Tuviera o no razón el olvidado contertulio de aquella comida santanderina,
lo cierto es que tras la II Guerra Mundial la mitad de Europa desapareció en
gran medida para la otra mitad, y que geografías espirituales europeas de tanto
peso específico en la historia como las de Varsovia,
Cracovia,
Budapest, Bratislava, Bucarest o Praga, quedaron en gran medida ocultas para la
otra mitad de Europa, la occidental, y desaparecidas en el mejor de los casos
como incomprensibles fantasmas para más de una generación de jóvenes
occidentales.
Hoy existen claros indicios de que el desconocido de El
Riojano no andaba muy desorientado. Uno de esos indicios es el descubrimiento, y
en algunos casos redescubrimiento en la Europa occidental, de la literatura
escrita por autores nacidos más allá del Telón de Acero, obras que en la
actualidad, por ejemplo en España, conforman una significativa parte de los
catálogos editoriales de sellos como Acantilado, Salamandra, Libros del
Asteroide o Siruela. Algunos ejemplos evidentes son los de los húngaros
Sándor
Márai e Irme Kertész (Premio Nobel, 2002), los polacos
Adam
Zagajewski y Wislawa Szymborska (Premio Nobel 1996), o la rumana
Herta Müller (Premio Nobel, 2009).
Escrita a la manera tradicional
decimonónica, y sin que las innovaciones del modernismo anglosajón tuvieran
ninguna presencia en ella, Bánffy construye todo un complejo rompecabezas en
torno a las convulsiones de todo tipo experimentadas por la Monarquía
Austrohúngara
Dentro de esta corriente de
descubrimientos o redescubrimientos (
Sándor
Márai es el paradigma), le llega el turno al también húngaro Miklós
Bánffy, conde de Losoncz (1873-1950), un aristócrata multifacético perteneciente
a una de las dinastías transilvanas más legendarias. La vida de Bánffy, relatada
en unas cuantas líneas, ya ofrece bastante material novelesco, pues fue un
destacado político y diplomático de su época, y al arte de la novela, hay que
sumarle los de la música, la pintura, el teatro y la escenografía. En el terreno
de la política su papel más destacado fue el de ministro de Asuntos Exteriores
del gobierno húngaro tras la I Guerra Mundial, y como tal intentó por todos
medios minimizar las consecuencias del Tratado de Trianon (1920), por el que
Hungría vio desaparecer nada más y nada menos que dos terceras partes de su
territorio, incluida la región de Transilvania de la que era originario el
escritor, y que entonces pasó a ser geografía rumana.
Cuando Bánffy se
retiró de la política, se refugió en sus propiedades transilvanas, desde donde
inició una intensa campaña a favor de la no desaparición ni de la cultura ni del
idioma húngaro en la zona. Durante esos años Bánffy escribió la que sin duda es
su obra maestra, la conocida como Trilogía transilvana, integrada por las
novelas
Los días contados (1934),
Las almas juzgadas (1937) y
El reino dividido (1940), todo un fresco prodigiosamente colorido y
matizado de cómo eran la vida política, social y cultural de los últimos tiempos
de la Hungría habsbúrgica, es decir, la inmediatamente anterior al inicio de la
guerra de 1914.
Bánffy permaneció en Rumanía hasta el final de la
Segunda Guerra Mundial, y en 1947 logró que las autoridades le permitiesen
viajar hasta Hungría para reunirse con su familia. En ese momento sus libros,
tanto en Rumanía como en Hungría, estaban prohibidos por los comunistas, y deben
pasar cuatro décadas para que vuelvan a reeditarse en los años 1980. Sin embargo
no es hasta la aparición hace muy pocos años de la versión en inglés de
Los
días contados (traducción de una hija del escritor), cuando la obra de
Bánffy alcanza ya su indiscutible condición, es decir, “redescubrimiento de un
clásico” en frase publicada por el
Times Literary Supplement.
El resultado final es una novela
apasionante y con cierto aroma antiguo y decadente que la une en familia a
novelas del mismo corte y temática, como la que sin duda se ha convertido en una
de las más famosas de la historia, El Gatopardo de
Lampedusa
La publicación en Libros del
Asteroide (Barcelona, 2009) de la versión en español de
Los días
contados, también ha traído con éxito a nuestra actualidad literaria a
Miklós Bánffy. La lectura de esta voluminosa novela (666 páginas) ofrece sin
duda muchas satisfacciones. Escrita a la manera tradicional decimonónica, y sin
que las innovaciones del modernismo anglosajón (
Joyce,
Woolf,
Faulkner...) tuvieran ninguna presencia en ella, Bánffy construye todo un
complejo rompecabezas en torno a las convulsiones de todo tipo experimentadas
por la Monarquía Austrohúngara en territorio húngaro en los primeros años del
siglo XX. Para lograrlo sin escribir un plúmbeo tratado político, el autor
recurre para contarnos a tres personajes, los tres protagonistas: el joven conde
Bálint Abády (diplomático que regresa a su tierra, y remedo indudable del propio
autor), el primo de Bálint, el talentoso músico Lászlo Gyeröffy, y la amiga del
primero, la hermosa Adrienne Miloth, infelizmente desposada con un tiránico
personaje, símbolo de la decadente e inflexible aristocracia rural húngara. Así,
por medio de los avatares políticos, económicos, culturales, sociales,
familiares y amorosos de estos tres personajes entrelazados entre sí (en el caso
de Bálint y de Adrienne por una morbosa atracción amorosa), Bánffy logra pintar
un majestuoso paisaje físico y espiritual (moral y ético, más bien) de cómo se
fue desintegrando el milenario imperio austrohúngaro, y de cómo lo hizo en los
territorios más cercanos y dependientes de la corona húngara.
El
resultado final es una novela apasionante y con cierto aroma antiguo y decadente
que la une en familia a novelas del mismo corte y temática, como la que sin duda
se ha convertido en una de las más famosas de la historia,
El Gatopardo
de Lampedusa. Para un aficionado sin mayores intereses en lo relativo a la
historia política del resquebrajamiento final del antiguo imperio con capital en
Viena, es muy probable que numerosos pasajes de la novela se le hagan pesados y
reiterativos, todos los relativos, por ejemplo, a las reuniones políticas en el
Parlamento de Budapest, junto al Danubio. Para estos lectores sin duda es la
difícil historia de amor entre Bálint y Adrienne el latente motor de la
historia, siendo el complejo y problemático personaje del pianista y compositor
László Gyeröffy el más atractivo y moderno de toda la historia. Pero para los
lectores interesados en las vicisitudes históricas y en el ambiente intelectual
que se respiraba en la última etapa del último gran imperio europeo a la antigua
usanza, esta novela es de lectura imprescindible, como lo son, desde el “lado
vienés”, las del gran Joseph Roth, sin duda un escritor más de raza y puro poder
literario que Miklós Bánffy, pero sin el profundísimo conocimiento directo de
los procesos políticos que se vivieron en aquellas circunstancias que sí tuvo
Bánffy por razones ya señaladas. Una novela de las de antes, densa, compleja,
con distintos niveles de lectura, con varias historias entrelazadas, con el ojo
novelesco puesto sobre asuntos diversos. Una novela para leer con tranquilidad
en estas tardes y noches de invierno junto a una estufa y una manta por encima
de las piernas. Una novela para acercarnos en el mejor entendimiento de nuestros
“nuevos” hermanos europeos, esos sobre los que quizá recaiga la salud inmediata
del viejo, viejísimo proyecto de confraternidad europea.