Kit Kat existencial
Ayer me encontré con Ortega y
Gasset en un döner kebap. Bueno, en realidad, con una frase suya, que extraje de
El Cultural de El Mundo y que chulimangé en una mínima servilleta
porteadora de máximas volanderas. No esperaba que tuvieran suplementos
culturales en esos metros cuadrados turcos de Carabanchel, a esas horas de la
noche de busca barojiana por donde los turistas no asoman el pico. Me conformaba
con cualquier cosa, algo para entretener el ojo en esa solitariedad (ojo al
palabro) de jueves de febrero en a tomar por culo. Ese Madrid de ultrarríos
(Manzanares, a saber), donde uno se encuentra con cadáveres de bar con triste
epitafio: Se alquila. Donde van apareciendo esos ocho millones de
españoles que viven en el umbral de la pobreza, caracoles con cajas a cuestas y
mantas arrumacadas entre las cavidades de esas zapaterías sin Manolos Blahniks.
“La realidad genuina de la vida humana incluye el deber de un retiro
frecuente a la solitaria profundidad de uno mismo”. Combinar las sentencias
orteguianas con la salsa libanesa por entre las comisuras de los labios, y ese
hablar como especiado de los Apus del susodicho badulaque tiene su aquel,
creedme. La máxima no es que sea una de esas para apuntar entre los pliegues de
nuestras carpetas de semimadurez, tampoco de esas que sirven para epatar a los
culturetas de videoclub, ni para arrobar a las lectoras de Mario Benedetti. Pero
no sé, algo me empujó a llevármela de aquel tabernáculo moruno, y apuntármela en
la frente mientras bajaba por el Paseo de Extremadura, con un frío esta vez
acorde a la estación.
Lo dice un filósofo, de los más grandes, además.
La necesidad de parar, de tomar una pausa de horas o años, una siesta en la vida
para ordenar el tetris de nuestra existencia. Algo así pedía hace poco Rodríguez
Ibarra: “Que se pare todo un poco”. Se refería a la cuestión catalana, pero sí,
amigos, el mundo iría mejor si hiciéramos caso a los filósofos, que no sólo
pedalean en el limbo de conceptos como contingente u ontológico.
Los simples son más complejos de lo que se creen, y muchos presuntos complejos
son más simples que la receta del huevo frito con tomate apis. Debería existir
un derecho constitucional al retiro, a la héjira personalizada, al apartamiento
monacal, al escapismo houdinil hasta el tope de nuestros ombligos, que son pozos
con fondo (y alguna pelusilla azulada).
Parar y volver a mirar el mapa,
reorganizar la ruta, repensar a dónde íbamos, ver si seremos capaces de llegar,
si queremos llegar, si el camino nos resulta agradable. Todos lo necesitamos, yo
y tú, si tú, que me lees, desde Extremadura, el este de Venezuela o el mismo
centro de esa ciudad del norte que se levanta tantos días nublada.
No se
me ocurre mejor inversión.