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Andrés Trapiello: <i>Los confines</i> (Destino, 2009)

Andrés Trapiello: Los confines (Destino, 2009)

    TÍTULO
Los confines

    AUTOR
Andrés Trapiello

    EDITORIAL
Destino

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 273 páginas. 19 €



Andrés Trapiello en 2004 (foto de Mercedes Rodríguez, wikipedia)

Andrés Trapiello en 2004 (foto de Mercedes Rodríguez, wikipedia)


Reseñas de libros/Ficción
Andrés Trapiello: Los confines (Destino, 2009)
Por Eduardo Laporte, lunes, 1 de junio de 2009
Conocido en la comunidad literaria sobre todo por su monumental proyecto diarístico, Salón de pasos perdidos: una novela en marcha, Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) ofrece en Los confines (Destino) una novela convencional, ficción pura, con el tema del incesto como motor de la trama. Dos hermanos que se aman y que deciden obedecer esos impulsos a cualquier precio. Una cuestión tabú en la vida real -no tanto en la literatura- que se narra con las herramientas de la imaginación y que culmina con una algo forzada fase policíaca. Una historia cuyo valor reside en la pericia creativa del autor, pero que incumple esa máxima que Chéjov daba a los jóvenes escritores: “No permitas que hable de lo que no conozco”. Suponiendo que el autor es lego en incestos, la novela pierde peso por ese transcurso meramente ficcional, que no se salva con un estilo rico, y que si aguanta el tipo es por lo morboso del tema y un ritmo ameno.
Hace poco vi, en casa de un pariente, la última novela de Bernardo Atxaga, Siete casas en Francia. Le pregunté al dueño, tradicional seguidor de la obra de Atxaga, qué le había parecido el libro. Me puso un gesto como de duda, pero que era elocuencia pura. “No sé muy bien para qué ha escrito esta novela, no sé muy bien por qué la gente escribe determinado tipo de novelas”, dijo. Quizá por dinero, por obligaciones contractuales, por seguir sintiéndose escritor, por no caer en la agrafía más absoluta. Algo parecido, pues, habría que preguntarle a Andrés Trapiello. ¿Por qué escribió usted Los confines?

Como se apunta en la entradilla, la última novela de Trapiello se adentra en el delicado tema del incesto y narra la relación apasionada y, ojo, feliz, de dos hermanos, Max y Claudia. Un recurso, un tema, que también habría preguntarle al autor si fue o no intencionado, previsto antes de la redacción inicial, porque da la sensación de que no fue así. De hecho, uno de los problemas con lo que se topa la novela es con la cuestión de la verosimilitud de esa relación Max – Claudia, ante la que el lector tiene que añadir constantemente la coletilla del “ah, que son hermanos” para seguirle el juego a la novela. La circunstancia del incesto fraternal no la conoce el lector hasta la página 87, sin que se hubieran presentado antes elementos que hicieron presagiar ese giro narrativo.

No hay política, ni ningún prurito de cambiar conciencias o educar en ningún sentido, en Los confines de Trapiello, sino algo tan poco ambicioso -pero complicado- como sumergir al lector en una historia. Ese es el valor del libro, y de ese modo hay que acercarse a él

Insisto, ¿por qué Trapiello escribió Los confines? George Orwell expone en su excelente ensayo Why I write las motivaciones que le hicieron, un día, sentarse a escribir. Sus razones eran políticas, en el sentido muy amplio de la palabra. El deseo de empujar al mundo en una determinada dirección y no en otra. Ningún libro se libra de política, dice, y hasta la opinión de que el arte nada tiene que ver con la política ya es una actitud política. No hay política, ni ningún prurito de cambiar conciencias o educar en ningún sentido, en Los confines de Trapiello, sino algo tan poco ambicioso -pero complicado- como sumergir al lector en una historia. Ese es el valor del libro, y de ese modo hay que acercarse a él.

Y, ¿por qué ésta historia? ¿Existe en el autor un deseo, una sed de conocimiento, una pulsión secreta sobre el tema del incesto? Quién sabe. ¿Hay un propósito de arrojar luz sobre ese tema espinoso pero real como el de las relaciones incestuosas? No lo parece, ni se demuestra a lo largo de la novela. Tan sólo se aportan algunos datos poco relevantes, como la existencia de miles de páginas en internet sobre el tema, que evidencia que se trata de una práctica más real de lo que quizá se tiende a pensar. Tampoco parece que haya habido una investigación previa o una documentación exhaustiva sobre el tema, así como tampoco hay ninguna toma de postura por parte del autor. Ni se aplaude ni se condena, sólo se narra la historia de ese amor que, como el de otras muchas parejas, fue feliz mientras existió, mientras nadie zancadilleó o puso freno a esa manifestación siempre misteriosa que es el amor.

Así, el lector asiste a una recreación de la realidad que, de no ser por el exotismo del tema incestuoso, no le movería a pasar de página. Uno se pregunta, otra vez, qué sentido tiene que una novela trate de reproducir la vida, de imitarla, cuando se sabe de antemano que perderá en el intento. ¿Habiendo testimonios reales tan o más interesantes que los que a veces se novelan, a qué obedece que un escritor se tome el trabajo y el esfuerzo de componer un universo de ficción que siempre será más cojo que el real? Leí antes del libro de Trapiello la biografía de Valerie Hemingway, Correr con los toros, en los que narra su experiencia junto al Ernest Hemingway del ocaso y su posterior matrimonio con Gregory Hemingway, hijo del escritor. El testimonio de las inestabilidades mentales y laborales de Gregory, su desmedida afición al travestismo, sus amenazas de someterse a la operación de cambio de sexo, constituyen un material muy interesante humanamente que cuenta, además, con el aliciente de que lo que se cuenta sucedió. No digo con esto que la novela, la ficción no tenga razón de ser: pero Aracataca fue antes que Macondo en Cien años de soledad.

Puesto que los hechos no existieron y son producto de la alquimia imaginativa del autor, queda el recurso de la poética, de la estética, la búsqueda de una belleza formal que reconcilie al lector. No logra esa conquista Trapiello. La novela hace gala de un estilo plano, que busca la corrección, la verosimilitud, pero que no logra conmover

Por eso, los esfuerzos del novelista de Los confines por lograr ser verosímil pueden resultar incluso pueriles. Ciertos tecnicismos para dar sensación de veracidad a la profesión de Max, ingeniero, o largas construcciones, estériles para el transcurso de la historia, como: “Acababa de ultimar la venta de una empresa tinerfeña de ingeniería genética para cultivos masivos a una multinacional holandesa en cinco mil millones de pesetas, después de un año de negociaciones”. (p. 126)

Un intento de recrear la vida que es prescindible, en cuanto que no lo exige la trama ni contribuye a esa motivación primordial que crea novelas memorables. Puesto que los hechos no existieron y son producto de la alquimia imaginativa del autor, queda el recurso de la poética, de la estética, la búsqueda de una belleza formal que reconcilie al lector. No logra esa conquista Trapiello. La novela, contada en primera persona por Claudia, hace gala de un estilo plano, que busca la corrección, la verosimilitud, pero que no logra conmover. Es más, cuando lo intenta cae en una cierta cursilería, como cuando la protagonista enumera los nombres con los que llama a su niña, que eran parecidos a los que usaba su madre italiana: “Esos «croqueta», «duende», «granito de anís», «tortuguita, «tirana», «confitura» o «primadonna», eran los mismos que «crocchetina», «folletto», «anicettino», «tartarughina», «tirana», «confettura» o «primadonna»”.

Hay un desarrollo lineal, cronológico, de los hechos, pero la intención estética es mínima a lo largo del relato. Se pueden apreciar leves reminiscencias de Javier Marías, esa pose y pasado british de Max, y un modo de describir los hechos y las acciones en ocasiones notarial, frío, pero no por eso impersonal. Los hoteles de Gran Vía por los que transitan los amantes furtivos o detalles como el pijama que Max debe eliminar para que su mujer no aprecie restos de adulterio. Pero, al margen de odiosas comparaciones, el Trapiello poeta apenas sí aparece en esta novela y los “logros estéticos” que promete la contraportada son difíciles de rastrear. Son los hechos, como los “Hechos” que Max pone por escrito como ejercicio de terapia, los que van tejiendo la novela. Unos hechos completamente ficticios que, como decimos, no queda claro cuál es su razón de ser. Como no sea para suavizar en el autor, como en Max, el azote de ciertos demonios y la defensa de nuevas formas de amor que vayan más allá de cualquier convención, incluso la biológica. O, sin más, las ganas de inventar una historia que, como hiciera Corín Tellado, fallecida recientemente, transportara al lector a un mundo ajeno, nuevo y atractivo.
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