En
Razón del Mirlo estamos, en su
camino nuevamente, ante un puñado de imágenes, de mafias de palabras que pelean
por un objetivo casi común que sí pudiera ser el de encontrar respuestas sobre
la vida, esa gota (de nuevo) sobre el curso del tiempo que te abandona en la
zona límite.
Miguel Veyrat, hombre y poeta, es un maestro. Puede
gustarte, o no, puedes discutirlo o sólo admirarlo, pero resulta imposible no
compartir con él lo que dice y la razón del por qué lo dice de ese modo, porque
su lenguaje y lo que late en su interior, son el fruto de una reflexión profunda
y de un arduo trabajo artesanal a partir de todo lo vivido y de todo
lo conocido, de todo lo
pensado.
Ante esta obra grande, parecería mentira
tener presente al Miguel Veyrat mil veces periodista, tal vez al
hombre comprometido con mil
causas que le hacen grande, el ser cercano. Pero no es mentira. Su recorrido
vital le ha ido haciendo, también, precisamente, un gran poeta. Además de lector
activo, crítico, lo que le permite estar en contra de la poesía como juego
exhibicionista en la pugna por triunfos insustanciales. Lector activo de la
vida, sobre todo.
Tal vez con la publicación en 2002 del hermoso libro
La voz de los poetas se consolidara la madurez poética de
Miguel
Veyrat, dedicado desde siempre al trasiego intelectual de
la palabra, pero también concedía el conocimiento de su obra anterior a los que
no se le hubieran acercado antes, iniciada en su caudal poético veinticinco años
antes. En cualquier caso, abrir cada nuevo libro suyo es una aventura
intelectual sin desperdicio, llena de belleza.
Razón del Mirlo es un
verdadero gozo por su inspiración lírica, y por la riqueza de las venas que
distribuyen su pensamiento.