, perfil envenenado…”. Un día, en lugar de destripar sus poesías, las guardó en un cajón: “No tenía tiempo ni para romperlas”. Y ese cajón fue la providencia. De ahí han salido los poemarios Fuera del paraíso (Comte d’Aure, 2003); Tela que cortar (Torremozas, 2006, Premio Carmen Conde), y Amor en vela (Visor, 2009), entre otros. En breve, en Perú, publicará un alegato contra la violencia, La onda y el viento.

Carmen Plaza ocupa su lugar en Personajes de Cataluña (Last Word, 2009). “Finalmente, la economía me pareció un feliz cruce de caminos, por reunir las tres vertientes: la matemática, la técnica y la humanista”, dice en la página 62, y en la siguiente sus declaraciones connotan una vida plena, rebosante, a pesar de su austeridad innata. “No hay que tirar nada en tiempos de escasez. Ni siquiera los disgustos. Se zurcen y pueden servir para otro traje.”

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Cuatro. Las cuatro voces, editada en el 2010 por la Asociación de Bibliófilos de Barcelona, recoge un pliego de 32 haikus: “Los haikus están ilustrados por el artista Miquel Plana, y llevan encartados en el frontispicio una estampa, numerada y firmada. Vamos, una maravilla de edición”, resume Carmen. Los cuatro elementos: el Agua (“brama el agua perdida”), la Tierra (“oculto abrazo”), el Aire (“la larga noche”) y el Fuego (“cristal en llamas”). Carmen se desploma en la silla, con un gesto que recuerda a Cyd Charisse en Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952), y se regocija con la teoría matemática del control óptimo y con la Física, cuya carrera dejó a medias en la Universitat de Barcelona: “Me fascinaba Pitágoras, que veía colores en los números”.

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Cinco. Pentasílabos: “Bajo la arena / navega el mar. / Sobre las olas / mi ceniza va”. De “Exequias”, en El rastro de la herida (Torremozas, 2011).

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Seis. En media docena de hoteles de Barcelona ha residido Carmen: “Por el trabajo de mi marido, he tenido que desplazarme continuamente, por lo que tuve que reducir cada vez más mis pertenencias. Me he adaptado a vivir con poco espacio físico”.

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Siete. En Cuentos de lumbre y pesadumbre (Edciones Carena), Carmen Plaza homenajea al número siete. Agarra el cuento de Blancanives y los siete enanitos y lo desbarata, como un lecho de carrizos en el Sónar Kids. Los enanitos, ahora gigantes, abusan de la joven: “Siete veces la atraparon, la molieron a palos, siete veces la cubrieron de babas y de estiércol”. Siete veces.

1+2+3+4+5+6+7=28=0

Veintiocho, que son los días que tarda Carmen en rehacer un poemario, se pueden reducir a cero. En la hipótesis del origen transdimensional del Universo, o Big Bang múltiple, se anuncia lo siguiente: “Antes de que existieran las dimensiones, existía la nada. Tiempo=0”. Carmen se deja llevar, aturdida por esa nada que, como acertó el poeta José Hierro, lo es todo. Último verso del soneto que Carmen Plaza incluyó en el volumen que diversos artistas dedicaron a José Hierro, en el 2005: “Y en el seno del todo, amar la nada”. Medita: “Cada vez tengo menos claro que el tiempo sea para todos una misma cosa”.

Las cosas sólo son cosas.
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