A mí con este libro de relatos me pasó algo parecido, al principio no
acababa de convencerme, de llenar mis aspiraciones, y por eso me preguntaba si
era o no conveniente la forma en que el autor lo pilotaba, si había transmitido
su mensaje por los códigos normalizados. Y esto (mi duda), hasta que descubrí
(como los familiares de Pepito sorprendieron el fallo garrafal de su tía), que
existían relatos quizá con dos propósitos:
- Propósito primero: narrar visualmente = la palabra al servicio de la
imagen, una servidumbre visual.
- Propósito segundo: narrar mediante la palabra = la palabra al servicio de
la palabra, o contar una historia literaria pura y dura.
Cuando
agarramos un libro casi siempre nos olvidamos del autor. Si Ángel Zapata en su
obra
La práctica del relato. Manual de estilo literario para narradores
dice que el escritor debe saber hasta si a su protagonista le gusta la nata de
la leche, lo mismo cabría decir del lector respecto del escritor. Y es que no
hay que olvidar que
Santiago
Eximeno ,entre otras cosas, es diseñador de juegos
de mesa, guionista, y cinéfilo, y eso necesariamente tiene que supurar en su
escritura.
Pues ocurre simplemente que hay un
lote de relatos “cinematográficos” donde importa la minuciosidad en la
descripción de cada movimiento, de cada acción física del protagonista, lo que
puede incomodar al lector no habituado al
género
Propósito primero: En “Propiedad
Intelectual”
así como en “Bebés jugando con cuchillos
” yo
encontraba una administración demasiado roñosa de la información, una posología
en exceso corta en relación al interés que despertaban los relatos. ¿Puede esa
privación molestar al lector? A mí me molestó, porque no se trataba de la
acostumbrada ocultación interesada de datos que luego se hacen aflorar y que
cierran la narración, que tienen una función estructural, sino datos del todo
inocentes: ¿Por qué hay que esperar tanto en “Días de otoño”
para saber
que el relato se desarrolla en Lanzarote? ¿Es que este hombre no es muy ducho en
esto de la escritura? Pues ocurre simplemente que hay un lote de relatos
“cinematográficos” donde importa la minuciosidad en la descripción de cada
movimiento, de cada acción física del protagonista, lo que puede incomodar al
lector no habituado (p. 41) al género. ¿Gusto o conveniencia? Pues si me apuran,
yo diría que en cierta forma esa ralentización conviene al relato, lo ilustra
(estoy hablando de “Días de otoño”, donde el protagonista es un anciano); son
narraciones donde lo que menos importa es el mundo interior del protagonista.
“Lo más dulce”
es el relato paradigmático y el exponente más logrado de
este grupo primero. También “Todo lo que siempre quiso”. Luego ya empezamos a
ver que no es que al escritor le guste esta forma de narrar, si no que es lo que
le conviene al relato, lo que se ajusta, y coincidirán conmigo cuando lean “F.
A. Q.” donde efectivamente la ausencia de cualquier nexo, de información blanca
para relacionar los segmentos de esta pieza, favorece el relato.
Será
mejor que el lector que tenga ojo vago no acometa esta lectura que ahora mismo
recomiendo. Otra vez a vueltas con “Días de otoño”
terminé rascándome la
cabeza, pensativo por el final con el que se despacha el relato, que no puedo
desvelar. Y luego con “Origami”, pieza en la que ya empieza a aflorar ese
Eximeno “convencional” que tan bien retrata no solo los dolores artríticos sino
además del alma. Otro final repentino, raro, para el que no nos hemos preparado,
y eso me sentó mal, muy mal. ¡Esto no puede ser una cuestión de gusto, de
chulería! ¡Para gastar bromas pesadas uno no da esto a la imprenta! Pensé que
tenía que haber algo más, que se trataba otra vez de la conveniencia. Y
efectivamente llegué a la conclusión (no sé si esto será una pajilla mental) de
que estábamos ante modelos de relato que reproducían el cuento antropológico
japonés (no sólo por el tufillo nipón de la palabra
origami) del tipo que
el griego Lafcadio Earn se dedicó a recopilar y a poner en papel en el XIX. Y ya
fue que a partir de ahí todo rodó mejor, que entendí que nada en
Bebés
jugando con cuchillos era porque sí, porque a mí me gusta el Biomanán, sino
que todo se supeditaba a la conveniencia de la historia cualquiera que fuera su
tipología o molde.
Satisfecho de toda esa compleja teoría sobre un
supuesto Feng Sui narrativo que me había montado, ya fue que empecé a disfrutar
sin cortapisas de la obra. Quizá porque también coincide con que los relatos
pasan mayoritariamente a perseguir el propósito segundo: contar una historia
literaria pura y dura.
Punto y aparte merece “Anunciación”.
Pura ciencia ficción que brilla en lo literario. Invitación a la
paradoja
Si el comprador tuviera que pagar la
cantidad de letra que hay en el libro… Y si tuviéramos que hacer una nómina de
los géneros que abarcan estos, nada menos que dieciocho relatos… Zombis en la
que podría ser la España seudorural en “Huerto de cruces”. Terror cósmico de
inspiración “Lovefcraftiana” en un Far West en el que Eximeno, con dos pistolas,
no esconde su intención de homenajear al citado Lovecraft y al género western a
la vez (“Por un puñado de dólares”). Tensión, ansiedad, malestar, náusea
incluso. El vacío, una vida anodina, una inquietante indefinición sobre los
difusos límites de la cordura del protagonista en “Fragmento de una flor de
pétalos carmesí”.
Punto y aparte merece “Anunciación”. Pura ciencia
ficción que brilla en lo literario. Invitación a la paradoja: ¿Hay que adoptar
la forma del enemigo para combatirlo? Y entonces, si adopto la forma de mi
enemigo ¿no estoy siendo ya mi propio enemigo?
“Cuerdas” es un relato
resistente, pasa la prueba del algodón: no nos incomoda la irrupción de un
elemento escandalosamente fantástico en un marco realista. La atmósfera
perfectamente dibujada de la infancia…
Y por qué no decirlo: dentro de
este volumen tampoco falta el artista experimental. “Polaroid”
constituye
una colección de instantáneas terroríficas unas, surrealistas otras, realistas,
terriblemente realistas otras, desasosegantes todas. La número 12 dice:
“Un hombre elegantemente vestido se arrastra por el suelo impulsándose
con sus brazos. Sus piernas yacen varios metros atrás, amputadas, inmóviles. El
hombre vuelve la cabeza a cada momento, los ojos muy abiertos, temiendo que, en
cualquier momento, las piernas corran tras él”.
La adolescente de
Volver de Pedro Almodóvar se extraña de que en el pueblo manchego de
donde procede su familia la gente tenga comprada su tumba, costumbre por lo
demás bastante común entre los ancianos de algunos pueblos de España. Los mismos
que deberían leer el no exento de ironía y humor negro “La hora de la verdad”.
Imitando a la perfección el lenguaje neutro, los defectos de traducción o
norteamericanización del español, y la tipografía de un informe, nos introduce
en los aspectos prácticos de un hipotético procedimiento escatológico futuro en
el que se incluiría el “encierro controlado” (mi novio es un zombí, que diría
Alaska). Y en los más tristes (en el libro no hay concesión alguna al optimismo,
otro aspecto que llama la atención), como es el caso de la muerte infantil. Es
sorprendente ese ejercicio de distanciamiento, de mimesis con algo parecido a un
artículo de Selecciones del Reader’s Digest.
Y si de digestiones se
trata, desde luego este libro es lento de metabolizar, pero pesado eso sí
que no. Siempre y cuando no se acompañe con un Biomanán después de la comida.
Buen provecho.