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Santiago Sabaté: <i>Llorar con tus ojos</i> (Ediciones Carena, 2010)

Santiago Sabaté: Llorar con tus ojos (Ediciones Carena, 2010)

    AUTOR
Santiago Sabaté

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Barcelona (España), 1941

    CURRICULUM
Es Ingeniero Técnico e Ingeniero Industrial. Empezó a escribir Starpath, su primera novela de aventuras, a mitad de los noventa, mientras ejercía de director comercial de una multinacional suiza de robótica. Transcurridos unos años, edita, por medio de la Fundación Aqua Maris, su colección Minirelatos Ejemplares, relatos cortos en formato pequeño, como Eterno, el Rey del Paraíso; Un profundo abismo; Amor en Jerusalén y El poder del mal



Santiago Sabaté (foto de Jesús Martínez)

Santiago Sabaté (foto de Jesús Martínez)


Opinión/Entrevista
Entrevista a Santiago Sabaté, autor de Llorar con tus ojos
Por Jesús Martínez, martes, 4 de enero de 2011
Poesía y mecánica

Llorar con tus ojos es un torrente de imágenes que brota del venero de la poesía, aquello a lo que se refería Miguel Hernández en Vientos del pueblo sobre el manantial de las guitarras acogidas. Santiago Sabaté (Barcelona, 1941), apasionado poeta del alma, es un frustrado ingeniero aeronáutico cuyas ansias de volar las encauza hacia los pájaros multicolores de la arquitectura de Dante y Shakespeare y Spender. Ya lo manifestó Francisco Umbral en Mortal y Rosa: “Me es ya muy difícil leer sin estar viendo constantemente al obrero que pone ladrillos estilísticos ante mí”. Santiago es un aparejador de la palabra: “Estudié con los jesuitas, y luego ingeniería en la Escola Industrial de Barcelona. Lo desmontaba todo, incluso mi moto. Siempre me ha gustado la mecánica. Poesía y mecánica”.
Así, en el 2001, se puso el traje de faena y se ensució de grasa los dedos, para armar el motor de su primera novela, Llorar con tus ojos (Ediciones Carena, 2010), la historia de una mujer que pierde a su única hija en un accidente de automóvil; su marido conducía demasiado deprisa. El matrimonio se rompe. Y completamente desgraciada, encuentra a una persona que está tan sola como ella… Con Llorar con tus ojos, el autor quiere aliviar el dolor de las desdichas como sólo lo saben hacer las ninfas y las Pilis: “Soy creyente, y pienso que hay mucha gente infeliz en este mundo. Me gustaría que la gente fuera más feliz. Hoy somos tan esclavos o más que hace 2.000 años”, deduce Santiago Sabaté, que sufre las consecuencias de la crisis económica (despidos, embargos, rescisiones). Esto lo escribió en el bus: “En el vasto imperio romano, la esclavitud era la condición mayoritaria de la población, y lo es aún, aunque el derecho al voto y el trabajo con o sin contrato intenten encubrirla sin éxito. Y sigue en pie con los impuestos que nos comen la vida, con las hipotecas casi feudales, con el sinvivir de la precariedad laboral y con el pánico al paro, que fuerza a la juventud y a muchísima gente a aceptar todo género de opresiones mientras los gobiernos gastan millones en ostentaciones, en corruptelas y en sofisticado armamento”.

Santiago Sabaté se ensució el mono y empezó a montar el motor de esta fábula que acaba bien, como los buenos cuentos. Así, primero de todo, colocó las anáforas con el cambio y el diferencial sobre el elevador de los encabalgamientos, revestidos de la liturgia de los fonemas (“Me acuesto con el dulcísimo sabor de haber pasado una velada mágica e inolvidable”). Desde abajo, Santiago elevó las figuras retóricas (hipérbatos, hipérboles, tropos) en el recinto de las sílabas (“La luna, tan roja como sabe ponerse el sol cuando está en el ocaso, se levanta majestuosa del horizonte donde se funden mar y cielo”).

Enroscó las leyes de la ortografía —suprimiendo los ripios y las erres de más— al bastidor de los morfemas gramaticales (“Recorridos unos quinientos metros, Silvan nos bisbisea que guardemos silencio”).

Enroscó la supresión trasera de la infraestructura de las voces, y colocó los tornillos en la masa de seguridad de sus campos semánticos, y después los afianzó con la llave de apriete. Retiró el elevador de las combinaciones de vocablos y enrolló la cinta de los campos al cambio.

Conectó el enchufe de las oraciones indeterminadas para el sensor de los significados (rojo), el regulador de las tramas varias (negro) y el conmutador de grupos preposicionales (“No sabemos ni el cuándo ni el cómo; desconocemos asimismo la potencia del artefacto que producirá el estallido”). Ensambló el varillaje de los personajes. Arregló los tubos flexibles de refrigeración del narrador y la calefacción suelta de la protagonista (Mara Torres).

Montó en la obra los semiejes de espacio y tiempo. Quitó los tapones de cierre, colocó el destornillador del desenlace en el borde adecuado. Con un Pilot, a golpe de acción, introdujo en la caja el interés narrativo y reguló las articulaciones-guía a la mangueta de las descripciones (“Me agrada su construcción en forma de obelisco y su ingrávida aguja triangular que atraviesa verticalmente el edificio desde abajo hasta lo más alto”).

Tensó las correas y apretó la tuerca almenada en los diálogos, y los aseguró con la pinza del capítulo 5:

—¿Sí? –digo, dando entrada a la llamada.

—Soy Farah Amengat llamando desde Jerusalén. ¿Es usted la señora Torres?

Montó la cámara de prevolumen y los soportes delanteros, y puso la primera frase de Llorar con tus ojos al ralentí: “Soy Mara Torres y elegí mal al que tenía que ser mi marido”.

Y el libro echó a andar.
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