Podríamos subrayar que el libro es hermético, si no fuera porque las claves
son cercanas, están a la vista. No es una poesía accesible para profanos, sin
embargo, incluso sin conocer las referencias que aparecen en las citas y en los
propios poemas, es posible disfrutar de una lectura de hermosa lírica. Por
ejemplo, en el poema de
La gota, una verdadera delicia terrible.
Aquel mirlo “libre de toda razón humana” y, por tanto, ajeno a la
consciencia de lo que le rodea, ni siquiera de que la muerte le acecha en el
sendero. Aquel mirlo, aquí, es el hombre, el ser humano indeterminado.
Veyrat
no busca aportar las razones que se dice que no tiene el mirlo, sino que se
dedica a jugar con la idea de ese hombre perdido, embargado por su exilio
interior que es de indagación, de anhelo. Ese exilio interior cuando buscamos en
nuestras propias ideas y sentimientos respuestas y verdades del mundo.
Efectivamente, estamos esencialmente ante una bella poesía de ideas, que
sin desprenderse del todo de los sentimientos, los aparta para procurar ver más
nítido, ser más limpio. No acepta interferencias, hay que ver sin tapujos la
verdad descarnada, la realidad pasajera. Se sirve de figuras clásicas,
mitológicas y reales, que ya de por sí tienen una fuerte carga de sentido, para
desarrollar esas razones del mirlo. Y que se sepa que hay muchos caminos con
destino al fracaso en el buceo por el entendimiento humano.
El poeta maneja un estilo certero y
directo, sin apenas concesiones, ni para el lector ni para sí mismo, sin hacer
nada evidente, pero convirtiéndolo todo, por momentos, en más accesible, por
mucho que salte de alegoría en alegoría
El hermetismo le permite al poeta la sutil travesura de no
consentir al lector saber si da respuestas o si plantea preguntas. Así que no
facilita el averiguar si la idea principal que subyace en tantos versos sea la
futilidad de la existencia. O quizá su contrario. Y es que en el manejo
intelectual de la interpretación al que nos aboca, descubrimos que el verso de
Veyrat
no es unívoco, lo que representa una prima a su grandeza, por mucho que no sea
algo novedoso y parezca imprescindible.
Más bien se diría que plantea
interrogantes, pero, ¿quién sabe si merecieron la pena?
En una segunda
lectura (la poesía hay que masticarla, al menos la poesía de Veyrat, para
digerirla) comprobamos que en realidad el poeta maneja un estilo certero y
directo, sin apenas concesiones, ni para el lector ni para sí mismo, sin hacer
nada evidente, pero convirtiéndolo todo, por momentos, en más accesible, por
mucho que salte de alegoría en alegoría.
Un detalle curioso resulta el
de la partición caprichosa de algunas palabras, cuyo significado no encontramos.
Ignoramos si con tal fórmula busca viajar de un verso a otro más deprisa, como
si se tratara de situarnos en una escena de acción, o bien pretenda resaltar el
sentido de una parte de la palabra, o enseñarnos otras recién
descubiertas.
Miguel Veyrat, hombre y poeta, es un
maestro. Puede gustarte, o no, puedes discutirlo o sólo admirarlo, pero resulta
imposible no compartir con él lo que dice y la razón del por qué lo dice de ese
modo, porque su lenguaje y lo que late en su interior, son el fruto de una
reflexión profunda y de un arduo trabajo artesanal a partir de todo lo vivido y
de todo lo conocido, de todo lo pensado
En
Razón del Mirlo estamos, en su
camino nuevamente, ante un puñado de imágenes, de mafias de palabras que pelean
por un objetivo casi común que sí pudiera ser el de encontrar respuestas sobre
la vida, esa gota (de nuevo) sobre el curso del tiempo que te abandona en la
zona límite.
Miguel Veyrat, hombre y poeta, es un maestro. Puede
gustarte, o no, puedes discutirlo o sólo admirarlo, pero resulta imposible no
compartir con él lo que dice y la razón del por qué lo dice de ese modo, porque
su lenguaje y lo que late en su interior, son el fruto de una reflexión profunda
y de un arduo trabajo artesanal a partir de todo lo vivido y de todo
lo conocido, de todo lo
pensado.
Ante esta obra grande, parecería mentira
tener presente al Miguel Veyrat mil veces periodista, tal vez al
hombre comprometido con mil
causas que le hacen grande, el ser cercano. Pero no es mentira. Su recorrido
vital le ha ido haciendo, también, precisamente, un gran poeta. Además de lector
activo, crítico, lo que le permite estar en contra de la poesía como juego
exhibicionista en la pugna por triunfos insustanciales. Lector activo de la
vida, sobre todo.
Tal vez con la publicación en 2002 del hermoso libro
La voz de los poetas se consolidara la madurez poética de
Miguel
Veyrat, dedicado desde siempre al trasiego intelectual de
la palabra, pero también concedía el conocimiento de su obra anterior a los que
no se le hubieran acercado antes, iniciada en su caudal poético veinticinco años
antes. En cualquier caso, abrir cada nuevo libro suyo es una aventura
intelectual sin desperdicio, llena de belleza.
Razón del Mirlo es un
verdadero gozo por su inspiración lírica, y por la riqueza de las venas que
distribuyen su pensamiento.