Josep Valls era el abuelo de
Joan Martí i Valls (Barcelona,
1948), cineasta y guionista con tantos años de trayectoria como crucifijos
reparte el Vaticano. Joan Martí publica
Història de la companyia
okupa (Ediciones
Carena, 2011), la rebelión
de los jubilados del mundo del espectáculo, que deciden poner fin a su situación
marginal. “Sólo un porcentaje pequeñísimo de guiones se llega a rodar, por lo
tanto hay una cantidad descomunal de material narrativo que se pierde. Yo he
decidido convertir en novela ese uno de cada muchos.”
El guionista Joan
Martí es un niño que se ha hecho mayor pero que todavía mastica chicles, da la
matraca y se zambulle en una película como los traficantes de coral practican el
buceo en los arrecifes de los atolones de Tuvalu. Por las tardes, Joan salía del
colegio y se colaba (con permiso de
l’avi) en el Cine Bosque. Aprendió a
fumar como lo hacía
Humphrey Bogart en
Más dura será la caída
(
Mark Robson, 1956) y aprendió a tratar a las damas como lo hacía
Raf
Vallone en
La violetera (
Luis César Amadori, 1958). Con
delicadeza.
Joan empezó a estudiar arquitectura técnica en la
Universidad de Barcelona, pero claramente su “persistencia retiniana” estaba
enfocada a seguir los haces de luz sobre los fotogramas, en los viejos
proyectores de 35 mm. Quería hacer cine. “Yo era una rata de filmoteca, casi
cada día iba al cine. Mi vida cambió cuando leí
El proceso, de
Kafka, y poco después vi la película de
Orson Welles, con música
de
Albinoni. Salí del cine y me dije que yo tenía que dedicarme a eso.
Tenía 19 años”, se abstrae Joan, con dos ojos como dos acequias, zanjas que
conducen las imágenes al plató de su cabeza. “Le dije a mi padre que dejaba la
carrera. Me dijo que estaba loco, pero yo estaba decidido y lo conseguí.”
Su primera novela,
Història de la companyia okupa, le debe algo a
El proceso: “Aquest país fa pudor. La pudor de l’enveja, de la
vulgaritat i dels buròcrates fastigosos”. En 1970, una pequeña
productora de documentales le contrató y le glorificó en el mundillo, como
Jesucristo inició la ascensión, desde el Lavatorio hasta el Eclipse de
Crucifixión. De alguna manera, nunca dejó la arquitectura, porque pasó por todas
las fases de la construcción de los filmes: “He hecho de guionista, que sería
como el arquitecto de la película, a quien le corresponde el 50% de los derechos
de autor. Cuando cumplí 50 años mi vocación lectora y mi vocación
cinematográfica se juntaron. También he hecho de director de producción, que
sería algo así como el contratista, encargado de los aspectos técnicos y
organizativos de la obra. Y he hecho de realizador, que sería el artesano”.
En este oficio, Joan Martí ha trabajado con
Jesús Garay, Francesc
Betriu, Llorenç Soler, Pere Portabella, Joquim Jordà, Antoni Martí y muchos
otros realizadores. Ha realizado documentales, ficción, guiones para televisión,
ha sido operador, montador y productor. Y le ha dedicado un libro a su abuelo:
Josep Valls, fabricant d’il·lusions. Inédito hasta
ahora.