Ya he señalado en un
artículo
anterior que, en mi opinión, la tregua de ETA no cabe interpretarla
como una manifestación de su final, sino más bien como un repliegue estratégico
cuyo alcance temporal puede ser más o menos dilatado dependiendo de la
intensidad de los factores que acentúan la
debilidad de
esta organización terrorista. Sin embargo, ello no impide
que podamos adentrarnos en la prospectiva de los
efectos
económicos que podrían derivarse de la definitiva
desaparición de la violencia política en el País Vasco.
Para ello, el
punto de partida ha de ser la consideración de
los
daños inmediatos que el terrorismo ha ocasionado sobre la
economía vasca. Señalemos a este respecto que, como se puede ver con más detalle
en
los informes que publica la Cátedra de Economía del Terrorismo de la
Universidad Complutense, durante el último quinquenio (2006-2010) las
destrucciones ocasionadas por ETA en el País Vasco ascienden a un total de 40,5
millones de euros, lo que supone un promedio anual de 5,1 millones. Por otra
parte, por medio de la extorsión a los empresarios, la organización terrorista
ha podido obtener, en igual período, en torno a 19,6 millones de euros, 3,9
millones en promedio anual. Estas cifras son más bien pequeñas y, en su
conjunto, apenas superan el 0,01 por 100 del PIB regional vasco.
Por
tanto, pudiera parecer que el terrorismo, al menos en los años recientes, ha
sido poco relevante para la economía vasca. No es así. El clima de incertidumbre
que generan las
campañas
terroristas, incluso cuando se plasman en acciones callejeras y
sabotajes a instalaciones empresariales o infraestructuras públicas, hace que
las expectativas empresariales se vean rebajadas y que, como consecuencia, la
inversión privada sea inferior a la que marcaría su nivel potencial si el
terrorismo no existiera. Y ello hace que el conjunto de la economía crezca menos
de lo que debiera.
Desde que ETA empezó a asolar la
tierra vasca, la creación de empleo ha sido insuficiente para proporcionar
trabajo a todos los adultos que entraban en la edad activa. Por tal motivo, la
emigración ha sido una constante para muchos jóvenes vascos que buscaban una
colocación
En mi libro
ETA,
S.A. muestro que, en el promedio de los tres
quinquenios más recientes, la economía vasca ha perdido alrededor de una quinta
parte del PIB que pudiera haber obtenido si no hubiese estado sometida al clima
de violencia impuesto por ETA. Es cierto que el punto álgido de esa pérdida se
produjo en 1995 y que, desde entonces, a medida que la intensidad de las
actividades terroristas ha ido disminuyendo, también lo ha hecho el diferencial
de crecimiento al que estoy aludiendo. Por tal motivo cabría esperar que, en el
caso de que el terrorismo desapareciera totalmente, el País Vasco experimentara
un impulso adicional que le podría hacer recuperar el terreno perdido.
Sin embargo, cabe puntualizar que esa recuperación no será ni inmediata
ni instantánea, de manera que, seguramente, podría demorarse durante un buen
número de años. Ello será así porque, como ya ha ocurrido en otros procesos de
abandono del terrorismo, debido a la disidencia interna que éste provoca en las
organizaciones armadas, la violencia no desaparecerá del todo hasta pasados
varios años y, por tanto, cabe esperar que el restablecimiento de la confianza
empresarial sea lento. Además hay que tener en cuenta que este tipo de procesos
tiene un carácter acumulativo y que discurren paralelamente a las
transformaciones que experimentan las economías del entorno regional.
Para hacernos una idea de los plazos de los que estamos hablando he
realizado un sencillo ejercicio en el que se estima cuántos años tardaría la
economía vasca en converger hacia su PIB potencial si éste creciera a una tasa
del dos por ciento anual, en tanto que el PIB real lo hiciera al 3,12 por 100; o
sea, 1,12 puntos porcentuales por encima de aquella. La elección de este
diferencial de crecimiento no es arbitraria, pues coincide con el que se puede
estimar, esta vez con signo negativo, para la economía vasca durante el período
1976-1995, en el que fue más dañada por el terrorismo. Dicho de otra manera, el
supuesto implícito en este cálculo es que el País Vasco puede recuperar, de
manera inmediata, una capacidad de crecimiento equivalente a la que perdió
durante los llamados años del plomo.
Los resultados que he obtenido
señalan un plazo de de 16 años para la completa recuperación de los daños
ocasionados por el terrorismo. Pero esta estimación es, por los motivos antes
señalados, demasiado optimista, lo que significa que el proceso correspondiente
puede ser aún más duradero. Por ejemplo, si la tasa diferencial entre el
crecimiento real y el potencial fuera un tercio más reducida de la ya indicada,
el horizonte de ese restablecimiento sería de un cuarto de siglo.
De lo que no cabe la menor duda es
de que la desaparición de ETA constituye una oportunidad para devolver al País
Vasco a la senda de una prosperidad que se había perdido desde hace muchos años,
aunque, para muchos, este hecho haya quedado oculto tras una cifras de riqueza
relativa superiores al promedio de
España
Ahora bien, que el proceso de la
superación completa de las consecuencias que ha tenido el terrorismo vaya a ser
muy dilatado, no significa que, en poco tiempo, no puedan empezar a visualizarse
las nuevas condiciones para el desarrollo de la economía de la región. La
variable crucial a este respecto es el empleo. Desde que ETA empezó a asolar la
tierra vasca, la creación de empleo ha sido insuficiente para proporcionar
trabajo a todos los adultos que entraban en la edad activa. Por tal motivo, la
emigración ha sido una constante para muchos jóvenes vascos que buscaban una
colocación, hasta el punto de que, durante las tres últimas décadas, el saldo
migratorio interior ha sido constantemente negativo y muy cuantioso, habiendo
pasado, en promedio, de unas 7.300 personas en los años ochenta a 5.300 en los
noventa y a 4.800 en el primer decenio de nuestro siglo. Este hecho, insólito
para una economía desarrollada, es la causa por la que las cifras del mercado de
trabajo en el País Vasco anotan siempre reducidas tasas de paro, pues una gran
parte de los trabajadores que no encuentran ocupación se marchan.
Pero
si se acaba el terrorismo y la economía se encauza hacia su crecimiento
potencial, entonces la creación de puestos de trabajo abrirá nuevas
oportunidades para los que hasta ahora no las han tenido. Es posible cuantificar
este aspecto teniendo en cuenta la relación que vincula al empleo con el PIB. Si
éste último creciera al nivel máximo que antes se ha indicado, en una década
habría 279.000 ocupados adicionales a los actuales; y si la tasa de variación
del PIB fuera más moderada —en la cuantía ya señalada— los nuevos empleos serían
240.000. Y en un horizonte de veinte años, las cifras alcanzarían los 687.000
ocupados, en el primer caso, y 583.000 en el segundo. En otras palabras, el
final del terrorismo lleva implícito el mensaje de que pueden crearse entre
24.000 y 28.000 puestos de trabajo al año durante la primera década posterior a
su desaparición; y entre 34.000 y 40.000 anuales a lo largo del segundo decenio
sin violencia política.
Lógicamente, estas proyecciones lineales estarán
sujetas a los vaivenes del ciclo económico, por lo que sólo tienen un valor
orientativo. Pero de lo que no cabe la menor duda es de que la desaparición de
ETA constituye una oportunidad para devolver al País Vasco a la senda de una
prosperidad que se había perdido desde hace muchos años, aunque, para muchos,
este hecho haya quedado oculto tras una cifras de riqueza relativa superiores al
promedio de España. Pues no se puede negar que si la región exhibió un PIB
per capita mayor que la media nacional, ello fue en buena medida el
resultado de la pérdida de población que tuvo lugar entre los años 1984 y 2000,
y del menor crecimiento de ésta en el decenio más reciente.
Conviene que
nos detengamos en esta última variable. El País Vasco alcanzó su máximo
poblacional en el año 1984 con 2.153.000 habitantes. Desde entonces, las cifras
mostraron un continuo descenso hasta el comienzo del siglo actual, con 2.070.000
individuos. Y en la última década se ha crecido un poco hasta llegar a 2.139.000
personas, sin que se haya alcanzado la cota de hace un cuarto de siglo.
Mi intención ha sido simplemente
señalar que la desaparición del terrorismo lleva consigo una promesa de
paulatina prosperidad para los vascos y para los demás españoles que podrán
encontrar en el País Vasco un lugar de acogida y de
empleo
El Instituto Nacional de Estadística,
en su
Proyección de la Población de
España a corto plazo, en la que toma en consideración las
tendencias más recientes que se observan en las variables demográficas —es
decir, la natalidad, la mortalidad y los saldos migratorios interior y
exterior—, ha previsto que el País Vasco vuelva a perder efectivos durante los
próximos diez años, de manera que su población se quedará, en 2020, en 2.096.000
habitantes. Es esta proyección la que puede verse alterada si el terrorismo
queda definitivamente superado, pues si el empleo crece como antes se ha
indicado, la región, necesariamente, volverá a ser una tierra de inmigración.
Ello es así porque no caben esperar cambios en las pautas de fecundidad y, por
tanto, seguirá existiendo un déficit de nacimientos, de modo que los nuevos
empleos tendrán que ser ocupados, al menos parcialmente, desde el exterior de la
región.
¿Hasta dónde llegará la población en el País Vasco con el final
del terrorismo? Si la actual relación entre el número de personas ocupadas y la
población total se mantuviera constante, de acuerdo con las cifras de nuevos
empleos que antes he expuesto, en el horizonte de una década la región puede
llegar a tener entre 2,58 y 2,65 millones de habitantes; y en dos décadas
llegará a una cifra de entre 3,22 y 3,41 millones.
El lector no debe ver
en estas proyecciones un afán predictivo exacto, pues los procesos sociales y
económicos están sujetos a cambios fortuitos que, aunque muchas veces son
pequeños, generan importantes efectos acumulativos. Mi intención ha sido
simplemente señalar que la desaparición del terrorismo lleva consigo una promesa
de paulatina prosperidad para los vascos y para los demás españoles que podrán
encontrar en el País Vasco un lugar de acogida y de empleo. Es verdad que, con
ello, como ya ocurrió en el pasado, habrá cada vez menos nacionalismo y más
pluralismo entre los residentes en la región. Tal vez a algunos no les guste
esto, pero debieran pensar que, parafraseando el
Ulises de James Joyce,
ya ha llegado el momento de que «la historia deje de ser la pesadilla de la que
tratamos de despertar».