Podemos considerar tres factores como desencadenantes de la crisis económica, primero la desaceleración económica del país, segundo, durante los últimos meses se ha generado una fuerte apreciación del euro frente al dólar y, tercero, una subida rápida y pronunciada de los tipos de interés. Y es por todo lo anterior que se hace necesario indicar que en un marco de globalización económica, y como ha ocurrido en otras muchas ocasiones, este proceso iniciado en tierras americanas ha afectado una vez más a la economía mundial y en especial a la española, una vez más y de forma negativa, minando la fuerza económica de España.
Es más, se debería de tener en cuenta las siguiente variables locales que acentúan esta crisis y la diferencia de la de otros países europeos: una política económica centralizada de control de inflación dirigida por el presidente del
Banco Central Europeo (Jean Claude Trichet) que tradicionalmente no está en línea con los intereses ni la situación real de la economía española y que lleva consigo un aumento de los tipos de interés que, hasta la fecha, podría definirse como vertiginoso por su rápido incremento (prácticamente se ha duplicado en el último año); una tendencia marcada a la obtención de financiación de préstamos con tipos de interés variable a diferencia de nuestros vecinos europeos, que eligen la financiación a tipo fijo, y que se debe a dos aspectos singulares: el primero es que ante tipos de interés bajos un préstamo referenciado a tipos de interés variable siempre es menor que uno a tipo fijo, el segundo ha sido la búsqueda por parte de las entidades financieras de asegurar un beneficio en escenarios de subida de tipos, para lo que se hace necesario el ofertar los créditos a tipo variable. El tercer y último punto, y no por ello menos importante, es que nuestro país ha reducido sensiblemente su capacidad de ahorro y ha incrementado el nivel de endeudamiento.
En agosto de 2007 se desatan las consecuencias de las noticias llegadas desde el otro lado del Atlántico que vaticinan una crisis que se ha ido gestando a lo largo de los últimos años cuando convivían varios desencadenantes que se consideran sustanciales. Es conveniente destacarlos: un sector inmobiliario en auge al que no se le veían limites en su expansión y con políticas de precio en alza en contra de una peor calidad de los materiales de construcción, que suponían un mayor beneficio para promotores y constructores; una política de endeudamiento, en la mayoría de los casos dirigida por las entidades financieras, basada en préstamos a tipo variable con carencia que permitían el acceso al crédito a prácticamente toda la población; una sociedad más preocupada por el consumo y el bienestar que en el ahorro; y en relación con todos ellos, siendo posiblemente el mas importante de los desencadenantes, la confianza en un período de bonanza marcado por tipos de intereses bajos que se han visto duplicados rápidamente en el corto plazo.
Esta situación afecta tanto a particulares y empresas, donde un exceso de liquidez en los mercados se acompaña de un mayor consumo y, por desgracia, en los tiempos que corren, también de un menor ahorro, como se pueden ver en los últimos datos de endeudamiento que se cifran en torno al doble de la renta per cápita percibida
Si se hace un análisis mas detallado del mercado inmobiliario, descubrimos que es un sector que desde hacia tiempo daba signos de estar en lo más álgido de su curva de crecimiento, donde continuamente se hablaba de la explosión de la “burbuja inmobiliaria” y del excesivo incremento en los precios de las viviendas. El ritmo de crecimiento de este sector no correspondía con la cantidad real demandada ni con los precios que esta demanda podría soportar en el país y que, como se ha podido observar, han llegado a multiplicarse su valor en los últimos años. A estos factores mencionados hay que añadir el periodo de bonanza económica donde las entidades financieras han sido muy generosas en la concesión de todo tipo de financiación, tanto a particulares como a empresas. Este marco que se deja entrever hace muy atractivo el endeudamiento, respondiendo la sociedad con la compra de inmuebles, incluso por encima de las posibilidades reales, colaborando en el incremento de los índices de consumo y endeudamiento del país a niveles desconocidos hasta la fecha.
Es todo este maremágnum de condicionantes lo que ha permitido gestar la tan temida crisis hipotecaria. Entidades financieras que abren sus puertas a la concesión de créditos tremendamente atractivos para un público incauto y poco conocedor de los mercados financieros y su funcionamiento, normalmente a un tipo de interés variable que repercute en una cuotas que navegan al son del Euribor (índice de referencia que determina el precio de intercambio del dinero entre las entidades financieras) y que van en beneficio de los prestamistas. Ofertas de créditos hipotecarios con carencia a particulares en donde no se advierte de las consecuencias negativas que tienen para ellos y que son, sin embargo, perfectamente indicados para otros tipos de créditos financieros, sobre todo dirigidos a empresas.
Esta situación afecta tanto a particulares y empresas, donde un exceso de liquidez en los mercados se acompaña de un mayor consumo y, por desgracia, en los tiempos que corren, también de un menor ahorro, como se pueden ver en los últimos datos de endeudamiento que se cifran en torno al doble de la renta per cápita percibida.
Si nos referimos al sector de particulares, esta crisis finalmente se traduce en un incremento elevado en la renta destinada a financiar la compra de su vivienda, destacando aquellas hipotecas que se han firmado en los últimos años que, como comentábamos anteriormente, se han firmado con períodos de carencia entre uno y dos años, lo que se traduce en la nula reducción del capital pendiente de las mismas y en duplicar los intereses a pagar (se ha pasado de tipos del 2,25% al 4,95% en apenas dos años), lo que finalmente se traduce en cuotas apenas soportables para la mayoría de las familias.
En cuanto al caso particular de las empresas, se puede decir que la crisis les afecta en mayor medida y por partida doble. Por un lado, las empresas requieren de mayor financiación para mantener sus volúmenes de crecimiento a unos precios cada vez más altos. Por otro, deben ver reducidos sus ingresos dado el menor consumo, lo que en numerosos casos se ha traducido en la insostenibilidad económica de la firma, teniendo que llevar a cabo reducciones de plantilla y finalmente presentarse al procedimiento concursal, anteriormente conocido como suspensión de pagos.
Este hecho es particularmente grave ya que se crea una espiral de reducción de consumo y, por tanto, de actividad industrial y comercial que sólo puede pararse con una política económica adecuada marcada desde las Entidades Públicas correspondientes.