Aunque ahora mismo no lo tenga usted claro, le digo que la
electricidad y el sexo están ligados por nudos
más fuertes que cualquier enlace atómico. En la página 106 un tal Rousell en el siglo
XIX considera que “la electricidad es
verdaderamente maravillosa especialmente en los órganos genitales. Desaparece la
impotencia, vuelven la fuerza y el deseo
de la juventud, y el hombre envejecido prematuramente tanto por excesos como por
privaciones, con la ayuda de la estimulación eléctrica puede volverse quince
años más joven”. Y si se invertía la polaridad (es de suponer que utilizaba
corriente continua suministrada por una batería) se curaba la ninfomanía.
Tampoco quizá tenga muy claro que la vida sexual sana y la
dicha conyugal van de la mano, pero si se lo dice Freud en la página 64, eso ya son palabras
mayores: “No creo que exagere cuando
afirmo que la gran mayoría de las neurosis de las mujeres tienen su origen en la
cama matrimonial”.
Y en la propiedad conmutativa, pues eso, que la
electricidad es a la dicha conyugal lo que la sexualidad. O sea, un vibrador.
Que el vibrador (que pierde su carácter médico y adquiere el de utillaje sexual
o juguete erótico) se ha demostrado herramienta más eficaz que el dedo con el
que en 1653 Alemanarius Petrus Forestus recomienda “masajear los genitales
con un dedo dentro, empleando aceite de azucenas, raíz de almizcle, azafrán o
parecido. De este modo puede excitarse a la mujer afligida hasta el
paroxismo”.
La sexualidad social
es cómoda solo para una parte. A la otra además la penaliza a lo largo de la
historia. ¿Ejemplos de cómo? La masturbación algo execrable, la mujer que no
alcanza un orgasmo a través de la penetración es patológica y por tanto debe ser
tratada… Y llegamos a la medicalización
En la raíz de la necesidad del dedo, de las diversas
tecnologías de duchas hidráulicas zonales, y finalmente del vibrador, se
encuentra la histeria. La histeria, menos conocida como praefocatio matricis,
ahogo de la matriz o, por su traducción literal, “enfermedad del útero”. Página
26: “Cuando el sexo marital era insatisfactorio, y la masturbación
desaconsejada o prohibida, la sexualidad femenina, sugiero, se declaraba a
través de una de las pocas salidas aceptables: los síntomas de trastornos
histeroneurasténicos”.
De la histeria, ergo de la falta de orgasmos, tiene la culpa
el hombre. Bueno, el modelo androcéntrico de sexualidad forjado por la idea de
que el sexo normal empieza y termina en la penetración. Parece que el citado
paradigma de sexualidad no es muy productivo en términos de disfrute femenino. Y
eso a pesar de la friolera que cita el nº 10 de Eureka (suplemento del periódico
El Mundo) el domingo 25 de abril de 2010: según la Organización Mundial
de la Salud (que no tiene motivos para mentir) en el mundo (el físico, no el del
periódico) ocurren al día 100 millones de coitos. Cien millones de polvos con
los que muchos millones de mujeres, a pesar del “¡Ay, dios mío!”, no terminan en
el séptimo cielo ni en el Nirvana.
No se haga el sueco. ¿Androcéntrico?
pues eso, de Andros, un griego, un tío que, como todos nosotros, tiene el
cerebro puesto en que la cosa acabe en lo que vulgarmente se conoce como
“meterla en caliente” o “mojar el churro”, y eso por oposición al modelo
anatómico de una hembra, que necesita más excitación “externa”. Si quiere
indicadores del modelo de diferencial sexual los puede encontrar por ejemplo en
el manual de Hornstein, Faller y Streng que citaba al principio. Si la memoria
no me falla ahí venía una explicación gráfica. Mejor, dos explicaciones
gráficas. Una delgada en la línea del tiempo, con una pendiente de subida y
bajada vertiginosa, un ocho mil picudo que mostraba el inicio, el desarrollo y
el desenlace del deseo sexual, excitación y placer del hombre. Y una meseta, un
suave Monte de Venus que se dilata en el tiempo con una lenta pendiente de
subida y un flanco de bajada también relajado para la mujer. X e Y, tú a Boston
y yo a California.
Y llegamos a la
medicalización. Un problema de dedicación, de mero juego erótico, llama a la
consulta del médico, quien, desde la antigüedad, lo trata manualmente, pero que
ya en el XIX se auxilia de gadgets mecánicos primero, y eléctricos
después
Pero vamos, que la cosa no es de ahora. Me acabo de enterar
de lo del papiro erótico de Turín. Resulta que en el museo egipcio de esa ciudad
custodian un papiro (dicen que por su antigüedad es una de las primeras muestras
de pornografía) en donde unos egipcios con falos descomunales mantienen
relaciones con mujeres en posturas inusuales. Doce escenas, que parece que es el
número mágico de los egipcios. Los sesudos egiptólogos dicen que son
prostitutas, pero que en ese tiempo no había dinero y que por tanto recibirían
alimentos y otras prendas como pago. Pero adonde yo apunto es a que en una de
las escenas hay una
egipcia sentada en el pico de un ánfora invertida de tal
forma que el pico la está penetrando. Cerca de la mujer aparece un texto que así
en traducción libre más o menos viene a decir “Como no me das lo que necesito mira lo que
tengo que hacer”. Ya no sé si el otro la mira con cara de tonto o no. Y no
es por hacer sangre de Egipto, pero en El Cairo la sexóloga conocida como
“Madame sexo”, reprende desde su programa televisivo a los cada vez más
conservadores hombres egipcios. Alumnos poco aventajados, a ellos también los
preliminares les parecen un engorro.
Volviendo al libro, tiene de bueno que aún con el runrún del
modelo androcéntrico como leitmotiv de la insatisfacción femenina, no mete el
dedo en el ojo, no hace sentir al lector macho que él tiene la culpa de siglos
de insatisfacción orgásmica, ni de la desaparición del atún rojo de nuestros
mares. Se limita a exponer a la vista del ciudadano fálico los datos de la
insatisfacción femenina, y cómo la tecnología y la clase médica se han
aprovechado, y por qué el modelo de sexualidad debería reconsiderarse. Sin
histerias, sin desmelenarse. La sexualidad social es cómoda solo para una parte.
A la otra además la penaliza a lo largo de la historia. ¿Ejemplos de cómo? La
masturbación algo execrable, la mujer que no alcanza un orgasmo a través de la
penetración es patológica y por tanto debe ser tratada… Y llegamos a la
medicalización. Un problema de dedicación, de mero juego erótico, llama a la
consulta del médico, quien, desde la antigüedad, lo trata manualmente, pero que
ya en el XIX se auxilia de gadgets mecánicos primero, y eléctricos después.
Mecanización / electrificación que persigue aumentar la productividad y por
tanto la rentabilidad.
Rachel P. Maines ha invertido quince años de
trabajo en esta obra (aquí se puede
leer un fragmento de la misma). Buena muestra de ello
son las ilustraciones, esquemas, dibujos y fotografías que se reparten por el
libro, que muestran varios de los mecanismos incluidos en el trabajo y ayudan a
imaginar el resto. Y si el descomunal índice de referencias bibliográficas le
parece tan divertido como leerse la guía telefónica, váyase al prólogo, donde se
narran las curiosísimas anécdotas que han rodeado la elaboración de este libro
poco común.
Ya decía yo que electricidad, sexualidad, y dicha conyugal
siempre estuvieron unidas. Una mujer sexualmente satisfecha es el secreto de la
armonía hogareña, de la dicha conyugal. Aunque si hay alguien convencido de que
el fin no justifica los medios, esas son algunas feministas, quienes enseñan las
uñas al invento. Página 132: “¿Se ha convertido el vibrador, otrora
considerado un aparato terapéutico, en una especie de microondas de dormitorio,
una manera rápida y eficiente de conseguir placer sexual ¿el orgasmo más
eficiente es el mejor?”.
Señores, no dejen este libro sobre la mesita de noche.
Señoras, juzguen ustedes mismas. ¿Es la mediación eléctrica el enemigo o el
aliado del hombre? Más o menos por la última parte del libro: “Carol Tabriz y Carole Wade señalaron en 1984
que durante la masturbación, especialmente con un vibrador eléctrico, algunas
mujeres pueden tener hasta 50 orgasmos
consecutivos”.