Cuando en el completísimo y riguroso estudio crítico de
El pozo de Yocci
y otros relatos me encontré con que Juana Manuela Gorriti fue una autora
argentina romántica (del Romanticismo con mayúscula, literario, no de pista de
baile ni jukebox) me vino a la mente aquella lectura romántica mía en una era
geológica pasada. Pero es bueno ser un ignorante. Porque luego te alegras por
dejar de serlo. En resumidas cuentas: que en cuanto pueda sacar el libro del
altillo de mi cochera, le debo una lectura a Bécquer.
En la vida ya
sabemos que nadie escarmienta en cabeza ajena. En la lectura, si acaso tengo por
ahí algún alma gemela, decirle, recomendarle amigablemente o mediante
declaración jurada, que este libro perfectamente anotado hasta el último detalle
(de hecho no hay ni que molestarse en buscar en el diccionario porque muchos
vocablos incluso conocidos vienen definidos a pie de página), lo disfrute y no
tema a los excesivos perifollos del lenguaje romántico, porque si tenemos en
cuenta el tiempo transcurrido es natural que resulte ñoño y arcaizante. Que se
deje deslumbrar por el preciosismo, por el perfecto pulimento de unas frases
grandilocuentes que ciegan por su brillo, pero harto preferibles al
minimalismo-simplismo de parte de la literatura industrial que inunda de papel
el mercado. Y que goce la calidad de esta nada irrisoria cantidad de relatos
breves, novelas cortas, testimonios históricos bordados en el bastidor de la
literatura, cuentos antropológicos, folletines románticos, que tienen tres
valores añadidos.
Uno, el estar escritos por una mujer nacida en 1812.
En el estudio crítico se señala que la irrupción de las mujeres en las letras
argentinas es uno de los síntomas determinantes de la modernidad. Literatura
moderna es “El ángel caído”. Ausencia de cualquier adorno innecesario, acción
casi trepidante, perfecto engranamiento sicológico de los personajes, sabia
administración de la información, cierta pulsión erótica al final cuando el
criminal confiesa algunas de sus obras… Moderno es “Quien escucha su mal oye.
Confidencia de una confidencia”, donde el relato de una confesión deja en ascuas
al protagonista, a quien inocula el veneno de la curiosidad, pero es que también
se lo administra al lector, que al igual que el escuchante se queda sin el final
de la historia.
Gorriti se nos muestra como una
escritora camaleónica, no dispuesta a permanecer por muchas páginas en un mismo
registro
Dos, la variedad temática: desde la
recreación propia de prensa amarilla o rosa de los bailes de gala, del lujerío,
de los amores imposibles entre hombres y mujeres que pertenecen a bandos
políticos diferentes, o que incluso finalmente resultan ser hermanos (“El pozo
de Yocci”), hasta la crítica a la injusticia social que se ceba en el indio y
que se reparte por muchos relatos, pero que es el eje central en “Si haces mal
no esperes bien”, donde Gorriti al principio ataca también el fariseísmo de
muchos falsos progresistas. Otros relatos se ocupan de ajustar cuentas con la
historia. Una historia en la que primero se lucha contra el español que quiere
perpetuar su presencia en el territorio americano (en “El postrer mandato”, con
grandiosidad de superproducción de Hollywood, tenemos la ignominiosa muerte de
Atahualpa a manos de los españoles). Y en la que luego el propio pueblo
americano tiñe el mapa de sangre a base de guerras civiles y territoriales,
vertiente desde luego desconocida o bastante poco dada a conocer por la
historiografía de estos lares nuestros.
En “Perfiles divinos”, que
envuelve un cruel acontecimiento histórico como es el fusilamiento de una joven
y de un cura por mantener relaciones, se adivina la aversión de la autora por
aquel hecho terrible. En “El chifle del indio” deberíamos apuntar que es un
compendio del alma humana. Mediante la figura del cuento antropológico que
citábamos, se da cuenta de la situación del campesinado indio, de la codicia
incurable del blanco por el oro, de la enfermedad social de ciertos segmentos de
la jet-set (limeña en este caso), que vive entregada a la disipación… Gorriti se
nos muestra así como una escritora camaleónica, no dispuesta a permanecer por
muchas páginas en un mismo registro.
Tres, a pesar de la distancia
geográfica es una obra que no se vio afectada por Pangea y que uno adivina muy
conectada con la literatura de ese tiempo y de otros lugares. “El emparedado”
nos recuerda al Poe de “El gato negro”, así como la lucha que entre razón y
superstición se da en “Yerbas y alfileres”, o el registro fantástico de “Una
visita infernal”, en el que se supone que el diablo yació con la hermana de la
narradora (que por supuesto se desmayó). Un ligero aroma a su coetáneo Poe, ya
digo. Pero allí donde el borrachuzo remacha, casi apunta con el dedo en sus
relatos “mire usted aquí, donde le señalo” y atosiga al lector con su
insistencia, en Gorriti hay una mayor naturalidad, una ausencia total de ese
rumrum que persigue fijar en el lector la idea que el escritor quiere
transmitir. Ella no precisa de la sobreactuación escritoria.
Gran logro
el de rescatar a una autora a la que a pesar de su talla han sepultado los años,
y que por ello me atrevería a señalar como desconocida por esa masa en la que me
incluyo, la de los lectores poco informados. De todas formas los mejor
informados, los que han leído todos los libros de los dos popes de siempre, ya
pueden ir haciéndole un hueco en sus estanterías y entre esas dos columnas de
Hércules que según ellos sostienen la literatura argentina. Que yo por mi parte
prometo leerme a Bécquer.