Las voces de Sherwood En el callejón de la sidra
de Oviedo, el único local que no vende sidra es Sherwood Café. Y, si bien me
gusta la sidra, opto por entrar al negocio que establece diferencias en la zona.
El primer punto de distinción es su decorado. La madera vincula los diversos
detalles del espacio: en las paredes destacan gigantescos carteles de la
película
Las aventuras de Robin Hood, protagonizada por Errol Flynn; la
barra es un aposento de sosiego para tres hombres que, más que atender sus
tragos, contemplan el ir y venir de la hermosa camarera, y en una pared, como si
se tratara de una grata recompensa, un anuncio aturde mi vista: «Desayuno
con Joani todos los días».
Con la curiosidad envenenada, tomo asiento en
una mesa del fondo. La camarera se acerca y me saluda como antesala al «¿Qué se
le ofrece, señor?». Yo le pregunto si ese «desayuno con Joani» vale también de
tarde; ella, con su sonrisa de belleza ajena («mírame, pero no me toques»),
responde: «Eso es una broma del jefe; Joani soy yo y no acostumbro a
desayunar con extraños». Lo temía, pienso, pero sonrío y pido un carajillo
(en otro anuncio se asegura que en Sherwood se prepara un carajillo
inolvidable). Joani parte a buscar el pedido; uno de los tres sujetos de la
barra me mira con cara de «no corras que yo llegué primero». Los otros dos se
levantan y caminan rumbo a la calle, la impaciencia vence.
Sherwood es
el famoso bosque que históricamente se asocia con la leyenda de Robin Hood. En
ese bosque se escondía el forajido del folclore inglés medieval que robaba
al poderoso para darle al pobre. Llega el carajillo («A tu salud, Joani»,
digo muy bajito para que no me escuche el individuo de la barra). En eso llama
mi atención la conversación de la mesa que tengo a mi izquierda. Dos hombres y
una mujer intercambian comentarios sobre un vecino. «Yo lo advertí con
tiempo, hombre que vive solo es individuo peligroso», dice uno de los dos
varones, que, para identificarlo, denominaré el varón con lentes. «No seas
exagerado, quien es irresponsable lo es solo o acompañado», aclara el otro. «Lo
cierto, vecinos, es que ya no se soportan los ruidos del cuarto piso —sostiene
la mujer—. Algo hay que hacer o me volveré loca». A la mente me viene una frase
que Peter Handke escribe en su diario (en clave de crónica)
El peso del
mundo: «La belleza que el mundo tiene hoy no se puede soportar solo, tampoco
de a dos; quizá de a tres». Tomo un trago y sigo apreciando los carteles de la
película. Errol Flynn quedó en mi memoria como el admirado bandido del
bosque. Hay actores que se roban la forma (desde el fondo) de un personaje; uno
y otro asumen, en el tiempo, la misma identidad. Y de niños terminamos creyendo
que son la misma persona. Robin Hood y Errol Flynn eran el mismo bandido que
aclamaba el pueblo (y el niño).
En la mesa de la derecha se libera una
sentencia: «Bien merecido lo tiene Mourinho». Y descubro a dos amigos (o jueces
de copas) celebrando apasionadamente las últimas derrotas del entrenador del
Real Madrid. «El Barcelona le dio su lección, 5 a 0». «¿Y qué me dices de la
sanción que le llegó al día siguiente por andar promocionando expulsiones a
conveniencia?». Y continúo pensando en Sherwood (hoy en día el Consejo del
Condado de Nottinghamshire administra el bosque; en 2002 el bosque de Sherwood
fue declarado reserva natural nacional. En ese parque, cada agosto, durante una
semana, celebran el Festival Anual de Robin Hood).
En la mesa de la
izquierda han dejado de hablar del vecino ruidoso, ahora las opiniones apuntan a
Wikileaks. «Yo lo sabía, ¿no se lo dije?, el sujeto que anda robando documentos
es un violador de mujeres», proclama el varón con lentes. «Eso dice el
Departamento de Estado», añade el otro. «Bueno, cuando el río suena es porque
piedras trae», puntualiza la mujer. Mientras, en la barra, un hombre
(inesperadamente tartamudo) le pide otro trago a la camarera de sus sueños. A mi
derecha, los amigos del fútbol aún sostienen el juicio a Mourinho. «En la pelea
entre Preciado y Mourinho, el entrenador del Sporting fue David y el del
Real Madrid fue Goliat». «Eso estuvo bueno compañero, y cayó Goliat». Dejo las
risas de la pareja y regreso a mi bosque. El otro día leí en un diario inglés
que «el bosque de Sherwood está amenazado. Robles únicos, centenarios, que viven
allí desde 1415, se encuentran en peligro. Se solía perder un ejemplar al año,
la cifra ha subido a cinco».
De pronto un hombre entra al local dando
tumbos. Se detiene en el centro y nos mira pretendiendo lanzar un desafío.
«¿Alguien conoce la nueva ley Robin Hood?». Los presentes compartimos
miradas de burla (es posible que todos conozcamos la respuesta, pero callamos).
El recién llegado avanza dos pasos e insiste: «¿Es que acaso ninguno de ustedes
—pregunta de nuevo mientras nos señala— conoce la nueva ley Robin Hood?». El
sujeto gira como si estuviera dirigiendo un discurso en un escenario circular.
«Esa es la ley que ordena quitarle a los pobres lo que por orden divina al rico
corresponde». Y tras su respuesta libera una interminable carcajada. De
espalda a la risa frenética, cada quien regresa a su parcela (no hubo sonrisas
de cortesía). Me parece escuchar que el vecino ruidoso tiene dos mujeres. Creo
que dicen que Mourinho también es el nombre de un asesino en serie. No sé si fue
mi oído o mi imaginación (ambas cosas a veces se conectan), pero veo que en la
televisión dan la noticia de que el líder de Wikileaks es Osama Bin Laden. Joani
ríe con todo lo que observa y supone; por su parte, el hombre de la barra espera
paciente su desayuno imposible.
Nota de la Redacción: este relato corresponde al libro de
Edgar
Borges, Crónicas
de bar (milrazones, 2011). Queremos hacer
constar nuestro agradecimiento a la
editorial
milrazones en la persona de su editor
Jesús
Ortiz por su gentileza al facilitar la publicación en
Ojos de
Papel.