Que
sí, que la faena colectiva –y así lo certificó el catecismo fílmico durante la
era Reagan- obtiene redención en la hipertrofia muscular, en la abrupta poética
del rifle de asalto. De aquello iba el cine
actioner que vehiculó Bruce
Willis en la delirante
La jungla de cristal (1988), o Stallone y su
festiva odisea en torno a Rambo, remedo dignificado del vengador
made in
videoclub que fue Seagal -mejor aún- Van Damme, Chuck Norris. En la imbricación
de textos y contextos, inevitable, conflictiva, cierto cine estadounidense
procuró siempre un discurso enaltecedor (cuando no ultrarreaccionario) que, ante
el fracaso nacional, véase Vietnam, reciclaba el fondo traumático del
acontecimiento en fogueo de feria y carnaval de ínfula patriótica. Ahora, más
días para la amargura, o un tiempo de fracturas, la de un sistema financiero que
–irónicamente- maduró al ritmo
reaganomics (apelativo dado a la política
neoliberal que impulsó el gabinete Reagan), pero también la de un universo
simbólico agujereado de modo escalofriante en las fachadas del World Trade
Center, en el devaluado rastro internacional que arrojó la era Bush Jr. Decaídas
las barras y estrellas, los gestores de imagen coincidían. Se impone una
reparación.
Además de figurar entre los evangelizadores propósitos de
ese núcleo
yihadista que es el Tea Party, la sublimación eufórica de una
golpeada conciencia social es cosa de Hollywood o, al menos, de la industria
cultural de huella USA. Entre la consabida camada de productos adscrita a tal
corriente, esa -la revigorización de la vieja América- parece ser la tarea que
asume
The Walking Dead
(Frank Darabont, 2010-¿?), relato serial que firma la
AMC (sello que por cierto cocinó la estupenda
Mad
Men) y que, por espacio de –hasta el momento- seis exitosos
capítulos, ronda la supervivencia de un grupo humano en un futurible apocalipsis
zombi. Hoy, en el paisaje que trazan
The Wire
o
Los
Soprano, reverenciar la factura técnica y literaria de una
serie televisiva sabe a ‘boutade’, de modo que uno –y he ahí el motivo de estas
líneas- ensaya un despiece del llamativo poso ideológico subyacente, canto
descarado a una mítica propia, tan
america’ como los cigarrillos
Marlboro, la Super Bowl o el Big-Mac.
La reflexión atañe al zombi, al
combate que se dispone frente a este. Convertido en icono del terror posmoderno,
el
no-muerto reemplaza a un vampiro hoy erotizado bajo la acnéica mirada
mercantil que imprime
Crepúsculo (Stephenie Meyer, 2005) para configurar
de este modo códigos genéricos autónomos que tradicionalmente tomaban crédito en
la búsqueda más o menos velada de la metáfora social (
George A. Romero
y su cine). Aquí, los
caminantes, o el apelativo que reciben los torpones
y desguazados zombis que esboza Darabont, asumen un papel desestabilizador en lo
que -quién sabe, pongámonos molestos- sea tal vez eco del tecnócrata
metropolitano que proscribe a la América profunda, de la acometida inmigrante
que pugna por rebasar la frontera de México o del entusiasta
obamáfilo,
traidor a la patria de John Wayne, Charles Bronson, al fin y al cabo
referencias icónicas del protagonista absoluto de la serie, un sheriff cuya
máxima preocupación es mantener íntegro su uniforme.
Cuando fracasa el
sistema, se manifiesta el honesto y resuelto ciudadano,
el tipo fuerte y
silencioso, exponía Tony Soprano a su psiquiatra. Representativo del
multirracial
melting pot estadounidense, el dispar grupo de caracteres
que, mal que bien, sobrevive en
The Walking Dead conforma por medio del
conflicto externo (el zombi) e interno (la multiplicidad de intereses en el seno
del grupo) un discurso ejemplificador anclado en la familia y la legitimación de
la violencia. Entretanto, la mujer queda relegada a un rol gregario, de comadre
y paciente esposa. Representaciones de almanaque.
A
The Walking
Dead, eficaz y solvente, le falta cierto refinamiento. Se echa de menos el
cinismo pop que esgrimía Zack Snyder en su inteligente
El amanecer de los
muertos (2004), donde las migajas de la humanidad se refugiaban
del zombi –sabio ejercicio de parodia- entre los pasillos de un centro
multimarca, bastión último frente a la catástrofe. Allí donde uno esperaba
cierto atisbo crítico, colisiona contra retales nostálgicos de espuela y
Winchester, memoria renegada. En el tiempo de la televisión –inevitable por otra
parte- no todo son buenas noticias.
Que se preparen (los zombis, digo).
Tráiler de
The Walking Dead, serie de Frank Darabont para AMC
(vídeo colgado en YouTube por Mahalo)