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Santiago Eximeno: <i>Bebés jugando con cuchillos</i> (Grupo AJEC, 2008)

Santiago Eximeno: Bebés jugando con cuchillos (Grupo AJEC, 2008)

    TÍTULO
Bebés jugando con cuchillos

    AUTOR
Santiago Eximeno

    EDITORIAL
Grupo AJEC

    OTROS DATOS
Granada, 2008. 202 páginas. 9,90 €




Reseñas de libros/Ficción
Santiago Eximeno: Bebés jugando con cuchillos (Editorial Grupo AJEC, 2008)
Por José Cruz Cabrerizo, jueves, 1 de abril de 2010
Gusto y conveniencia: La tía de mi amigo Pepito (no es un amigo ficticio), hacía dieta y no adelgazaba. Y es que según descubrieron al tiempo, la buena mujer se tomaba el Biomanán, sí, pero después de meterse entre pecho y espalda el correspondiente plato de cocido o alubias. El sustitutivo alimenticio hacía las veces de postre y ella venga a quejarse de que aquello no servía sus propósitos. Es evidente que le gustaba el Biomanán, pero en esas condiciones no debía tomarlo. Gusto y conveniencia estaban reñidos.
A mí con este libro de relatos me pasó algo parecido, al principio no acababa de convencerme, de llenar mis aspiraciones, y por eso me preguntaba si era o no conveniente la forma en que el autor lo pilotaba, si había transmitido su mensaje por los códigos normalizados. Y esto (mi duda), hasta que descubrí (como los familiares de Pepito sorprendieron el fallo garrafal de su tía), que existían relatos quizá con dos propósitos:
  • Propósito primero: narrar visualmente = la palabra al servicio de la imagen, una servidumbre visual.
  • Propósito segundo: narrar mediante la palabra = la palabra al servicio de la palabra, o contar una historia literaria pura y dura.
Cuando agarramos un libro casi siempre nos olvidamos del autor. Si Ángel Zapata en su obra La práctica del relato. Manual de estilo literario para narradores dice que el escritor debe saber hasta si a su protagonista le gusta la nata de la leche, lo mismo cabría decir del lector respecto del escritor. Y es que no hay que olvidar que Santiago Eximeno  ,entre otras cosas, es diseñador de juegos de mesa, guionista, y cinéfilo, y eso necesariamente tiene que supurar en su escritura.

Pues ocurre simplemente que hay un lote de relatos “cinematográficos” donde importa la minuciosidad en la descripción de cada movimiento, de cada acción física del protagonista, lo que puede incomodar al lector no habituado al género

Propósito primero: En “Propiedad Intelectual” así como en “Bebés jugando con cuchillosyo encontraba una administración demasiado roñosa de la información, una posología en exceso corta en relación al interés que despertaban los relatos. ¿Puede esa privación molestar al lector? A mí me molestó, porque no se trataba de la acostumbrada ocultación interesada de datos que luego se hacen aflorar y que cierran la narración, que tienen una función estructural, sino datos del todo inocentes: ¿Por qué hay que esperar tanto en “Días de otoño” para saber que el relato se desarrolla en Lanzarote? ¿Es que este hombre no es muy ducho en esto de la escritura? Pues ocurre simplemente que hay un lote de relatos “cinematográficos” donde importa la minuciosidad en la descripción de cada movimiento, de cada acción física del protagonista, lo que puede incomodar al lector no habituado (p. 41) al género. ¿Gusto o conveniencia? Pues si me apuran, yo diría que en cierta forma esa ralentización conviene al relato, lo ilustra (estoy hablando de “Días de otoño”, donde el protagonista es un anciano); son narraciones donde lo que menos importa es el mundo interior del protagonista. “Lo más dulce” es el relato paradigmático y el exponente más logrado de este grupo primero. También “Todo lo que siempre quiso”. Luego ya empezamos a ver que no es que al escritor le guste esta forma de narrar, si no que es lo que le conviene al relato, lo que se ajusta, y coincidirán conmigo cuando lean “F. A. Q.” donde efectivamente la ausencia de cualquier nexo, de información blanca para relacionar los segmentos de esta pieza, favorece el relato.

Será mejor que el lector que tenga ojo vago no acometa esta lectura que ahora mismo recomiendo. Otra vez a vueltas con “Días de otoño” terminé rascándome la cabeza, pensativo por el final con el que se despacha el relato, que no puedo desvelar. Y luego con “Origami”, pieza en la que ya empieza a aflorar ese Eximeno “convencional” que tan bien retrata no solo los dolores artríticos sino además del alma. Otro final repentino, raro, para el que no nos hemos preparado, y eso me sentó mal, muy mal. ¡Esto no puede ser una cuestión de gusto, de chulería! ¡Para gastar bromas pesadas uno no da esto a la imprenta! Pensé que tenía que haber algo más, que se trataba otra vez de la conveniencia. Y efectivamente llegué a la conclusión (no sé si esto será una pajilla mental) de que estábamos ante modelos de relato que reproducían el cuento antropológico japonés (no sólo por el tufillo nipón de la palabra origami) del tipo que el griego Lafcadio Earn se dedicó a recopilar y a poner en papel en el XIX. Y ya fue que a partir de ahí todo rodó mejor, que entendí que nada en Bebés jugando con cuchillos era porque sí, porque a mí me gusta el Biomanán, sino que todo se supeditaba a la conveniencia de la historia cualquiera que fuera su tipología o molde.

Satisfecho de toda esa compleja teoría sobre un supuesto Feng Sui narrativo que me había montado, ya fue que empecé a disfrutar sin cortapisas de la obra. Quizá porque también coincide con que los relatos pasan mayoritariamente a perseguir el propósito segundo: contar una historia literaria pura y dura.

Punto y aparte merece “Anunciación”. Pura ciencia ficción que brilla en lo literario. Invitación a la paradoja

Si el comprador tuviera que pagar la cantidad de letra que hay en el libro… Y si tuviéramos que hacer una nómina de los géneros que abarcan estos, nada menos que dieciocho relatos… Zombis en la que podría ser la España seudorural en “Huerto de cruces”. Terror cósmico de inspiración “Lovefcraftiana” en un Far West en el que Eximeno, con dos pistolas, no esconde su intención de homenajear al citado Lovecraft y al género western a la vez (“Por un puñado de dólares”). Tensión, ansiedad, malestar, náusea incluso. El vacío, una vida anodina, una inquietante indefinición sobre los difusos límites de la cordura del protagonista en “Fragmento de una flor de pétalos carmesí”.

Punto y aparte merece “Anunciación”. Pura ciencia ficción que brilla en lo literario. Invitación a la paradoja: ¿Hay que adoptar la forma del enemigo para combatirlo? Y entonces, si adopto la forma de mi enemigo ¿no estoy siendo ya mi propio enemigo?

“Cuerdas” es un relato resistente, pasa la prueba del algodón: no nos incomoda la irrupción de un elemento escandalosamente fantástico en un marco realista. La atmósfera perfectamente dibujada de la infancia…

Y por qué no decirlo: dentro de este volumen tampoco falta el artista experimental. “Polaroid” constituye una colección de instantáneas terroríficas unas, surrealistas otras, realistas, terriblemente realistas otras, desasosegantes todas. La número 12 dice:

“Un hombre elegantemente vestido se arrastra por el suelo impulsándose con sus brazos. Sus piernas yacen varios metros atrás, amputadas, inmóviles. El hombre vuelve la cabeza a cada momento, los ojos muy abiertos, temiendo que, en cualquier momento, las piernas corran tras él”.

La adolescente de Volver de Pedro Almodóvar se extraña de que en el pueblo manchego de donde procede su familia la gente tenga comprada su tumba, costumbre por lo demás bastante común entre los ancianos de algunos pueblos de España. Los mismos que deberían leer el no exento de ironía y humor negro “La hora de la verdad”. Imitando a la perfección el lenguaje neutro, los defectos de traducción o norteamericanización del español, y la tipografía de un informe, nos introduce en los aspectos prácticos de un hipotético procedimiento escatológico futuro en el que se incluiría el “encierro controlado” (mi novio es un zombí, que diría Alaska). Y en los más tristes (en el libro no hay concesión alguna al optimismo, otro aspecto que llama la atención), como es el caso de la muerte infantil. Es sorprendente ese ejercicio de distanciamiento, de mimesis con algo parecido a un artículo de Selecciones del Reader’s Digest.

Y si de digestiones se trata, desde luego este libro es lento de metabolizar, pero pesado eso sí que no. Siempre y cuando no se acompañe con un Biomanán después de la comida. Buen provecho.
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