Luis García Montero (Granada, 1958)
Poética
El tono que me gusta adoptar al escribir
poemas es también una decisión ideológica. La modernidad surgió con la dignidad
renacentista del ser humano y con la fe ilustrada en el progreso técnico y en la
felicidad pública. Sin embargo, por las paradojas de la historia, la estética
contemporánea suele utilizar el concepto de modernidad para referirse a los
autores que desconfían de la sociedad, del progreso técnico, de la razón y su
lenguaje. En la época que vivimos, marcada por la vuelta a los irracionalismos,
el fin de las utopías, las sectas religiosas y la desarticulación pública, me
parece conveniente regresar, aunque con ojos críticos, al sentido original de la
modernidad. Precisamente por eso me siento postmoderno. Escribir poesía es para
mí lo mismo que trabajar por una recuperación de los vínculos sociales. Elaboro
el poema como una cita, un lugar autónomo que a veces consigue unir las
soledades del autor y el lector.
TÚ me llamas amor, yo cojo un taxi,
cruzo la desmedida realidad
de febrero por verte,
el mundo
transitorio que me ofrece
un asiento de atrás,
su refugiada bóveda de
sueños,
luces intermitentes como conversaciones,
letreros encendidos en
la brisa,
que no son el destino,
pero que están escritos encima de
nosotros.
Ya sé que tus palabras no tendrán
ese tono lujoso, que los
aires
inquietos de tu pelo
guardan la nostalgia artificial
del
sótano sin luz donde me esperas,
y que, por fin, mañana
al despertarte,
entre olvidos a medias y detalles
sacados de contexto,
tendrás
piedad o miedo de ti misma,
vergüenza o dignidad, incertidumbre
y acaso
el lujurioso malestar,
el golpe que nos dejan
las historias contadas una
noche de insomnio.
Pero también sabemos que sería
peor y más costoso
llevárselas a casa, no esconder su cadáver
en el humo de un bar.
Yo vengo sin idiomas desde mi soledad,
y sin idiomas voy hacia la
tuya.
No hay nada que decir,
pero supongo
que hablaremos desnudos
sobre esto,
algo después, quitándole importancia,
avivando los ritmos
del pasado,
las cosas que están lejos
y que ya no nos duelen.
(De Diario cómplice, 1987)
VIII
A Francisco Brines
Parece que soy yo quien hasta mí se acerca,
quien erguido
camina rodeando mis piernas,
apoyando la piel sobre mi pecho,
cuando se
acercan ellos, los recuerdos,
esos gatos sonámbulos del tiempo
que
vigilan reunidos,
como palabras dichas,
caídas en el blanco
mantel
de aquellas fiestas.
¿Dónde está la memoria,
detrás de qué latido se
levanta
para enseñar su rostro,
el tesoro que lleva en sus ojeras
de
canciones perdidas, de promesas
que nos tiran de pronto hacia otra parte?
Mi historia no es un libro, como dices,
es la esquina doblada de una
página,
porque pensar también lo que no he sido
me define de un modo más
exacto
por elecciones
o presentimientos,
porque hay versos que nunca
se llegan a escribir
y la fidelidad que tengo a la poesía:
es demasiado
débil
ni siquiera respeta su nostalgia.
Perdóname. ¿Recuerdas
el
juego de crecer en soledad,
una voz que te llama por tu nombre?
La vida
no traiciona, sólo existe
de un modo diferente al esperado
y es justo
que se cuide, pues la cito
cuando tengo interés en malgastarla.
(De
Diario cómplice, 1987)
***
Antonio Enrique
(Granada, 1953)
Poética Un
poeta es quien interpreta en la Naturaleza los signos del porvenir. Si la mayor
aspiración del novelista consiste en hacer hablar a los muertos, la del poeta es
integrar el cosmos en la dimensión humana. El poeta lee en la Naturaleza y nos
lo trasmite en tanto que nosotros, los seres humanos, formamos parte integral de
ella. La poesía es, por esto mismo, la más alta expresión del lenguaje, que a su
vez lo es del pensamiento. De esta forma, la poesía (de
poiéo, yo hago)
alcanza su razón última de ser en la profecía (de
phemí, yo digo).
¿A DÓNDE iba esa mujer de negro
tan sola bajo los soportales de la
plaza?
A la hora de nadie, y tan de luto,
ella se encamina, vorazmente
sola. Arrastra un capacho
con la cena. La espera nadie
en su casa.
Cuando llega
cierra los pestillos, atranca la puerta.
Jadea, se asfixia
de tanto ver
las cosas como las dejara.
La luz es débil, sobre la mesa
derrama su enteco fulgor
en la loza. Un vaso con agua
aguarda sus
labios marchitos.
Tañe una campana vieja
la hora de los sueños.
La
anciana no quiere acostarse.
Está tan desesperada
que no tiene sueño.
Y reclina la cabeza
contra el vacío de sí misma.
Así el suspiro,
hondo,
es más sordo aún. De animal
herido, de pantera expulsada,
confinada hasta la dentellada final,
letal, de la soledad, el despecho,
la fatiga.
(De
Viendo caer la tarde)
EN LA ALBORADA
del mundo
se vio a las mujeres de negro
recorriendo las tumbas que
refulgían
al sol del nuevo siglo.
El calor maduraba los pétalos en el
aire
de manera que, aunque quieto,
soplaba un ventarrón de nardos;
el viento era una cosa y el aire otra
en el mismo instante.
Y la
arena otros tantos miles de ojos
esparcidos por el aire, y mil bocas más
el viento porque estaba bramando.
Hemos llegado al fondo de un mar
sin agua: los barcos hundidos
están a la vista de todos.
Y el hierro
sabe más a odio
y la sangre a hierro.
Los cementerios no se distinguen
de las ciudades a vista de los pájaros.
Ya no queda tiempo
para el
ultraje de la tierra devastada.
Unos hombres se levantan de las sepulturas,
y no se les ve porque la luz lo impide.
Unos hombres se levantan
y
buscan errantes la sombra del homicida.
Hubo perros ahorcados
de los
árboles más frondosos;
y hubo otros con apariencia humana
apaleados
hasta el desollamiento.
En la alborada del nuevo siglo
nadie canta,
nadie esparce
el corazón en un delirio.
Tan sólo mujeres de negro
de
un sitio a otro con flores blancas
en las tumbas que refulgen, y son de
tierra.
(De
Viendo caer la tarde)
***
Aurora Luque (Almería,
1962) Poética Tres poemas a
modo de poética
Hybris (1)
En la cima, la nada.
Pero
todo se arriesga por la cima
del amor o del arte.
Nuevo caso de
hybris (2)
Arte:
una letra de a-mor
y tres de mue-rte.
Del descifrar (3)
Fluir en la corriente sagrada de los
versos
de una noche a otra noche
y ser atropellada, ser mordida
por
la negra belleza que estalla en las palabras.
Y qué saturación sentir el
aire
de otros mundos, la hoja que temblaba
en la lluvia con sol, los
astros asomados
a la leve escritura,
un aroma olvidado de la infancia
o un placer sumergido
en las aguas más hondas de la vida:
Carne
que se entreviese
-erótico fulgor rosado y denso-
bajo el encaje oscuro
del poema.
La leyenda del cuerpo
Reconstruir un cuerpo
fragante en la memoria:
ingresa en el
recuerdo semidiós
y en el olvido, viento.
El tacto: narraciones
de una teogonía suficiente:
ninfas en la saliva, los mensajes
de
iris en la sangre, el asediar
de amazonas, cuantas alegorías
quisiéramos
del fuego, la conciencia
suprema de la piel.
El cuerpo amado nunca
es solamente un cuerpo.
Brindis
Qué deshecha la vida
si entresaco la vida.
Frutas verdes o
frutas
acaso malolientes.
Lo que era olvidable,
la basura de
horas
como polvo levanta
el vuelo decisivo.
Desmedida cosecha
de minutos cerrados.
La plenitud se agota
en fugaces rocíos,
un despojo de instantes,
un calendario breve
de pulsos detenidos
o milagros puntuales.
¿Es acaso esperable
otra trama más rica,
un repentino cambio
audaz de vestidura?
No se estrena la vida
en cada temporada,
ni fácilmente acepta
desnudarse el olvido.
Pero en cierta ternura
cuando brindan los ojos
la basura de
horas
es de polvo dorado.
***
Domingo F. Faílde (Linares, Jaén,
1948)
A modo de poética
La
realidad, sin duda, puede ser percibida por todos, pero es interiorizada por
cada uno. La poesía, pues, añade a lo unívoco una luz humanizadora, en virtud de
la cual el poeta recrea el universo. La poesía es expresión de lo plural
singularizado.
El tiempo, sin embargo, y la experiencia personal de éste,
que es la edad, van depurando viejas concepciones, moviéndome a apostar –como
bien apuntaba el citado Torés- por una poesía que pueda netamente adscribirse
al espacio de la emoción.
Lejos de la teoría, se me antoja más útil
dejar aquí un poema que sea certificado de lo expuesto:
B I O P S I
A
Mirad con microscopio los poemas.
Descomponedle al alma los
tejidos.
Id tras cada oración, verso, palabra.
Diseccionad la idea y
extraedle
los ecos, las traiciones,
los panales de miel y los frisos de
mármol.
Si le encontráis la sangre,
si veis que se deshace su luz en
la mirada,
si el río de la música
como un potro sin bridas se desboca,
si el corazón cocea nuestros labios,
dejad de preguntaros si así es
la rosa, porque habremos descubierto
cuerpo, sangre y divinidad
de
esa extraña criatura
que llamamos poesía.
En esta operación a vida o
muerte,
es preciso llegar hasta el abismo.
Y cortar por lo sano.
Jerez de la Frontera, febrero, 2007.
Epigramas
Confiabas, necio, en la posteridad,
y al juicio de la historia
legabas tus minutos. Al trueque del futuro
inmolaste el presente,
renunciando
a la gozosa potestad del acto, al impagable
deleite de morir
en cada gesto.
La sentencia del tiempo
no mostrara mayor benevolencia.
Mas ahora eres viejo y no es posible
reescribir el pasado ni te queda
una página,
un último minuto para rectificar.
¡Qué error, así, la vida!
Aguardar hasta el fin la absolución,
en tanto te maldices tú mismo y te
condenas
a morir esa muerte
que habías, sin saberlo, continuamente
muerto:
Los ríos, muchas veces, son el mar.
(De
Náufrago de la
lluvia, 1995)
***
Antonio Jiménez Millán
(Granada, 1954) Memoria y ficción (una
poética) La poesía fija su mirada atenta sobre ese mundo,
intenta percibir relaciones que están más allá de las apariencias o de las
superficies, distingue una base de realidad a través de la dispersión y se
instala, así, en la complejidad de la vida. Esa misma paradoja tiende a reforzar
el sentido creador de la memoria: alguien que recuerda también está inventando,
en parte, su propio pasado, y lo lleva al territorio de la fábula. Sólo en esta
línea puedo admitir el significado de una “poética de la experiencia”;
trasladadas al ámbito de la ficción, la autobiografía y la crónica exceden la
naturaleza del documental. Si la actualidad es la materia sobre la que trabaja
el periodismo, la poesía se centra en el presente, que lleva en sí la duda y la
nostalgia, las huellas de la historia, los sueños, aquello que nunca llegó a
suceder, las otras vidas. El carácter ficticio del presente, su continua
disolución, es nuestra única certeza posible. Me resulta imposible entender la
poesía al margen de la vida; es evidente que la poesía no va a cambiar el mundo,
pero ayuda a situarse en él, a hacerse siempre la misma pregunta: cómo explicar
ahora este desorden.
Cruz de Quirós
A Andrés Soria Olmedo
I No
se veía el mar desde la casa.
Éramos huéspedes forzosos del cansancio,
igual que aquellas sombras exteriores,
casi olvidadas de nosotros.
Cuántas veces he vuelto a sentir
su olor de mantas viejas,
la
resaca de un ron mezclado con los sueños
de amores imposibles,
signos de
libertad,
banderas clandestinas.
Y el calor de los días últimos de
junio,
cuando el deseo nos acercaba más
a sus propios fantasmas,
como un presagio de la despedida.
Después de algunos años aprendí
que el exilio es también una costumbre,
que no se puede conciliar
esa pasión de quien empieza
a descubrir un cuerpo
y la serenidad
ambigua, triste,
que suele atribuirse a la experiencia,
una dudosa
dádiva del tiempo.
Calle Cruz de Quirós,
una casa cerrada y un
invierno.
Después de algunos años,
quise volver con ella:
me
salvaba su voz,
su luz inesperada,
el recuerdo del mar desde sus ojos.
II
Deseo que seas locamente
amada
André Breton
Aquella tarde fue también su casa.
Yo le hablé del zaguán,
del patio con macetas de aspidistra,
de los cuartos sombríos
y las
hojas de yedra en las ventanas
que nunca pudo abrir.
Le hablé de
aquellas noches
como si fueran parte de otro mundo.
Reconstruir la
historia
era un presentimiento del vacío.
Sabíamos los dos que no
bastaba
una conversación sobre el pasado,
un olvido fugaz en bares
sórdidos
donde los rostros no eran más que niebla
y un vaho de alcohol
en la penumbra.
Ya no era suficiente una mirada
ni un gesto de
complicidad.
Y sin embargo,
aquella tarde fue también su casa,
entre el frío y la luz
intensa de febrero.
Quise volver con ella,
le deseé que siempre fuese amada.
***
Rosa Romojaro (Algeciras, Cádiz, 1948 )
Poética
Quizás fuera la temática amorosa que
predominaba en mis primeros textos la que me llevaba a lo barroco, y de aquí a
lo hermético, en un intento de encubrir lo erótico mediante la metáfora, e
incluso la alegoría. Pero, a la par, existía otra tendencia que apuntaba a lo
esencial, a la contención, a la claridad. En mí se cumple aquello que decía
Borges de que el poeta comienza siendo barroco y que, más tarde, “si los astros
le son favorables”, intenta alcanzar, “no la sencillez, que no es nada“, decía
él, sino “la modesta y secreta complejidad”. Aquí me sitúo. En esta búsqueda.
Cámara lenta
Los arqueros afinan
la punta de sus flechas:
Sebastián mira.
No ven el arco
los ojos en la altura:
sólo la lluvia.
Terso el costado:
la flecha de marfil
acierta el blanco.
En la tormenta
un cuerpo como un álamo:
Sebastián: blanco.
Dura un instante
lo que dura un silbido
y el cuerpo es río.
(De Agua de luna)
Diplomacia
Anochecida.
El pinar se disuelve
en trementina.
(De
Agua de luna)
Tránsito
El cuerpo se hace un muro de nieve entre las cosas:
papel parafinado
donde resbala el signo.
Como un tapiz vacío la voluntad se extiende
en
oquedades. Nada pesa:
el humo del cigarro escribiendo en el aire
un
epigrama, el hilo del teléfono
-ne me quitte pas-, la ceniza en el folio.
En el claror del cuarto una sombra de nube
insegura planea. Es un
país sin nombre
la mañana: fugaz fondeadero
o ciudad fronteriza. Como
desconocidos
en una calle ajena, se abren paso los ojos:
“¿Quién
está ahí?” La mano se detiene
en la página muda: un salón desolado.
(De
La ciudad fronteriza)
***
Alberto Torés (París,
1958) ¿Poética, autocrítica o estancias de
protocolo? Y ahora que empieza la función (sus páginas de
antología) os diré que Albert Torés murió una noche de invierno en el interior
de una limusina negra, frente al Puente de Brooklyn, entre las dos y las tres de
la madrugada. A su entierro acudieron algunos compañeros detectives, unos
músicos, todavía ebrios de improvisar sonidos y caricias, destemplanzas y
sangres, y, unos cuantos amigos poetas. Theresa Brown cantó lágrimas de
medianoche con esmeraldas de miel dedicadas a un ocaso sin refugio. Cantó
desconsoladamente cada rincón que Torés recorrió, dudoso aunque pletórico. En su
rodar, cada nota era el tibio cobijo de la pasión, sin lámparas ni sábanas ni
memorias a las que acudir. Cada acorde las uñas clavadas en plena razón. Cada
silencio todos los gritos de todos los tiempos.
Homenaje a Blas Infante
De Casares a Leningrado, piden
clemencia los poemas tan efímeros
como furiosos, porque sus impresos
laberintos fluyen en dolor múltiple.
De lavanda sus pétalos secretos
que nos reconstruyen para decirte
memoria y mar de pésames tristes
como viento sin medida. Me acerco
a tus salobres diamantes que reciben
fuego, nobleza, tréboles, acero
y la escritura del lugar certero,
avivando fragancias, los jazmines
que Andalucía muerde como texto
dibujando amor felino más libre
que los extremos de la luna, tinte
de niebla, señales del alfabeto
respirando trazos irresistibles
de ausencias y fortunas, quizá
tormento
quebradizo en salmos y testamentos,
quizá en claves solitarias
que viven
plazas, rostros, fronteras que desvelo
con la razón del
pasado y la estirpe,
a media tarde en un vano intento
de saberme infante
al postrarse simple
la noche. No hay gozo ni lamento
sino recuerdo
que no nos lastime,
el amparo de la rosa que exhibe sueños y
[cordilleras al viajero.
El regreso
Regresé a mis países con un lazo
de silencio tan denso como cadena de
nácar,
con más papel, más tinta y más vida
pero sin un solo texto digno
de mención.
Regresé tras haber dormido en bibliotecas
y parques de medio
mundo, haber leído
diarios extranjeros, revistas de moda, periódicos
de
cine y cuadernos de historia,
pero no aprendí los manuscritos en carácter
Braille.
Regresé, no recuerdo en qué año, empero
la literatura negra de
Harlem y el rap de Jamaica
llenaban portadas, cartas de ajuste y vallas
publicitarias,
mientras los dirigentes africanos eran encarcelados.
Regresé desde la geografía más cosmopolita
para hallarme con el relato
más reducido:
en color de pasa de corinto, los apagones,
en tinta sepia,
las noches se incendiaban
y cada sollozo que perforaba el alba
era como
un verso de Mallarmé, presintiendo
dolor y placer, gozo y sufrimiento,
mascotas alineadas por fuerzas del amor,
cayendo desde el vértigo del
poema o la vida.
Regreso al 23 de la avenida de la torre de la ciudad,
en el cruce con la cúpula de oro y la escuela militar
y a expensas de un
castaño majestuoso entierro mi miseria.
Homenaje a Cervantes
De tantos años venimos corriendo
O postrando venturas en atónitas
Noches de satén que libro ya somos.
Quedan también los años
celebrados,
Una suerte de poema, de música
Imperiosamente hallada,
h/fermosa,
Juntando escritura y sentimiento,
Otras artes siempre con
libertad
Total, templando nuestras existencias
Entre el dolor y el
placer de ser.
De la vida, su escritura, que da la
Escritura su vida
nos embarga.
Los rubios lugares en los que fuimos
Amados con la
fiereza de los tiempos.
Me parece que ya confundíamos
A los mares
con los secretos, molinos,
Naves y noticias de nuestras damas
Cabalgando
lozanas los episodios,
Horizontes o vértices poblados
A golpes de las
hazañas de Cervantes.
(De
Los Acordes del Diablo)
***
Álvaro García (Málaga,
1965) Poética Interpretar la
vida en un sentido amplio puede implicar que el poeta se metamorfosee
–fundamentalmente en Nadie-, con tal de asegurarse el proceso que le reintegra a
una relación metafórica más pura con la realidad. El poeta pone su trabajo al
servicio de algo anterior a los sobrentendidos. Sólo así puede ver de verdad y
no repetir percepciones que ya realizan de por sí la época o la tradición o el
ambiente. El poema puede ser estatuario por ajustarse a un molde, por
conformarse con imágenes o palabras o recursos previamente muy legitimados por
la tradición o por el presente.
La poesía no estandariza la voz individual
ni crea un personaje a propósito para que en él se identifique el mayor número
de lectores: método de los programas electorales. El estado poético, ejercido a
fondo, es más político que la política: la poesía debe reflejar el espíritu de
una época, pero no con la voz que ya tenía esa época, sino con la que aún no
tenía. La poesía, como estado del ser en un amplio sentido, tiene por horizonte
el estado poético: crear una segunda naturaleza: una revolución que, por
descontado, también es política. La poesía no tiene que ser reflejo de una
política, sino crear una política.
Regreso
Tocar un cuarzo ahumado, vítreo y negro,
como quien busca en su
naturaleza indiferente
la reconciliación entre hombre y mundo.
Aprendemos a ser lo que ya somos,
y este trozo de piedra es un regreso.
La piedra, en su secreto, es armonía,
memoria silenciosa del
planeta,
regalo de una luz que se ha hecho sólida.
Cuánta vida en lo
inerte de este cuarzo
que es cristalización de los milenios.
El
tacto es humildad.
Los dedos no conocen: reconocen;
comprueban un
origen, se aseguran
de ser tan realidad como la roca.
Cuando los dedos
rozan los sillares
en una catedral de umbría y siglos,
rozas casi al
descuido los orígenes,
comulgas más que otros que comulgan.
Aquel
niño buscaba con su cara
el frío intemporal del mármol frío.
Pegada su
mejilla a la columna,
parecía escuchar en la pared
no el rumor que hay
tras ella, sino a ella.
Sobre la mesa, el cuarzo, luz oscura,
su noticia
que llega con retraso.
¿Cuántos siglos tendrá, tan silencioso,
tan
delante de mí, tan en sí mismo?
Aprendo a ser lo que de hecho soy,
fugaz
parte del mundo,
viendo el cuarzo.
Esta piedra secreta, antigua y
súbita,
este trozo de mundo en la mañana.
(De Para lo que no
existe, 1999)
Galeones
Tesoro de un naufragio es el naufragio mismo,
su memoria callada y
encallada,
su silencio abisal y su misterio
transitado despacio por los
peces.
Se naufraga para algo.
Lo que ahí abajo late sin latir
es el
haber perdido
flotación en la historia y ser sustancia
de la que el
tiempo se alimenta.
Los siglos no andan solos,
comen derrotas,
trizas de pabellones,
afanes que navegan y que un día se hunden.
Cuando el mar le hace sitio al barco,
la memoria no es sólo
astillería húmeda que pasa del abismo
a la mañana del museo.
Es
también galeones que yacen en lo oscuro.
La luz le duele un poco
al
fragmento de barco que vuelve con poleas y
derramando olvido.
El
tiempo se despieza y es algo más que piezas.
No es ajuar en vitrinas y es
temblor.
Es vida oscura o luminosa.
O algo intermedio,
que tal vez
sea el espíritu y que escapa
mientras secamos piezas con un rótulo al lado,
como piratas de nosotros mismos.
(De
Para lo que no existe,
1999)
***
José Sarria (Málaga,
1960)
Poética El poeta italiano
Vittorio Sereni (1913-1983) escribía lo siguiente, en 1965: “Se hacen los versos
por quitarse un peso / y pasar al siguiente. Pero hay siempre / algún peso de
más, y nunca hay / ningún verso que baste”.
Esta podría ser la perfecta
descripción de mi enfrentamiento ante el papel en blanco. Soy consciente de que
la salvación está en garabatear, con versos, el espacio que ofrecen las hojas o
la pantalla del ordenador, a la vez que reconozco que esta salvación es efímera,
transitoria, tan leve como los besos de un ángel. Y a esa experiencia me
entrego, a pesar de saber que su fugacidad no irá más allá de la frontera que
limitan los días inmediatos.
Soy, al mismo tiempo, sabedor de que este
mensaje no es nuevo, que ya viene de antiguo, que pertenece a otros, como una
llama que se transmite de mano en mano, a través de todas las generaciones. Y en
ese mensaje me reconozco y reconozco la voz de los que antes de mí
experimentaron estas mismas sensaciones, esta misma necesidad de ser rescatado.
Prostituta
A ti, desnuda ante la lámpara rosa
LUCIANO FOLGORE
Desnuda, bajo un haz de luz sombría
mi cuerpo ha sido género
fresco y lascivo
para hombres anónimos.
Noches y días
de
caricias fingidas,
besos de Judas
que por treinta monedas
entregué
de mis labios
sin probar la ternura
fecunda de otros labios.
La
calle se hace extensa como el eco de Dios
y sus esquinas púas
que
atraviesan la carne
y los sentidos
sabiendo prisionera
que alrededor
de mí no se queman las alas
sino tan sólo el alma.
(De
Prisioneros de Babel)
Canción de la amada
Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén,
si
halláis a mi amado,
que le hagáis saber que estoy enferma de
amor.
Cantar de los Cantares de Salomón
Por entre la rendija del deseo
observaba la desnudez
de tu
cuerpo en las termas.
Nunca vi torre
más fuerte que tus muslos
ni
valles tan ingentes
como tu espalda.
Mi amado es blanco
como el
mármol de las efigies
su piel como los lirios entre cedros
del Líbano y
sus ojos
dos palomas que beben
en las fuentes de En-gadi.
Miel y
leche debajo de su lengua
encuentro cada vez
que sus labios reposan en
mi boca.
Por mi vientre fluye la mirra
al saberme buscada
y en mis
pechos prendieron
flores de alheña.
Vendré a la media tarde
hasta tu
alcoba
ataviada con sedas y perfumes
de jazmines y nardos
para
ofrecerte
los frutos que en mis viñas
guardaba para ti.
Yo os
conjuro doncellas
de Israel, que no desveléis,
hasta que quiera, el
sueño del amor.
(De Sepharad)
***
Fernando de Villena (Granada, 1956)
Poética
Mirar, sentir, vivir
despacio ciertos instantes y saber comunicar la emoción de lo entrevisto: ese es
el trabajo del poeta. Existe una realidad más hermosa o más terrible detrás de
muchas cosas junto a las que pasamos. El hombre vive demasiado velozmente. El
poeta debe detenerse a indagar esa otra realidad y, aunque nunca pueda
explicarla, podrá trasmitir la emoción que le sacude durante su búsqueda.
Nuestro equipaje para dicha aventura es el lenguaje y cuanto mejor sea nuestra
formación, más posibilidades tendremos de comunicar esa experiencia.
Adiós
La vida se nos iba
en días inocentes
de mansa lluvia y frío en
los tejados.
Leíamos sin orden, amábamos a veces…
El vano conversar y la
esperanza incierta
nos llevaban el resto.
En días soleados
las
fieles estaciones al paso por los chopos
-ya verdes, ya dorados, ya
desnudos-
silentes nos decían la vida se nos iba.
Y se nos fue la
vida, ¡tan callando!,
sin traer una nueva primavera
después del largo y
doloroso invierno.
El patio del
colegio
En los días de cielo encapotado
está más triste el patio y sus balcones
con maderas de viejos cuarterones
y baranda muy negra en mal estado.
Es un patio sombrío, encajonado,
y vencidos están sus canalones;
tiene sombras de hospicio en los rincones
y líquenes de sangre en el
tejado.
En sus cuatro parterres frente a frente,
bajo humildes
naranjos y rosales,
crece hierba salvaje hacia la puerta.
En el
centro y de piedra una gran fuente
muestra pútridas aguas en la cuales
flota esta tarde una paloma muerta.
Estación de
aldea
La tarde moría sobre las acacias.
Del campo venía la brisa aromada;
las aves callaban, los grillos cantaban…
La tarde moría.
Las
rosas en sombra formaban guirnaldas
por sobre los arcos, junto a la campana,
y con sus agujas lento las flechaba
el reloj añoso.
La luna en
creciente y estrellas clavadas
en un firmamento turquesa y de nácar.
El
reloj añoso los sueños contaba.
La tarde moría.
Estrépito grande y
una luz lejana.
Un temblor del aire por las enramadas.
Un silbo furioso:
el tren que llegaba.
Las rosas en sombra.
Un ángel huía. La noche
reinaba.
Nota de la Redacción: agradecemos a
Ediciones
Carena en la persona de su director,
José
Membrive, la gentileza por permitir la publicación de esta
selección de poemasl de la
Antología poética
andaluza (II). Entre el XX y el XXI, cuya editor
es
Francisco
Morales Lomas.