Yo, aviso a los lectores despìstados, solo cuento aquí mi impresión como
lector. Sí, mi juicio es quizá lamentablemente “impresionista”, es decir, basado
solo en la impresión recibida como un lector que, eso sí, ya empieza a ser
veterano en el vicio de ir pasando páginas de un libro. Subrayado esto, diré que
hacía tiempo que no me sucedía lo que me ha sucedido con
Doctor
Arrowsmith. Intentaré a continuación desentrañar este galimatías de sucesos
sucedidos. El caso es que hacía mucho tiempo que no me involucraba de manera tan
intensa y decidida en una historia novelada. Mis últimas
lecturas
para Ojos de Papel, por ejemplo,
Marái
y
James
Ellroy, gustándome mucho, me situaron en el espacio del
atento observador. Me colocaron detrás de la cortina de agazapado tras el
biombo. Leí los libros colocado fuera de sus páginas. Quiero decir que gocé de
ellas como un espectador que contempla sentado en su butaca el espectáculo, y lo
goza y disfruta con agrado. Sin embargo, leyendo esta novela de Sinclair Lewis,
me he involucrado en los sucesos narrados como hacía mucho no sucedía, y
francamente, lo he pasado en grande.
No, no me he identificado con las
aventuras y desventuras del protagonista, el médico Martin Arrowsmith, a pesar
de que recordaba su historia gracias a la película que sobre la trama de Lewis
rodó John Ford en 1931, con Ronald Corman como actor principal. Sencillamente es
que gracias a la maestría de Sinclair Lewis me he convertido en testigo atento y
preferente de la vida de Arrowsmith, acompañándole en la singular travesía con
emoción y una implicación emocional por mi parte del todo inusual, casi, casi
olvidada. Lewis ha logrado que sintiera el recorrido vital de Arrowsmith con un
interés que iba mucho más allá del goce literario; era un amigo, un ser cercano
al que le estaban sucediento las cosas, al que veía evolucionar, crecer,
madurar, explorar la vida…, y me he sentido afortunado acompañándole, sabiendo
de él, conociendo sus pensamiento e intenciones. Me he hecho amigo para siempre
del doctor Arrowsmith, con sus muchos defectos y incongruencias, con sus pocas
virtudes y entrega.
Lewis, de manera muy brillante,
caracteriza cada personaje para convertirlo no solo en símbolo y estereotipo de
una “manera de ser y estar” en la expansiva sociedad americana de las primeras
décadas del siglo XX
La novela relata la vida
y vocación investigadora en el campo de la medicina de Martin Arrowsmith desde
los 14 años de edad, cuando es asistente del médico de su pueblo, hasta la
madurez. Lewis nos relata la formación en la universidad y los distintos
destinos que va teniendo, desde médico en una minúscula aldea, hasta el
laboratorio bien dotado de la ciudad de Nueva York. Lo que ocurre es que
Sinclair Lewis, verdadero maestro de la narrativa norteamericana ya consolidada
y ajena a la influencia directísima de los clásicos británicos, “aprovecha” la
corriente lógica y principal del relato, es decir, el discurrir vital del
médico, para plasmar en toda su complejidad un mundo, un universo variadísimo de
tipos y situaciones que acaban configurando un cuadro extraordinario de la
Norteamérica en expansión económica y espiritual inmediatamente anterior a la
debacle del crack de 1929.
Lewis, de manera muy brillante, caracteriza
cada personaje para convertirlo no solo en símbolo y estereotipo de una “manera
de ser y estar” en la expansiva sociedad americana de las primeras décadas del
siglo XX, sino para hacer de ellos referentes brillantes sobre los que construir
todo un imaginario de lo que Gertrude Stein llamó “ser norteamericanos”. Por
ejemplo, las tres mujeres con las que a lo largo de la novela se relaciona
Martin, ejemplifican a al perfección tres tipos muy bien tallados de las mujeres
de aquella etapa USA. Pues bien, el resto de la variada y compleja cohorte de
personajes que acompañan a Martin Arrowsmith a lo largo de su evolución, tienen
el mismo papel, servir de referentes (sí, esterotipos perfectos) de los
distintos tipos de norteamericanos que conformaban en aluvión la sociedad de los
EE.UU de la era del jazz.
Doctor Arrowsmith es sin duda
una de las primeras grandes novelas norteamericanas en toda su esencia, una obra
maestra se mire por donde se mire, uno de los primeros eslabones de la cadena
narrativa USA, quizá la más resistente y brillante de la
contemporaneidad
Pero si Scott Fitzgerald
hizo lo mismo desde una capacidad lírica muy superior a la de Lewis y con una
brillantez literaria no parangonable, el acierto de Sinclair Lewis fue poner en
escena a los EE.UU como una especie de patio de Monipodio en el que la sátira,
la picaresca, el humor y la ironía son los ingredientes principales. Si Scott
Fitzgerald logró sus objetivos con una brillantez literaria que hoy continúa
refulgiendo como el primer día, Lewis es el irónico reportero de una época. Los
dos escritores lograron lo mismo: plasmar un estado vital y palpitante de la
Norteamérica de su tiempo. Uno lo hizo desde el arte (Fitzgerald), el otro desde
la crónica muy bien construida (Lewis). En este sentido el maestro, la estela
que a mi juicio Lewis sigue es la de Mark Twain, el mejor exponente de eso que
podría llamarse “la picaresca” USA. También el aroma de Cervantes se puede
olfatear en algunos tramos de la experiencia vital del médico Arrowsmith.
Aceptemos que Lewis no es tan literato proyectado en el tiempo como lo
es Scott Fitgerald y su leyenda. Pero su brillantez narrativa es incuestionable.
Y su capacidad para describir situaciones, cuadros y situaciones (muchas veces
con algo de sainete mal intencionado) es sencillamente magistral. Aunque si algo
resulta del todo inolvidable de
Doctor Arrowsmith son algunos personajes,
dignos de figurar en una antología de caracterizaciones portentosas. Pienso, sin
duda, en el profesor Gottlieb (europeo de origen alemán), en el extravagante
Sondelius, en Leora (el gran amor de Martin), en Cliff Clawson, en Joyce
(segunda mujer de Martin), en Madeline Fox, etc. Todos ellos elementos
indispensables y enriquecedores de un artefacto narrativo en el que Sinclair
Lewis retrata una sociedad en ascenso hacia la hegemonía del mundo en la que el
amor desmesurado al dinero, el arribismo, la ignorancia, el esnobismo, la
codicia, la corrupción, el aburguesamiento bienpensante, el culto a lo
políticamente correcto, el clasismo…, son los raíles principales por los que
deambula la gran locomotora norteamericana hacia la cúspide. Camino en el que
quienes no comparten esa visión del mundo, esa forma de ser norteamericanos, son
arrumbados a un lado y sometidos a la aniquilación de la soledad, el
aislamiento, la incomprensión.
Doctor Arrowsmith es sin duda
una de las primeras grandes novelas norteamericanas en toda su esencia (recibió
en 1926 el Pulitzer, que Lewis rechazó, alegando que el reconocimiento tenía que
haber llegado antes), una obra maestra se mire por donde se mire, uno de los
primeros eslabones de la cadena narrativa USA, quizá la más resistente y
brillante de la contemporaneidad.