Kenzo es un
profesor frustrado en su trabajo que vive inmerso en un matrimonio en el que no
existe el amor y en una vida que no le hace feliz. Un día recibe la visita de su
padre adoptivo, Shimada, con el que dejó de tener contacto hace años. El
encuentro no es casual: su padre se encuentra en una situación precaria y viene
a pedirle prestado dinero. De pronto, el pasado que Kenzo ha querido arrinconar
en su memoria retoma con fuerza el presente, viéndose atrapado en una constante
demanda de nuevas cantidades de dinero y en unos recuerdos dolorosos y amargos
que tienen como principal causa la fría relación que mantuvo con sus padres de
adopción.
Mientras
esto sucede, Kenzo constata sin emoción ni afectación que su propia familia no
tiene ningún significado para él. Las relaciones con su mujer son tensas y
desprovistas de cariño, caracterizadas por eternas discusiones en las que se
pelotea el desprecio, el rencor y el deseo mutuo de hacer daño mediante las
palabras o incluso la indiferencia. La alegría infantil de sus dos hijas
pequeñas, o la llegada de un nuevo hijo, no son capaces de despertar a Kenzo de
la indolencia y la amargura.
Las hierbas del camino,
así contada, podría tratarse de una novela más sobre la familia y la
infelicidad. Pero el que fuera el último libro publicado por el escritor nipón
ofrece a los ojos del lector y de la crítica un plus. Como advierte el excelente prólogo
de Kayoko Takagi a la edición de Satori, se trata de la novela más autobiográfica de Sōseki. Una obra
a la que hay que enfrentarse dispuesto, más que a entretenerse con una historia,
a conocer de una manera más sutil y
profunda al autor y ver de una manera pesimista y amarga las relaciones
familiares y cómo éstas pueden llegar a influir de una manera definitiva en la
felicidad (o infelicidad) de los individuos. Una
historia sin trama donde la infelicidad supura entre las costuras
de la narración, trasmitiendo una sensación sofocante y angustiosa que hace el
texto una lectura incómoda y
desasosegante.
Leer Las hierbas del camino es, de alguna
forma, leer parte de la vida de Sōseki. La que el autor nipón expone de
una manera un tanto descarnada y que diseccionada como un cirujano, con frialdad
y distancia. Autorretrato pesimista y angustiado, la obra conecta
definitivamente con esas sensaciones y emociones que destilaba el protagonista
de El caminante, también editado por
Satori. Sōseki, al igual que Kenzo, mira hacia
atrás en su vida y parece no encontrar más que infelicidad, tanto en el pasado
como en el presente. ¿Qué es lo que ha convertido a Kenzo, un intelectual de
cierto éxito en una persona hosca y fría, incapaz de experimentar o transmitir
sentimientos de amor? La respuesta parece encontrarse en la infancia del
protagonista.
La infancia que nos relata Las hierbas del camino es la de Kenzo y
la del propio Sōseki. Se trata de infancia inconclusa en la que la falta de
cariño y amor de sus padres biológicos y de adopción ha modelado en Kenzo un
carácter roto y frío, de alguna manera marcado por el rencor, el desapego y el distanciamiento hacia sus seres
queridos, en especial su esposa. En este sentido, las agrias relaciones del
matrimonio tendrán algunos de los momentos más tensos de la
novela.
La caracterización de los personajes, en
concreto de su protagonista, es una de las principales riquezas del texto. Kenzo
es caracterizado por el escritor japonés de una manera precisa y descarnada.
Según Sōseki “Las circunstancias lo habían obligado a
aislarse de la compañía de los hombres. Su soledad como ser humano aumentaba al
tiempo que su mente se llenaba con la palabra escrita. A veces lo alcanzaba una
vaga consciencia de su situación y comprendía que su forma de vida podrá
parecerles estéril a los demás. A pesar de todo, confiaba en que en el fondo de
su corazón habitaba una pasión singular. Aunque frente a su vida no hubiese más
que un paisaje desolado, comprendía que era el adecuado para él.” (2) La de
Kenzo es, además, una mezcla de resignación y pena de la que el protagonista es
consciente: “Se preguntó cuándo había
leído por última vez un libro por el puro placer de hacerlo. No sólo había
perdido el tiempo libre del que había dispuesto en su infancia, también la
capacidad de disfrutar. Examinó a la persona en la que se había convertido: una
criatura que luchaba desesperadamente. Por un instante lo invadió un sentimiento
de decepción y lástima hacia sí mismo.”(3)
El interés de Las hierbas del camino reside
principalmente en esa recreación del personaje protagonista, un trasunto de
Sōseki que el autor retrata sin piedad
y sin obviar los aspectos más dolorosos de su infancia. Con un macguffin inicial que despierta el
interés del lector, la historia de Las
hierbas del camino poco a poco va derivando de la recreación inicial de
sensaciones y sentimientos de Kenzo hacia la esfera más inmediata de su vida
cotidiana: la familia, fuente principal de sus insatisfacciones. La familia (o
ausencia de ella) es la que ha forjado su carácter taciturno. El amor no es
fuente de felicidad ni mucho menos una vía de escape a los sinsabores de la
vida.
Leer
esta novela requiere de una cierta fortaleza anímica para no verse arrastrado en
una historia sin trama donde las emociones (o falta de ellas) y la introspección
descarnada y fría de sus personajes puede convertirse en un ejercicio exigente
para el lector. Una lectura que sin embargo merece la pena en cuanto tiene de
autobiográfico del autor y de reflexión sobre las relaciones y satisfacciones
que ofrecen a los individuos instituciones como la familia.
NOTAS
(1)
TOLSTÓI, Lev: Ana Karenina (trad. L.
Sureda Goytó y A. Santiago Shaw), Barcelona, Bruguera, 1973, página
5.
(2) SōSEKI, Natsume: Las hierbas del camino (trad. Yoko
Ogihara y Fernando Cordobés), Gijón, Satori, 2012, página 32.
(3) Ibidem, página
84.