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Frank Darabont: <i>The Walking Dead</i> (2010-¿?)

Frank Darabont: The Walking Dead (2010-¿?)
























Magazine/Cine y otras artes
The Walking Dead (Frank Darabont, 2010). El pulso de la vieja América
Por Carlos Abascal Peiró, lunes, 2 de mayo de 2011
Solvente en sus planteamientos técnicos y narrativos, el relato serial para la AMC de Frank Darabont, The Walking Dead (2010), no alcanza la excelencia de The Wire o Los Soprano, en un juego subtextual que impulsa un discurso ciertamente cuestionable. Épicas del western en la era zombi.


Que sí, que la faena colectiva –y así lo certificó el catecismo fílmico durante la era Reagan- obtiene redención en la hipertrofia muscular, en la abrupta poética del rifle de asalto. De aquello iba el cine actioner que vehiculó Bruce Willis en la delirante La jungla de cristal (1988), o Stallone y su festiva odisea en torno a Rambo, remedo dignificado del vengador made in videoclub que fue Seagal -mejor aún- Van Damme, Chuck Norris. En la imbricación de textos y contextos, inevitable, conflictiva, cierto cine estadounidense procuró siempre un discurso enaltecedor (cuando no ultrarreaccionario) que, ante el fracaso nacional, véase Vietnam, reciclaba el fondo traumático del acontecimiento en fogueo de feria y carnaval de ínfula patriótica. Ahora, más días para la amargura, o un tiempo de fracturas, la de un sistema financiero que –irónicamente- maduró al ritmo reaganomics (apelativo dado a la política neoliberal que impulsó el gabinete Reagan), pero también la de un universo simbólico agujereado de modo escalofriante en las fachadas del World Trade Center, en el devaluado rastro internacional que arrojó la era Bush Jr. Decaídas las barras y estrellas, los gestores de imagen coincidían. Se impone una reparación.

Además de figurar entre los evangelizadores propósitos de ese núcleo yihadista que es el Tea Party, la sublimación eufórica de una golpeada conciencia social es cosa de Hollywood o, al menos, de la industria cultural de huella USA. Entre la consabida camada de productos adscrita a tal corriente, esa -la revigorización de la vieja América- parece ser la tarea que asume The Walking Dead (Frank Darabont, 2010-¿?), relato serial que firma la AMC (sello que por cierto cocinó la estupenda Mad Men) y que, por espacio de –hasta el momento- seis exitosos capítulos, ronda la supervivencia de un grupo humano en un futurible apocalipsis zombi. Hoy, en el paisaje que trazan The Wire o Los Soprano, reverenciar la factura técnica y literaria de una serie televisiva sabe a ‘boutade’, de modo que uno –y he ahí el motivo de estas líneas- ensaya un despiece del llamativo poso ideológico subyacente, canto descarado a una mítica propia, tan america’ como los cigarrillos Marlboro, la Super Bowl o el Big-Mac.

La reflexión atañe al zombi, al combate que se dispone frente a este. Convertido en icono del terror posmoderno, el no-muerto reemplaza a un vampiro hoy erotizado bajo la acnéica mirada mercantil que imprime Crepúsculo (Stephenie Meyer, 2005) para configurar de este modo códigos genéricos autónomos que tradicionalmente tomaban crédito en la búsqueda más o menos velada de la metáfora social (George A. Romero y su cine). Aquí, los caminantes, o el apelativo que reciben los torpones y desguazados zombis que esboza Darabont, asumen un papel desestabilizador en lo que -quién sabe, pongámonos molestos- sea tal vez eco del tecnócrata metropolitano que proscribe a la América profunda, de la acometida inmigrante que pugna por rebasar la frontera de México o del entusiasta obamáfilo, traidor a la patria de John Wayne, Charles Bronson, al fin y al cabo referencias icónicas del protagonista absoluto de la serie, un sheriff cuya máxima preocupación es mantener íntegro su uniforme.

Cuando fracasa el sistema, se manifiesta el honesto y resuelto ciudadano, el tipo fuerte y silencioso, exponía Tony Soprano a su psiquiatra. Representativo del multirracial melting pot estadounidense, el dispar grupo de caracteres que, mal que bien, sobrevive en The Walking Dead conforma por medio del conflicto externo (el zombi) e interno (la multiplicidad de intereses en el seno del grupo) un discurso ejemplificador anclado en la familia y la legitimación de la violencia. Entretanto, la mujer queda relegada a un rol gregario, de comadre y paciente esposa. Representaciones de almanaque.

A The Walking Dead, eficaz y solvente, le falta cierto refinamiento. Se echa de menos el cinismo pop que esgrimía Zack Snyder en su inteligente El amanecer de los muertos (2004), donde las migajas de la humanidad se refugiaban del zombi –sabio ejercicio de parodia- entre los pasillos de un centro multimarca, bastión último frente a la catástrofe. Allí donde uno esperaba cierto atisbo crítico, colisiona contra retales nostálgicos de espuela y Winchester, memoria renegada. En el tiempo de la televisión –inevitable por otra parte- no todo son buenas noticias.

Que se preparen (los zombis, digo).



Tráiler de The Walking Dead, serie de Frank Darabont para AMC (vídeo colgado en YouTube por Mahalo)
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