Shutter
Island, su última entrega, es un ejemplo palmario de lo dicho. Sales del
cine deslumbrado por el acabado perfecto. Todo es brillante, lujoso, reluce,
seduce. Los actores están sobresalientes, desde un Leonardo di Caprio cada vez
más hecho y entero, hasta un veterano de mil batallas como Max von Sydow,
pasando por los estupendos Mark Ruffalo y Ben Kingsley. La cámara se mueve con
inaudita soltura, los planos son hermosos y con frecuencia elocuentes, casi cada
fotograma ofrece un campo de visión grande y hondo, rico en matices. Pero, cómo
decirlo, la película no late, no notas que quien está detrás de la cámara ha
puesto algo más que el oficio, todo está sin pulso, la sangre no circula,
estamos ante un bonito y cuidado artefacto sin vida propia.
Para colmo,
en el caso que aquí nos ocupa, el argumento puesto en imágenes por Scorsese, un
tenebrista
psicothriller con apuntes de tipo histórico, es tan enrevesado
y artificioso, está tan empeñado a ofrecerle al espectador giros tan
sorprendentes e improbables, que lo cierto es que se deshace como el cartón
piedra cuando lo “aprietas” un poco. El cúmulo de elementos inverosímiles,
sumados uno tras otro sin rubor alguno, sirve para construir un edificio
falsamente suntuoso que se viene abajo por completo al sumarle tan solo un poco
de sentido común. Policías perturbados que lo son y no lo son, médicos nazis,
desaparecidas que aparecen, viajes en
flash back a Auschwitz, un faro con
la consabida escalera de caracol, un psiquiátrico aislado en una isla aislada
completamente por una tormenta, la apariencia aparente de lo que aparece y
desaparece... En fin, un barroquismo argumental de puro cartón piedra que no
resiste ni un miligramo de lucidez narrativa. Es todo tan brillantemente
artificial en
Shutter Island que Scorsese ha logrado ofrecer al
espectador una pulcra historia de terror psicológico de diseño.
Pero lo
que menos me ha gustado de
Shutter Island es el amaneramiento con el que
todo está envuelto en bonitas cintas de celofán. Sí,
Shutter Island es un
ejemplo perfecto de amaneramiento manierista en el
cine
de hoy. Scorsese quiere que con su historia el espectador
se sienta inteligente y sofisticado, un tipo listo e ingenioso que sentado en su
butaca va montando un rompecabezas en principio imposible. Y el espectador poco
avisado y menos cinéfilo de buena ley, se traga el anzuelo. El espectador se
siente satisfecho de sí mismo como espectador. Y cuando el “impostor” Scorsese
considera que se ha llevado el gato a su agua, no resiste la oportunidad de
decirle al espectador: “te he engañado, el listo de verdad soy yo, te he
manipulado de principio a fin, ¿y ahora qué, qué piensas?”. Y claro, el
espectador poco avisado y carente de mala leche, no sólo no se queja de la burda
manipulación, sino que la agradece, se queda arrobado ante la “listeza”,
“ingenio” e “inteligencia” del mago manipulador. Sí, Scorsese es un mago que
conoce todos los trucos y saca con habilidad inaudita todos los conejos de la
chistera. Pero a mi lo que me gusta es el cine, no la magia.
Con todo,
Shutter Island es un artefacto ideado para entretener, para pescar la
atención del espectador durante los 159 minutos que dura y no soltarla, para no
aflojar el sedal una vez que el pez-espectador ha picado. Y en eso Scorsese es
bueno, muy bueno. Y ayer, hoy y siempre, reconozcámoslo, el espectador que paga
su entrada y se sienta en la butaca en una sala a oscuras, tiene vocación de
morder el anzuelo, de quedar unido al sedal que se le ofrece. El espectador de
cine es una espectador predispuesto. Scorsese lo sabe y se aprovecha, pero el
espectador, que quizá no lo sepa, también se aprovecha.
Shutter Island es
aprovechable en el sentido que aquí se deja.
Tráiler subtitulado en español de Shutter Island, del director
Martin Scorsese (vídeo colgado en YouTube por
Musit)