¿Qué es la literatura? Federico Nogara define
su estilo con la seguridad del vencimiento de una deuda y el análisis de
Jorge Valdano sobre las Aptitudes de los Centrocampistas y su Juego
Determinante: “En mi estilo propio, después de años de búsqueda incesante,
vigilo tanto lo que digo como cómo lo digo. Yo no soy un escritor realista; la
realidad es un concepto complejo. No hace falta enseñarla, todos vemos la
situación, y es compleja, como digo, porque incluso la situación mundial…”.
Darle cordura a este galimatías es tarea harto difícil: “Yo escribo los
mecanismos que llevan a esa realidad, mecanismos humanos…”.
Le pregunto de
nuevo lo que antes ya le había preguntado, con la impaciencia de las descargas
de Youtube, porque aún no he obtenido una contestación clara y tajante: “Pero
¿qué es la literatura, según usted?”…
Antes de llegar a una conclusión
definitiva sobre el porqué literario, Federico ha recorrido el desierto prosaico
de los arameos, descalzo, con un sol sin sombra y una esterilla de arena bajo
sus pies.
Descendiente de la tribu global, con la mezcla de sus ascendientes
brasileños, italianos, franceses y españoles, Federico es un joven a quien no le
llegará la vejez, y en el promontorio de su corta edad, con las tiras de asado
de sus angustias políticas, alimentadas para que no fueran capitulaciones, quiso
cambiar el mundo: “El joven de hoy es individualista. En los sesenta se pensaba
como un colectivo. Vivíamos una realidad que nos superaba. De todas formas, no
teníamos posibilidades de ganar”.
Se sumó al Frente Amplio, en 1971, un
conglomerado de organizaciones y grupúsculos de izquierda cuyos postulados
comunes pivotaban sobre el mismo eje de la distribución de la riqueza (“el
Partido Comunista de Uruguay era el más fuerte, pero estalinista”). Los
tupamaros del MLN-T preconizaban la lucha de guerrillas de tipo
“foquista”: “Ocupar un sitio para luego expandirse. Se trató de implantar en el
campo, pero el
Che ya lo había dicho: ‘El campesino es un pequeño
burgués, quiere la tierra para sí’”.
El Che, “la luz de mi generación”.
“Nosotros queríamos seguir el ejemplo de Cuba, referente para América Latina
y un impulso importante, y donde existe aún hoy la revolución, frenada por un
bloqueo espantoso. Se ha hecho un gran trabajo en educación y sanidad, lo que ha
permitido concienciar a la población para que sostenga el régimen; si no, la
revolución hace tiempo que habría caído. En Cuba, el pueblo es muy culto, pero
se ha burocratizado el sistema, igual que ocurrió en la URSS”, deplora este
mogote de idearios incólumes con la obstinada vocación por el oficio de
escritor.
De Cuba ha extraído una lección insalvable, que es la consagración
de un manual insurgente: “Cualquier movimiento revolucionario, si se queda
aislado, muere”.
El 23 de junio de 1973, con el apoyo taimado de
Juan
María Bordaberry, a la sazón presidente del Gobierno, las Fuerzas Armadas
dieron un golpe de Estado en Uruguay, uno más en el Cono Sur.
Federico
Nogara huyó a Australia; no huye, hacen que huya: “No me exilié,
me
exiliaron”. (Uruguay es uno de los países americanos con más población fuera
de sus fronteras.)
En Australia, Federico, el escritor que aún no le había
sacado punta a los pequeños dedos que empujan bolas de madera, trabajó en
muchísimas cosas, y se despidió de muchos mostradores antes de aceptar el
ofrecimiento de la compañía telefónica de Sídney, que en sus oficinas le había
dado cabida para que atendiera las solicitudes de conferencia de los canguros
aislados.
En 1982, Federico abandonó el país que le había acogido, y con el
inglés aprendido de los
bourbons, viajó a Barcelona, donde se cobijó en
las casas de los amigos que pronto verían cómo la dictadura en la que no
creyeron porque la odiaron se esfumaba por la puerta de atrás, merced a las
leyes de “impunidad y caducidad” que impedían llevar ante la Justicia a los
responsables de las matanzas sin testigos.
En Barcelona montó con
Martha
Giordano, su pareja, una academia de inglés, aun a falta de un estilo propio
con el que escribir sus “artefactos” literarios. Se llama Wellington House
Idiomas, en memoria del mariscal de campo
Arthur Wellesley, primer duque
de Wellington, quien derrotó a
Napoleón: “Acabemos con los emperadores”.
“Estamos hablando en este momento…”
Federico Nogara empieza así sus
palimpsestos verbales, glosas metafísicas sobre el ser y el devenir: “Estamos
hablando en este momento sobre por qué empecé a escribir tarde. No sé, no
encontraba mi estilo, y lo buscaba. Yo era un gran lector. Con 13 años ya había
leído a
Erich Maria Remarque, Maxence van der Meersch y
Karl
Cronin. Mi concepto de escritura es que hay escritores (quienes hacen
libros),
escribidores (como
Vargas Llosa llama a quienes escriben
culebrones) y hombres de letras, con una curiosidad que se extiende al ensayo,
la crítica, la poesía… Yo quiero ser un hombre de letras”, clasifica Nogara,
envuelto en la neblina de sus propios recuerdos. “Pues resulta que yo empecé a
escribir tarde. En 1986 me presenté a un concurso de cuentos en la Casa de
Uruguay de Barcelona. El jurado estaba encabezado por
José María
Valverde. Presenté un cuento surrealista sin título sobre un hombre que iba
a buscar unos papeles a una oficina y allí se quedó atrapado. Era la búsqueda
interior de uno mismo. Quedé finalista.”
Ahí empieza la búsqueda del estilo
propio y de esa respuesta para cuya pregunta has de pasar un par de semanas
encerrado con una digresión de
Sartre: “¿Qué es la literatura?”.
Animado por lo que parecía ser la carrera fantástica de los relatos cortos
contra los obstáculos de la técnica y sus aliteraciones, personificaciones y
reduplicaciones, la mujer de Federico, su acicate, le apuntó al taller literario
de la argentina
Zulema Moret, ubicado en una librería feminista. Los
cuentos que nacieron de su imaginación con quijadas abiertas se publicaron con
el nombre de
Desencuentros y búsquedas (Editorial Latina).
“Pero no
le veía sentido a todo esto. Según
Vázquez Montalbán, todo buen escritor
que se precie ha de pasar por esta etapa en la que no le encuentra sentido a lo
que hace.”
En los ensayos críticos del novelista
Ricardo Piglia halló
aquello que durante las cinco primeras décadas de su vida se le había resistido.
“Encontré mi lugar en la literatura, mi lenguaje propio. No creo en el arte por
el arte. Me centré en los escritores freudianos. Empecé por
(William)
Faulkner, quien mareaba al lector, pues su obra parece más bien que esté
escrita por un borracho: se pierde en la espesura, con frases que ocupan una
página entera... Seguí con
(Franz) Kafka, (James) Joyce y acabé en
(José Luis) Borges y
(Juan Carlos) Onetti”, pasa lista, y comparte
conmigo la relación del matrimonio de cada uno de ellos con las letras. Nogara
es consciente de que no se puede enseñar a escribir. En su taller literario
online Ahora
Cuento intenta mejorar los textos mediante los trucos
de la sintaxis y los amagos gramaticales.
Jesús.—¿Sabe por fin
qué es la literatura? “¿Que qué es la literatura? La
literatura, en palabras de
Oscar Wilde, es más importante que la vida,
porque nos han educado mediante los libros. La literatura sirve para
reflexionar. No hace falta que hables de la realidad —ese concepto complejo—,
porque ella siempre aparece; la política está implícita como una esencia”,
descubre, y pone punto final a un proceso de búsqueda que ha tardado una
catedral en construir, una búsqueda palaciega, viril y apopléjica.
El
escritor Federico Nogara, que ocasionalmente trató con
Mario Benedetti,
su paisano, trabaja en una novela negra, “tipo
Chandler”, que no podía
tener otro nombre que este que se basa en su “compleja realidad”:
La
búsqueda.