En España, desde que a mediados de la década de los noventa, en el siglo
pasado, el profesor Tortella señalara que los empresarios han sido un «factor
escaso en la España contemporánea», los historiadores económicos han debatido
acerca de las causas de la debilidad del espíritu empresarial y del escaso
interés que suscita entre los españoles, singularmente entre los jóvenes, este
tipo de actividad profesional. Y se ha hablado así de la estrechez del mercado,
de la persistencia del proteccionismo, de las desventajas comparativas en los
sectores que albergan grandes empresas y de la escasez de las instituciones
educativas destinadas a enseñar las técnicas de gestión. En un muy interesante
trabajo de Gabriel Tortella, Gloria Quiroga e Ignacio Moral-Arce, recientemente
publicado por la
, se ha vuelto a incidir en este asunto
a partir de una investigación comparativa, de carácter cuantitativo, referida a
los grandes empresarios españoles e ingleses de los siglos XIX y XX. Sus
resultados señalan varios aspectos interesantes:
- En primer lugar, entre los grandes empresarios españoles se
dio una importante polarización educativa, de manera que, si bien casi la
mitad cursaron estudios universitarios, cuatro de cada diez carecieron de
formación académica. Por su parte, entre los ingleses, hubo un perfil
formativo muy distinto con menos titulados superiores —casi un cuarenta por
ciento— y también menos individuos sin estudios, de manera que cerca de la
mitad de los empresarios contaron con una formación de nivel
medio.
- En segundo término, hubo coincidencia entre los empresarios
españoles e ingleses en el hecho de que se trató predominantemente de personas
hechas a sí mismas que crearon sus empresas a partir de su esfuerzo creativo,
siendo solo una cuarta parte los que las heredaron. Dicho de otra manera, este
es un grupo social en el que, tanto en España como en Inglaterra, la
meritocracia constituye una de sus principales
características.
- En tercer lugar, también en los dos países, los empresarios
fueron sobre todo personas de extracción social intermedia, constituyendo una
minoría los provenientes de las clases altas —uno de cada diez— y bajas
—alrededor del 15 por ciento—.
- Y finalmente, en lo que más se diferenciaron los empresarios
españoles e ingleses fue en el tipo de actividades económicas a las que
dedicaron sus esfuerzos emprendedores. Así, mientras en el primer caso se
concentraron es sectores tradicionales de baja complejidad tecnológica, en el
segundo hubo una proporción mayor en las industrias y servicios
tecnológicamente avanzados.
En el trabajo que estoy
comentando se indaga también en los factores que determinaron el éxito
empresarial. Entendido éste como el ingreso del empresario en la elite de los
más destacados, las variables que más influyen sobre él son, en el caso español,
el hecho de proceder de las clases medias, haber recibido alguna ayuda familiar
en el inicio de la andadura empresarial y haber tenido una formación académica
superior en carreras de ingeniería o derecho. En el caso inglés tiene poca
importancia el origen social y es relevante haber recibido alguna modalidad de
educación secundaria. Además, estas variables referidas a la educación son
cruciales para la orientación de los empresarios hacia los sectores
tecnológicamente más complejos y para su capacidad de adaptación a las
transformaciones en dinamismo de los mercados. Por ello, el profesor Tortella y
sus colaboradores concluyen que «la educación que reciben los empresarios tiene
un papel determinante en su ejecutoria».
Son la
apertura de nuevos mercados y la liberalización de la economía, con un
sustancial aumento de la rivalidad competitiva, las circunstancias históricas
que dieron lugar al impulso de las vocaciones
empresariales
Es este aspecto educativo el que
me interesa ahora resaltar al analizar la evolución reciente del empresariado
español. No hablaré en lo que sigue de los grandes empresarios, sino del
conjunto de éstos, tal como vienen reflejados estadísticamente en las
Encuestas de Población Activa que elabora el Instituto Nacional de
Estadística. Y lo haré de la mano de los resultados obtenidos en la amplia
investigación que sobre el capital humano de los españoles ha venido realizando
el Instituto
Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE).
Lo primero
que se destaca en esos trabajos es que los empresarios, como grupo social, han
tenido una trayectoria ascendente a lo largo de las tres últimas décadas. Así,
si en 1977 su número se cifraba en 422.000 personas —el 3,5 por ciento de la
población ocupada—, en 2010 habían llegado a 1.026.500 —lo que, en términos
relativos, equivalía al 5,6 por ciento de los ocupados—. Este incremento se
produjo a raíz de la incorporación de España a las entonces Comunidades
Europeas, hoy Unión Europea. Son la apertura de nuevos mercados y la
liberalización de la economía, con un sustancial aumento de la rivalidad
competitiva, las circunstancias históricas que dieron lugar al impulso de las
vocaciones empresariales. Y posteriormente, ya en la década de 1990 y en el
comienzo de nuestro siglo, el crecimiento del número de empresarios se ha
sostenido a un ritmo constante hasta la llegada de la crisis en 2008.
Además, no sólo ha aumentado el número de las personas que hacen empresa
y contratan trabajadores, sino que también lo ha hecho su educación. En 1977,
casi un 72 por ciento de los empresarios carecían de formación académica o bien
únicamente habían cursado estudios primarios. Además, no llegaban al seis por
ciento los que habían accedido a la universidad. Tres décadas más tarde el
porcentaje de los situados en el nivel educativo inferior no llegaban al 19 por
ciento, mientras que los titulados universitarios ascendían al 14 por ciento y
los que habían realizado estudios secundarios o postsecundarios sumaban los dos
tercios restantes. Si esta acumulación de capital humano entre los empresarios
se mide según el promedio de años de estudio cursados por ellos, se constata un
aumento desde seis años en el final del decenio de los setenta hasta diez años y
medio treinta años después. Sin embargo, debe puntualizarse que, como señalan
los investigadores del IVIE, esta «mejora educativa acumulada por los
empresarios con asalariados… ha sido muy importante, aunque insuficiente para
alcanzar la dotación de capital humano del trabajador promedio en
España».
Esta
mejora de la cualificación educativa de los empresarios ha sido más destacada
entre los que orientan su actividad hacia los sectores industriales o de
servicios intensivos en tecnología o en conocimientos
Y, por otra parte, esta mejora
de la cualificación educativa de los empresarios ha sido más destacada entre los
que orientan su actividad hacia los sectores industriales o de servicios
intensivos en tecnología o en conocimientos, de una manera especial a aquellos
que se vinculan con las tecnologías de la información bien porque elaboran sus
soportes materiales u operativos, bien porque las emplean con una especial
intensidad. Es esos sectores, la acumulación de capital humano de los
empresarios es entre un treinta y un cincuenta por ciento superior al promedio,
lo que denota una amplia capacidad de adaptación de éstos a las exigencias
técnicas y de gestión de aquellos.
Esta evolución del empresariado en
España parece que nos ha ido alejando de la vieja situación de nuestra economía
a la que antes he aludido y que, en consecuencia, es posible que los empresarios
hayan empezado a dejar de ser un factor escaso. Si esto fuera así, no sería
descartable que, con la salida de la crisis
económica actual, se pudiera desplegar toda la capacidad
potencial que ello encierra para volver a dar un salto en el desarrollo y
converger definitivamente con el nivel de prosperidad de los países europeos más
avanzados. Pero para lograrlo no basta con la existencia de personas dispuestas
a embarcarse en la aventura empresarial, pues también es necesario que las
instituciones del país coadyuven en el empeño. Por tal motivo, conviene volver a
recordar que España continúa siendo uno de los países europeos peor situados en
este terreno, como se comprueba, una vez más, en la última
edición del Doing Business que elaboran la Corporación
Financiera Internacional y el Banco Mundial. De este modo, el puesto 49 que se
nos asigna en el ranking de 183 países que contemplan esos organismos con
respecto a la facilidad para hacer negocios, sólo está por delante de Bulgaria
(con el puesto 51), Rumania (56), República Checa (63), Polonia (70), Italia
(80) y Grecia (109). De ahí que las reformas en el mercado de
trabajo, el sistema financiero, la defensa de la
competencia, las Administraciones Públicas, la unidad del mercado
interior nacional, los servicios
educativo y judicial,
el sector
energético, el sistema de innovación y tantas
otras que los economistas
hemos reclamado —como, por ejemplo, ha quedado expresado
el libro Lo
que hay que hacer con urgencia, coordinado por el
profesor
Velarde— constituyan una tarea
ineludible y urgente si no se quiere dejar pasar la
oportunidad que, con la recuperación de la senda del crecimiento en la economía
mundial, se está abriendo para la economía
española.