Hicimos lo que teníamos que hacer
Llovía. La carretera era
tortuosa y estaba mojada. Tenía que conducir despacio para no salirse de ella,
no patinar.
–¿Tienes frío? –preguntó.
Ella no le respondió, fingió estar
dormida.
Subió la temperatura del aire acondicionado. Anochecía. Junto a la
carretera no había casas ni ovejas, nada. Sintió muchísimas ganas de fumar. El
paquete estaba detrás, en la cazadora que ella tenía consigo, y él se lo pensó
por un momento.
–Pásame los cigarrillos.
Estaba callada. Sin desviar la
mirada de la carretera, él buscó la cazadora con la mano.
–No vas a fumar.
Buscó los ojos de ella en el retrovisor. Estaban cerrados.
–¿Por qué?
Ella no contestó.
Él contempló como en la carretera por delante surgían
y desaparecían gastadas líneas blancas.
–¿Qué te pasa? –preguntó.
El
único sonido era el de los limpiaparabrisas raspando sobre el cristal.
–Hicimos lo que teníamos que hacer –dijo.
–Sólo te he pedido que no
fumes.
Él encendió la radio. Resonó en el interior del coche —
–Por
favor...
– ¡ Mierd...!
Centellaron delante de ellos refulgentes luces
rojas. La carretera desaceleraba. Volvía a acelerar.
Mientras permanecían
callados, él reflexionaba sobre los dos. Sobre el silencio, sobre Vanja. Siempre
era ella la que hablaba, la conoció en la calle, delante de una cabina
telefónica, ella habló tanto que se le ocurrió —
–¿Te acuerdas de...? –iba a
preguntar pero desistió.
Ahora tenían esa pared entre ellos, ese bloque de
hielo que se podía tocar, que acechaba en el retrovisor, en los ojos cerrados de
ella, donde ya no se atrevía a mirar. Le pasó por la cabeza que estaban en una
película, viajando en una limusina separados por un grueso cristal opaco que
ninguno de los dos era capaz de bajar.
–Quizás debíamos habernos quedado a
dormir en Zagreb. Podía haberle avisado a Joško...
–¿Te he contado lo que
soñé anoche? –habló ella. –Soñé que estábamos en la costa sacando conchas de
mar...
–Me lo has contado.
–Sacamos muchas conchas, caracoles, todo...
Brillaban como
Él ahora conducía más despacio. Pasaban por un pueblo. No
había nadie en la calle.
–Tú dijiste que una de las conchas tenía una perla
dentro e intentamos abrirla, pero no lo conseguimos. Entonces la dejaste en agua
poco profunda para que pensara que estaba libre y...
Detrás de las ventanas
de las casas a lo largo de la carretera había velas prendidas, de varias de
aquellas colgaban banderas tricolores empapadas por la lluvia, algunas casi
tocando el suelo.
–Y cuando se abrió, metiste dentro un cuchillo, la abriste
y me mostraste la perla, dentro de ella. Era lo más bonito que había visto en mi
vida
–Vanja...
–Luego nos fuimos de la playa y nos cruzamos con alguien
que nos preguntó qué tal y tú se lo contaste, pero cuando quisiste enseñarle la
perla, ya no podías encontrarla, no estaba, ni siquiera en el bolsillo, la
habíamos perdido por el camino
–¡Joder, quieres parar de una puta vez!
Sacó el coche de la carretera, lo detuvo y se volvió hacia ella.
–¿No te
lo pregunté...?
–Me preguntaste.
De los ojos cerrados de ella —
Él
intentó cogerla. No conseguía abrazarla. Le estorbaban los asientos.
–Cariño...
Ella sollozó, se tumbó y se cubrió la cara con las manos. Él
no oía nada. Le tocó la rodilla. Dejó la mano posada sobre ella.
–Vanja...
No sabía qué decir. Se quedó mirando por la ventana, a través del cristal
bañado por una luz naranja y húmeda.
–Hicimos...
Se sintió estúpido.
Calló. Al final echó la cazadora sobre ella, aprovechando para sacar los
cigarrillos en la oscuridad y guardárselos en el bolsillo.
–Duerme. Te
despertaré cuando lleguemos.
Sus propias palabras le sonaron huecas,
impotentes.
Pensó que debía salir del coche, sentarse al lado de ella y
hacer algo.
–Sigue conduciendo, por favor –dijo ella.
Un coche tocó el
claxon al pasar a su lado y él se dio cuenta de que estaban parados con las
luces apagadas. Arrancó el motor. Se sintió aliviado. Puso el coche en marcha.
Momentos más tarde las manos le temblaban en el volante. Intentó concentrarse
sólo en la carretera y conducir con cuidado, pero más rápido. Lo consiguió, se
tranquilizó. Sintió que le faltaba aire. Bajó la ventana y en seguida volvió a
subirla. Del asiento de atrás le alcanzaba un respirar profundo. No sabía decir
si ella estaba durmiendo. Pensaba en los dos, en el último par de días.
Sucedió... Sucedieron muchas cosas, no quería pensar en ello.
–Ahora ya
está.
Al salir del pueblo, pasaron velozmente junto a una tienda en cuyo
escaparate iluminado se veía una enorme fotografía del presidente adornada con
una cinta negra. Se acordó de Franjo Tudjman (*) y el corazón se le encogió.
Estaba muerto, definitivamente, ahora. Lo mantuvieron conectado durante más de
un mes, y después... Quién sabe por qué, por alguna razón, precisamente el
sábado... Sucedió. No tuvo tiempo ni de pensar en ello, en Tudjman, sólo
cuando... Si no hubiera muerto –reflexionó– podían haber estado en Zagreb antes
de ayer y ahora ya estarían en casa, él y Vanja... Pero murió. Estaba muerto,
expuesto, la gente iba a verlo, la ciudad era un caos, los preparativos, todo
paralizado, nada estaba abierto, no podían ir, acordar...
–¿Qué habrá pasado
con la otra gente que murió el mismo día? –se preguntó. –¿Cómo los habrán — ?
Oyó un suspiro detrás de su espalda y mantuvo la respiración. Sintió una
amargura profunda.
–Y nosotros —
No tenían a los viejos, ni piso...
–Pensaron que nos íbamos al entierro – eso le parecía cómico, repulsivo.
Había dejado de llover y desconectó los limpiaparabrisas. Hacía tiempo que
iba conduciendo por un espeso bosque de pinos. Conducía más rápido y cada vez
más seguro, como si una fuerza invisible gobernara su cuerpo, y él no se le
resistía, sabiendo que todo era en vano, que todo era como tenía que ser. Se le
ocurrió que estaba atrapado en su propia vida y se asustó.
–¡Fuera!
Estaba todo oscuro. Le hacía falta un cigarrillo.
Al cabo de unos
kilómetros vio a su lado de la carretera un área de descanso, paró. Le
retumbaban en la mente toda clase de pensamientos. Aparcó el coche, abrió
silenciosamente la puerta y salió fuera, sin la cazadora. Vanja estaba
durmiendo. Hacía frío, el aire cortaba y el cielo estaba despejado. Sobre él,
como cabezas de alfileres, titilaban las estrellas. Aspiró profundamente, tanto
que sintió dolor en los pulmones. Sacó un cigarrillo pero no lo encendió. El
cuerpo le temblaba. Se acercó al coche y la miró. Estaba tumbada, encogida,
menuda, con los brazos cruzados sobre el pecho. Tenía el rostro y los labios
apretados, como si ni siquiera en el sueño quisiera hablar.
–Lo hicimos.
Porque teníamos que hacerlo.
Pensó.
Al entrar, en la sala de espera
estaba una embarazada de pelo corto, con un piercing en la nariz,
hojeando un periódico. Les sonrió. También sonreía el médico, una música
relajante venía de los altavoces, querían que uno se sintiera mejor. Pero no se
sentía. Quiso besarla, abrazarla. Ese silencio suyo. No podía recordar cuándo ni
por qué —
Miró al cielo. Esperó a que cayera una estrella, pero no cayó.
Eran innumerables, pero como por capricho, ninguna se movió. Lo único que vio
fue la luz efímera y pálida de un satélite. Encendió un cigarrillo. Se acordó de
que una vez, en invierno, volvían de Zagreb a casa y era de noche, nevaba, ella
estaba tumbada en el asiento de atrás y él conducía despacio, para no salirse de
la carretera, para no patinar, de repente, de alguna parte del bosque, salió
corriendo delante de él una corza, una corza en la carretera nevada, recordaba,
una corza, se preguntó entonces quién de los dos estaba en el lugar equivocado,
el bosque brillaba a su alrededor, la luna, apagó el motor, se quedó mirando a
la corza y ella a él, inmóvil, llamó a Vanja para que la viera, para que viera
lo bonita, lo viva que estaba, pero Vanja seguía durmiendo y él recordó que
nunca había amado tanto a nadie, en todo el mundo, como a ella en aquel momento
mientras dormía, que la amaba tanto que no quería despertarla, que la amaba
tanto que dejó a la corza huir y desaparecer delante de sus ojos, guardándola
para alguna otra ocasión, para ahora, para este beso, para todo lo que tuviera
que suceder.
***
(*) Franjo Tudjman (1922-1999) fue primer presidente de la
República de Croacia