RENACER EN LA RAZÓN DEL
MIRLO
Renacer a la
Razón del Mirlo no es Ítaca ni retorno sino una
aspiración a un encuentro favorable, un
Kairós que haga que retomemos
aliento para librarnos del peso de lo andado. La memoria daña si es sólo
recuerdo en el tiempo por desvelar, olvidándose de ser revelación, celaje hilado
por el alma.
La llamada del alma en la poesía de Miguel Veyrat es un
intento para que brote de nuevo el canto de los orígenes del poema en voz de
Gilgamesh, ya aliviados de todos los relatos iterativos.
Asociamos
entonces el cuerpo humano a una proa que avanza sin temor a la muerte que se nos
da no como enemiga sino como la única aliada segura y leal en nuestra vida.
Vicente Aleixandre en su obra
Diálogos del conocimiento ya
vislumbra él esa razón del mirlo veyratiana en forma de pantomima entre las
sombras y las luces que aclaran o abruman las palabras poéticas; eso mismo que
anteriormente nombró
La sombra del paraíso o
La destrucción o el
amor, persiguiendo un deseo del saber y el conocer tras el impulso de ese
salto acrobático que nos lleva del otro lado del espejo que sólo fulmina la
palabra.
En ese deseo de conocimiento arranca la obra de Veyrat para
cantar
el fracaso de la razón ante la muerte que se vuelve entendimiento
en el desgranar fluvial de las propias palabras en
un acaso de la sazón ante
la suerte de ser realidad de lenguaje vinculada a un pensamiento originario
que brota del sentido natural de la palabra, de su fluir de sangre y confluir de
agua que van dibujando
Mapas y Pecios, deteniéndose en los estuarios de
las gargantas humanas para perseguir un empeño: el de entender lo que se le
niega al entendimiento, el paso al alba. No es un fin sino un hilar de
serses en la sucesión del Canto que no es material ni losa ni fosa sino
arte sin ser artificio con osadía del
vuelo del mirlo.
He aquí
pues los primeros impulsos de esa travesía, los cuatro primeros poemas que abren
el nuevo libro de Miguel Veyrat, seguidos de un quinto que pretende cerrarlo en
las razones del canto.
Por
Françoise
Morcillo (Catedrática de Poesía Española Contemporánea de
la Universidad de Orléans)
***
MAPAS Y PECIOS
«¿Gilgamesh, por qué vagas
de un lado
para otro?
La Vida que persigues
no la encontrarás nunca»
ANÓNIMO
Poema de Gilmaresh
CONOCIMIENTO
REFLEJO a reflejo res
catamos la luz –aquel
cristal que vibra
desde que anunció Lilith
la primera palabra
para disimular la noche.
Su materia de aliento
le valió el exilio –mas
regresa a cada instante
cuando amanecen
sus hijos los poetas,
y escriben –con sus dedos
transparentes, la
andrógina
ventana empañada del vacío.
GEÓRGICA
(I, 462)
¿PORQUE quién osaría llamar
embustero al sol? Y ¿quién
querría fiarse de la luz confusa
de la luna? Creímos
adivinar dónde
se hallaba
el combate –mas no la poesía.
No nos sentimos capaces
de
describir el sentido –sin
buscarlo en la inocencia
con que se dice a sí
misma
la palabra, consciente de aquello
que la limita: La propia
herida que recibió Virgilio
vive callada en nuestro pecho
–pues aún
reconocemos
al hundir los dedos en el barro
o el aliento, aquel vestigio
de la antigua llama. Mas un la
berinto siempre se aparece en
tre
nosotros como patria definitiva
que se dibuja: Jamás Itaca.
ÍTACA
NUNCA hubo jardín. Tu nombre
es
laberinto y la patria
perdida el hilo roto de tu hija
Adriana que el
viento trae
y aleja, uncido al ritmo
entrecortado de lo vivo: Barre
las hojas de la especie
en tanto que tu pierna
herida de Rimbaud
enhebra
de nuevo el camino
de regreso. Nunca hubo jardín
ni patria
conocida. Tu nombre
es estela –y lo borran
constantes el viento y las
mareas.
MAPAS Y PECIOS
Y si trazas el mapa
de tu propio
cuerpo, sentirás cómo coincide
con el universo de tu
palabra. Y también
que a las ínsulas se llega
solamente por los ríos de
la sangre
que anega las selvas, las praderas
y los cielos. Proa siempre
hacia lo incierto que tú configuras
sin precisar de sextante ni
instrumentos.
Pero no hay regreso, capitán. Atrás
quedan las estatuas
que nunca
o pronto volverán a la arena
por las playas –en la medida
que progrese, extrañamente encendida,
la palabra sobre el cuerpo
en
la luz de la razón que no naufraga.
Mas ¿quién podrá saberlo? Casi nadie
ahora
junta pecios para después leerlos.
LANTANAS
A la escucha entre nada
y
nada, llenas tú de vez en cuando
el espacio en blanco
con un grito
disuelto en estela
ausente –hueles miedo
y frío cuando sopla un aliento
o ruge el viento de la presencia
humana. Y el grito se vuelve aullido
–carne,
savia, tierra, cuando decides
dejar tu huella en una playa nueva
y extranjera: Tan sólo porque
la mar y el sol te amasen,
dándote
conciencia de nuevo
para cocer en salitre y yodo
el verde plancton de
tus desechos:
Placenta lunar, caverna olorosa
de Luna, morada de
Lantanas: Aromas.
TESTES DE BUGANVILLA
¿CÓMO podrías regresar entonces?
¿Y a dónde? ¿Donde ya estuviste
muerto
o pudiste vivir vidas ajenas
a la tuya? ¿Dónde recalar
si no
hay regreso? ¿Ah, si pudieras
desflorar el gineceo
de la buganvilla y
encontrar
la razón de la frágil nervadura
que restalla con la cal
frente al incendio del muro –ser llama
desde la nieve, albergarte
en
una grieta del adobe y aguardar
allí el regreso del verano? Pero
aquello
es imposible. Y esto mismo
descabellado y loco. Quieres quedarte
por
aquí –como dijo aquel poeta,
para ser metáfora de nuevo. Es decir,
mentira o sola realidad posible
para un primate evolucionado –aquél
que adornaba su escroto
con blancas flores de retama
aguardando el
mágico momento:
Adelfa blanca, que desciende desde el Sol
ya
ensangrentada –y también abierta.
GOTA
OTRA
playa no vislumbras
desde aquí –gota irisada que su final
presiente:
¿Todo ha sido un juego?
Aquellos luceros que encandilaron
tu infancia ya
son polvo
sobre el mar. Fuiste luego lluvia
atravesando nubes –nieve tú
ya transmutada en glaciar, arroyo o río:
Te imaginaste inmortal al
fundirte
con el océano, antes de volar
de nuevo: Sólo quedó partir al
creciente
sin fin del universo –desde
ti mismo, a donde aguarda el Todo
o Nada burlón que jamás desaparece.
Y así muriendo de modo intermitente,
tu aliento se congelaba doloroso
en esta última agonía: Ahora mismo,
con los pies hundidos en el limo
de otras vidas que se caen
de la
calima de la historia –limpia
ya de razón humana, lista
para seguir el
camino trillado
de la especie: ¿Hasta cuándo seguirá
la sombra jugando a
evaporarse por tu sangre?
¿Testimonio de qué delirio?
¿De tu palabra?
Lluvia de signos: Voces
bajo la arena, buen poeta. Formas difusas.
Tiempo contado por un idiota.
MNEMÓSINA
CUANDO Mnemósina bebe
el tibio semen de las flores –o espuma
ardiente de mareas,
trazas tú los ritmos de la canción
sobre el
laberinto
de tu templo altivo y solo –poema
irrepetible donde todo
deberá reunir al Todo y aplomar
sus altos muros. En
ese aroma tú
decides el sentido
de la fiesta: Aquello
que habrá de quedar
y lo
que debiera seguir –pues
suceden al unísono
tiempos futuros y tiempos
pasados, alentando –Oh sí,
al viento que te horada
ahora, libre y
luminoso en el momento
preciso en que el sol te pintaba
sobre un muro:
Furia
del límite, concentrada luz
que hacia adentro crece. Evohé.
LA LIBERTAD DEL MIRLO
AMOR mío: La música
siempre será
la misma mientras dure –rumor
de estrellas acordándose
con los verdes de hoja nueva
o rugidos de glaciares
pariendo nuevas
fuentes: Angustia
o silencio de huevos y placentas
so la furia brutal
del sol. Lo nuevo
es el tono imperceptible
con que cada mirlo entona
de rama en rama su propia canción –acorde
con los golpes de los vientos,
de los tiros, los desgarros y los cebos
del aire envenenado. El ave
no tiene mente –su memoria no es la suya;
libre de toda razón humana
ignora la muerte que le aguarda
entre las sombras impasibles
de la
extinción de su especie. Su canto
suena –sobre los limos pensantes,
igual que la inocencia primera
inserta en la ficción del tiempo: Lleno
de ruido y de furia, tan bello
como inmenso y carente de sentido.